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viernes, 30 de diciembre de 2016

Doce noticias del año viejo

1
Moscas con alas de hada que superan a las creadas por la madre naturaleza
Investigadores fabrican moscas con alas de fantasía que no existen de forma natural y que las hacen más ágiles
(El País, 1/03/2016)

2
El 63% de los gorriones de Europa ha desaparecido
La contaminación, la falta de zonas verdes o el avance de especies invasoras son las principales causas de que estas aves ya no estén de las ciudades
(El Mundo, 5/04/2016)

3
Los niños españoles están tristes
El informe de Unicef sobre la desigualdad infantil en los países ricos coloca a España en la cola de la UE ingresos y satisfacción vital
(El Mundo, 14/04/2016)

4
Devuelve un libro a la biblioteca con más de 21.000 días de retraso
La institución decidió no multar a la mujer porque el ejemplar estaba en muy buen estado.
(La Razón, 4/05/2016)

5
La policía de Japón busca a un niño abandonado en el bosque como castigo por portarse mal
El menor, de 7 años, no llevaba comida y fue perdido de vista en una zona habitada por osos salvajes
(Abc, 30/05/2016)
Hallado vivo el niño que abandonaron sus padres en un bosque de Japón
El menor, de siete años, ha pasado seis días desaparecido sin comida
(El País, 3/06/2016)

6
El descomunal rastro de C02 de tu WhatsApp
Compañías energéticas y tecnológicas buscan fórmulas para mitigar el impacto ecológico de internet.
(Cinco Días, 3/07/2016)

7
Casi un 40% de los españoles no ha leído un libro el último año
El Barómetro del CIS desvela que un 68,9 % no ha visitado ningún museo y un 49,7 % dice no haber ido nunca al cine

8
Diez mil aviones en el aire en este momento
En España, más de 6.000 aviones aterrizan, despegan o sobrevuelan su espacio aéreo cada día
(La Vanguardia, 27/07/2016)

9
Unicef cifra en unos 50 millones el número de niños desplazados
Casi la mitad de los refugiados son menores, según la agencia de la ONU para la infancia
(El País 7/09/2016)

10
Una murciana de 94 años se licencia 75 años después de empezar la carrera
Fernanda Pozo Carreño recibe el título de Química de la Universidad de Murcia
(El País, 22/11/2016)

11
Amazon completa con éxito la primera entrega de un pedido con un dron
Fue la semana pasada en Cambridge (Reino Unido) y tardó 13 minutos
(El Economista, 14/12/2016)

12
Islandia: el país donde la tradición de Nochebuena es pasarse la noche leyendo
Los islandeses tienen una manera peculiar de pasar la Navidad: leyendo y en la cama
(www.playgroundmag.net 20/12/16)


jueves, 22 de diciembre de 2016

Un cuento de Navidad

Antón Chéjov (1860-1904), uno de los grandes maestros del relato corto, es el autor del que sigue, muy apropiado para estas fechas.
En el cuento se alternan y entrecruzan dos narradores, uno externo en tercera persona que se limita a informar sobre la situación actual de Vanka y su pasado, y un narrador en primera persona, el propio Vanka, que da sentida cuenta de su vida en la carta que escribe al abuelo.
Aparte de la ilusión –imposible– de Vanka por volver junto a su abuelo, el tema central del cuento es el contraste entre el miserable presente en la ciudad y el recuerdo de un pasado feliz en la aldea.
Que la acción se sitúe en Navidad no es solo para subrayar ese contraste y la infelicidad de Vanka, sino porque la carta que escribe al abuelo pidiéndole que venga a buscarle es en realidad la carta inocente de un niño a los Reyes Magos, como lo confirma su ingenuidad en el momento de escribir la dirección en el sobre (y su creencia, puesta de manifiesto en el sueño final, de que llegará a su destino, algo que el lector sabe que no llegará a suceder).

