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viernes, 30 de octubre de 2015

Efemérides literarias

Pío Baroja

Tal día como hoy, 30 de octubre, pero de 1956, moría en Madrid Pío Baroja, que había nacido en 1872 en San Sebastián.
Estudió Medicina en Madrid, profesión que ejerció por poco tiempo en Cestona (Guipúzcoa). Después se ocupó de un negocio familiar -una panadería-, que abandonó para dedicarse exclusivamente a la literatura y el periodismo. Consagrado como un escritor de éxito, su vida transcurrió entre Madrid y su casona de Itzea, en Vera de Bidasoa, con frecuentes viajes por España y Europa (durante la guerra civil vivió temporalmente en Francia). Murió en Madrid en 1956.
De la lectura asidua de Nietzsche y Schopenhauer le vino acaso su visión pesimista de la vida y el mundo, su actitud individualista y solitaria, su carácter inconformista e independiente y su escepticismo radical acerca de la religión, la política y la sociedad.
Baroja, autor de más de sesenta novelas, expuso con frecuencia sus puntos de vista sobre este género literario: la novela, decía, debe basarse en la observación directa de la realidad, pues el arte es inmensamente inferior a la vida (lo cual no quiere decir que el novelista no pueda imaginar personajes o intrigas); ha de ser también abierta, "un saco en el que cabe todo", según sus propias palabras: acción, descripción de ambientes y paisajes, reflexiones intelectuales y filosóficas... Y como la vida, ha de carecer de una estructura previa; por lo tanto, debe estar abierta a todos los acontecimientos y desarrollarse sin plan alguno. Todo ello con un único objetivo: entretener al lector.

Gran parte de sus novelas están asimismo estructuradas en torno a un personaje central, inconformista o aventurero, que viaja constantemente de un lugar a otro. A su lado, multitud de personajes secundarios ayudan, por contraste, a definir o matizar mejor su personalidad.
Por otra parte, su estilo claro y sencillo, antirretórico, de frases cortas y párrafos breves, contribuye, junto con la abundancia de los diálogos, a crear la sensación de vida y naturalidad, que es uno de las características de su producción.
El propio Baroja clasificó buena parte de sus novelas -treinta y cuatro- en trilogías, con un título que alude a algún rasgo común, temático o argumental, compartido por las tres.
La más conocida es sin duda La lucha por la vida, compuesta por La busca (1904), Mala hierba (1904) y Aurora roja (1905). Las tres obras tienen un mismo protagonista, Manuel Alcázar, y un mismo escenario: el Madrid de principios de siglo, ciudad a la que Manuel tiene que trasladarse cuando aún es un muchacho para ganarse la vida.
Otras novelas que, por una u otra razón, han obtenido un amplio eco son las siguientes:
.Camino de perfección (1902), cuyo protagonista encarna al personaje abúlico y angustiado de la Generación del 98.
.Zalacaín el aventurero (1909), uno de los típicos "hombres de acción" a los que tanto admiraba (él, que fue justo lo contrario, intelectual y sedentario).
.El árbol de la ciencia (1911), tal vez la más representativa en cuento a las ideas de Baroja, cuenta la vida de Andrés Hurtado, personaje inadaptado e inconformista (alter ego del autor en muchos aspectos), desde que comienza sus estudios de Medicina hasta que, tras sucesivos fracasos que culminan con la muerte de su mujer al nacer su primer hijo, se suicida. Su fracaso significa la derrota del que se acoge al árbol de la ciencia, del que pretende entender la vida en lugar de simplemente vivirla ("la verdad es mala para la vida", asegura un personaje). La acción transcurre fundamentalmente en Madrid y en Alcolea, un pueblo manchego del que se sirve Baroja para efectuar un amargo retrato de la España rural.
.Las inquietudes de Shanti Andía (1911), ambientada en el mar.
.Memorias de un hombre de acción (1913-1935), que agrupa veintidós novelas de corte histórico, protagonizadas por Eugenio de Aviraneta, personaje aventurero, tío abuelo de Baroja.
.Desde la última vuelta del camino (1944-1949), sus memorias personales en siete tomos.
           
