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viernes, 4 de diciembre de 2015

Los mejores comienzos de novela (II)

Sabido es que la novela moderna insiste por lo general en alterar la genuina y tradicional disposición del argumento, desdeñando las consabidas tres partes que nos enseñaban en el instituto, y adaptando con más o menos riesgo y soltura el comienzo in medias res, esto es, en mitad del asunto, o en plena acción, como si dijéramos. Aun así, hay escritores que cuidan la primera frase, el primer párrafo, en la consideración de que un buen arranque de un libro, como el primer bocado de un guiso, ayuda a continuar o, por el contrario, propende a desistir. Otros, en cambio, prefieren la discreción y optan por la naturalidad y el sigilo: dan el primer paso como si entraran de puntillas en una habitación. Los primeros, siguiendo con el símil, lo harían en zapatos y dando un taconazo; los segundos, en zapatillas y con cuidado de no molestar.
Las dos cosas están bien, y de todo hay en la viña del señor libro, como en botica.
Y como lo que hay es bueno y mucho, sigo, pues, con otra selección, la selección B, la selección reserva, como se decía antes en el argot futbolístico (la selección A, la titular, apareció en la entrada de este blog correspondiente al 8 de mayo de 2015), de los mejores comienzos de novela, los más sugerentes, llamativos, originales, sorprendentes -impactantes no, por favor.

1  Tú no sabes nada de mí si no has leído un libro llamado Las aventuras de Tom Sawyer, pero eso no tiene importancia. Ese libro lo hizo el señor Mark Twain, y la mayor parte de lo que contó es verdad.
(M. Twain, Las aventuras de Huckleberry Finn, 1884)

2  Esta es la historia más triste que he oído nunca.
(Ford Madox Ford, El buen soldado, 1915)

3  Alguien debió de haber calumniado a Josef K, puesto que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana.
(F. Kafka, El proceso, 1925)

4  En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.
(J. R. R. Tolkien, El hobbit, 1937)

5  Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo.
(Camilo J. Cela, La familia de Pascual Duarte, 1942)

6  Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso.
(J. D. Salinger, El guardián entre el centeno, 1951)

7  Si estoy chalado, tanto mejor, pensó Moses Herzog. Algunos lo creían majareta, y durante algún tiempo él mismo había llegado a pensar que le faltaba un tornillo.
(S. Bellow, Herzog, 1964)

8  Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
(G. García Márquez, Cien años de soledad, 1967)

9  Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida.
(I. Calvino, Si una noche de invierno un viajero, 1979)

10  Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca.
(A. Muñoz Molina, Beltenebros, 1989)

11 Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro.
(P. Auster, Diario de invierno, 2012)

A los que, naturalmente, habría que añadir –aunque fuera escrita hace más de 2.500 años, y prescindiendo de que sea o no una novela, que desde luego no lo es, pero para el caso da igual- el celebérrimo arranque de la Odisea (y cito por la versión en prosa de Lluís Segalà):

Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria.

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