                                                           Vanka

Vanka Zhukov, un muchacho de nueve años, que había entrado hacía tres meses como aprendiz en casa del zapatero Aliajín, no se acostó la noche de Navidad.
Cuando, cerca de las doce, los amos y los oficiales se fueron a la iglesia para asistir a la misa del gallo, cogió del armario un frasquito de tinta y una pluma con la punta enmohecida y, colocando ante él una hoja arrugada de papel, se dispuso a escribir.
Antes de empezar, dirigió a la puerta una mirada en la que se dibujaba el temor de ser sorprendido; miró luego al icono oscuro del rincón y dejó escapar un largo suspiro.
El papel se hallaba sobre un banco, y se arrodilló frente a él.
"Querido abuelo Konstantín Makárich –escribió–. Soy yo quien te escribe. Te deseo una feliz Navidad y le pido a Dios que te dé todo lo mejor. No tengo ni padre ni madre; solo te tengo a ti..."
Vanka miró a la oscura ventana, en la que se reflejaba la sombra vacilante de una vela, y se imaginó a su abuelo Konstantín Makárich, empleado como guardia nocturno en casa de los señores Zhivárev. Era un viejecillo enjuto y vivo, siempre risueño y con mirada de bebedor. Tenía sesenta y cinco años. Durante el día dormía en la cocina del servicio o bromeaba con las cocineras, y por la noche paseaba, envuelto en una amplia zamarra, alrededor de la finca, y golpeaba de vez en cuando con un bastoncillo una pequeña plancha cuadrada, para hacer ver que no dormía y atemorizar de paso a los ladrones. Le acompañaban dos perros, Canelo y Serpiente. [...]
En aquel momento, el abuelo de Vanka estaría seguramente ante la puerta y, mirando las ventanas iluminadas de la iglesia, haría reír a las cocineras y a las criadas, y se frotaría las manos para calentarse. [...] A pesar de la oscuridad de la noche, se vería toda la aldea con sus tejados blancos, el humo de la chimenea, los árboles plateados por la escarcha, los montones de nieve. En el cielo, miles de estrellas parpadearían haciéndole guiños a la tierra. La Vía Láctea se dibujaría claramente, como si la hubieran lavado y frotado con nieve por ser Navidad.
Vanka, imaginándose todo esto, suspiraba.
Tomó de nuevo la pluma y continuó escribiendo:
"Ayer me pegaron. El maestro me cogió por los pelos y me dio unos cuantos correazos por haberme dormido mientras arrullaba a su niño pequeño. El otro día la maestra me mandó abrir y limpiar una sardina, y yo, en vez de empezar por la cabeza, lo hice por la cola; entonces la maestra agarró la sardina y me golpeó en la cara con ella. Los otros aprendices, como son mayores que yo, se meten conmigo, me mandan por vodka a la taberna y me obligan a robar los pepinos del amo, que, cuando se entera, me pega con lo primero que encuentra. Casi siempre tengo hambre. Por la mañana me dan un mendrugo de pan, a mediodía una papilla de avena y para cenar, otro mendrugo de pan. Nunca me dan otra cosa, ni siquiera una taza de té. Duermo en el portal y paso mucho frío; además, tengo que arrullar al niño pequeño, que no me deja dormir con sus chillidos... Abuelito, sé bueno, sácame de aquí, que no puedo soportar esta vida. Te saludo con mucho respeto y te prometo rezar siempre a Dios por ti. Si no me sacas de aquí, me moriré".
Vanka hizo un puchero, se frotó los ojos con un puño y no pudo reprimir un sollozo.
"Te picaré el tabaco –continuó luego–, rezaré a Dios por ti y, si no estás contento conmigo, puedes pegarme todo lo que quieras. Buscaré trabajo, cuidaré del rebaño. Abuelito, te ruego que me saques de aquí si no quieres que me muera.
Yo me escaparía para irme a la aldea contigo, pero no tengo botas y hace demasiado frío para ir descalzo. Cuando sea mayor podré mantenerte con mi trabajo y no dejaré que nadie te ofenda. Y cuando te mueras, rezaré a Dios por el descanso de tu alma, como rezo ahora por el alma de mi madre. Moscú es una ciudad muy grande. Hay muchos palacios, muchos caballos, pero ni una oveja. También hay perros, pero no son como los de la aldea; no muerden y casi no ladran. He visto en una tienda una caña de pescar con un anzuelo tan bueno que valdría para cualquier pez. [...]
Abuelito, cuando tus señores pongan el árbol de Navidad, coge para mí una nuez dorada y guárdala bien. O pídesela a la señorita Olga Ignatievna; dile que es para mí y verás cómo te la da".
Vanka suspira otra vez y se queda mirando a la ventana. Recuerda que todos los años, al llegar las fiestas, iba al bosque con su abuelo a buscar el árbol de Navidad para los señores. ¡Qué tiempos tan felices! Hacía mucho frío, pero a él no le importaba. El abuelo, antes de cortar el árbol, encendía la pipa y se reía de la nariz helada de Vanka, que tiritaba. [...]
Entre los dos llevaban el árbol a la casa, y allí lo adornaban. La señorita Olga Ignatievna era la que más empeño ponía. Vanka la quería mucho. Cuando aún vivía su madre, que trabajaban como sirvienta en casa de los señores, Olga le daba caramelos y le enseñaba a leer, a escribir, a contar hasta cien e incluso a bailar. Al morir su madre, Vanka pasó a formar parte de la servidumbre de la cocina, junto con su abuelo, y de allí lo llevaron a Moscú a casa del zapatero Alaijín, para que aprendiese el oficio...
"¡Ven, abuelito, ven! –prosiguió Vanka–. Por el amor de Dios, llévame de aquí. Ten piedad de este pobre huérfano. Todos me pegan y se burlan de mí, paso mucha hambre, me aburro soberanamente y no hago más que llorar. Hace unos días el amo me dio un golpe tan fuerte en la cabeza que me caí y estuve un rato sin poder levantarme. Esto no es vida, los perros viven mejor que yo... Saluda a la cocinera Aliona, al tuerto Yegorka y al cochero, y no le des a nadie mi acordeón. Se despide de ti tu nieto Vanka Zhukov.
Querido abuelo, ven pronto".
Vanka dobló en cuatro partes la hoja escrita y la metió en un sobre que había comprado el día anterior. Después de pensar un poco, mojó la pluma y escribió la dirección:
"Al abuelo, que está en la aldea".
Luego se rascó la cabeza, pensó otro poco y añadió:
"Para Konstantín Makárich".
Contento por haber podido escribir la carta sin que nadie le molestase, se puso la gorra y, sin más abrigo, salió a la calle.
El dependiente de la carnicería, a quien le había preguntado el día anterior, le había dicho que las cartas se echaban en los buzones, de donde las recogían para llevarlas en coches de correos a cualquier parte del mundo.
Vanka echó su querida carta en el buzón más cercano...
Una hora después dormía, mecido por dulces esperanzas.
Soñó con una estufa, la estufa de la aldea. Sentado junto a ella, el abuelo les leía su carta a las cocineras. El perro Serpiente se paseaba alrededor y movía el rabo...

lunes, 19 de diciembre de 2016

Por un quítame allá esa letra

Esa letra que se basta ella sola para darle un sentido u otro a la palabra y cambiarla de lugar en el diccionario:
Es acerbo o acerba si es áspero (un sabor) o cruel y desagradable (un sufrimiento, una disputa...); es acervo el conjunto de valores o bienes culturales que un país, una comunidad, etc., ha acumulado por herencia o tradición.
El atajo por donde se acorta el camino y el hatajo, rebaño pequeño o conjunto de cosas.
Todo barón es varón, pero no al revés.
El bate golpea la pelota en el béisbol; el vate compone poemas en la noche.
Botar, con saltos y botes contra el suelo; votar, con papeletas.
Desperdicio si hablamos de desecho, y desordenado o descompuesto si nos referimos a lo que está deshecho.
Halla, en el verbo hallar; haya, en el verbo haber o en un hayedo.
Esté hecha o no, se echa en la cama si tiene sueño.
Errar lo hace el que se equivoca; herrar, el que pone herraduras a las caballerías.
Naturalmente, no es lo mismo grabar una imagen o un sonido que gravar con nuevos impuestos o tributos.
Se ojea un escaparate, la caza (tarea de los ojeadores) o, superficialmente y por encima y sin prestarle interés, un texto; se hojea al pasar las páginas de un libro.
La onda del pelo o del sonido, y la honda o tira de cuero para lanzar piedras.
La orca que persigue focas y ballenas y la horca del condenado a muerte o del labrador que amontona las mieses.
Al rallar, por ejemplo el pan o el queso, deshacemos algo en trozos muy pequeños; al rayar, por ejemplo un cuaderno o una pared, hacemos rayas.
Rebelarse es propio de rebeldes; revelar tiene que ver con los secretos y la fotografía.
La valla, para cerrar o delimitar un lugar, para anuncios publicitarios o como obstáculo en algunas carreras de atletismo; vaya, para ir a un sitio, o para expresar sorpresa, aprobación o decepción: ¡vaya con el vecino! (Y baya, el fruto carnoso de la uva, el tomate, la frambuesa...).
Lo vasto es amplio o extenso; lo basto, tosco, grosero, mal elaborado o de poca calidad.
El vello, que puede ser bello, por qué no.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Historias de andar, reales como la literatura misma. Elogio del fracaso

