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lunes, 29 de octubre de 2018

Diccionario de un leído de aldea


concejo. Reunión abierta de todos los vecinos de un pueblo para tratar asuntos de interés público.
concierto. Vengan al campo al atardecer en primavera si quieren oír un buen concierto de música sinfónica, que toca allí todas las tardes la real orquesta filarmónica de los pajarines, con solos de ruiseñor y acompañamiento de mirlos, currucas, andarríos, verderones, petirrojos, reyezuelos, zorzales,  sietecolores, herrerillos, relinchones, carboneras, pinzones, estorninos, arrendajos, revolinguinas, pitos reales y gorriones. (Y los señores cuervos posados en lo alto de unos chopos observándolo todo desde lejos con displicencia y graznidos de desaprobación.)
concupiscencia. Arder en las brasas de la concupiscencia.
conductor. Para los niños de aldea cuando yo lo era, una profesión casi mágica, y teníamos al que la ejercía en grandísima consideración, como a alguien investido de algún poder misterioso; y por encima de todos, al conductor del coche de línea. 
conferencia. Una de dos: o se pronuncia o se dicta, no caben medias tintas.
conversación. De las más amenas, la que se traen en el hogar los pucheros y la lumbre, porque ni la una ni los otros están callados un momento.
coquetería. La de los árboles cuando se miran en el río.
corito, ta. Desnudo: “Andaban coritos por la casa”.
corneja. Se empeña en aparecer siempre en el lado izquierdo de los caminos y grazna como una corneta desafinada.
correveidile. Persona que lleva y trae cuentos y chismes. En el diccionario es tenida como ejemplo de familia bien avenida: son cinco (corre, ve, y, di, le), llevan juntas varios siglos (desde 1693, según el Diccionario etimológico de la lengua castellana, de Joan Corominas) y no tienen intención de separarse.
cosa. 1 La más servicial y obediente de todas las palabras, la que está siempre dispuesta a ocupar el lugar de las demás, la que encubre olvidos y se aviene a sacarnos de un apuro: cualquier cosa es una cosa. 2 Los nostálgicos hablan siempre de las de antes.
coser. ~y cantar. Dos nobles ocupaciones para entretener las tardes de invierno, robándole al sol los hilos de algún rayo en el balcón, o aprovechando el haz de luz que recoge la ventana, o dejándose acompañar por el bisbiseo de la lumbre en la chimenea.
costumbre. 1 Suave es su yugo. 2 La comodidad de ir por el carril de la costumbre.
costurero. En él guardaban mi madre y las mujeres de esta aldea las únicas joyas que solían engalanar sus manos: el dedal, los imperdibles, los broches y corchetes, las tijeras, la cinta de medir, los hilos y el acerico con los alfileres y las agujas de coser.
cresta. Del gallo, de la montaña y de la ola. De las tres, la más altiva y orgullosa es la del gallo, y la única propia y genuina; las otras dos, mera copia y aproximación, se conforman con tratar de imitarla.
cristiano, na. Ser cristiano en los tiempos que corren y en el mundo en que nos ha tocado vivir (véase mundo) lleva camino de convertirse en una estrafalaria y anacrónica herejía. Y qué gusto lo de ser hereje y estrafalario en un mundo uniforme.
cuco. También cuclillo, pero en la aldea es el pecu, así llamado porque fue a la escuela y solo aprendió esas dos letras, que repite incansable las mañana de primavera escondido por el monte: pe-cu, pe-cu…
crítico. ~literario. El que se afana y tiene por oficio encontrar en una obra todas aquellas cosas que el autor nunca pensó ni pretendió poner en ella.
crotorar. Es el sonido que hace la cigüeña cuando choca rápidamente la parte superior del pico contra la inferior: “Ya está la cigüeña machacando el ajo”, decimos en la aldea, porque el ruido del mazo al golpear el ajo en el mortero o el almirez es muy parecido. 
cuello. “¡Te voy a retorcer el cuello”: ¿se lo habrá dicho alguien alguna vez a una botella?
cuerpo. Huésped del alma, le llamaba santa Teresa.
cuervo. 1 El símbolo de la noche. 2 Antes que a la paloma, Noé soltó un cuervo, que no volvió al arca, sino que “estuvo volando, yendo y viniendo, hasta que se secaron las aguas sobre la tierra” (Génesis 8, 7-8). “Después –continúa el relato bíblico- soltó una paloma, para ver si se habían secado las aguas sobre la superficie de la tierra. La paloma, no encontrando dónde posarse, volvió de nuevo al arca, porque las aguas cubrían la superficie de toda la tierra. Noé sacó la mano, la agarró y la metió en el arca. Esperó siete días más y de nuevo soltó la paloma fuera del arca. Y por la tarde volvió, trayendo en su pico una rama de olivo. Así conoció Noé que las aguas no cubrían ya la superficie de la tierra. Esperó otros siete días, y de nuevo soltó la paloma, que ya no volvió más” (Génesis 8, 8-12). Lo que plantea una cuestión: si la paloma volvió porque no encontró dónde posarse, ¿por qué no hizo lo mismo el cuervo? Y otra más: ¿cómo fue capaz el cuervo de aguantar tanto tiempo –días y días enteros- sin posarse, “yendo y viniendo” en el aire? Y por último: ¿por qué Noé se despreocupó del cuervo y nada se nos dice en el libro sagrado sobre su paradero, si se salvó o pereció, si se ahogó en las aguas del diluvio o sobrevivió? A lo mejor de ahí le viene su carácter hosco y retraído y ese acostumbrado vagabundeo que aún practica. 3 Forma parte de su condición no mostrar interés alguno por el género humano, al que tiene estrictamente prohibido agasajar, como lo prueban sus hábitos huraños y lo desentonado de sus graznidos.
culo. Tenía un culo rotundo, enciclopédico.
cuñado, da. ¿Ofende al oído por el timbre de la palabra en sí o por lo que significa?
curioso, sa. Se aplica a la persona que hace las cosas bien, con esmero y cuidado.

lunes, 22 de octubre de 2018

Sin Nobel de Literatura


Tocaba por estas fechas, pero este año nos vamos a quedar sin Nobel de Literatura. Por culpa, según parece, del marido de una de las señoras académicas del jurado, que se ha apuntado también a lo de los abusos y corruptelas. Con la imagen de circunspección y seriedad que transmitía la noble institución de la Academia Sueca. Pero se conoce que de puertas para dentro en todas partes cuecen habas. O a lo mejor es que el marido de marras, seguramente convencido de que la literatura es copia y espejo de la vida, lo único que quiso fue brindar un argumento a futuros candidatos: filtración de nombres, oscuras intrigas económicas, agresiones sexuales...
En fin, que este año no ha habido quinielas con el nombre del galardonado, y los eternos aspirantes (Murakami, por ejemplo, porque Philip Roth nos dejó en primavera) no pasarán el mal trago de la decepción, y las editoriales habrán de aguardar doce meses a que a una de ellas le caiga el maná, y hasta octubre que viene los señores académicos podrán seguir leyendo -es un suponer- a todos los candidatos.
No es la primera vez que esto sucede desde que en 1901 se otorgó el primer galardón, pero los huecos se debieron siempre, excepto el de 1935, a causas mayores: 1914 y 1918, por la Primera Guerra Mundial, y de 1940 a 1943, por la Segunda.
Pero quién sabe, acaso esta pausa les sirve para recapacitar y a partir de ahora se dejan de componendas y no vuelven a preocuparse por si contentan o no a un determinado país o régimen político y desechan las anteojeras ideológicas a la hora de votar. Que de todo ha habido. Por ejemplo, olvidarse de Galdós y premiar a Echegaray. Aunque, para olvidos, los de Tolstoi, Proust, Ibsen, Kafka, Nabokov... Y el de Borges, clamoroso. Claro que también hubo quien rechazó el premio: Pasternak, obligado por el gobierno soviético, en 1958, y Sartre, en 1964.
Nada, que como no va a haber un premio Nobel que comprar, este año toca volver a los clásicos.

                                      (La Razón, 15 de octubre de 2018)

lunes, 15 de octubre de 2018

Pensiones


Referiré un par de historias, verídicas y transcurridas en España: la primera oída en la niñez y la segunda leída en los periódicos.
1 Camina apoyado en dos muletas y a duras penas se puede valer por sí mismo. Va ya por los sesenta arriba y lleva tiempo, más de diez años, en ese estado. Sentado a la puerta de su casa ve pasar los días y las gentes que se afanan. Los conoce bien, los días y sus afanes, porque son los mismos que, hasta que le rindió la enfermedad, ocuparon toda su vida: arar y sembrar las tierras, segar la hierba de los prados, atender a los animales... Lo justo para ir tirando y guardar algún ahorro. De estos últimos tira ahora, qué remedio. Pero no se puede quejar, porque vive en su casa con una hermana, soltera como él, que cuida además un pequeño huerto y media docena de gallinas. Por eso respondió como respondió a la carta en que se le comunicaba que le había sido concedida una pensión: "que no podía aceptarla, que otros habría que la necesitaran más que él". Así con estas mismas palabras lo escribió sin titubear y muy convencido de que llevaba razón.
2 Su nombre es conocido más allá de los círculos en que se mueve, está acostumbrado a salir en los periódicos y en los últimos años se ha asomado alguna que otra vez a las pantallas de la televisión. A lo largo de su carrera profesional, dilatada en el tiempo y ligada inexorablemente a las finanzas, ha tenido siempre por horizonte las ventanas de un despacho. Le avalan su gestión y un sinfín de cargos. De algunos, muy a su pesar, se ha visto obligado a desprenderse. A otros, los más sustanciosos, se sigue aferrando. ¿Qué va a hacer él si no puede seguir ejerciendo? Pero la edad no perdona, y las intrigas, y los nombramientos que aguardan... En fin, que las circunstancias mandan, le ha llegado la hora de irse a casa y la empresa en pago a sus servicios le remunera con una generosa pensión dicen las malas lenguas que millonaria.

                                (Publicado en La Razón el 8 de octubre de 2018)