Hablo
de los libros que, por una u otra razón,
más me impresionaron cuando los leí.
Así
ocurrió, en la adolescencia y primera juventud, con los que siguen:
La
vida sale al encuentro,
de José Luis Martín Vigil, una historia de amor que nos parecía un
sueño imposible a los que padecíamos las penurias de los
internados; El
bosque animado,
de Wenceslao Fernández Flórez, que devoré con devoción un día en
el monte guardando las vacas, en la edición de la vieja colección
Austral, de color azul la portada por pertenecer a la serie de
'Novelas y cuentos en general' (la serie verde correspondía a
'Ensayos y Filosofía'; la anaranjada, a 'Biografías y vidas
novelescas'; la negra, a 'Viajes y reportajes'; la amarilla, a
'Libros políticos y documentos del tiempo'; la violeta, a 'Teatro y
poesía'; la gris, a 'Clásicos'; la roja, a 'Novelas policíacas de
aventura y femeninas'; la marrón, a 'Ciencia y técnica. Clásicos
de la ciencia'); Viaje
a La Alcarria,
de Cela, que me enseñó a mirar los caminos y el paisaje con ojo
literario; Los
cipreses creen en Dios,
de José Mª Gironella, todo un descubrimiento, por el tema de la
guerra civil y por las peripecias de la familia Alvear en Gerona; El
extranjero,
de Albert Camus, en la edición del libro de bolsillo de Alianza
(¡con títulos míticos en su catálogo!), y que entendí bien
gracias a las anotaciones que había escrito a lápiz en los márgenes
la persona que me lo prestó.
De
algunos años más tarde recuerdo especialmente los cuentos de
Ignacio Aldecoa, que conocí gracias a la antología La
tierra de nadie y otros relatos
de la
colección RTV (cien títulos que aparecieron semanalmente a finales
de la década de 1960 al precio de 25 pesetas y cuyas cubiertas
variaban también de color según el contenido: La
tía Tula,
de Unamuno, y Cien
obras maestras de la pintura fueron
los dos primeros), los relatos de Julio Cortázar, Opiniones
de un payaso,
de Heinrich Böll (lo leí en tres tardes de invierno de aquel
larguísimo servicio militar), Cinco
horas con Mario,
de Miguel Delibes, Hambre,
de Knut Hamsun (de la colección
Reno de Plaza y Janés, en papel áspero y páginas pegadas con cola
que se desprendían una a una en cadena y no había manera de
arreglar, desencuadernados todos por la mitad antes de acabar de
leerlos),
Conversación
en la Catedral,
de Vargas Llosa, A
este lado del paraíso,
de Scott Fitzgerald, Ficciones,
de Borges, que, como les ha sucedido a tantos letraheridos, marcó un
antes y un después...
Y
ya más acá en los últimos años, Guerra
y paz,
de Tolstoi, al que no tardaré en volver, Les
hores,
de Josep Pla, El
Jarama,
de Rafael Sánchez Ferlosio (por las razones que expuse en este blog
no hace mucho), La
muerte de Ivan Ilich,
también de Tolstoi, lectura imprescindible sobre el dolor y la
muerte, El
corazón de las tinieblas,
de Joseph Conrad, asimismo imprescindible por tantos conceptos, La
marcha Radetzky,
de Joseph Roth
En la belleza ajena,
de Adam Zagajewski, novela y libro de memorias y ensayo a la vez,
Benito
Cereno,
de Melville, El
último encuentro,
de Sándor Márai, Los
adioses,
de Onetti, La
lección del maestro,
de Henry James...
Cualquiera
de estos últimos sería buen remedio para mitigar los calores y
otras inclemencias del presente verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario