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lunes, 29 de febrero de 2016

Efemérides literarias

Álvaro Cunqueiro
El 28 de febrero de 1981 moría en Vigo Álvaro Cunqueiro, uno de los más grandes prosistas del siglo pasado en lengua castellana. Nacido en Mondoñedo (Lugo) en 1911, cultivó todos los géneros. De su obra en castellano (Cunqueiro escribió también, y mucho, en su lengua natal) destacan particularmente sus relatos y novelas, que conforman un universo literario propio e inconfundible cuyo rasgo más destacado es sin duda la propensión a lo fantástico en detrimento de lo real. En ese reino de la imaginación con aromas de leyenda y dicción de regusto clásico hay dos territorios que le sirven de marco narrativo: el de la tradición celta que culminó en el ciclo artúrico o 'materia de Bretaña' y el de la mitología griega.
Al primero pertenecen, entre otros, los títulos siguientes: Merlín y familia (1955), Las crónicas del sochantre (1956), publicados los dos originariamente en gallego, y Flores del año mil y pico de ave (1968).
En el segundo se inscriben Las mocedades de Ulises (1960) y Un hombre que se parecía a Orestes (1969).
Recreó asimismo el mundo de Las mil y una noches en Cuando el viejo Sinbad vuelva a las islas (1961).
Viajero infatigable, exquisito gastrónomo y no menos fino catador de vinos, dedicó al tema culinario algunos libros, como La cocina cristiana de Occidente (1969).
Cunqueiro es también un maestro indiscutible del artículo periodístico, labor que ejerció durante toda su vida. El lector interesado puede encontrar una buena prueba de ello en dos magníficas recopilaciones de reciente aparición: "Los días" en La Noche (Santiago de Compostela, 1959-1962) y "Los otros rostros" (1975-1981) en Sábado Gráfico (Madrid, 1956-1983).
Sirva como muestra de la peculiar escritura del polígrafo mindoniense la nota preliminar de su Merlín y familia:

"Ahora que viejo y fatigado voy, perdido con los años el amable calor de la moza fantasía, por veces se me pone en el magín que aquellos días por mí pasados, en la flor de la juventud, en la antigua y ancha selva de Esmelle, son solamente una mentira, que por haber sido tan contada, y tan imaginada en la memoria mía, creo yo, el embustero, que en verdad aquellos días pasaron por mí, y aun me labraron sueños e inquietudes, tal eran como una afilada trincha en las manos de un vago y fantástico carpintero. Verdad o mentira, aquellos años de la vida o de la imaginación, fueron llenando con sus hilos el huso de mi espíritu, y ahora puedo tejer el paño de estas historias, ovillo a ovillo. Cuando de obra de nueve años cumplidos por Pascua Florida, con la birreta en la mano, me acerqué a la puerta de mi amo Merlín, ¿quién diría que me la iban a llenar, la gorrilla nueva, de las más misteriosas magias, encantos, inventos, prodigios, trasiegos y hechizos? Nunca regalo como este, digo yo, le fue hecho a un niño, y como de un cuerno maravilloso saco cinta tras cinta, cuento tras cuento, y con mis propios ojos contemplo toda aquella tropa profana que a Merlín acudía y a sus siete saberes: en Merlín  se añadían, tal los hilos de un sastre invisible, todos los caminos del trasmundo. Él, el maestro, hacía el nudo que le pedían. Ya lo veréis". 