Baroja es autor también de numerosos cuentos, entre los que sobresalen los reunidos en Vidas sombrías (1900), su primer libro publicado. De él he extraído el que reproduzco a continuación, muy ilustrativo, pese a ser un relato de juventud, tanto de sus querencias temáticas como de su peculiar tono narrativo.

                                                El vago

Apoyado en una farola de la Puerta del Sol, mira entretenido pasar la gente.
Es un hombre ni alto ni bajo, ni delgado ni grueso, ni rubio ni moreno; puede tener treinta años y puede tener cincuenta; no está bien vestido, pero tampoco es un desarrapado.
¿Qué hace? ¿Mira algo? ¿Espera algo? No, no espera nada. De vez en cuando sonríe; pero su sonrisa no es sarcástica, ni su mirada es oblicua.
[...] ¿Es algún empleado? No ¿Tiene rentas? Tampoco ¿Alguna industria? ¡Pchs! Casi, casi es una industria vivir sin trabajar.
Vamos, es un vago. Si, es un vago. Ya veo a los catones de las tiendas de ultramarinos indignarse contra ellos, usando la prosa estúpida de un confeccionador de artículos de periódico de gran circulación. El vago, para todos esos moralistas, es casi un criminal.
El mío, ese de quien hablo, seguramente no lo es; tiene la mirada profunda, la boca burlona, el ademán indolente.
Mira como un hombre que no espera nada de nadie.
Es un espectador de la vida; no es un actor. Es un intelectual.
Un vendedor de periódicos se acerca al farol donde se apoya el vago, y se recuesta en él.
Un farol puede sostener dos espaldas.

Un vago apoyado en un farol es motivo de reflexión. El farol, la ciencia, la rigidez, la luz; el vago, la duda; la indecisión, la sombra.
¡Glorificad a los faroles! ¡No desprecies a los vagos!
Alguno dirá: "¡Bah! Ser vago, cosa facilísima". Error; error profundo; ser vago es casi ser filósofo, es algo más que ser un cualquiera.
¿Que hay vagos a patadas? ¡Qué ha de haber! Tenéis en la clase alta, gomosos, clubman, sportman, más o menos elegantes, más o menos smart , y hasta snobs, si queréis. Todos estos son átomos brillantes de la atmósfera de imbecilidad que recubre a este planeta que habitamos, pero no son vagos. No hay más que mirarlos; andan de prisa, dando zancadas, como si en la vida hubiese algo que valiese la pena de correr, y van siempre pensando en algún caballo, en alguna mujer, en algún perro, en algún amigo, o en otra cosa sin importancia de la misma clase. En las otras capas o costras sociales hay empleados, estudiantes, mendigos, maletas y demás morralla; pero tampoco son vagos perfectos, porque no dejan correr la vida; la emplean en tonterías, en cosas mezquinas; no se dejan arrastrar por el farniente, como el vago tipo, al cual no se le puede achacar más que esa pequeña debilidad de perder la afición al trabajo en la flor de la juventud.
El vago será un bagatela, pero no es una escoria. [...]

El vago del farol y yo nos conocemos, y nos hablamos.
Me protege. Es un hombre que no saluda a nadie. Debe tener pocos amigos; quizá no tenga ninguno. Señal de inteligencia. El mayor número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez. Creo que es una frase.
¿A inteligente? No le gana nadie.
Se le habla de política…, sonríe; se le habla de literatura…, sonríe; se le habla de cualquier otra cosa…, sonríe.
El otro día dijo uno de él que debía ser un imbécil.
Pero es lo que pasa en estas sociedades sin freno; se empieza a hablar mal de las personas serias, y se llega a hablar mal hasta de los vagos.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Cuatro milagros

Son casi innumerables las acciones que, sin apenas darnos cuenta, de manera automática o inconsciente la mayoría de las veces, realizamos cotidianamente, en casa por ejemplo, y no hace falta que el recuento abarque una jornada entera, bastaría con delimitar un breve intervalo en el diario quehacer, los momentos que siguen al despertar, pongamos por caso, o el habitual primer recorrido con que tomamos posesión del entorno y nos acogemos a él y lo reacomodamos: abrir una ventana, descorrer una cortina, mirar al cielo, amansar un bostezo, palpar un mueble, abrochar un botón, apagar una lámpara, estirar una tela, apartar una silla, recoger una prenda, alinear un cuadro, entornar una puerta, doblar una toalla, arrimar un frasco, mover una alfombra, rodear una mesa, aproximar una planta, curiosear un estante, centrar un jarrón, rectificar un cojín, revisar el sofá, ponerse las gafas, explorar un cajón, acariciar un vaso...

