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miércoles, 30 de diciembre de 2015

Noticia del año

Es costumbre por estas fechas hacer un recuento de las noticias más destacadas del año, y para un servidor, si tuviera que elegir una, sería con toda probabilidad esta que apareció en el diario El País el pasado 29 del mes de septiembre:

Cuatro millones de españoles se sienten solos
EP Madrid EL PAÍS 29/9/2015
Más de la mitad de la población ha experimentado sensación de soledad durante el último año y cerca de uno de cada diez, con mucha frecuencia, lo que significa que cuatro millones de españoles se sienten solos. Sin embargo, son el 7,9% del total los que están "realmente aislados", personas mayores de 18 años y que viven sin compañía porque no tienen más remedio.
Así se desprende del estudio La soledad en España, elaborado por un equipo de investigadores de ASEP (Análisis Sociológicos, Económicos y Políticos) bajo la dirección del profesor Juan Díez Nicolás y la coordinación de María Morenos, promovido por Fundación AXA y Fundación ONCE y presentado este lunes por la secretaria de Estado de Servicios Sociales e Igualdad, Susana Camarero.
El trabajo, basado en entrevistas a expertos, 1.206 encuestas a una muestra representativa de la población nacional y otras 320 a personas con discapacidad, concluye que no es lo mismo sentirse solo que no estar acompañado, ya que personas que viven en familia tienen incluso tasas de sentimiento de soledad más elevadas que aquellos que viven sin compañía por opción personal.
En términos generales, apunta que el 80% de las personas que viven solas porque no tienen más remedio, el 60% de quienes viven sin compañía por decisión personal y la mitad de los que sí están acompañados en casa sienten soledad con frecuencia.[...]
Los expertos llegan a la conclusión de que "a igualdad en otras variables, las mujeres son más proclives a la soledad que los hombres", así como los casados o con pareja que viven solos por obligación, los parados o poco ocupados laboralmente. Por eso, afirman que las mujeres solteras y desempleadas son las que más sufren la soledad.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Santos Inocentes

Los Santos Inocentes me trajeron esta mañana una caja de herramientas, y dentro había un guardamemoria,un recogetiempo y un quitatristezas.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Internados

Allá por los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, los niños de los pueblos teníamos que escoger, en llegando a los diez u once años, entre ir a estudiar o quedarnos en casa (en realidad eran los padres o la familia los que elegían, pero a los efectos es igual). Lo primero significaba marchar a la capital de la provincia, o más lejos aún, e ingresar como alumnos internos en un seminario o en un colegio de frailes; lo segundo, aguantar en la escuela hasta los catorce años y continuar luego el oficio del padre, arando las tierras y cuidando de los animales.
Para mejorar y llegar a ser alguien no hay más salida que los estudios, nos decían en casa, y comparaban a renglón seguido la vida de un señor maestro y la de un pastor, o la de un señor cura y la de un minero.
Aunque bastaba, añadían, y era este un argumento del todo convincente, con que nos fijáramos en las manos, blancas y finas las que andaban entre libros, rugosas, ásperas y oscuras las que tiraban del arado o cavaban con el azadón.
De gran peso eran también y muy persuasivas las razones que esgrimían los frailes que pasaban por las escuelas de los pueblos reclutando 'buenas cabezas' o dóciles fámulos, según fuera la necesidad de la orden, con el embeleco añadido de aquellas filminas en que aparecía el colegio donde iríamos a estudiar, y era siempre un colegio muy grande de tres o cuatro pisos y muchísimas ventanas que tenía comedor, salas de estudio, salón de juegos, capilla, dormitorios con las camas todas juntas en doble fila, biblioteca, duchas –el fraile nos explicaba cómo funcionaban y para qué servían, un patio enorme y dos campos de fútbol, uno para los pequeños y otro reglamentario para los mayores; esto, lo de los campos de fútbol, especialmente el reglamentario, con postes de hierro, red en las porterías y raya blanca en las áreas, el medio campo y las bandas, solía ser el argumento definitivo.
Conque casi todos acabamos estudiando para curas en el seminario, o para frailes oblatos, dominicos, agustinos, marianistas, combonianos, palotinos, pasionistas, maristas, capuchinos, franciscanos, corazonistas, escolapios, claretianos, redentoristas, etc., en el colegio respectivo.
(El catálogo que se ofrecía a las chicas no era menor en número y variedad: teresianas, agustinas, carmelitas, siervas, dominicas, franciscanas, concepcionistas, esclavas, mercedarias, descalzas, recoletas, ursulinas, salesas, trinitarias, jerónimas, discípulas, anunciatas, de la Sagrada Familia, de la Pureza...).
La vida en aquellos internados era triste como un lunes perpetuo y tediosa hasta la grisura más descolorida, pero pocos días tan felices como aquel en que, después de tres meses interminables, volvimos por primera vez a casa, que fue, en el caso de un servidor, una noche de hace ahora cincuenta y un años – y a pie y con la maleta al hombro el último kilómetro porque el land-rover del panadero de Prioro se quedó atascado entre la nieve. 