viernes, 26 de febrero de 2016

Cosas de antes

El armario de luna.
Las medias de cristal.
El jabón de olor.
Los renglones de los surcos.
El olor de la hierba recién segada.
La mansedumbre de los bueyes.
Las horas quietas viendo nevar.
Los relojes de cuerda, que no se daban prisa.
El tabaco de cuarterón.
Los librillos de papel de fumar (con una hoja roja previsora que avisaba: “Quedan cinco hojas”.)
Los pecados mortales y veniales.
El latín.
El aguinaldo.
Las esquilas del rebaño al atardecer.
Las roderas del carro en los caminos.
Las jaculatorias.
Las estampas de santos guardadas entre las páginas de los libros.
Las gavillas en las eras.
El colchón de lana.
El sarampión, los sabañones.
Ir a por agua a la fuente.
Ir al monte por leña.
Los impermeables de plexiglás.
La jofaina con el aguamanil.
Los anteojos.
La cantina.
El pan posado.
Los borrones de tinta.
El papel secante.
El tintero (y en él se dejaban guardados los olvidos).
El carro de heno.
El olor nuevo de la tierra en la reja del arado.
El coco que se lleva a los niños que duermen poco.
La hoz a la cintura.
Las preguntas y respuestas del catecismo.
El trato familiar con abalorios y cachivaches.
¡Mañanicas del mes de mayo!
Las costumbres.
Las lumbres de los pastores.
Los nidos: saberlos, y andar a ellos.
El olor del lapicero (la punta se podía hacer con la navaja o el afilador).
La quejumbre pausada del hacha.
El anillo de la trilla.
La paciencia para gastar el tiempo.
La virtud (terrenal) de la modestia.
El olor del silencio a la intemperie.

miércoles, 24 de febrero de 2016

En el diccionario

El diccionario está lleno de ingeniosas y muy expresivas exageraciones (lo que las filólogas y los filólogos llaman hipérboles). Todas son preciosas, por lo que se agradece siempre encontrarse con alguna de ellas en cualquier paseo que se dé por sus páginas Con estas, por ejemplo, que hacen alusión a distintas partes del cuerpo humano:
perder la cabeza, hablar por los codos, comerse a alguien con los ojos, subírsele a uno los humos a la cabeza, costar un ojo de la cara, caérsele a uno el alma a los pies, tener algo (una palabra, un recuerdo…) en la punta de la lengua, hablar con el corazón en la mano, entrar algo por los ojos, hacérsele a uno la boca agua, quedarse con un palmo de narices, hacer de tripas corazón, hinchársele a uno las narices, echar sapos y culebras por la boca, poner la mano en el fuego por alguien, darse con un canto en los dientes, tirar de la lengua, no tener pelos en la lengua, ponérsele a alguien una cosa en las narices, andar con cien ojos, costar un riñón o un ojo de la cara, liarse la manta a la cabeza, quedarse o dejar a alguien con un palmo de narices, tener algo entre ceja y ceja, ser uña y carne, subirse a las barbas de otro, dormir con los ojos abiertos...

lunes, 22 de febrero de 2016

Efemérides literarias

Antonio Machado nació en Sevilla en 1875. Desde los ocho años vivió, como toda la familia, en Madrid, y allí estudió en la Institución Libre de Enseñanza (no obtuvo, sin embargo, el título de bachiller hasta el año 1900). En 1899 se fue a París, donde trabajó durante unos meses como traductor; en una segunda estancia en la capital francesa (1902), hizo amistad con Rubén Darío. En 1907 se trasladó a Soria, en cuyo instituto fue catedrático de francés hasta 1912. Allí descubrió el paisaje castellano, con el que enseguida se identificó. Y en Soria -ciudad asociada para siempre a su nombre- se casó en 1909 con Leonor Izquierdo, que tenía entonces dieciséis años.
La muerte de Leonor en 1912 le causó una gran conmoción y Antonio abandonó Soria para trasladarse a Baeza (Jaén). Ejerció luego como profesor en Segovia y Madrid, y hacia 1927 conoció a Pilar Valderrama, la Guiomar de sus últimos poemas amorosos. Decidido partidario de la República, se vio obligado a huir a Francia poco antes de terminar la guerra civil, en enero de 1939. Un mes más tarde, el 22 de febrero de 1939, murió -"casi desnudo como los hijos de la mar"- en una pensión de Colliure, un pueblo de la costa francesa, donde continúa enterrado.
Unos días después de su muerte, se encontraron en el bolsillo de su abrigo unos papeles arrugados en los que, escrito a lápiz, había escrito Antonio Machado su último verso:

            Estos días azules y este sol de la infancia.