En los preparativos para salir a la calle el proceder es más consciente y aplicado, la espontaneidad se tiñe de advertencia y previsión, la motivación y las miras son asimismo más prosaicas: consultar el reloj, asesorarse en el armario, visitar el espejo, componer la imagen, inspeccionar las nubes, proveerse de adminículos, calzarse los zapatos, repasar el atavío, comprobar los bolsillos, asegurarse de las llaves, verificar las luces, cerrar la puerta, armonizar el gesto...

Y de vuelta a casa, cumplidas las obligaciones o dando por concluida la travesía laboral, al recogerse cada cual dentro en sus más personales parapetos contra el desánimo y la rutina y el cansancio que trae de fuera, es el momento en que suelen acaecer cuatro de esos pequeños milagros nuestros de cada día a los que, de tan acostumbrados, casi nunca prestamos atención: pulsar un interruptor y que baje de arriba la claridad, presionar una tecla y que el aire se llene de música: ¡dos prodigios con solo apretar un botón! El tercero tiene lugar cuando, al abrir el grifo, mana el agua como si allí mismo hubiera una fuente. El cuarto, al pasar las páginas de un libro en el regazo de un sillón.

lunes, 26 de octubre de 2015

Poema

Y como complemento y continuación de lo que el otro día conté aquí sobre el oficio de pastor, este poema:

Carta al padre, pastor trashumante

                                               A Epifania Rodríguez, in memoriam

Una noche de invierno, en la cocina
la pobre lumbre arde.
Los niños y sus toses
buscan el fuego para calentarse.
Miran embelesados las culebras
rojas que mueve el aire,
y suben por los sueños
que no se atreven a contar a nadie.
A la luz de una vela
la madre escribe con el gesto grave,
minuciosa la letra y muy despacio
no sea que la tinta se derrame.
Es la primera carta
desde que aquella tarde
marchó con el rebaño.
Y son tantas las cosas que contarle...
Termina de hilvanar
insegura una frase
y pregunta solícita a los niños
si tienen algo que decirle al padre:
Sí, madre, que en el arca hay poco pan...
                   
                       (De Cien lecciones de cosas)



viernes, 23 de octubre de 2015

Notas de lectura


Resultat d'imatges de herodotoRefiere Heródoto en su curiosísima Historia (Libro V) que los trausos, uno de los pueblos que habitaban en la Tracia, "...con ocasión del nacimiento y de la muerte de uno de los suyos, obran como sigue: en el primer caso, los parientes del recién nacido toman asiento a su alrededor y se lamentan ante la serie de males que, por el hecho de haber nacido, deberá sufrir la criatura, enumerando todas las desventuras propias de la vida humana; en cambio, al que fallece le dan sepultura entre bromas y manifestaciones de alegría, alegando que, libre ya de tan gran número de males, goza de una completa felicidad".

Thomas de Quincey, en su célebre Del asesinato considerado como una de las bellas artes (1827), habla de una sociedad londinense para proteger el crimen, y menciona otra, en
Brighton, destinada a la supresión de la virtud.

Y Azorín, en El escritor (1942):
"–¿Y sigue usted trabajando al romper el día?
–No quiero dejar mal a Bartolomé Leonardo de Argensola, que habla de quien escribe a 'la luz de vigilante lamparilla o en la estudiosa luz de las auroras', y sigo trabajando. La lamparilla vigilante la apago al hacerse de día".
¡La estudiosa luz de las auroras...!