En las escuelas le oigo decir a alguien en el metro, un profesor, o un pedagogo, o un filósofo, o un político, cualquiera sabe, se deberían contar las vidas de los fracasados y no las de los héroes o los triunfadores. Estos, además de ser un puñado, mucho menos desde luego que aquellos, no enseñan nada, porque el héroe es por lo general fruto del azar o de un cúmulo de casualidades, o de la buena suerte, o de la naturaleza, que fue pródiga en cualidades con él, mientras que el fracasado lo ha sido a base de experiencias frustradas y de esfuerzos inútiles; el triunfo adormece o atonta, el fracaso enseña; del triunfo no se saca nada, del fracaso se aprende. El hombre aprende, dice el dicho, de sus errores, no de sus aciertos.
–Sí –asiente el que va a su lado, los dos de pie y agarrados a la misma barra vertical para no perder el equilibrio–, el fracaso es una escuela de vida.
Por otro lado –insiste el primero, que habla con mucha prosopopeya–, el fracasado es siempre un ser lúcido que cuestiona los principios, socava las convenciones...
Y las convicciones le interrumpe el otro.
También, y derrumba las verdades, o lo que se tiene por verdades...
–Porque la mirada del fracasado –y constato que también este segundo gasta el mismo engolamiento, que le alcanza incluso al modo de gesticular, y eso que tiene solo una mano libre, la otra no la suelta de la barra, a lo mejor es que su acompañante le ha contagiado– se alimenta del conocimiento, que es siempre destructivo, y si no acuérdate del árbol de la ciencia del bien y del mal, ya en la Biblia...
–Eso es cierto –refrenda el primero; decididamente, no es un político, si acaso un teórico o analista o sociólogo–, el conocimiento trae la infelicidad, conocer es dudar, y dudar es padecer.
–De ahí que, paradójicamente, sea esa lucidez de la que hablábamos la que lleva al fracaso.
–Por lo que, volviendo al principio, solo el que ha fracasado está en condiciones de dar consejo –asegura tajante.
¿Pero de qué puede servir el consejo del fracasado? –objeta no obstante el otro-. ¿Quién va a confiar en el juicio de un perdedor?
No te quepa la menor duda –se desentiende el primero. El camino del que triunfa es falso; su caso no sirve. La suerte le ha escamoteado la verdadera cara de la vida.
Como bien dijo alguien, no recuerdo ahora quién, de la derrota emana la sabiduría.
Por eso mismo –concluye el que empezó, alzando el puente de las gafas con la punta del dedo– las enseñanzas del fracasado son las únicas que sirven.

lunes, 12 de diciembre de 2016

De procedencia literaria

No resulta infrecuente que un hecho heroico se defina como homérico, por recordar sin duda las grandes hazañas que Homero canta en sus dos obras, la Ilíada y la Odisea. Por cierto que uno de los héroes de la primera de ellas pervive en la expresión talón de Aquiles, que designa, como es sabido, el punto vulnerable o débil de alguien, como lo era esa parte del pie del célebre guerrero (por dónde le iba a agarrar su madre si no cuando de niño lo sumergió en las aguas del río Estigia, que tenía la propiedad de hacer invulnerables a los que se bañaban en él; al sujetarlo así, el talón derecho no se mojó, y fue ahí donde Paris acertó a dispararle la flecha que le mató). El título de la segunda, odisea, sigue empleándose todavía hoy para referirse a un viaje lleno de aventuras y dificultades. Otro tanto ocurre con caballo de Troya, que el DRAE define como "persona o cosa que se introduce en una colectividad o en un proceso con la intención oculta de causar algún perjuicio", y el gentilicio troyano, que de un tiempo a esta parte designa un virus informático capaz de alojarse en un ordenador para captar información y transmitirla a usuarios ajenos; una y otro hacen referencia al célebre caballo de madera con que los griegos o aqueos lograron infiltrarse en la ciudad de Troya, razón por la cual el citado virus debería llamarse 'griego' o 'aqueo'. Y Mentor, el personaje que en la Odisea instruye a Telémaco, el hijo de Ulises, se conserva en mentor, equivalente a consejero o guía.
De la época clásica provienen asimismo las palabras siguientes: anacreóntico, ca, que se aplica a un tipo de composición poética en que se cantan los placeres del vino y del amor, algo que se le daba muy bien al poeta griego Anacreonte; sáfico, el verso de once sílabas que la poetisa griega Safo fue la primera en cultivar (a Safo alude también lesbiano, na, por haber sido la isla de Lesbos su lugar de nacimiento); filípica, censura o reprensión extensa y dura contra alguien, por la obra Filípicas, que recoge los discursos del orador griego Demóstenes contra Filipo, rey de Macedonia; mecenas, esto es, la persona o institución que protege y favorece económicamente las actividades artísticas o literarias, en homenaje a Mecenas, el consejero del emperador Augusto que ayudó y protegió a poetas como Virgilio y Horacio; séneca, en sentido figurado, hombre de mucha sabiduría, igual que el filósofo y escritor latino Séneca, nacido en Córdoba.
Del Roman d'Alexandre, poema anónimo francés del siglo XII, procede alejandrino, verso de catorce sílabas y dividido en dos hemistiquios de siete.
De una escena o imagen que causa espanto se dice que es dantesca, en recuerdo de las que pinta Dante cuando en el canto primero de la Divina Comedia desciende acompañado de Virgilio a los infiernos.
Celestina, el nombre de la protagonista que da título a la obra de Fernando de Rojas, sirve desde entonces para designar a la alcahueta. 
La persona o animal que sirve de guía a alguien se llama lazarillo porque eso, guiar a un ciego, es lo que hace Lázaro siendo todavía un niño en el primer capítulo del Lazarillo de Tormes.
Desde el XVI para acá, a nadie le extraña motejar de pantagruélica una comida excesiva, a las que era tan aficionado Pantagruel, personaje y título de una obra del escritor francés Rabelais.
Del político y escritor italiano Maquiavelo deriva maquiavélico, ca, sinónimo de astuto y engañoso.
Se tilda de quijotesco el temperamento más o menos idealista o soñador de una persona, en la mayoría de los casos con un cierto retintín, el mismo con que suelen juzgar los lectores los hechos y el comportamiento de don Quijote.
El seductor por antonomasia, donjuán, debe su nombre al personaje de varias obras de ficción, como El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, o Don Juan Tenorio, de José Zorrilla. También casanova, "hombre famoso por sus aventuras amorosas" según el DRAE, proviene de un nombre propio, en este caso el del aventurero, escritor y diplomático italiano Giacomo Casanova.
Los quevedos, lentes de forma circular, sin patillas, con una armadura a propósito para que se sujeten en la nariz, reciben ese nombre porque Francisco de Quevedo lleva esta clase de anteojos en los retratos que se conservan de él.
Por la misma razón, al hombre hipócrita y falso se le llama tartufo, el protagonista de una comedia de Molière, Tartufo o el impostor, y al que manifiesta incredulidad o escepticismo cínico y burlón, volteriano, derivado del filósofo y escritor Voltaire.
El adjetivo rocambolesco, ca, tomado de Rocambole, personaje creado por P.-A. Ponson du Terrail, novelista francés del siglo XIX, se emplea habitualmente para referirse a un suceso extraordinario, exagerado o inverosímil.
Más modernamente, si alguien pasa por una situación absurda o angustiosa puede muy bien calificarla de kafkiana, por asemejarse a la que vive Gregorio Samsa en La metamorfosis.
De igual forma, un comportamiento, una situación o cualquier otra circunstancia se conceptúa muchas veces de surrealista, en alusión al famoso movimiento artístico y literario de la década de 1920.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Contra el comentario de textos

