Páginas

miércoles, 19 de julio de 2017

Libros que dejaron huella

Hablo de los libros que, por una u otra razón, más me impresionaron cuando los leí.
Así ocurrió, en la adolescencia y primera juventud, con los que siguen: La vida sale al encuentro, de José Luis Martín Vigil, una historia de amor que nos parecía un sueño imposible a los que padecíamos las penurias de los internados; El bosque animado, de Wenceslao Fernández Flórez, que devoré con devoción un día en el monte guardando las vacas, en la edición de la vieja colección Austral, de color azul la portada por pertenecer a la serie de 'Novelas y cuentos en general' (la serie verde correspondía a 'Ensayos y Filosofía'; la anaranjada, a 'Biografías y vidas novelescas'; la negra, a 'Viajes y reportajes'; la amarilla, a 'Libros políticos y documentos del tiempo'; la violeta, a 'Teatro y poesía'; la gris, a 'Clásicos'; la roja, a 'Novelas policíacas de aventura y femeninas'; la marrón, a 'Ciencia y técnica. Clásicos de la ciencia'); Viaje a La Alcarria, de Cela, que me enseñó a mirar los caminos y el paisaje con ojo literario; Los cipreses creen en Dios, de José Mª Gironella, todo un descubrimiento, por el tema de la guerra civil y por las peripecias de la familia Alvear en Gerona; El extranjero, de Albert Camus, en la edición del libro de bolsillo de Alianza (¡con títulos míticos en su catálogo!), y que entendí bien gracias a las anotaciones que había escrito a lápiz en los márgenes la persona que me lo prestó.
De algunos años más tarde recuerdo especialmente los cuentos de Ignacio Aldecoa, que conocí gracias a la antología La tierra de nadie y otros relatos de la colección RTV (cien títulos que aparecieron semanalmente a finales de la década de 1960 al precio de 25 pesetas y cuyas cubiertas variaban también de color según el contenido: La tía Tula, de Unamuno, y Cien obras maestras de la pintura fueron los dos primeros), los relatos de Julio Cortázar, Opiniones de un payaso, de Heinrich Böll (lo leí en tres tardes de invierno de aquel larguísimo servicio militar), Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes, Hambre, de Knut Hamsun (de la colección Reno de Plaza y Janés, en papel áspero y páginas pegadas con cola que se desprendían una a una en cadena y no había manera de arreglar, desencuadernados todos por la mitad antes de acabar de leerlos), Conversación en la Catedral, de Vargas Llosa, A este lado del paraíso, de Scott Fitzgerald, Ficciones, de Borges, que, como les ha sucedido a tantos letraheridos, marcó un antes y un después...
Y ya más acá en los últimos años, Guerra y paz, de Tolstoi, al que no tardaré en volver, Les hores, de Josep Pla, El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (por las razones que expuse en este blog no hace mucho), La muerte de Ivan Ilich, también de Tolstoi, lectura imprescindible sobre el dolor y la muerte, El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, asimismo imprescindible por tantos conceptos, La marcha Radetzky, de Joseph Roth En la belleza ajena, de Adam Zagajewski, novela y libro de memorias y ensayo a la vez, Benito Cereno, de Melville, El último encuentro, de Sándor Márai, Los adioses, de Onetti, La lección del maestro, de Henry James...
Cualquiera de estos últimos sería buen remedio para mitigar los calores y otras inclemencias del presente verano.


No hay comentarios:

Publicar un comentario