Seguidores

miércoles, 30 de marzo de 2016

Etimologías curiosas

calzoncillo. Diminutivo de calzón, que proviene del latín vulgar calcea 'media', derivado a su vez del latín calceus 'zapato'. Los romanos, que empezaron a usar las medias por influencia de los germanos, recurrieron, así pues, a un derivado de 'calzado' para denominarlas. En la época medieval -y sigo a Joan Corominas en su impagable Breve diccionario etimológico de la lengua castellana- las medias se fueron llevando cada vez más largas, hasta cubrir desde los pies a la cintura. Posteriormente, en el siglo XVI, al dividirse esta prenda en dos partes, recibió también nombres diferentes: calzas o calzones -y de ahí calzoncillos- la que cubría el abdomen y parte de los muslos, calcetas o medias calzas -abreviadamente, medias- la que envolvía el resto de la pierna y el pie. (Según refiere E. R. Curtius en su ya clásico libro Literatura europea y Edad Media Latina, el uso de los calzoncillos fue objeto, allá por el siglo XII, de polémicas y rencillas entre la orden del Císter y la orden de Cluny: san Benito había declarado superflua esta prenda de vestir, permitiéndola solo para los viajes, pero los monjes cluniacenses parece que se desviaron de tal precepto benedictino; los cistercienses no tardaron en reprochárselo, lo que aprovecharon a su vez aquellos para acusar a estos de no llevarlos para así "estar más prontos a la deshonestidad").
canícula. Del latín canicula 'perrilla', diminutivo de canis 'perro, can'; en la constelación del Can Mayor hay una estrella, Sirio, que en los primeros días de agosto asoma en el horizonte al mismo tiempo que el sol, como una perrilla que siguiera a su dueño, y de ahí el significado de la palabra: 'período del año en que es más fuerte el calor' (canijo, 'pequeño', tiene el mismo origen).
canonizar. Del latín canon, y este del griego kanon 'tallo, varita', 'regla, norma' y 'catálogo, lista'. Para "canonizar" a alguien, esto es, para declararle solemnemente santo e incorporarle al "canon" o lista de los santos, se le somete a un proceso "canónico" (conforme a las reglas y sagrados cánones); este proceso, caso único en el mundo, no puede perderse, es decir, no admite un fallo negativo, aunque sí puede interrumpirse: Felipe IV, por ejemplo, inició en 1650 y 1655 el proceso de canonización del cardenal Cisneros, que todavía no se ha concluido.
cantimplora. Del catalán cantimplora, antiguamente cantiplora, compuesto de canta i plora 'canta y llora', por el ruido que hace la cantimplora al gotear, según Joan Corominas.
coco. Del portugués côco, fantasma para meter miedo a los niños que lleva, a modo de cabeza, una calabaza vacía. Al fruto del cocotero se le dio este nombre porque la cáscara, con sus tres agujeros, se parece a una cabeza con ojos y boca como la del fantasma infantil.
ilusión. Del latín illusio, -onis 'engaño', 'burla' (de donde iluso como equivalente a 'engañado, burlado').
museo. Del latín museum 'lugar consagrado a las musas', 'edificio dedicado al estudio', y este del griego museion.
oficina. Del latín officina 'taller, fábrica', derivado de officium 'oficio'.
pordiosero, ra. De la expresión por Dios, usada para pedir limosna, con el sufijo -ero, -era propio de los nombres de profesión.
postre. Del latín poster, -eri 'que viene después' (posterior, postrero, postrimería... comparten la misma raíz).