lunes, 21 de diciembre de 2015

Tres lecciones de Sócrates

1
"Solo sé que no sé nada", es su frase más conocida, y toda una lección de humildad por parte del más sabio de los sabios: el primer paso en el camino del saber es el reconocimiento de la propia ignorancia.
(Me gustaba decírsela y comentársela a los alumnos, que luego recurrían a ella con frecuencia, incluso, alguna vez, pobres, en los exámenes.)

2
Un día se acercó Sócrates a la puerta del mercado de Atenas: "¡Cuántas cosas hay aquí que yo no necesito”, dijo, y se marchó.

3
Mientras le preparaban la cicuta -cuenta Cioran, citado por Italo Calvino-, Sócrates aprendía un solo para flauta. "¿De qué te va a servir?", le preguntaron. Y respondió: "Para saberla antes de morir".


viernes, 18 de diciembre de 2015

El sustanciero y otros oficios

Además de los afiladores gallegos mencionados el otro día, in illo tempore llegaban también a los pueblos hojalateros, cesteros y pellejeros, entre otros, pero no, al menos a aquel en que yo nací, escabruñadores, ni peones camineros, ni sustancieros.
El oficio de los escabruñadores consistía en sacar o renovar el corte o cabruño a la guadaña, picándolo en toda su longitud con un martillo sobre un pequeño yunque clavado en el suelo.
Los peones camineros eran los operarios encargados del mantenimiento de las carreteras cuando por estas, como ya su mismo nombre indica, circulaban carretas. Tenían sus casillas, generalmente de piedra, en distintos tramos al lado de la carretera, casillas hoy todas en ruinas o desaparecidas.
En los años de la posguerra, se dio el nombre de sustanciero a aquel que, provisto de un hueso de jamón o de vaca atado a un cordel, iba por las casas ofreciéndolo como remedio para darle sabor a las comidas; el precio por el servicio, a convenir, dependía naturalmente del tiempo que el hueso permaneciese en la olla o en el puchero.
El gran periodista Julio Camba publicó al respecto este artículo en La Vanguardia el 15 de julio de 1949:

                                   Gastronomía olfativa
El sustanciero era un hombre que, allá de higos a brevas, porque no todos los días son martes de carnaval, iba de casa en casa haciendo oscilar a modo de péndulo un hueso de jamón que llevaba pendiente de una soga y decía a grito pelado:
¡Sustancia! ¿Quién quiere sustancia para el puchero? Traigo un hueso riquísimo.
De vez en cuando una pobre mujer que tenía al fuego una olla con agua, sal, dos o tres patatas y un poco de verdura, lo llamaba.
Déme usted una perra gorda de sustancia le decía pero a ver si me la sirve usted a conciencia. El domingo pasado retiró usted demasiado pronto.
No tenga usted cuidado, señora le respondía el sustanciero. Ya verá qué puchero más sabroso le sale hoy.
Y, cogiendo con su mano derecha el cordel a que estaba atado el hueso de jamón, introducía éste en la olla, mientras, con la mano izquierda, sacaba un reloj, para contar los segundos que pasaban. Supongo que si un día se hubiese equivocado introduciendo en la olla el reloj que tenía, al efecto, una cadena muy a propósito en vez de introducir el hueso, el resultado hubiese sido más o menos el mismo, pero no se equivocaba nunca y, cuando el reloj marcaba el término de la inmersión, el sustanciero reclamaba su perra gorda y se iba en busca de nuevos clientes.