De esta manera, se hacían realidad los versos con que finalizaba el poema Retrato, el primero de su libro Campos de Castilla (1912) unos versos proféticos que se cumplían trágicamente veintisiete años más tarde de ser publicados:

            Y cuando llegue el día del último viaje,

            y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
            me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
            casi desnudo, como los hijos de la mar.

El primer libro de Machado fue Soledades (1903), ampliado y refundido en 1907 con el título de Soledades, galerías y otros poemas.
Buscó en él, según sus propias palabras, una poesía que "mirando hacia dentro", hacia las "galerías" interiores del alma, fuera capaz de expresar las vivencias personales más hondas y sentidas.
Sin duda uno de los temas fundamentales del libro es la meditación melancólica y dolorida sobre el fluir del tiempo, que conduce irremediablemente a la muerte:

            Al borde del camino un día nos sentamos.
            Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita
            son las desesperadas posturas que tomamos
            para aguardar... Mas Ella no faltará a la cita.

Otro tema presente en buena parte de los poemas es la evocación nostálgica de experiencias y emociones del pasado. Para referirse a estas evocaciones y recuerdos, Machado utiliza el término "sueños", de la misma manera que "soñar" equivale a revivir el pasado:

            Y podrás conocerte recordando
            del pasado soñar los turbios lienzos,
            en este día triste en que caminas
            con los ojos abiertos.
            De toda la memoria, sólo vale
            el don preclaro de evocar los sueños.

El siguiente libro de Antonio Machado, y el más conocido, es Campos de Castilla, publicado en 1912, y aumentado en una segunda edición en 1917.
Sus temas fundamentales son la descripción de las tierras de Soria -prototipo del paisaje castellano, austero, árido y gris- y las reflexiones, críticas y dolorosas, sobre la decadencia española.
Hay también en este libro, en los poemas escritos en Baeza a partir de 1912 e incorporados a la edición de 1917, evocaciones nostálgicas de Soria y emocionados recuerdos de Leonor muerta, así como descripciones del paisaje andaluz.
           
            Allá, en las tierras altas,
            por donde traza el Duero
            su curva de ballesta
            en torno a Soria, entre plomizos cerros
            y manchas de raídos encinares,
            mi corazón está vagando, en sueños...
            ¿No ves, Leonor, los álamos del río
            con sus ramajes yertos?
            Mira el Moncayo azul y blanco; dame
            tu mano y paseemos.
            Por estos campos de la tierra mía,
            bordados de olivares polvorientos,
            voy caminando solo,
            triste, cansado, pensativo y viejo.

Otro grupo, Proverbios y cantares, está constituido por una serie de poemas breves que recogen reflexiones y sentencias de carácter filosófico sobre los grandes temas de la existencia humana.

             Nuestro español bosteza.
            ¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío?
            Doctor, ¿tendrá el estómago vacío?
            -El vacío es más bien en la cabeza.

           
            El ojo que ves no es
            ojo porque tú lo veas:
            es ojo porque te ve.

En el libro aparece también un largo romance, La tierra de Alvargonzález, que relata una dramática historia de codicia y envidia.
Nuevas canciones, publicado en 1924, es un libro muy variado: poemas en formas métricas tradicionales (coplas, romances, etc.); breves e ingeniosos poemas de carácter sentencioso y filosófico, "los cantares de un pensador", como los llamó Pedro Salinas; descripciones de paisajes y evocaciones de recuerdos... Por esta época piensa Machado que la misión de la poesía es eternizar lo cambiante y momentáneo buscando la temporalidad esencial: "la poesía es la palabra esencial en el tiempo":
En los años posteriores, Antonio Machado se dedica más a la prosa, y no publica ningún nuevo libro de versos. Pero en las sucesivas ediciones de sus Poesías completas (1928, 1933, 1936) aparecen diversos poemas añadidos. Entre ellos destacan los que forman De un Cancionero apócrifo, atribuido a dos poetas de su invención, Abel Martín y Juan de Mairena. Testimonio de un amor tardío y otoñal son las Canciones a Guiomar. Cabe destacar finalmente sus Poesías de guerra, escritas durante los días trágicos de la guerra civil.