lunes, 28 de marzo de 2016

De arte y religión

Entra uno en cualquier museo e irremediablemente salvo en esos de arte contemporáneo con que un montón de ayuntamientos creyeron adornar su ciudad despilfarrando con insensatez el dinero público en aquellos alegres años de las vacas gordas y que, dicho sea de paso, casi nadie visita..., pero ahí siguen, luciendo diseño y muertos de aburrimiento encuentra en ellos algún cuadro de tema religioso: la historia no se puede cambiar, por más que a algunos les gustaría hacerlo; el pasado fue así, pese al empeño de no pocos por olvidarlo o enturbiarlo o tergiversarlo; la cultura de la que venimos germinó en ese semillero, y muchos estamos convencidos de la fecundidad de tales raíces (y deberíamos acaso sentirnos orgullosos también).
Con frecuencia, a la vista de cualquiera de esos cuadros, o con solo leer sus títulos, se afianza uno en la convicción de que para entender mejor y quizá también para disfrutar el arte, llamémosle clásico, es imprescindible el conocimiento, siquiera sea somero, de la historia. De la historia de la religión en este caso (la historia sagrada de las escuelas de antaño), entendiendo por tal no las cuestiones más o menos espesas y espinosas de la doctrina o el dogma, sino los episodios y nombres, de origen bíblico en su mayor parte, que a lo largo de los siglos perduraron en el imaginario colectivo y formaron en él un poso cultural común a todas las naciones occidentales o de tradición cristiana.
Y la pregunta que se suscita inevitablemente a continuación es si no se estará perdiendo todo ese legado, si todos esos episodios y nombres de personajes bíblicos, de santos, de mártires, de profetas, de reyes y emperadores, de milagros, de apariciones, de batallas... no estarán cayendo en las tinieblas del olvido, si todo ese bagaje cultural heredado no se estará desperdiciando y despreciando... Si no estaremos con ello privando a las nuevas generaciones de entender un pasado que les pertenece y de disfrutar un patrimonio que no debería resultarles ajeno.
Todo lo cual se puede hacer extensible también imposible no caer en la tentación de barrer siempre para casa a la cuestión del vocabulario... El de referencias bíblicas, por ejemplo: barrabás, calvario, fariseo, inri, jeremías, maná, mesías, salomónico, viacrucis, vacas flacas, paño de lágrimas, pasar las de Caín, lavarse las manos, rasgarse las vestiduras, de Pascuas a Ramos, beso de Judas, llorar como una Magdalena... O el de los oficios y objetos litúrgicos: novena, triduo, rogativas, letanía, misal, patena, vinajeras, copón, hisopo, incensario, alba, estola, casulla, púlpito... O el de las festividades religiosas: Epifanía, Pascua, Pentecostés, Corpus...

miércoles, 23 de marzo de 2016

Los gorriones otra vez

A propósito de estos entrañables y parece que amenazados pájaros de los que se habló aquí antes de ayer (por cierto que Gustavo Adolfo Bécquer tituló así, Libro de los gorriones, el volumen que, publicado tras su muerte, sería conocido como Rimas), una pequeña muestra de su imperecedera huella literaria, más que merecida, puesto que no pueden al parecer, ¡pobres!, vivir sin nuestra compañía, y eso que les dejamos solo alguna miga de pan y apenas les prestamos atención, ni siquiera cuando por las mañanas se apresuran a celebrar en nuestro nombre el nuevo día  

Los gorriones
La mañana de Santiago está nublada de blanco y gris, como guardada en algodón. Todos se han ido a misa. Nos hemos quedado en el jardín los gorriones, Platero y yo.
¡Los gorriones! Bajo las redondas nubes, que, a veces, llueven una gotas finas, ¡cómo entran y salen en la enredadera, cómo chillan, cómo se cogen de los picos! Este cae sobre una rama, se va y la deja temblando; el otro bebe en un charquito del brocal del pozo, que tiene en sí un pedazo de cielo; aquel ha saltado al tejadillo lleno de flores casi secas, que el día pardo aviva.
¡Benditos pájaros, sin fiesta fija! Con la libre monotonía de lo nativo, de lo verdadero, nada, a no ser una dicha vaga, les dicen a ellos las campanas. Contentos, sin fatales obligaciones, sin esos olimpos ni esos avernos que extasían o que amedrentan a los pobres hombres esclavos, sin más moral que la suya, son mis hermanos, mis dulces hermanos. [...]
            Juan Ramón Jiménez, Platero y yo