Afortunadamente parece que ha pasado al olvido, que fue una moda efímera. Pero causó estragos, sobre todo en los años en que estuvo de moda, desde mediados de los 70 hasta bien entrado el nuevo siglo, y arruinó la enseñanza de la literatura, y alejó a los adolescentes y jóvenes estudiantes de la lectura, y con qué devoción fue seguida mientras duró... Tanta, que hasta las editoriales se animaron a publicar por aquellos años un buen número de manuales sobre el particular, que fueron la panacea y el vademécum de estudiantes y profesores; y se llevó entre todos la palma el titulado Cómo se comenta un texto literario, de Lázaro Carreter, que en 1976 iba ya por la decimocuarta edición, la que un servidor adquirió y conserva, y aún siguió vendiéndose como rosquillas un montón de años más.
Herramienta estéril y esterilizadora, convirtió el texto literario en poco menos que un arduo problema matemático.
Con más razón que todos los santos del paraíso juntos han advertido desde siempre un sinfín de escritores –o creadores, como ahora se les llama– que una obra no se escribe para ser comentada, sino para ser leída, y disfrutada. Algo que parece elemental para todo el mundo, menos para los programadores educativos y expertos didácticos y pedagogos de despacho, empeñados en que en el texto, narrativo, lírico, teatral, ensayístico, etc., había que, primero, localizarlo y contextualizarlo, esto es, situarlo en el contexto o marco histórico, social y literario correspondiente; luego encontrar por fuerza y como fuera una estructura, formal y de contenido, externa e interna (exposición de la idea principal, desarrollo y conclusión, o presentación, nudo y desenlace, y deslindar hasta dónde, hasta qué verso o hasta qué párrafo o frase llegaba cada una de esas partes, y las fronteras debían ser precisas, estaban delimitadas, el autor las había trazado así deliberadamente y era obligación del estudiante metido a comentarista averiguarlo, no podía haber dudas, todo estaba claro);  rastrear y detectar a continuación una retahíla cuanto más larga mejor de figuras retóricas (metáforas, metonimias, sinécdoques, antítesis, paradojas, paronomasias, retruécanos, epanadiplosis, zeugmas, similicadencias...), y si no se encontraban es que el comentario fallaba; distinguir después entre tema y argumento si era una narración ¡y entre asunto y tema si se trataba de un texto poético!, hecho lo cual había en fin que establecer al final una síntesis de lo expuesto en forma de conclusión; y otras menudencias de cuyo intríngulis no quiero acordarme, todas del mismo paño y cortadas por el mismo patrón (como el apartado, obligatorio ya en un cierto nivel, del estudio lingüístico, que había de desglosarse en los siguientes subapartados, a saber: plano fonético-fonológico, plano morfosintáctico y plano léxico-semántico). Y era tabú, estaba expresamente prohibido deslizar en el comentario el gusto personal, la opinión favorable o desfavorable, pues se consideraba que el comentario debía ser objetivo como si de un análisis científico se tratara, de modo que expresar las razones por las que a uno le había parecido o no interesante el texto era anatema, tachadura conminatoria al canto, llamada al orden con rotulador rojo asegurada.
Y así con total impunidad reinó durante muchos años en las aulas, aplicada con saña y fervor, la nueva receta pedagógica, arma de deslumbrante diseño estructuralista y de funestos efectos, directos y colaterales, sobre el gusto lector y la afición por la literatura, y muy en particular se dejaron sentir esos efectos en la parcela de más fácil asalto, la poesía, martirizada hasta la extenuación por el afán de interpretarla y encontrar siempre en ella símbolos y significados ocultos, léase por buscarle tres pies al gato.  
Qué contrasentido, venga a analizar y escrutar y desmenuzar y triturar y diagnosticar textos en lugar de, sencillamente, leerlos y disfrutarlos y, en la medida de lo posible, entenderlos. 
Y para esto último estaban y están los profesores, y no para apabullar con rígidos esquemas metodológicos y aturullar con plantillas fijas de inflexible ejecución y aturdir con enrevesadas cuestiones teóricas previas. Que basta que alguien tenga que explicar al final lo leído para que se le quiten las ganas de empezar a leer, conque fácilmente puede imaginarse lo que sentiría un adolescente obligado a aplicar con rigor y sin saltarse un solo paso el método descrito. 