viernes, 19 de febrero de 2016

Noticia del río Cea

Dicen en las noticias, y no puedo dar crédito a lo que oigo, que el Cea se ha desbordado y amenaza con inundar terrenos y algún pueblo. Imposible que un río de nombre tan parco como su cauce se atreva a cometer tales desmanes.
Un servidor lo conoce ben, desde la infancia como quien dice, y no, no me lo imagino saltándose las márgenes y atropellando cultivos o anegando casas o cualquier otro extravío semejante. Sí, como mucho, que se atreva a llevarse por delante un chopo descuidado o unas matas de salgueras con las raíces al aire, o a corretear sin permiso de su dueño por alguna finca colindante, pero nada más.
Dice uno todo esto, y que lo conoce bien, porque el río Cea nace en mi pueblo, un poco más arriba de las últimas casas, en las faldas del pico de Piedralagua. Allí, de una peña y entre unos brezos, brota decidido el manantial, y discurren enseguida sus aguas con buen ímpetu por el hondón angosto de un breve desfiladero, a mitad del cual recibe lo que le sobra a la Fuente Rodriga, enjaulada la pobre en una caseta por ser la que abastece al pueblo. Suelta generoso lo regalado un trecho más adelante a la presa de El Quebradero, y otro tanto hace luego con la de La Molinera. Aun así llega fresco y abundante a la parte bajera del pueblo, por donde hace su aparición lamiendo los muros de la escuela antes de pasar bajo el puente que le rinde homenaje (y justo en ese espacio entre la escuela y el puente lavaban antes la ropa en un remanso las mujeres, y de cada lavandera de roble hincada en la tierra salía de continuo una pacífica flota de pompas de jabón que marchaba aguas abajo a explorar nuevos horizontes).
No ha acabado de dejar el pueblo y ya viene en su auxilio el río Mocoso, de limpio cauce en contra de lo que su nombre pueda hacer pensar. Se pasea a continuación un rato por la orilla de la carretera y se precipita al llegar a La Fábrica en vistosa pirueta de no menos de cuarenta metros por la cascada del Gorgolón.
Ensimismado en la paz de los prados de Las Solanas y El Sotico, y nada más rezarle unas salves a la Virgen cuando pasa por delante de la ermita, le da la bienvenida al arroyo de Retejerina que le trae ayuda de los montes circundantes.
Así crecido y una pizca envalentonado entra en el término del vecino pueblo de Prioro, en cuyo nombre le ofrenda los primeros dones el arroyo de Valledrao.
De esta guisa, con porte más bien modesto y un caudal que pocas veces llega a mediano, se dispone a asomarse al ancho mundo que le aguarda tras el desfiladero de Las Conjas.
Por los mapas sé que, pasado Sahagún, todavía en la provincia de León, y luego de fisgonear un trecho en la de Valladolid y atreverse a entrar en la de Zamora, entrega sus aguas a las del Esla, nacido como él en la vertiente leonesa de la Cordillera Cantábrica, y que por el camino recibe también otros arroyos y algún riachuelo, pero todos de caudal muy discreto y nada revoltosos ni levantiscos.
¡Conque cómo voy a creer que un río como el Cea, pacífico de por sí, y de origen tan humilde, vaya a ser capaz de desmandarse de esa manera que dicen en las noticias! 

miércoles, 17 de febrero de 2016

Prosa y poesía

La única patria
Dicen, y así lo he leído en alguna parte, que, en llegando a una cierta edad, el pasado se va poco a poco difuminando, como si una neblina lo velara, y que algunos trechos, y no los más lejanos sino, al contrario, los que aún no han tenido tiempo de aposentarse del todo en la memoria, se presentan, cuando trata uno de volver atrás para rememorarlos, como si una pátina los hubiera ido despintando o alguna sombra oscureciendo -al modo de la noche con el día- o fueran borrándose ellos solos lo mismo que una vela que se apaga.
Y dicen también que, a la par que ese territorio del pasado se destiñe y emborrona y desvanece, otro, que por lógica debería haber sido el primero en empañarse y volverse remoto, se va imperceptiblemente clareando y haciéndose más vivo y cercano igual que una patria perdida que emergiera entra las brumas... Una patria de la que todos los poetas han dicho siempre que es la única que el ser humano tiene.