Y a continuación, en el mismo artículo, menciona el caso de un norteamericano que, en los años de escasez de la segunda guerra mundial, recorría cada día los hoteles a la hora del postre con un trozo de queso roquefort auténtico y se lo daba a oler a los comensales, previo pago de cincuenta centavos.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

En el diccionario

La de cosas que, cualquiera que vaya al diccionario, puede hacer, todas significativas y, las más, provechosas también: arrimar el ascua a su sardina, hacer de su capa un sayo, echar su cuarto a espadas, mantenerse en sus trece, sacar a otro de sus casillas, andar como Pedro por su casa, llevar el agua a su molino, campar por sus respetos, encontrar la horma de su zapato, caerse (y si no, bajarse o apearse) del burro, enterarse de lo que vale un peine, ponerse las botas, irse por los cerros de Úbeda, llevarse el gato al agua (y la palma), tumbarse a la bartola, hacerse el sueco, meterse en un berenjenal o en camisa de once varas, liarse la manta a la cabeza, rasgarse las vestiduras, agarrarse a un clavo ardiendo, darse con un canto en los dientes, pillarse los dedos, bajarse los pantalones, quejarse de vicio, dormirse en los laureles, aplicarse el cuento...
También le puede ocurrir que no esté el horno para bollos, que por andar de capa caída no pueda capear el temporal, que llueva sobre mojado y esté él con el agua al cuello o entre la espada y la pared, que se quede a dos velas o con un palmo de narices, que se vea obligado a andar con pies de plomo o a hacer de tripas corazón, que tenga la cabeza a pájaros y más cuento que Calleja y no la sartén por el mango...  

lunes, 14 de diciembre de 2015

Efemérides y un recuerdo

Hoy hace 31 años, el 14 de diciembre de 1984, fallecía en Madrid el poeta Vicente Aleixandre, que había nacido en Sevilla en 1898.
Premio Nobel de Literatura en 1977, formó parte de la llamada Generación del 27 y es autor de un puñado de libros fundamentales de la poesía española del siglo XX: Espadas como labios (1932), La destrucción o el amor (1933), Sombra del paraíso (1944), Historia del corazón (1954), Poemas de la consumación (1968)...
Reproduzco, de su primer libro, Ámbito (1928), este breve poema, acaso uno de los más delicados y sugerentes de su producción (y uno de mis preferidos, no solo del autor sino de la lírica castellana contemporánea):

            Adolescencia

Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
–El pie breve,
la luz vencida alegre.

Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.


De esos años de muchacho, este recuerdo escolar:
¿Da usted su permiso para ir al campo?
Así le pedíamos los niños al señor maestro que nos dejara salir para restituirle a la naturaleza (en la escuela no había lavabos ni retrete) lo que antes había sido suyo... Pocas fórmulas habrá habido nunca tan poéticas para solicitar algo tan prosaico.
Y a la hora de salir nos poníamos en fila y le dábamos la mano:
Que usted siga bien le despedíamos con voz apresurada, atropellando la mitad de las sílabas.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Saberes

Más de una vez lo he pensado, que si alguien me preguntara qué es lo que he aprendido en estos ya bastantes años de vida, apenas sabría qué responder: tal vez que a leer, y a mirar y observar, y, medianamente, solo medianamente, a escribir... Y pocas cosas más hay que sepa hacer o que valga la pena nombrar, como no sean las que aprendí de niño, 
la mayoría  referidas a la vida campesina y a las labores de la agricultura y del pastoreo.
Bien poco todo ello si se compara con la generación que me precedió, con los hombres del campo, labradores y pastores, que fueron los que yo traté, y de los que vengo, y a los que he profesado siempre admiración y respeto, pues todos, quien más quien menos, y con mayor o menor pericia, sabían tantas cosas: arar y sembrar las tierras, podar los árboles -e injertar, en el caso de los frutales-, recoger y trillar las mieses, uncir y guiar la yunta, apacentar rebaños, curar las heridas de un animal, desollar una res y destazarla, segar la hierba con guadaña y con hoz la paja, reparar herramientas, hacer la leña, retejar un tejado, distinguir por su nombre todos los árboles y plantas, reconocer el canto de todos los pájaros, orientarse y calcular la hora por el sol o las estrellas... También, en el caso de algunos, como mi padre por ejemplo, componer huesos dislocados, estirar y volver a su sitio tendones torcidos, cazar sin perros ni ojeadores, tocar el tambor, carpintear...
Y tan útiles todas, no como las que se aprenden en los libros. 