lunes, 5 de diciembre de 2016

Informe sobre la i

De sonido agudo y punzante como su forma, que recuerda la de una espina, y con esa bolita redonda encima que se hace puntiaguda por menos de nada, como en ímpetu o bergantín.
A ratos incisiva, inquieta, irónica, y por eso inquiere, investiga, insiste... También, si se insolenta, capaz de insultar y de injuriar y de intrigar y de irritarse y propagar infamias.
Y tiene islas, istmos, icebergs.
Se ensancha en lo inmenso y lo infinito, se difumina en lo irrisorio e insignificante, se encoge en lo íntimo e inefable.
Intransigente e indisciplinada cuando se empeña en decir que no a todo: inútil, imposible, inaceptable... Y cómo le gusta entonces incomodar a la r y oír cómo chirría: irresponsable, irrespetuoso, irreverente, irrespirable...
Industriosa pero indolente, ilusa pero incrédula, inmisericorde pero indulgente, ilustrada pero ignorante, ingeniosa pero inepta.
Cuando la intimida la intemperie se instala en una iglesia o en un iglú, desaparece a veces por arte de birlibirloque, no se anda con tiquismiquis, disfruta incordiando con el sirimiri...
Pero qué bien suena cuando es la última y se pone esa mínima bandera encima suspendida en el aire como el colibrí, volando alto como el neblí, ondeando al viento como una tela blanquísima de organdí o celebrando el nuevo día con un solemne quiquiriquí.  

jueves, 1 de diciembre de 2016

Dos relatos de la tradición oriental

Les gustaba a los alumnos este breve relato, que tiene su origen en un apólogo del siglo XIII perteneciente a la obra Al-Matnawi, del poeta místico musulmán Sufí Yalal al-Din Rumi (1207-1273). De las diferentes versiones que de él se han hecho, algunas tan conocidas como la de Jean Cocteau, recogida en la Antología de la literatura fantástica que en su día editaron Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, optaba siempre por la de Bernardo Atxaga en su obra de más éxito, Obabakoak, que es la que a continuación se reproduce.

    El criado del rico mercader
    
Érase una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto.
Aterrado, el criado volvió a la casa del mercader.
Amo le dijo, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán.
Pero ¿por qué quieres huir?
Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
El mercader se compadeció de él y le dejó el caballo, y el criado partió con la esperanza de estar por la noche en Ispahán.
Por la tarde, el propio mercader fue al mercado, y, como le había sucedido antes al criado, también él vio a la Muerte.
Muerte –le dijo acercándose a ella, ¿por qué le has hecho un gesto de amenaza a mi criado?
¿Un gesto de amenaza? contestó la Muerte. No, no ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro. Me ha sorprendido verlo aquí, tan lejos de Ispahán, porque esta noche debo llevarme en Ispahán a tu criado.