jueves, 22 de octubre de 2015

Oficio de pastor

Mi abuelo, que fue toda su vida pastor trashumante, anduvo el camino de los puertos de montaña de León a las dehesas de Extremadura cincuenta y dos años, los cuarenta y siete primeros a pie y los cinco restantes un trecho en el coche de san Fernando, hasta la estación de Palencia, y lo demás en tren. Bajaba por estas fechas, con los primeros fríos de octubre, siguiendo el rebaño de las ovejas de raza merina por las cañadas. A la espalda en un morral llevaba el sustento diario –pan y un poco de queso o de tocino, siempre lo mismo: él lo llamaba el compango- y en un burro, los enseres y provisiones para toda la temporada. El viaje duraba treinta jornadas. Por el día cuidaba del ganado y por la noche dormía a la intemperie, tapado con una manta, el oído atento a los lobos y a los cencerros de las ovejas y a los ruidos del redil. El sol era bienvenido, y la lluvia aceptada con resignación. Pasaba cerca de los pueblos pero no entraba en ninguno. (Los que salían a ver el paso del rebaño miraban a los pastores con altivez y un punto de recelo.) Sabía de memoria todo lo que había que saber sobre las estrellas, el cielo, los cantos de los pájaros, las huellas de los animales y el color de las hojas de los árboles y de la niebla. En Extremadura dormía en un chozo y pasaba cerca de nueve meses en la dehesa cuidando del rebaño de un amo al que ni siquiera conocía. Solo un puñado de ovejas era de su propiedad, y esa era la única concesión a la que tenía derecho, y casi su única soldada. Un par de veces en todo el invierno escribía a casa una carta temblorosa y contenida. En la primavera, por el mes de mayo, volvía a hacer el mismo camino en sentido inverso. Más de un año, al llegar al pueblo en las montañas de León, salía su mujer a esperarle con el hijo que había nacido un par de meses antes en brazos. A los que ya se habían hecho mayores les traía en los bolsillos de la chaqueta de pana bellotas de encina, que eran un poco dulces y duraban mucho en la boca.
Mi abuelo, que no tuvo nunca un solo día de vacaciones, se murió en la primavera de 1965 sin saber lo que era un turista, ni lo que esa palabra significaba.  

martes, 20 de octubre de 2015

En el diccionario: posibilidades del ser

De cualquier persona, hombre o mujer, y dependiendo de lo que cada cual quiera resaltar de ella, alguna virtud o cualidad, o, por el contrario, su lado menos amable o determinada ruindad, se puede decir, según el diccionario, lo que sigue: que es un alma de Dios, un santo varón, un bendito o una bendita, un trozo (o pedazo, o cacho) de pan, un alma de cántaro, un ángel, un demonio, un pobre diablo, una buena pieza, una buena alhaja, una mosquita muerta, un mal bicho, un bicho raro (o simplemente un bicho), una sabandija, un cardo, una mala pécora, una rémora, un hueso duro de roer, un gallina, un gallito, un lince, una hormiga, un zángano o una zángana, un pez gordo, un hombre de paja, un alcornoque, un ciruelo, un adoquín, un cabeza cuadrada, un cabeza de chorlito, un ratón de biblioteca, un as, un vivalavirgen, un vivales, un bala perdida, un tonto o una tonta de capirote, un don nadie, un cero a la izquierda, el último mono...
También se puede ser de lo que no hay, o de armas tomar, o un alma en pena, o pobre de espíritu, o cabeza de turco, o chivo expiatorio, o carne de cañón, o la oveja negra, o el garbanzo del mismo color, o perro viejo, o pájaro de mal agüero, o culo de mal asiento, o cerrado de mollera, o ligero de cascos, o chapado a la antigua, o de buena pasta, o de la cáscara amarga, o la carabina de Ambrosio, o mano de obra, o la mano derecha de alguien, o más chulo que un ocho, o más feo que Picio, o más listo que el hambre (y que Lepe), o más tonto que Perico el de los palotes, o más viejo que Matusalén...
Y también, no ser trigo limpio.

jueves, 15 de octubre de 2015

Árbol

Árbol

Me pongo en mayo
hojas nuevas cada año.

Octubre abajo,
todas se van volando.

Sombra ya no hago;
tampoco vienen pájaros.

(De Cien lecciones de cosas)

domingo, 11 de octubre de 2015

Versos de memoria. (Florilegio castellano I)

Acaso no los mejores, pero sí los que a uno le parecen más significativos, inspirados y bellos, por lo que dicen o por el modo como lo dicen, los de más alta o callada melodía, los que acuden con una cierta asiduidad a la conversación, los que han perdurado, los que se han quedado escritos para siempre en la memoria...
El orden de aparición es estrictamente cronológico, con el año de nacimiento del autor como único criterio de referencia.

