Puede
suceder, al escribir, que alguien, cuando lleguen las próximas elecciones, pretenda *botar en una urna, y que tal otro sea alérgico al *bello de los melocotones, y
que aquel padre de buena familia aspire a ser *varón.
También
es posible a veces que uno *halla errado el tiro, o que *valla por lana y vuelva
trasquilado, o que por error se le *estirpe cualquier órgano al último miembro
de la *extirpe real.
Hay
asimismo noticias de que fulano se *calló de la escalera, y de que mengano se *cayó por educación, y de que zutano no *haya la manera de cocinar bien los *gisantes.
'Ayer *haré lo que pude', escribió no se sabe quién, y solo los que habían empuñado alguna
vez la esteva del arado para que el surco saliera derecho entendieron lo que quería decir.
No
es raro tampoco que un simple olvido estropee un *jugete, o que por un descuido se
le caiga a uno el anillo por el *desague, o que por un quítame allá ese acento
el señor cura que sube a predicar confunda el púlpito con el pulpito... Y qué *verguenza entonces la de los fieles, que a lo mejor algunos se acordarán todavía de aquella especie de copla que venía antes en los libros de gramática
de la escuela, con las palabras finales de cada verso sospechosamente
subrayadas (y los señores maestros obligaban a pronunciarlas tal como aparecían
escritas, todas con el acento en la penúltima sílaba):
En
tiempos de los apostoles
había
unos hombres muy barbaros
que
se subían a los arboles
y
mataban a los pajaros.
Pequeños
errores todos si se mira bien, como equivocarse de *anden en la estación, o
estirar una *sabana, o llevar un *revolver escondido, o levantar el *animo, o hacer un *calculo, o ser un *ávaro, o estudiar *ingles...
Por
no hablar de esos otros signos que a quién le van a importar siendo tan
minúsculos, ni quién se va a fijar en ellos si lo mismo da ponerles en un sitio
que en otro: rosas, no claveles; de día no, de noche; si lees, mucho mejor... Que
qué más dará escribirlo así que de esta otra manera: rosas no, claveles; de
día, no de noche; si lees mucho, mejor...
Vivimos unos tiempos en los que la palabra se hace dueña de la comunicación, y las cartas, que eran un ensayo de la escritura, han dejado de existir.
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