            El criado se aleja de Bagdad huyendo de la Muerte, que, sabedora de que el lugar donde había de llevárselo era Ispahán, le ha hecho un gesto de asombro, no de amenaza como él lo interpreta.
         La ironía estriba en que es el propio acto de evitar su destino lo que hace que se cumpla.

Les gustaba también este otro, recogido por el famoso guionista cinematográfico Jean-Claude Carrière (El círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero), en el que destaca particularmente el motivo de la ingenuidad:

                                   El espejo chino

Un campesino chino se fue a la ciudad para vender su arroz. Su mujer le dijo:
Por favor, tráeme un peine.
En la ciudad, vendió su arroz y bebió con unos compañeros. En el momento de regresar se acordó de su mujer. Ella le había pedido algo, pero ¿qué? No podía recordarlo. Compró un espejo en una tienda para mujeres y regresó al pueblo.
Entregó el espejo a su mujer y salió de la habitación para volver a los campos. Su mujer se miró en el espejo y se echó a llorar. Su madre, que la vio llorando, le preguntó la razón de aquellas lágrimas.
La mujer le dio el espejo diciéndole:
Mi marido ha traído a otra mujer.
La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:
No tienes de qué preocuparte, es muy vieja.

    
     Y hablando de cuentos, recomiendo a los lectores interesados La memoria de los cuentos (Un viaje por los cuentos populares del mundo), de Miguel Díez Rodríguez y Paz Díez-Taboada, Espasa-Calpe, Colección Austral.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Noviembre

Ahora que el invierno extiende
con revuelo de hojas y tardes
el lento trajín de unos meses
espesos, domésticos, graves

y en tiempo oscuro de sartenes
el fuego de la memoria arde
un presentimiento de nieve
vistiendo de silencio el aire

y el cielo por lucir enciende
en el techo alto de las calles
un suelo pisado de andenes

y el viejo arte de vivir parte
a un destierro de días breves
que el tedio hace interminables...

           (De Cien lecciones de cosas)

jueves, 24 de noviembre de 2016

Más que lugares geográficos (y III)

Continuando con lo mismo (véanse entradas 241 y 242, correspondientes a los días 10 y 14 de noviembre, respectivamente), no son pocos los nombres de lugar que forman parte de dichos y frases hechas:

a la luna de Valencia
Quedarse a la luna de Valencia: ver frustradas las esperanzas de lo que se deseaba o pretendía.
En el Diccionario de autoridades (1726-1739) se lee que "dejar a la luna es lo mismo que dejar en blanco. Díjose por analogía del que halla la posada cerrada y se queda al sereno; y se suele decir comúnmente a la luna de Valencia". La alusión a Valencia se ha intentado explicar por la forma semicircular o de media luna que tenían sus murallas y su playa, en la que debían quedarse los barcos a los que no se permitía atracar en el puerto.

ancha es Castilla
Se emplea para animar a alguien, o a uno mismo, a actuar con libertad y decisión.
Su origen se remonta al tiempo de la Reconquista, cuando se inició la repoblación de Castilla, que, por su extensión, ofrecía a los nuevos habitantes amplias posibilidades de medrar.

aquí, o ahí, o allí, fue, o será, etc., Troya
Se usa para dar a entender que solo han quedado las ruinas y señales de una población o de un edificio; también, para indicar el comienzo de un conflicto o de una dificultad muy grandes. / arda Troya Expresa la firme determinación de hacer algo sin reparar en las consecuencias. / armarse la de Troya Organizarse un gran jaleo.
Las tres expresiones aluden a la legendaria ciudad de Troya, sitiada durante más de diez años por los griegos y finalmente tomada por estos, tal como lo han contado los poetas Homero y Virgilio.

estar en Babia
Estar abstraído o ensimismado, sin enterarse de lo que ocurre alrededor.
En la Edad Media, los reyes de León pasaban largas temporadas en la tranquila y recogida comarca de Babia, bien para cazar o descansar, bien para aislarse del ajetreo y las intrigas de la corte. De esta manera, solía ocurrir que cuando algún súbdito preguntaba por ellos o requería su presencia se le respondiera que el rey estaba en Babia, dando a entender así que no quería saber nada de los asuntos de gobierno, o que no se le podía molestar.