Gorrión
No olvida. No se aleja
este granuja astuto
de nuestra vida. Siempre
de prestado, sin rumbo,
como cualquiera, aquí anda,
se lava aquí, tozudo,
entre nuestros zapatos.
¿Qué busca en nuestro oscuro
vivir? ¿Qué amor encuentra
en nuestro pan tan duro?
Ya dio al aire a los muertos
este gorrión que pudo
volar pero aquí sigue,
aquí abajo, seguro,
metiendo en su pechuga
todo el polvo del mundo.
            Claudio Rodríguez, Alianza y condena

Nadie pudo escribir con mejor letra
que el pájaro en la nieve esta mañana.
Yo me llamo gorrión y te lo digo
en trazos cuneiformes sin temor
a que lo lean otros. Sólo el sol,
y nada más que el sol, podrá borrarlo.
            Andrés Trapiello, El gorrión y sus cómplices

Y Josep Pla, siempre tan original y chispeante observador, escribió en su Viaje en autobús:
“Los naturalistas afirman que el ruiseñor es uno de los pájaros de vida familiar más correcta. Los gorriones, en cambio, ¡qué tropa descarada y libertina! Todos polígamos”. 

lunes, 21 de marzo de 2016

Los gorriones son noticia

"Cuando a un viajero que conocía muchos continentes le preguntaron qué le sorprendía más del mundo, contestó: la omnipresencia de los gorriones".
Así lo refiere Adam Zagajewski en su novela En la belleza ajena, pero leo en el periódico (El País, 18 de marzo) que la contaminación, el tráfico, la falta de zonas verdes y el avance imparable de especies invasoras, particularmente las cotorras argentinas, los están expulsando de las ciudades europeas: "El 63% de los gorriones de Europa ha desaparecido", asevera con precisión científica el titular de la noticia.
Por lo visto, estos pájaros, que han sido desde tiempo inmemorial fieles compañeros del ser humano sin que este mostrase nunca por ellos demasiada estima y consideración no es vistoso su plumaje, ni destacan por la armonía de su canto, ni pueden presumir de cualquiera otra prenda o cualidad–, no soportan vivir solos en lugares abandonados. Y tanto es el apego que sienten por sus antiquísimos vecinos que si estos abandonan un pueblo ellos se van también, y lo mismo ocurre en los barrios de las ciudades que quedan deshabitados.
En el Reino Unido se perdieron diez millones de ejemplares en una década, la de 1970-1980, y en las grandes ciudades, como Londres, por ejemplo, prácticamente han desaparecido.
En el caso de España, se habla de una reducción de ocho millones en los últimos diez años, lo que, para los biólogos, constituye un dato de "despoblamiento salvaje".
La creciente dificultad para construir sus nidos, aseguran también los expertos, contribuye a tan triste hecho. Los gorriones los han hecho siempre en los huecos de los edificios, cuanto más viejos mejor, o en las ramas de los árboles, también mejores cuanto más viejas, pero ¿dónde encontrarán ahora esas ramas, y, sobre todo, en qué agujero de los modernos edificios de hormigón o acristalados podrán escarbar con el pico para cobijar allí a sus crías?
Nada bueno, en cualquier caso, dice de nosotros ni del mundo que los gorriones –o los pardales, como se les llama en muchos sitios– salgan en los periódicos..., y cómo no va a tardar en venir la primavera con noticias así.