1 En la tercera estrofa de la Coplas de Jorge Manrique (1440?-1479) aparece la primera gran metáfora de la lírica castellana, convertida en proverbial imagen del fugit irreparabile tempus:

            Nuestras vidas son los ríos
            que van a dar en la mar,
            que es el morir...
                                  
2  Juan Boscán (1490?-1542?) contrapone en el último terceto de sus soneto XCV la feliz mentira de los sueños a la amarga verdad de la vida:

            Durmiendo, en fin, fui bienaventurado,
            y es justo en la mentira ser dichoso
            quien siempre en la verdad fue desdichado.

3 En el último verso del famoso soneto X (¡Oh dulces prendas por mi mal halladas...) de Garcilaso de la Vega (1501?-1536), el poeta expresa su temor de que esas prendas -tal vez un pañuelo, un bucle, una cinta..., recuerdos de la amada inalcanzable y definitivamente ausente - no deseen otra cosa sino...:
 
            verme morir entre memorias tristes.

Pocos versos -ninguno, para un servidor: siempre fue mi preferido- tan bellos como este.
Del mismo Garcilaso, la conocida aliteración onomatopéyica (repetición de la s para imitar el sonido natural de las abejas al volar) con que termina la estrofa 10 de la Égloga III:

            ...en el silencio solo se escuchaba
            un susurro de abejas que sonaba.
           
4 Gutierre de Cetina (1510?-1554?) comienza su delicado madrigal quejándose de las desdeñosas miradas de la amada:

            Ojos claros, serenos,
            si de un dulce mirar sois alabados,
            ¿por qué, si me miráis, miráis airados?

5 De la Vida retirada o Canción de la vida solitaria -tópico del beatus ille-, de fray Luis de León (1527-1591), los versos del comienzo:

            ¡Qué descansada vida
            la del que huye el mundanal ruïdo
            y sigue la escondida
            senda, por donde han ido
            los pocos sabios que en el mundo han sido...

Y unas estrofas más adelante, redundando en el elogio de la vida austera y pobre:

            A mí una pobrecilla
            mesa, de amable paz bien abastada
            me baste...

También de fray Luis, los dos primeros versos de su oda A Francisco de Salinas:

            El aire se serena
            y viste de hermosura y luz no usada...
           
6  Baltasar del Alcázar (1530-1606), después de ponderar en un soneto la belleza del cuerpo de la amada, concluye en los dos últimos versos:

            Si lo que vemos público es tan bello,
            ¡contemplad, amadores, lo secreto!

7 Francisco de Aldana (1537-1578)formula en los dos primeros versos de este soneto el tópico de la vanidad del mundo (vanitas vanitatum):

            En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,
            tras tanto varïar vida y fortuna...

8 En la decimoquinta estrofa del Cántico espiritual, de san Juan de la Cruz (1542-1591) que comienza así: "¿Adónde te escondiste, Amado, / y me dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste / habiéndome herido; / salí tras ti clamando y eras ido", estos dos versos, perfecto ejemplo de oxímoron el primero de ellos:

            la música callada,
            la soledad sonora...

9 En su famoso soneto "Mientras por competir con tu cabello...", Luis de Góngora (1561-1627) desarrolla el tópico del carpe diem, pero advirtiendo, de acuerdo con la sensibilidad pesimista del barroco, que la vida es efímera y que la belleza y la juventud, simbolizadas en las imágenes del oro, el lirio, el clavel y el cristal luciente con que ha descrito el cabello, la frente, los labios y el cuello de la mujer, se convertirán con la llegada de la muerte...

            en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Así, de forma tan sombría concluye la vida, y con esta amarga gradación descendente -pero tan rítmica, como el sonido fúnebre de un tambor, por la distribución del acento en la primera sílaba de los cinco elementos- lo hace también el soneto.
En la descripción de la oscura cueva, lecho tenebroso de la noche más negra, en que mora el mítico cíclope Polifemo (Fábula de Polifemo y Galatea), Góngora menciona las aves nocturnas que tienen allí su albergue (repárese en que los acentos rítmicos del primer verso recaen en la misma sílaba tur):

            ...infame turba de nocturnas aves,
            gimiendo tristes y volando graves.