    Nieve
Días de nieve,
la dicha del que lee.

Pasos de nieve,
los que a llamarte vienen...

Diles que no te esperen.

lunes, 15 de febrero de 2016

Los copos de nieve

Kepler, el famoso astrónomo y matemático alemán, conocido sobre todo por sus leyes sobre el movimiento de los planetas, estudió también los copos de nieve, cuya forma y belleza le subyugaban de modo singular. Y así, en 1611, escribió: "Tiene que haber alguna causa concreta por la que, siempre que empieza a nevar, las primeras formaciones de nieve presentan invariablemente la forma de una estrellita de seis puntas". Intrigado por el hecho, observó que la misma estructura se repetía en algunos seres del mundo natural, como las celdillas de las abejas en los panales y las pepitas de las granadas. Pero, no hallando más ejemplos coincidentes, hubo de renunciar a explicar científicamente la causa de la arquitectura de los copos.
Hoy se sabe que los copos son "anillos hexagonales de moléculas de agua" y que esa forma hexagonal básica "se desarrolla de varias maneras conforme el cristal de hielo crece", dependiendo de la temperatura y la humedad del aire. "En el aire muy húmedo, brotan brazos de las seis puntas de los copos de nieve. Estos brazos se convierten entonces en nuevas placas hexagonales o, si el aire es suficientemente cálido, les salen todavía más apéndices y multiplican los brazos de la estrella que está creciendo. [...] A medida que nieva, el viento empuja los copos a través de las ligeras e innumerables variaciones de temperatura y humedad del aire". Por este motivo, "no hay dos copos de nieve que sigan la misma trayectoria".
De manera que Kepler no anduvo descaminado en lo fundamental al tratar de solucionar el enigma de la belleza y la simetría de los copos de nieve, y "sus intuiciones respecto a la disposición de las pepitas de granada y las celdillas de las abejas iban en la buena dirección".
He tomado estas informaciones, y las frases entrecomilladas, de En un metro de bosque, un libro en el que su autor, David George Haskell, biólogo norteamericano, cuenta todo lo que ve, observa y escucha en tan reducido perímetro a lo largo de un año (de ahí el subtítulo: Un año observando la naturaleza). En un paseo sin rumbo por el bosque, escoge una piedra que le brinda fácil asiento, delimita un breve espacio a su alrededor y allí acude cada día durante un año entero con el propósito de anotar todos los menudos acontecimientos que se vayan desarrollando ante sus ojos con el paso de las estaciones: las idas y venidas de insectos y animales, el canto de los pájaros, la caída de las hojas...
(No sería mala idea, pensó uno nada más abrir el libro, hacer otro tanto y buscar una piedra aparente en el monte, trazar el correspondiente perímetro alrededor, ir todos los días a hacerle una visita y tomar nota puntual de todo lo que se observe, y de paso ver de hacer amistad con todos los seres, ya sean caminantes, reptiles o voladores, que compartan o atraviesen el pequeño territorio por vía terrestre o aérea: hormigas, grillos, arañas, pájaros, lagartijas, ratones, y quién sabe si también algún ciervo despistado que venga a ramonear por allí cerca...).