viernes, 18 de marzo de 2016

Lustre y prestigio del pesimismo

Los budistas sostienen que hay ciento veintiún estados de conciencia, y que, entre estos, solo tres están relacionados con la desgracia y la tristeza.
Y qué extraño y curioso que esos tres estados sean el centro de interés del noventa por ciento, y me quedo corto, de la literatura y el arte occidentales, especialmente de los dos últimos siglos. Pues, en efecto, si hay un sentimiento que defina esa literatura y ese arte, y la cultura toda en general, no es otro que el pesimismo. Un pesimismo que, según las modas y corrientes, se reviste o se adorna con diferentes nombres y ropajes: soledad, tristeza, desengaño, inquietud, desilusión, melancolía, desesperanza (y desesperación), ansia, desazón, congoja, pesadumbre, búsqueda, desasosiego, zozobra, decepción, rebeldía, insatisfacción, fracaso, tedio, hastío, resentimiento, frustración, dolor, sufrimiento, angustia, infelicidad, descontento, inadaptación...
Especialmente en la literatura, desde el romanticismo hasta nuestros días, y muy en particular en el caso de la novela moderna, definida por L. Goldman como "la búsqueda de valores auténticos por parte de un individuo problemático en un mundo degradado".
En efecto, el mundo que en ella se describe y retrata es esencialmente, si no caótico, por lo menos inquietante y misterioso; de ahí que prevalezca en la mayoría de los casos una perspectiva desengañada y pesimista, además de crítica. Baste con repasar algunos de los autores de más renombre, que reflejan en sus obras la crisis de valores de la sociedad contemporánea: el fracaso amoroso que conduce al suicidio en Los sufrimientos del joven Werther, de Goethe; la insatisfacción interior que lleva a la protagonista al mismo final en Madame Bovary, de Flaubert; las situaciones angustiosas por las que pasan la mayoría de los personajes de Dostoievski; el sentimiento del absurdo que preside las creaciones de Kafka y de Camus; el encumbramiento, en fin, de la figura del antihéroe, del perdedor, del inadaptado, como personaje central de la narración y emblema o símbolo representativo de la sociedad.


miércoles, 16 de marzo de 2016

Más hipérboles


Se hablaba aquí el otro día (24 de febrero) de las hipérboles, o sea de las exageraciones, esas que tanto abundan en la lengua familiar: un millón de besos, te lo he dicho mil veces, ¡lo sabe todo el mundo!...
En el diccionario, ese jardín de las palabras, las hay para todos los gustos y muy curiosas, como, por ejemplo, las que siguen, referidas a acciones o sentimientos que a menudo se apoderan del ser humano:
comer hasta reventar, poner a alguien por las nubes, echar humo o echar chispas (cuando uno está muy enfadado), subirse por las paredes, ahogarse en un vaso de agua, agarrarse a un clavo ardiendo, tirar la casa por la ventana, romper una lanza por alguien, rasgarse las vestiduras, apretarle las clavijas a alguien, llorar a moco tendido, morirse (o desternillarse, o escacharrare, o mondarse, o partirse, o troncharse) de risa, ponerse morado o ciego (de tanto comer), comerse vivo a alguien, hacer castillos en el aire, perder los estribos (y los papeles, y también el culo, con perdón), dar sopas con honda, dejarse la piel en un asunto, beber los vientos por alguien, ver los cielos abiertos…
Y la más cruel e incomprensible de todas: matar el tiempo (que es lo único que tenemos).

lunes, 14 de marzo de 2016

Como espera el bosque la primavera

1
Como espera el bosque la primavera, pacientemente y en silencio, sin caer en el descrédito de la queja ni levantar la voz contra las inclemencias del invierno, por muy riguroso que este sea...
2
La primavera, no contenta con reverdecer desmontes y adornar escombreras, se deja ver hasta en las desprestigiadas rotondas de las afueras de las ciudades.
3
Todos los que estábamos sentados en el parque al sol levantamos agradecidos los ojos para ver si entre las hojas descubríamos el pájaro que con sus trinos vino de repente a llenar de música la tarde; todos, excepto aquel que dejó los suyos hundidos en las páginas del libro que estaba escudriñando. Y todos secretamente le compadecimos.
4
El canto de un pájaro es infinitamente más cadencioso y armónico que la más refinada sinfonía.
5
Unas tímidas margaritas nuevas, al oír el zumbar de alguna abeja, asomaron ayer entre la hierba para ver si llegaba primavera.
De madrugada se excedió la fresca y han amanecido hoy con la cabeza ladeada, el tallo inclinado, secas, vueltos sus pétalos mustios a la tierra.