martes, 8 de diciembre de 2015

Memoriosos

No hace mucho, este mismo otoño, apareció en el periódico una de esas noticias curiosas que despiertan enseguida la atención: Una australiana, capaz de recitar el libro de Harry Potter de memoria.
Así rezaba el titular. Y a continuación, desarrollada, la noticia, que reproduzco:

Barcelona. (Redacción).- La historia de Rebecca Sharrock es poco habitual. Diagnosticada de Memoria Autobiográfica Altamente Superior (HSAM), esta australiana es una de las 80 personas que hay en el mundo capaz de registrar muy precisos momentos del pasado y guardarlos en su memoria para siempre. El síndrome que padece le permite, entre otras muchas cosas, recitar palabra por palabra los libros de Harry Potter.
El primer recuerdo de Rebecca la traslada al coche familiar, cuando su madre la acomodaba en su sillita con tan solo doce días de vida. A partir de ahí, todo ha ido quedando guardado en su mente de manera que recuerda desde lo que comió o leyó un día concreto, hasta lo que le dijo a alguien en una fecha determinada. 
Esta particularidad que, a priori, parece inofensiva ha causado muchos problemas a la joven Rebecca, quien no fue diagnosticada de HSAM hasta hace cuatro años. Tal y como explica, su don le permite recordar todo lo que ha vivido, tanto bueno como malo, y hay recuerdos que al volver a su mente le causan un tremendo dolor.
Tampoco puede ver las noticias porque cada hecho se queda grabado en su memoria para siempre, algo que le puede llegar a producir malestar. De hecho, una de las formas en las que Rebecca se calmaba a sí misma era recitando las páginas de Harry Potter, su personaje de cuentos favorito. De niña leyó la saga del aprendiz de mago, con lo que por las noches, cuando no podía dormir, repasaba en voz alta una a una las páginas de su libro preferido [..]
 (La Vanguardia, 12/10/2015)

Su lectura me trajo inevitablemente a la memoria el celebérrimo relato de Borges Funes el memorioso, cuyo protagonista, un muchacho de nombre Ireneo Funes, "no solo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de la veces que la había percibido o imaginado". De resultas de lo cual "resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos", un empeño que él mismo consideraba imposible de llevar a cabo, pues "en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez".
Borges se vale del propio Funes para enumerar también en el relato algunos casos de memoria prodigiosa registrados en la Historia Natural de Plinio: "Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez".
Sebastián de Covarubias, en su Tesoro de la lengua castellana, cuya consulta siempre depara alguna amena sorpresa, anota, en la entrada correspondiente a memorioso, que los egipcios, para señalar una persona memoriosa, pintaban en su escritura jeroglífica una liebre o una zorra con grandes orejas, por ser estos dos animales de finísimo oído y "señalada" memoria. Y menciona a renglón seguido algunos personajes ilustres dotados asimismo del don de la memoria: "Hortensio, orador antiguo, la tenía tan grande que, llamado a una almoneda por un amigo suyo, Sisena, estuvo en ella todo el día y recitó al cabo de memoria todas las cosas, los precios, y los que las compraron, por su orden y nombres, y Séneca dice de sí en el prólogo del libro I de las Declaraciones, que solía decir dos mil nombres, así como los habían dicho, y llegándose a la escuela donde oían casi doscientos oyentes, tornaba a decir los versos de todos, comenzando desde el postrero hasta el primero".
Señala luego que "la memoria suele faltar por varios acontecimientos: uno se olvidó de las letras siendo herido con una piedra en la cabeza; otro que cayó de un sobrado o terrado, vino a desconocer a sus esclavos, a su madre y parientes, y Messala Corvino, orador, se olvidó de su nombre".

viernes, 4 de diciembre de 2015

Los mejores comienzos de novela (II)

Sabido es que la novela moderna insiste por lo general en alterar la genuina y tradicional disposición del argumento, desdeñando las consabidas tres partes que nos enseñaban en el instituto, y adaptando con más o menos riesgo y soltura el comienzo in medias res, esto es, en mitad del asunto, o en plena acción, como si dijéramos. Aun así, hay escritores que cuidan la primera frase, el primer párrafo, en la consideración de que un buen arranque de un libro, como el primer bocado de un guiso, ayuda a continuar o, por el contrario, propende a desistir. Otros, en cambio, prefieren la discreción y optan por la naturalidad y el sigilo: dan el primer paso como si entraran de puntillas en una habitación. Los primeros, siguiendo con el símil, lo harían en zapatos y dando un taconazo; los segundos, en zapatillas y con cuidado de no molestar.
Las dos cosas están bien, y de todo hay en la viña del señor libro, como en botica.
Y como lo que hay es bueno y mucho, sigo, pues, con otra selección, la selección B, la selección reserva, como se decía antes en el argot futbolístico (la selección A, la titular, apareció en la entrada de este blog correspondiente al 8 de mayo de 2015), de los mejores comienzos de novela, los más sugerentes, llamativos, originales, sorprendentes -impactantes no, por favor.