viernes, 12 de febrero de 2016

Oficios y profesiones

Algún día habría que hacer un inventario de los oficios y profesiones desaparecidos o en vías de desaparición: afilador, aguador, alfarero, alguacil, ama de cría (o nodriza), arriero, aserrador, barbero, barrenador, bordadora, botero, boyero, calero, calígrafo, caminero, campanero, cantero, cantinero, carbonero, cardador o cardadora, carretero, cerillera, cestero, cobrador de autobús, colchonero, copista, cordelero, costurera, cuchillero, curtidor, deshollinador, escribano, esquilador, farolero, fogonero, guardabosques (o guardamontes, o guarda de montes), guardagujas, herrero, hilandera, hojalatero, labrador, lavandera, leñador, mielero, molinero, palafrenero, pastor, pellejero, picapedrero, quesero, recadero, sastre, tabernero, tipógrafo, trapero, yegüero…
Y alguno más que se me ha quedado en el tintero, como el de pendolista, esto es, el que escribe con muy buena letra y se dedica a elaborar documentos manuscritos para otras personas.
También dos de los más poéticos y de llevar una vida la mar de apartada y novelesca, el farero y el sereno.
Y los curas y maestros de pueblo, que se han quedado sin almas y sin niños.

miércoles, 10 de febrero de 2016

Curiosidades de la lengua

Como es sabido, el sufijo -illo, -illa tiene valor diminutivo y expresa pequeñez (arbolillo, bolsillo, camilla, cucharilla) o afecto (guapillo, dinerillo, chiquilla, mentirosilla).
Pero no siempre, pues en muchas ocasiones el significado de la nueva palabra así formada ha ido evolucionando de tal modo que finalmente poco o nada tiene que ver con el original. Por ejemplo, cabecilla no designa una cabeza pequeña sino una 'persona que está a la cabeza de un grupo rebelde o contrario a la ley'; comidilla no hace referencia a una comida pequeña sino a un 'tema que es objeto de comentario o murmuración'; manzanilla no es una manzana pequeña sino una 'hierba de flores olorosas que se utiliza como infusión'.
Hay muchas más, y de uso bien frecuente: bocadillo, bombilla, calderilla, cepillo, coletilla (con el sentido de 'añadido breve al final de lo dicho o escrito'), colilla, estribillo, gatillo ('pieza que se aprieta con el dedo para disparar un arma de fuego'), infiernillo ('aparato pequeño para calentar agua o cocinar'), maletilla ('joven que, sin medios ni ayudas, aspira a ser torero'), pardillo ('rústico, ignorante, incauto'), pasillo, perilla ('porción de pelo que se deja crecer en la punta de la barbilla'), plantilla (con el sentido de 'relación de trabajadores fijos de una empresa u organismo', o también 'conjunto de los jugadores de un equipo deportivo').
Otras conservan vagamente el significado, bien por un cierto parecido, bien por usarse en sentido metafórico: horquilla ('pieza empleada para sujetar el pelo'), muletilla ('palabra o frase que se repite mucho', como si el hablante se apoyara en ella cuando no sabe qué decir o para salir del apuro), patilla ('porción de pelo que crece a ambos lados de la cara por delante de las orejas'), pesadilla ('sueño angustioso', 'preocupación grande y continua')...

lunes, 8 de febrero de 2016

Efemérides literarias

Rubén Darío
El sábado pasado se cumplió el primer centenario de la muerte de Rubén Darío, que nació en Metapa (Nicaragua) en 1867 y murió en la también ciudad nicaragüense de León el 6 de febrero de 1916.