viernes, 11 de marzo de 2016

El Duero en Oporto

El Duero, que trae las aguas del Esla, que trae las aguas del Cea, entra al llegar a Oporto en el mar "que es el morir", según atestiguó Jorge Manrique.
Una porción de estas aguas ha llegado hasta aquí desde el nacimiento del Esla, el antiguo Astura, en Valdosín, muy cerca del puerto de Tarna, en la vertiente leonesa de la cordillera Cantábrica, y otra algo más pequeña lo ha hecho desde la fuente del río Cea, a los pies del pico de Piedralagua, también en la vertiente sur de los montes cantábricos.
Y otras han llegado desde las mismas fuentes del Duero en los picos de Urbión, y desde los manantiales del Pisuerga, del Adaja, del Tormes...
¿Tendrán memoria los ríos? ¿Habrán grabado en el espejo de sus aguas los valles, pueblos y ciudades por los que pasan? ¿Se acordarán de los puentes bajo los que momentáneamente discurren, de los que se asoman a ellos para mirarlos, de los que se lavan las manos o refrescan los labios en su caudal?
Porque si fuera así, a lo mejor el Duero guarda aún memoria del pobre Lázaro que nació bajo un puente del río Tormes a su paso por Salamanca, y de ahí le vino el sobrenombre; y del poeta Antonio Machado paseando con Leonor por sus orillas de álamos dorados en el camino de San Polo a San Saturio, allí donde "traza su curva de ballesta en torno a Soria"; y de los versos que le dedicara otro poeta, Gerardo Diego, que caminó también por sus riberas:

            Río Duero, río Duero,
            nadie a acompañarte baja,
            nadie se detiene a oír
            tu eterna estrofa de agua.
             
            Indiferente o cobarde,
            la ciudad vuelve la espalda.
            No quiere ver en tu espejo
            su muralla desdentada.

            Tú, viejo Duero, sonríes
            entre tus barbas de plata,
            moliendo con tus romances
            las cosechas mal logradas.

            Y entre los santos de piedra
            y los álamos de magia
            pasas llevando en tus ondas
            palabras de amor, palabras.

            Quién pudiera como tú,
            a la vez quieto y en marcha,
            cantar siempre el mismo verso,
            pero con distinta agua.

            Río Duero, río Duero,
            nadie a estar contigo baja,
            ya nadie quiere atender
            tu eterna estrofa olvidada,

            sino los enamorados
            que preguntan por sus almas
            y siembran en tus espumas
            palabras de amor, palabras.


miércoles, 9 de marzo de 2016

De otro país

La vida, se diría, pasa por aquí más despacio, y lo mismo el tiempo, y el curso de la historia, y el reloj de las costumbres.
No se ha derribado todo lo viejo, que convive en armonía con lo recién construido. El cemento asoma, pero no ejerce tiranía. Las calles, que conservan adoquines y empedrado, no son coto del parque automovilístico.
Entre el ayer y el mañana ha habido un pacto de transición. Se mantienen casi intactas las antiguas plazas, que con idéntica dignidad lucen balcones restaurados y paredes algo desconchadas. El diseño no ha sentado aún por esta tierra sus reales, ni tampoco ese afán hipnótico por arrasar todo vestigio de la tradición. Las piedras y fachadas de las viejas iglesias se adornan con la pátina del verdín.
El tranvía que renquea en los repechos compite ventajosamente con esos autobuses descapotados de colores chillones que pasean con desgana a los turistas. Grupos de obreros reposan la galbana recostados contra las paredes al sol de mediodía. En los campanarios, que son altos como vigías, se posan gaviotas.
En las escaleras de piedra que suben desde el río a la muralla dormitan pacíficamente gatos de indostánica indolencia que ni se dignan parpadear.
En la principal vía comercial de Oporto hay tres librerías (y ni una sola tienda de telefonía). La librería Lello de esta misma ciudad, para muchos la más bella del mundo, visitada por riadas de turistas desde que se rodaran en ella algunas secuencias de las películas de Harry Potter, tiene como reclamo en su interior un busto de Cervantes, y una edición reciente del Quijote ocupa el lugar de honor en la estantería.
Los cafés no se han desprendido de los veladores de mármol, ni de las lámparas, ni de los espejos que estrenaron hace muchos años. En el Majestic, también de Oporto, que está siempre lleno y reciben a los clientes con un saludo de bienvenida a la puerta, el simple hecho de tomar un café constituye un ejercicio de tranquila civilización. Las conversaciones no sobrepasan el murmullo apacible de la confidencia y ni por asomo se alza una voz ni se despeña por entre las mesas una carcajada de ruidosa ostentación.
Los camareros y dependientes son amables sin altanería y atentos sin caer en el empalago. La educación se entiende como sencillez y la cortesía como discreción.
Coincide uno al pasar por delante de un instituto con la salida de los estudiantes y no se observa el habitual despliegue del arsenal electrónico de móviles, cascos, auriculares y otros artilugios para el aislamiento.
Hay muchas tiendas de apariencia modesta regentadas por sus dueños que agradecen la entrada del visitante con palabras de afecto y sentidos gestos de afabilidad.
Los vestíbulos de las estaciones ferroviarias no se han deshumanizado, y los trenes circulan con parsimoniosa puntualidad.
Se creen a lo mejor más pobres que sus vecinos del este, pero son desde luego menos arrogantes y vocingleros, y más callados, y más calmados, y más humildes, y acaso también más hospitalarios.
Obrigado, Portugal.

