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lunes, 30 de enero de 2017

Desiderata


Unas alpargatas
que me lleven otra vez
por las sendas altas de la infancia.

Unas alas de hada
como aquellas de los sueños
en las noches de enero estrelladas.

Las luces del alba
que anunciaban en el monte
los cencerros lentos de las vacas.

Una fuente clara
donde lavar las heridas
y aprender las músicas del agua.

Un gorro de lana
que devuelva los inviernos
de nieve, lobos, lumbre y bufandas.

          (De Cien lecciones de cosas)

jueves, 26 de enero de 2017

Nombres de animales

En el campo se bautizaba solo a algunos animales, y el encargado de ponerles el nombre de pila solía ser por regla general el cabeza de familia, que consultaba o no según lo tuviera a bien, y el nombre era algunas veces caprichoso aunque se solía seguir la tradición de espigar entre los que ya se habían puesto antes, igual que se solía hacer con las personas, aunque no siempre, porque con frecuencia se recurría al santoral del calendario que colgaba en la pared de la cocina y lo mismo daba que el nombre sonase o no sonase, era el santo o la santa del día y se acabó, y ahí están los Facundo, Benigno, Eutiquio, Sinesio, Pascasio, Roque, Agapito, Rufo, Honorato, Saturnino, Desiderio... y las Prudencia, Domitila, Teodora, Bonifacia, Petronila, Anastasia, Modesta, Dominica, Tecla, Casimira...
Decía que en el campo solo pasaban por la pila del bautismo algunos animales, y eran aquellos a los que, por la labor que desempeñaban, había que dirigirse individualmente en alguna ocasión, para darles una orden, o conminarlos a hacer algo, o instigarlos, apremiarlos, azuzarlos: al buey o la vaca (y qué bonitos y sonoros los de estas últimas: Garbosa, Galana, Gallarda, Bizarra, Pinta, Linda, Majita...) para que tiraran del carro o dieran la vuelta en llegando al final del surco con el arado, al perro para que recogiera el rebaño o escudriñase en la espesura, particularmente a los mastines que habían de hacer frente a los lobos(y de ahí que se recurriese a nombres que ya por sí mismos imponían respeto: León, Tigre, Sansón, Pilatos, Nerón...). Pero no se les imponía identidad propia a los gatos, salvo que hubiera en la casa algún niño y este se encaprichara con apodarle, para su uso particular casi siempre; ni al gallo, de porte mayestático y con ínfulas de emperador en su corral, y como tal merecedor de sonoro sobrenombre; ni a las afanosas gallinas de tanta utilidad para el suministro familiar; ni a los caballos (solo algunos ilustres han presumido de título, como Bucéfalo, Babieca o Rocinante, y en nuestro tiempo los de carreras, pasatiempo de ricos); ni a los burros, pese a la noble tradición literaria de Platero y algún otro (tal vez, en el caso de asnos y caballos, porque se les guía y corrige con la rienda y se les acucia y estimula con la espuela); ni a las ovejas y corderos, por culpa a lo mejor de su proverbial mansedumbre; ni al temible carnero, con lo fácil que hubiera sido, dada su particular idiosincrasia; ni a las cabras, que tantos motivos daban, por su comportamiento, para colgarles un sambenito...