A Rubén Darío, considerado unánimemente como el gran renovador de la poesía en lengua castellana del siglo XX, se le tiene además por el padre del modernismo, un movimiento fundamentalmente esteticista. La literatura y el arte se conciben como un mundo pleno y absoluto frente a la mediocridad e imperfección del mundo real, y su misión no es otra que proporcionar el sentido y la belleza que no encuentran en la vida. De ahí que abunden las evocaciones históricas y legendarias de tiempos pasados, los ambientes exóticos y refinados y los motivos coloristas: ninfas y dioses, jardines, palacios y castillos, cisnes, princesas, salones cortesanos, fiestas galantes, etc. Todo un mundo de refinada belleza, opuesto, según los modernistas, a la gris vulgaridad de la vida burguesa; lo bello e inútil desde el punto de vista práctico frente a lo utilitario y materialista.
A este modernismo, que, en la poesía, concede especial relevancia a la música del lenguaje y cuida con mimo la magia de la métrica, pertenecen los dos primeros libros de Rubén Darío, Azul (1888) y Prosas profanas (1896). Precisamente en el prólogo de este segundo libro (que incluye poemas tan famosos como la Sonatina: "La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa? / Los suspiros se escapan de su boca de fresa...") aparecen estas significativas palabras: "Veréis en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de países lejanos o imposibles; ¡qué queréis, yo detesto la vida y el tiempo en que me tocó nacer!".
El otro tema importante del modernismo lo constituye la expresión de la intimidad personal, de clara inspiración romántica y simbolista: la melancolía, la nostalgia, el hastío y la tristeza como manifestaciones del malestar existencial, sentimientos envueltos casi siempre en ambientes otoñales o crepusculares de jardines abandonados, parques solitarios, tardes grises, etc. Y aquí se ancla el tercer libro importante de Darío, Cantos de vida y esperanza (1905), que incorpora además motivos hispánicos (Letanía de Nuestro Señor Don Quijote) y de cariz político (Salutación del optimista, Oda a Roosevelt).
Sin duda, uno de los poemas más significativos de esta vertiente intimista es el titulado Lo fatal, que tiene por tema la desazón existencial, el radical desamparo de los seres humanos perdidos en el tiempo y aguardando la llegada inexorable de la muerte.
En la primera estrofa, el poeta envidia al árbol y a la piedra por carecer de las facultades de sentir y pensar, exclusivas del ser humano, pues son ellas las que originan "el dolor de ser vivo" y la pesadumbre de "la vida consciente". El pesimismo impregna las estrofas siguientes, en las que se acumulan, con un ritmo in crescendo marcado por la repetición de la conjunción y, las razones de la angustia vital, resumidas y condensadas en esa terrible incertidumbre de la exclamación final. (Y obsérvese de paso el perfecto paralelismo sintáctico y la no menos impecable antítesis semántica en los versos segundo y tercero de la penúltima estrofa, así como la ruptura del ritmo métrico en los dos versos finales, de nueve y siete sílabas, frente a los alejandrinos de catorce anteriores.) 

Lo fatal

Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos...!

                        (Cantos de vida y esperanza)                                          

viernes, 5 de febrero de 2016

Historias de andar, reales como la literatura misma

En el supermercado
La cajera del supermercado estaba hoy particularmente preparada y elocuente.
¿Usted cree que tenemos un alma? me espetó así a bocajarro, levantando lo justo un instante los ojos de su quehacer, sin dejar de pasar las cajas de leche por ese cristal oscuro donde acecha el ojo encargado de emitir un parpadeo luminoso cada vez que lee un código de barras.
Pues no sé...
¿No me dirá que no ha pensado nunca usted en si tenemos alma o no la tenemos? acometió con ademán de triunfo.
Miré a dos señoras que se acercaban peligrosamente a la caja.
Sí, alguna vez... concedí, bajando la voz con el limpio ánimo de que la controversia quedara en las proporciones en que ahora estaba, es decir, entre la cajera y un servidor.
¿Y qué? ¿Existe o no existe? porfió ella, los brazos en jarra y esparciendo golosa la mirada en derredor como hacían los profetas cuando predicaban la buena nueva por las encrucijadas de los caminos.
Yo creo...
Existe, se lo digo yo  sentenció desde su púlpito, al que ya miraban con curiosidad la media docena de parroquianas que engrosaban la cola. Y parece mentira que usted no lo sepa.
Me puse a meter las cosas en las bolsas de plástico, por rebajar el tono y que no aumentara por lo menos el número de partícipes.
Y dígame otra cosa  insistió la cajera abarcando todo su campo de operaciones en un claro ejercicio de proselitismo , ¿dónde cree usted que la llevamos, el alma, quiero decir?
Se veía que la pregunta la había envalentonado, y hasta el punto de que cayó en la deferencia de ayudarme a distribuir el género por las bolsas –los huevos con lo más liviano, los tomates encima de las manzanas, las cajas de la leche llevando en la cabeza a los yogures- mientras yo atinaba con la respuesta.
Bueno, dicen que aquí dentro articulé en un susurro.
Sí, pero ¿dónde exactamente?
Noté enseguida que era precisamente ese el punto donde quería llegar, pues paseó de nuevo los ojos por la concurrencia y proclamó con solemnidad mientras introducía la tarjeta en la ranura de la máquina:
En el cerebro, está en el cerebro.
Me devolvió la tarjeta como el que da una limosna a un pobre.
Piénselo y verá que tengo razón  se despidió con una sonrisa llena de misericordia.