10 Del gran Lope de Vega (1562-1635) podrían traerse aquí un buen número de versos y estrofas, como el principio y el final de uno de sus más conocidos sonetos: "Desmayarse, atreverse, estar furioso, / áspero, tierno, liberal, esquivo [...]: esto es amor; quien lo probó lo sabe"; o el primer cuarteto de este otro: "Ir y quedarse, y con quedar partirse; / partir sin alma, y ir con alma ajena; oír la dulce voz de una sirena / y no poder del árbol desasirse"; o el comienzo del celebérrimo romance: "A mis soledades voy, / de mis soledades vengo, / que para hablar conmigo /me bastan mis pensamientos."
Pero elijo sin ningún género de duda los cuatro primeros versos de este romancillo incluido en La Dorotea, en el que la barquilla es símbolo de una vida triste y solitaria que se acaba:

            Pobre barquilla mía,
            entre peñascos rota,
            sin velas desvelada,
            y entre las olas sola.

11 En la Epístola moral a Fabio, de Luis Fernández de Andrada (1575-1648), hay un verso que bien podría servir como provechoso lema vital:

            Iguala con la vida el pensamiento...

12 Del archiconocido soneto de Francisco de Quevedo (1580-1645) que lleva el significativo título de Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió, los versos del primer terceto, síntesis definitiva del tempus fugit, con esa originalísima sustantivación de las formas verbales en el último verso:

            Ayer se fue; mañana no ha llegado;
            hoy se está yendo sin parar un punto:
            soy un fue, y un será, y un es cansado.

Del mismo autor, los dos primeros versos, llenos de fina gracia, del soneto Amante agradecido a las lisonjas mentirosas de un sueño:

            ¡Ay, Floralba! Soñé que te... ¿Dirélo?
            Sí, pues que sueño fue: que te gozaba.

Y, también de don Francisco de Quevedo, los dos primeros tercetos de la también conocidísima Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, escrita a don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, en su valimiento (epístola que, según algunos, el propio Quevedo dejó en un banquete bajo la servilleta del todopoderoso conde luego conde-duque, valido del rey Felipe IV):

            No he de callar, por más que con el dedo,
            ya tocando la boca o ya la frente,
            silencio avises o amenaces miedo.

            ¿No ha de haber un espíritu valiente?
            ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
            ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?



sábado, 10 de octubre de 2015

Otoño

Los caminos del otoño… Da lástima pisarlos. Me dan ganas a veces de quitarme los zapatos y andar descalzo sobre las hojas. Procuro caminar despacio y con suavidad, para no aplastarlas, pero, aun así, tengo la impresión de estar haciendo algo indebido, como si paseara con las botas sucias por los pasillos alfombrados de un palacio.
¿Quién le pinta los colores a las hojas? Las hay amarillas, doradas, marrones, del color del oro viejo, del rojo de las crestas de gallo, del anaranjado del atardecer, del cobre que recubre por dentro los calderos antiguos…
¿Por qué los árboles se desprenden de las hojas antes de que llegue el frío? ¿Recompensan así, proporcionándole abrigo, al redondel de tierra que sombrean en el buen tiempo? ¿Para tener al viento entretenido por los caminos? ¿Les estorban acaso para dormir el sueño blanco del invierno?
Hojas que se amontonan como monedas antiguas sin valor, hojas que vagan por el aire como si fueran pensamientos sin dueño, hojas sobre las que caminan las estrellas cuando bajan por las noches a refrescarse los pies en el rocío…
Párpados desprendidos, alas rotas, ideas perdidas, pájaros asustados que estuvieran aprendiendo a volar, monedas con las que pagan los árboles el sustento que da la 
tierra a sus raíces.   