lunes, 7 de marzo de 2016

Josep Pla y los adjetivos

Tuve la oportunidad el otro día de volver a ver la entrevista que le hizo hace ya muchos años, en diciembre de 1976, el periodista Joaquín Soler Serrano a Josep Pla en su masía de Llofriu para el programa A fondo de Televisión Española, famoso en su tiempo y hoy parece que de culto.
Josep Pla contesta a las preguntas con su habitual formalidad y velada socarronería, y de todo lo que en esa entrevista dice, que es, como siempre en él, pertinente y enjundioso, me apresuré a anotar lo que sigue:
"Yo he tratado de poner adjetivos detrás de los sustantivos, y es la única cosa que he hecho en mi vida. Y por esto fumo, para buscar adjetivos. Yo pongo una puerta, ahora hay que buscar el color de esta puerta, la forma de esta puerta... Buscar el adjetivo exacto, y si lo encuentro lo pongo. Raras veces se encuentra el adjetivo, pero si se encuentra, uno se puede ir a comer a casa. Comer una sopa, una tortilla, y no envidiar nunca nada a nadie".
Humilde y hermosa lección de vida y literatura del que fue uno de los más grandes escritores contemporáneos, como lo acreditan las más de 30.000 páginas que salieron de su pluma en los diferentes géneros que cultivó: artículos y reportajes periodísticos, crónicas de viajes, biografías, ensayos antropológicos y de costumbres, narraciones, diarios... Recogidas por la editorial Destino en los 47 volúmenes que forman su Obra Completa, trazan uno de los frescos más vivos y veraces del siglo XX. 
De la prosa de Pla sorprende particularmente el poder de observación, la precisión conceptual y el fino humor con que se vierten los juicios. De ahí, y de su estilo ágil y natural, le viene esa amenidad que aún conserva, como si por ella no pasara el tiempo.
El lector en castellano puede tener ocasión de comprobarlo, por ejemplo, con cualquiera de estos cuatro libros: Madrid, 1921 (Un dietario), (1929) Madrid. El advenimiento de la República, (1931), Viaje en autobús (1942, escrito originariamente en castellano) y, muy en especial, El cuaderno gris (El quadern gris, 1966), traducido por Dionisio Ridruejo en 1975, especie de autobiografía en forma de diario que es considerada como su obra maestra.
Josep Pla nació el 8 de marzo del año 1897 en Palafrugell, y falleció el 23 de abril de 1981 en Llofriu.