miércoles, 3 de febrero de 2016

La literatura

Leo en el ya clásico libro de E. R. Curtius Literatura europea y Edad Media Latina que la literatura se enseñaba en las escuelas de Grecia ya desde el siglo VI a. C.
A falta de libros sagrados, Homero fue para los griegos la "tradición", y sus poemas se convirtieron en el centro de la enseñanza escolar. Si los judíos aprendían la  Torá (la "Ley") de Moisés, los alumnos de la Grecia clásica leían a Homero.
El ejemplo griego fue seguido por los romanos, y Virgilio y particularmente la Eneida ocupó un lugar destacadísimo en la enseñanza del Imperio (también los grandes clásicos griegos, que fueron traducidos al latín para su uso escolar).
Lo mismo ocurrió después, en la época de formación de las naciones modernas: la enseñanza se hace portadora de la tradición literaria de cada país, y la literatura es fundamento y parte esencial del currículum escolar.
La literatura, se podría decir, es la memoria escrita de un pueblo o nación, y ya se sabe que sin la memoria  tanto da que se aplique a las personas en particular como a los pueblos o naciones en general no somos nada.
¡Como para que ahora venga toda esa pandilla de políticos de pesadilla y pedagogos de relumbrón y quieran eliminarla o casi, reduciéndola al mínimo de los planes de estudio!
Y pues si nadie en Inglaterra concibe una escuela en la que los alumnos no conozcan y lean a Shakespeare, y en Francia a Molière, y en Alemania a Goethe, otro tanto debería ocurrir en España con, por ejemplo, Cervantes y el Quijote... Si no es mucho pedir, en este año en que se celebra el cuarto centenario de la muerte del escritor español más universal.
Ningún homenaje, ni siquiera los de esa Comisión Nacional que nadie sabe de qué se ocupa, según leo en los periódicos, ningún acto le complacería tanto a él, que leía hasta los papeles que se encontraba por la calle como ver su Quijote abierto en las mesas de las escuelas y leído y reído por los estudiantes.

lunes, 1 de febrero de 2016

Fantasía

En la letra o todo es redondo: los oasis, los obeliscos, los ojales, las oficinas, los océanos, los odres, los oboes, las octavillas, el oro, las olas, los oteros... También se ve redondo todo lo que desde ella se mira: las pizarras de las escuelas, las tabletas de chocolate, los periódicos, los libros, las casas (y sus puertas, ventanas, escaleras, chimeneas...), los trenes, los prados y las tierras de labor, los valles y las montañas, el mar...
Y qué fácil que las orejas sean ojeras, y una órbita se transforme, con solo quitarle ese cuchillo de encima, en una obrita o en un rabito, y lo mismo un órgano en un onagro.
En la letra i hay muchas cosas que bien podrían llevar el punto y aparecer así con él encima, picudas y como si lucieran una diminuta corona: las iglesias, los iglús, la infancia, la ilusión, las ideas, los insectos (todos) y la instrucción (pública, que es el adjetivo que ella prefiere para su acompañamiento).
Las dos, la i y la o, conviven amigablemente en el odio y el oprobio, comparten el ocio y el oficio, atienden por igual al insidioso que al indigno, convierten lo irónico en onírico, aparecen de improviso en el óbito de un obispo, habitan lo ínfimo y lo infinito, se desorientan un poco en el inicio y el indicio, profesan a la vez el optimismo y el inconformismo, confunden lo incógnito con lo obvio, buscan por instinto en cualquier orificio, ni temen al ofidio ni huyen del ornitorrinco, están en el oído y el ombligo y se enredarán un día, como le pasa a todo, en el ovillo del olvido.
(Inciso: istmo y mitos, óptico y tópico.)