jueves, 8 de octubre de 2015

El negocio del siglo

Sería el negocio del siglo, de verdad. Una casa en la montaña. O cerca de la playa. Eso da igual. Los clientes la alquilan para pasar en ella unos días. O unas horas, porque el precio es alto. La casa, aislada y solitaria. Como mucho, con su jardincito. Se encierran en ella, pasan allí dentro sin salir el tiempo que quieran. Luego, cuando salen y vuelven a la vida rutinaria de cada día, se les restituye el tiempo que hayan estado en la casa. Que han estado dos días, pues se les devuelven los dos días, se les entrega una tarjeta que diga: canjeable por dos días en su vida habitual. Que han estado doce horas, se les restituyen las doce horas. Con una particularidad: ese tiempo lo puede añadir a su vida el cliente cuando él quiera. Quiero decir que podrá prever de antemano lo que va a hacer con él, en qué lo va a gastar, cómo lo va a vivir: con la familia, por ejemplo, o trabajando, o tumbado en el sofá. Un tiempo de más a su entera disposición; como una paga extra, pero en horas, o en días, quién sabe si hasta en semanas o meses.
Eso al principio. En una primera etapa. Hasta que el negocio se consolide. Luego se ofrecería la posibilidad de que el mismo tiempo pasado en la casa se pudiera volver a vivir en el pasado. El cliente elegiría la época de su vida en la que podría disfrutar de ese tiempo regalado. Podría vivirlo, por ejemplo, en la infancia, y regresar así temporalmente a esos años que todos llevamos dentro, o en la adolescencia, o en aquel año de su vida en que fue feliz. En el lugar y las circunstancias que se le antojasen. Figúrate: lo de recuperar el paraíso perdido dejaría de ser un sueño de poetas.           
¿No te parece que sería el negocio del siglo? 

                                                     .........

"¿A quién me nombrarás que conceda algún valor al tiempo, que ponga precio al día...? [...]
Todo, Lucilio, es ajeno a nosotros, tan solo el tiempo es nuestro: la naturaleza nos ha dado la posesión de este bien fugaz y deleznable, del cual nos despoja cualquiera que lo desea.
Y es tan grande la necedad de los mortales, que permiten que se les carguen a su cuenta las cosas más insignificantes y viles, en todo caso sustituibles, cuando las han recibido; en cambio, nadie que dispone del tiempo se considera deudor de nada, siendo así que este es el único crédito que ni siquiera el más agradecido puede restituir".

                                                                                   Séneca, Cartas a Lucilio

martes, 6 de octubre de 2015

En el diccionario. Coser y cantar

Pasea uno por el diccionario y se encuentra a cada paso y en cada página con dichos que rebosan frescura y espontaneidad, modismos llenos de gracia e imaginación, giros sorprendentes e ingeniosos, locuciones que combinan realismo y fantasía, frases hechas que despiertan sugerencias múltiples o son el resultado de insospechadas asociaciones...:

.no estar el horno para bollos
.pedir peras al olmo
.poner los puntos sobre las íes
.hacer la vista gorda
.meterse en la boca del lobo
.no dar el brazo a torcer
.armarse de paciencia
.en un abrir y cerrar de ojos
.no dar pie con bola
.estar en ascuas
.entrar por el aro
.andarse por las ramas
.no tener vuelta de hoja
.echar leña al fuego
.cara de pocos amigos...

O caras largas, o cara de viernes, que se decía mucho antes para referirse a la macilenta y triste, acaso porque gran parte de los viernes del año eran días de ayuno o de abstinencia: hoy esa cara correspondería más bien a la de los lunes.
Y la expresión que particularmente más me gusta, por la forma y por lo que significa, y ojalá los trabajos y los días de cada cual fueran siempre eso: coser y cantar.

Frases hechas, locuciones, giros, modismos y dichos de unos tiempos en que los hablantes sabían más de la gramática parda que de la académica.

domingo, 4 de octubre de 2015

El Pico de las Palabras

No es por disuadir, pero si alguien quiere llegar al pueblo de uno, no en coche por carretera sino andando por la vereda, tiene que pasar necesariamente por El Corral de los Lobos, o, desviándose un poco más al norte, atravesar el Monte Oscuro.
Merece la pena el paseo en cualquier caso. Y además, una vez en el término vecinal, puede el caminante subir (es ritual obligado para los nativos, y un servidor procura cumplir con él siempre que va) a un pico que tiene un nombre singular y muy bonito: el Pico de las Palabras. Y a no mucha distancia, cruzando por Peña Vedada y El Cueto Mancebo, podrá asimismo, siguiendo la vereda que llevaba al viejo Riaño hoy sepultado bajo el pantano, beber un trago de agua fresca en la Fuente Escribida...
El nombre de ese pico nos llamaba mucho la atención de niños, y desde entonces lo he  asociado siempre, como ya dejé constancia en uno de los relatos que integran mi libro Años de guardar (2011), al misterioso origen de las palabras.
Reproduzco a continuación el comienzo del citado relato:

                                               El Pico de las Palabras

En La Braña hay un pico que se llama el Pico de las Palabras. Es el más alto de todos y está un poco a la derecha de por donde se pone el sol, al noroeste si hubiera que señalar el punto cardinal. Visto desde el pueblo tiene forma de triángulo, o de pirámide, y por la cara de detrás mira al otro valle, el del río Esla.
De muy pequeño estaba convencido de que se llamaba así porque dentro se guardaban las palabras, todas las palabras, cada una en una caja muy pequeña y todas bien apiladas unas encima de otras desde el hondón hasta lo más alto del pico, y las que no cabían en esa pila, ordenadas por todos los rincones. Nunca me pregunté quién las había puesto allí Dios, a lo mejor, o el que hubiera inventado el hablar, y tampoco hablé de ello con nadie, ni siquiera cuando más tarde empecé a pensar en otras cosas, siempre dándole vueltas a lo mismo.   
Esto de las palabras es un misterio.
Teótimo, Gaudencio y los otros se me quedaron mirando extrañados.
¿Por qué lo dices?
Porque sí.

A ver, explícate.
Quién las hizo, por ejemplo.
¡Toma, quién iba a ser: Dios!
¿Y cuándo? En el libro de Historia Sagrada no sale nada de eso, y cuando explica las cosas que creó en los seis días que estuvo trabajando no dice que hubiera hecho las palabras. ¡Y el séptimo ya estaba cansado y lo pasó entero descansando, o sea que ese día tampoco las hizo!
No, las palabras se hicieron ellas solas.
¡Sí, hombre, no se hicieron solos ni el mar ni las estrellas y se van a hacer las palabras!
¿Entonces?
El señor maestro dijo un día que las habían traído los romanos.
¿Los romanos? ¡Pero si esos he oído decir yo que hablaban en latín, como los señores curas en la iglesia!
Pues serían entonces los primeros pobladores los que las trajeron…
¿Y quiénes fueron esos, listo?
¡Toma, los iberos, los celtas y los celtíberos!
Como no salíamos de dudas, ya un día alguno se atrevió a preguntarlo en la escuela.
Señor maestro, ¿quién hizo las palabras?
El señor maestro se quedó callado, como si no hubiera oído la pregunta, luego nos miró uno por uno, movió la cabeza y dijo:
Eso ya lo aprenderéis cuando seáis mayores.
Debíamos de andar entonces por los ocho años, y el misterio se quedó sin resolver.


viernes, 2 de octubre de 2015

De la belleza

La belleza, nadie diría nunca lo contrario, ha de ser pura, incontaminada, libre, sin ataduras ni sujeciones de ningún tipo. El cisne, por ejemplo, su blancura inmaculada, no admitiría ni una sola sombra (Rubén Darío vio en la forma de su cuello un signo de interrogación, que a él le remitía a las grandes preguntas: de dónde venimos y, sobre todo, a dónde vamos…). Siguiendo este razonamiento, también las palabras que designan la belleza habrían de serlo, puras e incontaminadas, qué menos se les puede pedir. Y a ello vamos, empezando por los adjetivos, que quién sabe si no nos depararán alguna sorpresa:

bello, lla, del latín bellus, "que tiene belleza": parece que no hay nada que objetar.

bonito, ta, diminutivo de 'bueno',  que proviene a su vez del latín bonus: bonito por 'agradable', 'útil', 'bondadoso'...

guapo, pa, del latín vappa, que significaba "vino estropeado", y también "hombre vil" y "vagabundo"; guapo se aplicó asimismo al 'rufián', al 'chulo', al 'granuja'...

hermoso, sa, del latín formosus, "dotado de hermosura".

lindo, da, del latín legitimus, equivalente a "completo, perfecto" (la forma culta, en cambio, 'legítimo', adquirió el significado de "conforme a la ley").

precioso, del latín pretiosus, y este de pretium, que en castellano dio 'precio': la belleza, así pues, mezclada con el "valor pecuniario en que se estima algo".

De manera que podemos dejarlo casi en un empate: tres a tres.