viernes, 4 de marzo de 2016

El tres

Uno, dos y tres... ¡A la una, a las dos y a las tres! A la tercera va la vencida...
No hay dos sin tres... Y ni a la de tres aciertan algunos...
Tresillo, tríada, triángulo, tricéfalo, tridente, triduo, trienio, trigésimo, trilogía, trípode (y trébede), tríptico, triptongo, triunvirato...
La regla de tres (simple y compuesta); los tres pies que le buscan algunos al gato, según dice el dicho; no ver tres en un burro, que se aplica al que ve poco; hambre de tres semanas, la del que no la tiene; tres en raya, para el que juega... Y el trébol de tres hojas.
El tres, número sagrado: principio, medio y fin tiene cualquier cosa; materia, espíritu e intelecto son las categorías filosóficas; presente, pasado y futuro es la forma de medir el tiempo; memoria, entendimiento y voluntad son las potencias del alma; amarillo, magenta (o rojo ) y cian (o azul) son los colores primarios; agudo, recto y obtuso son las clases de ángulos (y equilátero, isósceles y escaleno pueden ser los triángulos); sólido, líquido y gaseoso son los estados naturales de los cuerpos; animal, vegetal y mineral decía el libro de Ciencias Naturales que eran los tres reinos en que se dividen los seres y elementos de la naturaleza; liberté, égalité et fraternité (libertad, igualdad y fraternidad), proclamó la Revolución Francesa...
Tres fueron en su origen -y acaso sigan siéndolo- los fines con que se fundó la Real Academia de la Lengua: "Limpia, fija y da esplendor"; tres ramas o disciplinas, pintura, escultura y arquitectura, forman las bellas artes; tres eran los órdenes de columnas de la arquitectura clásica, dórico, jónico y corintio; tres son los momentos del proceso dialéctico, tesis, antítesis y síntesis; tres grandes pirámides, Keops, Kefrén y Micerino, construyeron los antiguos egipcios; en tres carabelas, la Santa María, la Pinta y la Niña, llegó Colón a América; de tres metales, oro, plata y bronce, son las medallas olímpicas; de tres partes, presentación, nudo y desenlace consta el argumento...
Tres eran las parcas o deidades mitológicas, hermanas y con figura de viejas, de cuya habilidad con el huso y la rueca dependía la vida de los mortales: Cloto, la primera, hilaba; Láquesis, la segunda, devanaba; y Átropos, la tercera, cortaba el hilo.
Tres hijos tuvo Noé, Sem, Cam y Jafet; tres fueron los Reyes Magos, y tres presentes ofrecieron, oro, incienso y mirra; tres veces negó san Pedro a Cristo; tres son las personas de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y tres también, fe, esperanza y caridad, las virtudes teologales; tres son -o eran- los votos religiosos, de pobreza, de castidad y de obediencia; tres cruces había en el monte Calvario, y a las tres murió Jesucristo (que tenía treinta y tres años, y que resucitó al tercer día)...
Tres fueron los grandes trágicos griegos, Esquilo, Sófocles y Eurípides; tres son las partes (divididas a su vez en treinta y tres cantos cada una) de la Divina Comedia de Dante, que se corresponden con los tres mundos de ultratumba, infierno, purgatorio y paraíso; tres salidas hizo don Quijote de su aldea en busca de aventuras...
Y Los tres mosqueteros, El sombrero de tres picos, Los tres cerditos...

miércoles, 2 de marzo de 2016

Las dos caras

Las apariencias engañan, pero dicho así en refrán a lo mejor no convence tanto como si se lee en uno de los más sabios y reconocidos pensadores, el humanista Erasmo de Rotterdam, que, en su Elogio de la locura (1511), uno de los libros capitales de la cultura occidental, escribió:
"Es preciso notar, en primer término, que todas las cosas humanas, como los Silenos de Alcibíades [figurillas de fea apariencia que dentro contienen la imagen de un dios], tienen dos caras que no se parecen en nada, de tal modo que lo que a primera vista, como dicen, es la muerte, si se mira por dentro es la vida, y viceversa: lo que se nos ofrece como hermoso, resulta feo; lo opulento, paupérrimo; lo infame, glorioso; lo docto, indocto; lo fuerte, débil; lo noble, plebeyo; lo alegre, triste; lo próspero, adverso; lo de amigo, de enemigo; lo saludable, dañoso; y, en suma, si se abre el Sileno, todo se encontrará en seguida del revés".
Por lo que no cabe sino considerar, en palabras de Francisco Rico (de quien he tomado también la traducción del fragmento, en Los discursos del gusto), "cómo cambian y cuán diversas y complejas son en las distintas coyunturas personas, cosas y palabras; y, por ende, qué singular cada una y qué relativas todas".

Aunque en otro orden de cosas, algo tiene que ver con todo ello el proverbio del poeta Antonio Machado:    
            Busca a tu complementario,
            que marcha siempre contigo,
            y suele ser tu contrario.