lunes, 23 de enero de 2017

De la fuente literaria

Hablo de una serie de expresiones en vías de convertirse en tópicos, si es que no lo son ya, que usamos con cierta frecuencia, como adorno y floritura en muchas ocasiones, a sabiendas de su origen en algunos casos, y desconociendo en otros su procedencia, siempre literaria.
Enumero a continuación algunos ejemplos:
.Cualquier tiempo pasado fue mejor, que es un verso de las Coplas de Jorge Manrique: ...cómo, a nuestro parescer, / cualquiera tiempo pasado / fue mejor.
.¿Dónde están las nieves de antaño? (Oú sont les neiges d'antan?), verso de la Balada de las damas de antaño, de François Villon, que ejemplifica el tópico del Ubi sunt?
.El mundanal ruido, perteneciente a la primera estrofa de la Oda a la vida retirada, de Fray Luis de León: ¡Qué descansada vida / la del que huye el mundanal rüido, / y sigue la escondida  / senda por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido.
.Amarrado al duro banco..., para ponderar la fatiga y continuidad en el trabajo sedentario, y que es el primer verso de un romance de Luis de Góngora: Amarrado al duro banco / de una galera turquesca, / ambas manos en el remo / y ambos ojos en la tierra...                    
.Poderoso caballero es don Dinero, de la letrilla satírica de Francisco de Quevedo que comienza así: Madre, yo al oro me humillo; / él es mi amante y mi amado...
.Juventud, divino tesoro, el primer verso de Canción de otoño en primavera, de Rubén Darío: Juventud, divino tesoro, / ¡ya te vas para no volver! / Cuando quiero llorar, no lloro... / y a veces lloro sin querer...
.Verde que te quiero verde, el famoso verso inicial del Romance sonámbulo de García Lorca: Verde que te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas. / El barco sobre la mar / y el caballo en la montaña.
.Compañero del alma, compañero, de la Elegía (a Ramón Sijé), de Miguel Hernández, que concluye así: ...que tenemos que hablar de muchas cosas, / compañero del alma, compañero.

A otras, la pátina del uso las ha equiparado ya en prestigio y difusión a la frase de ingenio, el dicho o la sentencia:
.Con la Iglesia hemos topado, tomada acaso del Quijote (II, 9): "Con la iglesia hemos dado, Sancho".
.Fuenteovejuna, todos a una, como aspiración y consigna, tomada de la obra homónima de Lope de Vega sobre la sublevación de un pueblo contra el comendador y el acuerdo de todos los vecinos para no revelar la identidad de los que le han dado muerte: –¿Quién mató al comendador? /Fuenteovejuna, señor.
.Y sonó la flauta por casualidad, verso que viene a condensar la moraleja en la fábula El burro flautista, de Tomás de Iriarte.
.Habló el buey y dijo mu, burla del necio que acostumbrado a callar dice algún disparate cuando habla, que proviene de una fabulilla de Juan Bautista Arriaza: "Decide la cuestión tú", /dijo al buey el ruiseñor; / y, metiéndose a censor, / habló el buey y dijo: "Mu".
.El color del cristal con que se mira, que procede de la fábula Las dos linternas, de Ramón de Campoamor: Y es que en el mundo traidor / nada es verdad ni es mentira; / todo es según el color / del cristal con que se mira.

jueves, 19 de enero de 2017

Historias de andar, reales como la literatura misma

¡Ahí te quedas!
Han pasado hace un momento por la caja y están aún componiendo las bolsas en el carro de la compra. Una es regordeta y vivaracha, y la otra aparenta más callada y circunspecta. Las dos han pasado ya la frontera de los sesenta y muchos, si las fisonomías y los hábitos no engañan.
En la misma puerta, a punto de abandonar el supermercado, se detienen a saludar a una conocida que entra. Se hacen gestos de reconocimiento, tibios al principio, más efusivos conforme va creciendo el caudal en el intercambio de palabras. Lleva en este la voz cantante la que a todas luces es la más desenvuelta de las tres, o sea, la antes caracterizada como regordeta y vivaracha.
–Ahora vivimos juntas –proclama en un momento de la conversación.
Su interlocutora, atónita, mueve la cabeza y mira primero a la una y después a la otra como si pidiera auxilio.
–Ah, ¿pero no lo sabías? Pues va ya para siete u ocho meses, desde antes del verano... Sí, lo veníamos hablando –continúa impertérrita la vivaracha después de agacharse un momento a recomponer alguna cosa en el carro– y un buen día nos dijimos que por qué no probarlo. Y dicho y hecho, a la mañana siguiente ya estaba yo con la mudanza.
En la cara de la conocida ha debido de verse pintado el desconcierto, si no el susto, porque la toma ligeramente del brazo, como si quisiera tranquilizarla:
–Sí, al piso donde ella vive –y señala a su compañera–, que es de alquiler. Juntando las dos pensiones y compartiendo los gastos lo podemos pagar sin agobios, y estamos las dos solas tan ricamente, libres y sin la carga del marido. Bueno, eso yo, porque ella de eso se libró ya hace tiempo, como sabes.
La aludida se limita a asentir.
–Y nada, chica, que estamos la mar de contentas las dos, ¿verdad? –y vuelve a señalar–. Bueno, yo sobre todo, porque no sabes el peso que me he quitado de encima, me refiero al marido, es como si de repente hubiera vuelto a ser otra, fíjate lo que te digo. Pensaba que a lo mejor me arrepentía, si seremos buenas, pero no, ni pizca. Más tonta fui por no haberlo hecho antes. Por no haber tenido el valor. Pero ese día me desquité. Y se lo dije bien claro: ahí te quedas. Así mismo, con estas mismas palabras. Me voy a vivir con una amiga. Ni siquiera le dije el nombre. Para fastidiarle más. Y si quiere pensar mal, que piense. Allá él. A ver cómo se arregla ahora. Porque mi marido era de los que, para comer, primer plato, segundo plato y postre; y para cenar lo mismo, primer y segundo plato cada día. Y así toda la vida, yo cocinando y de fregona y él despreocupado de todo y a sus anchas, repantigado en el sofá viendo la tele y gruñendo por una cosa o la otra. Conque ahí te quedas, le dije. Y hasta hoy.