estar entre Pinto y Valdemoro
Estar indeciso, vacilante. Estar medio borracho.
Pinto y Valdemoro son dos pueblos de Madrid cuyos términos municipales estaban separados por un arroyo en algún tramo. De este modo, si se ponía el pie en una orilla se estaba en Pinto, y si se ponía en la otra se estaba en Valdemoro. Hubo al parecer en Pinto un célebre borrachín que tenía por costumbre llegarse por las tardes al arroyo, y allí se divertía dando saltos del uno al otro lado, diciendo: "Ahora estoy en Pinto; ahora estoy en Valdemoro". Así hasta que un día se cayó en medio del arroyo y dijo: "Ahora estoy entre Pinto y Valdemoro". En contra de la anterior explicación, sostienen otros que la frase tiene su origen en el refrán "Vino tinto, si no hay de Valdemoro, démelo de Pinto", que alude a la buena fama que tenían los vinos de ambos pueblos. Y hay también quien opina que estar entre Pinto y Valdemoro significa "estar achispado", es decir, a medio camino entre la sobriedad y la borrachera. 

¡esto es Jauja!
Designa todo aquello que quiere presentarse como modelo de prosperidad y abundancia.
Jauja, valle del Perú, famoso por la riqueza de su territorio, se identificó en el imaginario popular del siglo XVI con la tierra del oro y de la fertilidad, pasando así a convertirse en un lugar mítico y legendario, rebosante de frutos y maravillas que se ofrecían a quien los quisiera sin necesidad de trabajar. Lope de Rueda escribió en 1547 La tierra de Jauja, en la que se describe esa tierra como una isla llena de oro donde reinan la belleza y la alegría, los árboles dan buñuelos, las fuentes manan manteca, los ríos son de leche y las montañas de queso, las calles están pavimentadas con yemas de huevo...

irse por los cerros de Úbeda
Divagar, apartarse del asunto que se está tratando, perderse en disquisiciones innecesarias o que no vienen a cuento.
Según unos, en un pueblo de la serranía de Úbeda había un alcalde enamorado de una moza que vivía en el cerro de Úbeda, y cuando en las sesiones municipales perdía el hilo o se ponía a divagar, le decían: "No se vaya usía por los cerros de Úbeda". Para otros, el dicho se remonta a la época de la Reconquista: el rey Fernando III el Santo esperaba a uno de sus caballeros para emprender la conquista de Úbeda, y el tal caballero llegó cuando la ciudad ya estaba tomada. Al preguntarle el rey por su retraso, contestó que se había perdido por los cerros de Úbeda.

más se perdió en Cuba
Para consolar al que ha sufrido un revés o un fracaso, haciéndole ver que siempre puede haber otros mayores.
Alude a la humillante derrota sufrida por España en la guerra de Cuba (1898), que significó la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y las islas Filipinas) y el fin del imperio español.

mover, remover, o revolver, Roma con Santiago
Poner en acción todos los recursos imaginables para conseguir algo. Por alusión a la distancia entre dos de los más importantes centros de peregrinación del mundo cristiano.

¡naranjas de la China!
Se usa para negar o rechazar algo con rotundidad.
Procede de la creencia popular de que la naranja de la China, de piel lisa y delgada, era algo fantástico y muy difícil de conseguir. Hoy, sin embargo, se considera que la naranja, introducida en España por los árabes en la Edad Media, fue un cultivo que estos aprendieron de los chinos.

no se ganó Zamora en una hora
Para conseguir algo importante se requiere tiempo y esfuerzo.
Alude al largo asedio que en el año 1072 sufrió la ciudad de Zamora durante siete meses por parte del rey Sancho II de Castilla, el cual pretendía arrebatársela a su hermana doña Urraca. El asedio continuó incluso después de haber sido muerto el rey por el traidor Bellido Dolfos, hasta que la propia doña Urraca le entregó la ciudad a su hermano Alfonso VI, sucesor de Sancho.

poner una pica en Flandes
Lograr algo muy difícil.
Hace referencia a lo difícil que resultaba, durante el reinado de Felipe IV (1604-1665), encontrar soldados deseosos de alistarse y empuñar la pica, especie de lanza larga propia del cuerpo de infantería, para servir en los tercios de Flandes, donde se libró la interminable Guerra de los 80 años (1568-1648) entre la monarquía española y las provincias rebeldes de los Países Bajos.

salga el sol por Antequera
Se emplea cuando alguien ha tomado una decisión y no le importan las consecuencias que puedan derivarse.

Se dice que la expresión (cuya forma completa es Salga el sol por Antequera y póngase por donde quiera) pudo tener su origen en el campamento de los Reyes Católicos durante la conquista de Granada; pero dado que Antequera está al oeste y no al este de la ciudad de la Alhambra, la frase habría que entenderla en sentido irónico: Salga el sol por donde quiera.