Refiere Heródoto
en su curiosísima Historia (Libro V)
que los trausos, uno de los pueblos que habitaban en la Tracia, "...con
ocasión del nacimiento y de la muerte de uno de los suyos, obran como sigue: en
el primer caso, los parientes del recién nacido toman asiento a su alrededor y
se lamentan ante la serie de males que, por el hecho de haber nacido, deberá
sufrir la criatura, enumerando todas las desventuras propias de la vida humana;
en cambio, al que fallece le dan sepultura entre bromas y manifestaciones de alegría,
alegando que, libre ya de tan gran número de males, goza de una completa
felicidad".
Thomas de
Quincey, en su célebre Del asesinato
considerado como una de las bellas artes (1827), habla de una sociedad
londinense para proteger el crimen, y menciona otra, en
Brighton,
destinada a la supresión de la virtud.
Y Azorín,
en El escritor (1942):
"–¿Y sigue usted trabajando al romper el día?
–No quiero dejar mal a Bartolomé Leonardo de Argensola, que
habla de quien escribe a 'la luz de vigilante lamparilla o en la estudiosa luz
de las auroras', y sigo trabajando. La lamparilla vigilante la apago al hacerse
de día".
¡La
estudiosa luz de las auroras...!
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