lunes, 16 de enero de 2017

La hila

A nadie se le ocurre en una noche de invierno echarse al camino siendo ya de noche. Pues eso fue lo que hizo el difunto Tirso en pleno mes de enero. El cielo estaba raso y caía una helada de las de aúpa, de modo que la nieve brillaba como una patena en el monte y se había puesto dura y resbaladiza como un cristal en la vereda. Venía Tirso de Prioro aquella noche cuando después de pasar el Corral de los Lobos, al asomar ya al Canto del Vaquero, notó de repente un escalofrío que le bajaba por la espalda. Era ese temblor que dicen que le sacude a uno cuando los lobos le rondan ya muy cerca. No tardó en barruntarlos entre los piornos al lado de la vereda. Los pelos se le pusieron de punta bajo la boina. Eran dos, pardos, con el hocico afilado por el hambre. Tirso no llevaba más que una cachava en una mano y un fardel con los recados en la otra. Los lobos se fueron acercando y se le pusieron uno delante y otro detrás. Y todo el tiempo venga a cruzar la vereda sin parar, de arriba abajo y de abajo arriba. Es lo que hacen dos lobos cuando se encuentran con un hombre solo: no se atreven a tirársele al cuello y le rodean, le van arrinconando dando vueltas alrededor, cada vez más cerca, esperando a que el hombre resbale, tropiece y caiga al suelo. Pobre del que eso le ocurra, porque los lobos entonces no tardan ni un santiamén en echársele al cuello. Ese era precisamente el miedo que llevaba Tirso: resbalar en la nieve helada, dar un mal paso. Gritar no podía, porque el aliento del lobo ya se sabe que seca la voz en la garganta. Conque no le quedaba otra salida que seguir andando vereda adelante, muy despacio, eso sí, para no caerse. Imaginaos lo que se debe pasar en una noche así, ni un alma por esos montes tapados de nieve, con dos lobos aullando de hambre pisándole a uno los talones y atravesándosele al echar el paso adelante, el rabo levantado rozándole a veces las piernas. Pues así vinieron todo el Canto el Raso acá hasta la valleja de La Carbajosa. Y entonces fue lo peor, porque los lobos, se conoce que cansados de tanto esperar, estrecharon el cerco. Ya no se contentaban con dar vueltas alrededor, no: se paraban delante, desafiantes, como si fueran a embestirle, abrían la boca y le enseñaban los colmillos, afilaban las zarpas en la nieve helada. Tirso apenas se atrevía a levantar con vencida desgana la cachava, más para distraer el miedo que por otra cosa. ¡Cuántas veces debió de darse por perdido! Estaban ya en La Carbajosa, enfrente casi de la Peña el Oso, Tirso sin fuerzas ni siquiera para dar un paso más, desfallecido, entregado... Un minuto más que hubieran tardado en ladrar los perros y... Porque fue el ladrido de los perros, que habían barruntado algo y salían por El Rollo arriba, lo que le salvó. Los lobos, en cuanto los sintieron, se conoce que agacharon las orejas y se perdieron brezal adentro entre la nieve. Y Tirso, blanco como esa pared, no dijo palabra en un par de días, y otros tantos tardaron en quitársele los temblores y escalofríos.  
Bien podía ser esta una de las historias que se contaban antaño en la hila. En la hila o el filandón, que de las dos maneras se llamaba a las veladas que tenían lugar las noches de invierno en los pueblos de la montaña de León. La palabra viene del acto de hilar, labor en la que se afanaban con destreza las mujeres, la rueca apretada contra las rodillas, mientras con la punta de los dedos índice y pulgar de la mano izquierda estiran sin parar el copo de lana hasta convertirlo en alargadas y finas vedijas que van bajando en rápido girar hasta el huso; allí los dedos de la mano derecha delicadamente oprimen y retuercen las vedijas hasta volverlas en delgados hilos de lana que el continuo movimiento de rotación del huso va ovillando en su parte inferior.
Repartidos los vecinos por diferentes casas, pasaban así las horas alrededor de la lumbre (los hombres aplicados por lo general en quehaceres de tipo manual, como la reparación de alguna herramienta), y para hacer más amena la reunión se entretenían unos a otros contando viejas historias.
O leyendo, que se hacía de forma colectiva y en voz alta, bien turnándose los asistentes o bien asignándole la tarea al que tuviera más facilidad o mejor dicción.
Los libros solían ser siempre los mismos, novelas de tipo histórico o sentimental la mayoría de las veces, y las historias tenían que ver habitualmente con antiguas leyendas, tradiciones y costumbres ya perdidas, relatos de pastores y animales (el oso, los lobos...), caminantes extraviados en la niebla, apariciones, voces y luces misteriosas en lo más hondo del monte, campanas que tocan solas a medianoche, secretos de sotanas, anécdotas y chascarrillos de personajes conocidos de la comarca...
Discurría de este modo el tiempo de la hila, y afuera, mientras tanto, hilaba el cielo con minuciosa aplicación el manto de la nieve.

