pie.
1 ¿Qué les habrá hecho el pie a los eruditos para que en los libros que
escriben amontonen encima de él esos rimeros de notas de letra tan menuda?
¡Cómo va a leerlos nadie luego si de tanto como le pesan apenas puede dar un
paso y cuesta Dios y ayuda pasar de página! 2 Por querer parecerse al original
y primigenio, le ha tocado también ocupar el sitio de abajo y cargar con todo
el peso, al pie de la montaña, al de la lámpara, al de los árboles y las
plantas y al de las ilustraciones y fotografías. 3 Creer a pie juntillas,
seguir al pie de la letra… o buscarle los tres pies al gato. 4 Andar a pie, que
es lo más sano y lo más viejo, y aguantar a pie firme aunque alguien nos haya
puesto a los de los caballos, y sortear a pie enjuto zozobras y peligros. 5
Mejor andar con los de plomo que estar en el de guerra. 6 Además de su recinto
habitual, que son los calcetines y las medias, los pies se pueden sacar de las
alforjas, del plato y del tiesto. 7 Malo el que los arrastra y el que se
levanta con el izquierdo, el que tiene uno dentro y otro fuera, el que lo
pierde, y malo asimismo el que no se tiene en él, el que no lo da con bola, el
que se ve obligado a ponerlos en polvorosa (y gritar aquello de: "pies,
¿para qué os quiero?"), el que no sabe de cuál cojea y los que por no
tener no tienen ni cabeza. Claro que es peor aún cuando uno lo tiene ya en el
estribo o le sacan con ellos por delante.
mano.
1 Dudaba entre poner la mano en el fuego o agarrarse a un clavo ardiendo. 2 Es
la palabra a la que más espacio y atención dedica el diccionario. Y nada tiene
de extraño: se valen también de ella los animales (muy en particular el
elefante, al que le sirve de trompa) y puede encontrarse a cualquiera de los
dos lados del que habla o trata de orientarse, en el mazo del mortero, en las
paredes recién pintadas (una sola o más de una), en los juegos de azar… La mano
es capaz de hacerse pasar por habilidad y tacto (con los niños, por ejemplo),
por influencia y poder (verbigracia en una empresa), teniendo en esto ventaja
la izquierda, particularmente si se trata de resolver con astucia situaciones
difíciles. Ser la mano derecha de alguien reporta quizá más beneficios que ser
mano de obra, y tenerla de santo para encontrar remedios eficaces cuando haya
necesidad es aún mejor que tenerla, habitual y simplemente, buena. Varía mucho
según sea el calificativo que se le aplique: mano blanda, mano diestra, mano
dura, mano larga, mala mano, de primera o de segunda mano…; o, refiriéndose a
las dos a la vez, manos libres, limpias, sucias o muertas. Del mismo modo es
diferente si se va por ahí con ellas cruzadas, vacías, llenas, con una en el
corazón o una sobre la otra, con una delante y otra detrás o con las dos en la
cabeza. Y enumera con pormenor el diccionario las posibilidades
que ofrece una sola, a saber: abrirla, alzarla o levantarla, apretarla,
bajarla, cargarla y descargarla, darla y estrecharla, frotárselas uno mismo,
meterla en algún sitio, pedirla en matrimonio, ponérsela encima a alguien o
tendérsela, ponerla en el fuego o en el pecho… Y las dos a la par: llevárselas
a la cabeza, no saber uno lo que se trae entre ellas o dónde las tiene,
besárselas a alguien, pillarle con ellas en la masa… Si dejar a alguien de la
mano no está bien, peor es encontrarle luego dejado de la de Dios, y acaso sea
preferible que algo se nos vaya de las manos a que se lo quitemos a otro de las
suyas. Y si nunca está bien que dos lleguen o vengan a las manos, más
reprobable es untárselas a un tercero con ánimo de obtener secretos beneficios;
y si se ve uno obligado a lavárselas, que sea en verdad porque no ve claro el
asunto, no vaya a suceder que, por desentenderse y no querer saber nada, se las
aten por la fuerza al inocente.
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