1  Tú no sabes nada de mí si no has leído un libro llamado Las aventuras de Tom Sawyer, pero eso no tiene importancia. Ese libro lo hizo el señor Mark Twain, y la mayor parte de lo que contó es verdad.
(M. Twain, Las aventuras de Huckleberry Finn, 1884)

2  Esta es la historia más triste que he oído nunca.
(Ford Madox Ford, El buen soldado, 1915)

3  Alguien debió de haber calumniado a Josef K, puesto que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana.
(F. Kafka, El proceso, 1925)

4  En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.
(J. R. R. Tolkien, El hobbit, 1937)

5  Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo.
(Camilo J. Cela, La familia de Pascual Duarte, 1942)

6  Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso.
(J. D. Salinger, El guardián entre el centeno, 1951)

7  Si estoy chalado, tanto mejor, pensó Moses Herzog. Algunos lo creían majareta, y durante algún tiempo él mismo había llegado a pensar que le faltaba un tornillo.
(S. Bellow, Herzog, 1964)

8  Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
(G. García Márquez, Cien años de soledad, 1967)

9  Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida.
(I. Calvino, Si una noche de invierno un viajero, 1979)

10  Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca.
(A. Muñoz Molina, Beltenebros, 1989)

11 Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro.
(P. Auster, Diario de invierno, 2012)

A los que, naturalmente, habría que añadir –aunque fuera escrita hace más de 2.500 años, y prescindiendo de que sea o no una novela, que desde luego no lo es, pero para el caso da igual- el celebérrimo arranque de la Odisea (y cito por la versión en prosa de Lluís Segalà):

Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Ortografía, no otra cosa/Ortografía no, otra cosa

Puede suceder, al escribir, que alguien, cuando lleguen las próximas elecciones, pretenda *botar en una urna, y que tal otro sea alérgico al *bello de los melocotones, y que aquel padre de buena familia aspire a ser *varón.
También es posible a veces que uno *halla errado el tiro, o que *valla por lana y vuelva trasquilado, o que por error se le *estirpe cualquier órgano al último miembro de la *extirpe real.
Hay asimismo noticias de que fulano se *calló de la escalera, y de que mengano se *cayó por educación, y de que zutano no *haya la manera de cocinar bien los *gisantes.
'Ayer *haré lo que pude', escribió no se sabe quién, y solo los que habían empuñado alguna vez la esteva del arado para que el surco saliera derecho entendieron lo que quería decir.
No es raro tampoco que un simple olvido estropee un *jugete, o que por un descuido se le caiga a uno el anillo por el *desague, o que por un quítame allá ese acento el señor cura que sube a predicar confunda el púlpito con el pulpito... Y qué *verguenza entonces la de los fieles, que a lo mejor algunos se acordarán todavía de aquella especie de copla que venía antes en los libros de gramática de la escuela, con las palabras finales de cada verso sospechosamente subrayadas (y los señores maestros obligaban a pronunciarlas tal como aparecían escritas, todas con el acento en la penúltima sílaba):
En tiempos de los apostoles
había unos hombres muy barbaros
que se subían a los arboles
y mataban a los pajaros.

Pequeños errores todos si se mira bien, como equivocarse de *anden en la estación, o estirar una *sabana, o llevar un *revolver escondido, o levantar el *animo, o hacer un *calculo, o ser un *ávaro, o estudiar *ingles...
Por no hablar de esos otros signos que a quién le van a importar siendo tan minúsculos, ni quién se va a fijar en ellos si lo mismo da ponerles en un sitio que en otro: rosas, no claveles; de día no, de noche; si lees, mucho mejor... Que qué más dará escribirlo así que de esta otra manera: rosas no, claveles; de día, no de noche; si lees mucho, mejor...