jueves, 12 de enero de 2017

Cuando el género sí que importa

Efectivamente, pues en muchos casos el género gramatical sirve para distinguir dos palabras iguales, pero de muy distinto significado. Así ocurre, por ejemplo, en las siguientes:
el capital (conjunto de bienes) y la capital (ciudad);
el clave (instrumento musical) y la clave (de un enigma);
el cólera (enfermedad) y la cólera (enfado violento, ira, enojo);
el cometa (astro) y la cometa (juguete infantil);
el corte (cuando se habla de incisiones o de prendas de vestir) y la corte (del rey);
el delta (del río) y la delta (letra griega);
el doblez (pliegue de una tela) y la doblez (hipocresía);
el editorial (artículo sin firma de un periódico) y la editorial (empresa editora);
el frente (militar o meteorológico) y la frente (de la cara);
el guía (persona que acompaña y orienta a los visitantes) y la guía (libro que contiene datos o normas sobre una materia);
el margen (de una página) y la margen (orilla de un río);
el orden (colocación, clasificación botánica o zoológica) y la orden (mandato, institución civil, religiosa o militar);
el parte (aviso, comunicación) y la parte (porción);
el pendiente (joya o adorno) y la pendiente (inclinación del terreno);
el pez (animal) y la pez (sustancia pegajosa);
el radio (línea de la circunferencia y hueso del antebrazo) y la radio (aparato);
el vocal (miembro de un tribunal) y la vocal (sonido del lenguaje).

En determinadas palabras, existe una clara diferencia de significado entre las formas masculina y femenina: el acero y la acera, el cargo y la carga, el cuadro y la cuadra, el cuento y la cuenta, el palo y la pala, el puerto y la puerta, el punto y la punta, el suelo y la suela...

A veces, el género señala alguna oposición semántica, como la dimensión del objeto (anillo y anilla, barco y barca, bolso y bolsa, cesto y cesta, cuchillo y cuchilla, jarra y jarro), la distinción entre árbol y fruto (castaño y castaña, manzano y manzana, olivo y oliva), la diferencia entre usuario e instrumento (el cámara y la cámara, el espada y la espada, el trompeta y la trompeta) u otras (fruto y fruta, río y ría)...

Claro que hay también algunas que, sin variar el significado, admiten los dos géneros: el mar y la mar (mala mar, alta mar), el azúcar y la azúcar (azúcar moreno o morena), el arte (románico) y las artes (plásticas).
Otras presentan formas distintas: abad y abadesa, actor y actriz, alcalde y alcaldesa, barón y baronesa, conde y condesa, duque y duquesa, emperador y emperatriz, gallo y gallina, héroe y heroína, juglar y juglaresa, poeta y poetisa (también, la poeta), príncipe y princesa, profeta y profetisa, rey y reina, sacerdote y sacerdotisa, tigre y tigresa, zar y zarina... O incluso requieren vocablos diferentes: caballo y yegua, carnero y oveja, padrino y madrina, padrastro y madrastra, toro y vaca, yerno y nuera...
Como asimismo las hay que sirven para el masculino y el femenino: artista, cantante, cónyuge, espía, estudiante, intérprete, joven, mártir, periodista, representante, testigo...

lunes, 9 de enero de 2017

La importancia de llevar un sobrenombre

Un sobrenombre distingue al que lo lleva, y lo señala y singulariza. Si se adjudica por razones de mérito o cualidades, el sobrenombre dignifica y enaltece; si por deméritos o defectos, rebaja y desacredita. Esto, que vale para todos, se ejemplifica y abunda en el caso de los grandes personajes históricos, y particularmente de los reyes y soberanos, que son los que a continuación ilustran estas sucintas consideraciones.
La lista, que no es ni mucho menos completa, pero sí, me parece, significativa, recoge los más curiosos del período histórico que va desde la Edad Media hasta el siglo XVIII, cuando las monarquías sufrieron los primeros embates de las ideas modernas.
Imperio bizantino: Andrónico II Paleólogo, Miguel II el Tartamudo, Miguel III el Beodo.
Reino de Asturias, León y Castilla: Alfonso II el Casto, Alfonso III el Magno, Alfonso IV el Monje, Alfonso X el Sabio, Bermudo I el Diácono, Bermudo II el Gotoso, Carlos II el Hechizado, Enrique III el Doliente, Felipe I el Hermoso, Fernando III el Santo, Fernando IV el Emplazado, García Fernández el de las Manos Blancas, Isabel la Católica, Juana la Loca, Ordoño IV el Malo, Pedro I el Cruel, Sancho I el Craso, Sancho II el Fuerte, Sancho III el Deseado, Sancho IV el Bravo.
Reino de Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares: Alfonso I el Batallador, Alfonso III el Liberal, Alfonso IV el Benigno, Alfonso V el Magnánimo, Berenguer Ramón I el Curvo (el Corbat, en catalán), Berenguer Ramón II el Fratricida, Jaime I el Conquistador, Jaime II el Justo, Juan I el Cazador o el Amador de toda gentileza, Martín I el Humano, Pedro III el Grande, Pedro IV el Ceremonioso, Ramón Berenguer I el Viejo, Wifredo el Velloso (Guifré el Pilós).
Reino de Navarra: Carlos III el Noble, Enrique I el Gordo, Felipe V el Largo, García Sánchez II el Temblón, Luis X el Obstinado, Sancho III el Mayor.
Reino de Portugal: Enrique el Navegante, Juan II el Perfecto, Manuel I el Grande o el Afortunado, Pedro I el Justiciero, Sancho I el Poblador, Sancho II el Capelo o el Piadoso.
Europa franco-carolingia: Carlos II el Calvo, Carlos III el Simple, Carlos VI el Bienamado, Carlos I el Temerario, Felipe II el Atrevido, Felipe III el Bueno, Luis V el Holgazán, Pipino el Breve.
Europa germánica: Enrique I el Pajarero, Enrique III el Negro, Enrique VI el Severo o el Cruel, Federico I Barbarroja, Federico III el Prudente.
Islas Británicas: Eduardo III el Confesor, Juan I de Inglaterra, más conocido como Juan sin Tierra.
Rusia: Iván IV el Terrible.

jueves, 5 de enero de 2017

Carta a los Reyes

Reyes Magos de Oriente no olvidados: Vuelvo a escribiros después de muchísimos años. Entonces, cuando aún no erais los padres, solía pediros una caja de pinturas de Alpino –la de doce, aunque con la de seis ya me conformaba: la de veinticuatro me parecía demasiado pedir.
La lista de este año es algo más larga, y a lo mejor las cosas que hay en ella son un poco más difíciles de encontrar, no sé, pero seguro que en el desván de algún palacio os quedan todavía existencias.
Os las digo según me van saliendo, sin más orden que el del pensamiento:
Un calendario que cuente los días más despacio, porque a los que vamos ya por allá arriba nos preocupa un poco que el tiempo pase tan deprisa, al fin y al cabo es lo único que tenemos.
Una entrada para asistir otra vez al paso de las estaciones.
Esperanzas, todas las que quepan en las alforjas de un camello, que los temores acechan como sombras detrás de cada esquina.
Una lupa, para perseguir erratas y escrutar en lo por venir.
Unos zapatos nuevos, por si es verdad la frase esa que viene en el diccionario.
La estrella, si no la necesitáis para el viaje de vuelta.
Un libro.
La lumbre de la infancia, que no se apague; tampoco la llama de la memoria.
El sueño de cada noche, que sea tranquilo.
El hilo del que pende casi todo, que aguante y no se rompa.
Y una caja de ilusiones, que cada vez escasean más y la última que me quedaba es esta, la de que me vais a traer las cosas que os acabo de enumerar –alguna por lo menos, aunque con un par de ellas me conformo: las doce me parece demasiado pedir.

lunes, 2 de enero de 2017

Cambiar de vida

De tanto estirar el hilo por uno y otro lado, y cortar aquí para enhebrar allá, y darle vueltas a la costura y recomponer el descosido, llega un momento en que la tela entera se vuelve tan fina y transparente que amenaza ruina de deshilacharse; las puntadas que damos por la mañana antes de salir de casa se deshacen en cuanto tropiezan con el picaporte de la calle, y así van pasando los días y la vida corre el peligro de descoserse por uno de esos sietes que luego ya no tienen compostura, igual que les pasa a las telas de araña cuando de golpe una tarde sopla uno de esos vientos novatos que salen sin avisar de los fuelles que hay detrás de las montañas y debajo de la piel del mar.
Se planta uno entonces en la esquina por donde asoman las sombras y ve el terraplén de los jirones que se precipita hacia el río negro que discurre oscuro en lo hondo y engulle en un santiamén todo lo que llega hasta sus aguas.
Es el momento en que tomamos la firme decisión de cambiar, de no correr más el riesgo de despeñarnos en un descuido por ahí abajo, de dar un volantazo y volver por donde solíamos, de buscar otra vereda, abrir otra ventana, intentarlo por otro mapa.
Nos reconciliamos de nuevo con nosotros mismos por haber sido capaces de tomar tan apremiante y provechosa decisión, consultamos mentalmente el calendario y, como no está muy lejano el día que se estrena el año, enseguida concluimos con óptimo criterio que qué mejor manera de celebrarlo, y aplazamos para esa fecha tan significativa la ejecución de nuestro irrevocable propósito, y así aguardamos que lleguen hoy estas primeras horas de un tiempo que se nombra con otro número distinto al de ayer para pensar que tenemos que pensar en serio el modo de poner en práctica de una vez por todas esas medidas urgentes, inaplazables, absolutamente necesarias si no queremos volver a enredarnos en la madeja de esos hilos que, de tanto estirarlos por un lado y por otro, llegará un día en que no se podrá dar con ellos ni una sola puntada.