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martes, 19 de diciembre de 2017

Palabras y expresiones castellanas de origen bíblico (I)

Alguno dirá, y no sin razón, que la procedencia bíblica de algunas de estas palabras y expresiones es discutible en un sentido estricto, etimológica o históricamente hablando, pero así han sido percibidas por el sentir popular, que, de un modo más o menos intuitivo, les asignó desde un principio ese fundamento y esa consideración.
Lo que resulta indudable, en cualquier caso, es que todas ellas han pervivido a lo largo de los siglos aun entre las capas sociales menos instruidas, y también que forman parte, y no precisamente insustancial, todavía hoy, del acervo lingüístico y cultural de los hablantes del idioma castellano.

adán. Coloquialmente, hombre desaliñado, sucio o descuidado. Aunque no aparecen en el DRAE, son también de uso familiar estar hecho un adán, parecer un adán: ser desaliñado o muy descuidado en el vestir.

adefesio. De la expresión latina ad Ephesios, ‘a los habitantes de Éfeso’, título de una carta o epístola que forma parte del Nuevo Testamento y que fue dirigida por san Pablo a los habitantes de esa ciudad de Asia Menor (actual Turquía), en la que él había predicado y sufrido grandes penalidades. Empleada hasta el siglo XVI como locución adverbial con el significado de ‘en balde’ o ‘disparatadamente’, pasó a significar después ‘prenda de vestir o adorno ridículo’ y ‘persona de aspecto feo o ridículo’.

agareno, na. Descendiente de Agar, esclava de Abraham; musulmán.

aleluya. Del hebreo hallelu yah, 'alabad a Dios'. Exclamación bíblica de júbilo, usada en la liturgia cristiana con el mismo fin, particularmente en tiempo de Pascua.

alfa. alfa y omega: principio y fin (Hechos de los Apóstoles 1, 8: "Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios..."). Alfa y omega son, respectivamente, la primera y la última letra del alfabeto griego.
amén. Así sea, como fórmula para manifestar aceptación o conformidad; también, para expresar el deseo de que tenga efecto lo que se desea. Proviene del hebreo amen, equivalente a 'verdaderamente', 'en verdad, en verdad'.

apocalipsis. Fin del mundo. Catástrofe de grandes proporciones, destrucción total. Del griego apokálypsis, 'revelación', es el título del último libro de la Biblia, el Apocalipsis de san Juan, que contiene las revelaciones sobre el fin del mundo.

apóstol. Del griego apóstolos, 'enviado'. Cada uno de los doce principales discípulos de Jesús; también, persona dedicada a la difusión de la doctrina cristiana o de cualquier otra idea importante.

árbol. árbol de la ciencia del bien y del mal, árbol de la vida: árboles puestos por Dios en medio del paraíso que tenían la virtud de prolongar la existencia. Del segundo, el árbol del conocimiento, le prohibió al hombre expresamente que comiera sus frutos: "Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día en que comas, ciertamente morirás" (Génesis 2, 16-17).

arca. arca de la alianza: arca en que el pueblo hebreo guardaba las tablas de la ley, el maná y la vara de Aarón; arca de Noé, arca del diluvio: especie de embarcación en que se salvaron del diluvio universal Noé, su familia y los animales que encerraron en ella.

arena. edificar sobre arena: hacer algo sin fundamento, sin una base sólida y duradera (Mateo 7, 26: " Pero el que me escucha estas palabras y no las pone por obra, será semejante al necio, que edificó su casa sobre arena". Se contrapone esta actitud con la descrita dos versículos antes, en 7, 24: "Aquel, pues, que escucha mis palabras y las pone por obra, será como el varón prudente, que edifica su casa sobre roca.").
avemaría. Del latín ave, palabra que se empleaba como salutación, y María, nombre de la Virgen: oración cristiana compuesta de las palabras con que el arcángel san Gabriel saludó a la Virgen María, de las que dijo santa Isabel y de otras que añadió la Iglesia.

babel. Desorden y confusión. De Babel, nombre que se le da en la Biblia a la ciudad de Babilonia, y particularmente a la torre que los hombres pretendieron construir en ella con la intención de que llegase hasta el cielo (Génesis 11, 1-9: "...Por eso se la llamó Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de todos los habitantes de la tierra y los dispersó por toda la superficie."). 

bandeja. servir en bandeja de plata: dar a alguien grandes facilidades para que consiga lo que se ha propuesto. Según narran los evangelistas Mateo y Marcos, el rey Herodes Antipas había encarcelado a Juan el Bautista por haberle reprobado su matrimonio con Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Salomé, la hija de Herodías, bailó para Herodes con motivo de su cumpleaños, y él, agradecido, le prometió bajo juramento que le daría cuanto le pidiera. Aconsejada por su madre, Salomé pidió que le trajeran la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja, y Herodes cumplió con su deseo.

barrabás. Persona mala, perversa. Proviene del nombre de Barrabás, preso que Pilato, a petición de los judíos, indultó con preferencia a Jesús. / barrabasada. Acción o travesura que produce gran daño o perjuicio.

becerro. becerro de oro: dinero o riquezas, por alusión al becerro de oro que el pueblo hebreo, cansado de peregrinar por el desierto y en ausencia de Moisés, formó con los pendientes que llevaban y al que ofrecieron sacrificios en un altar; adorar al becerro de oro: interesarse únicamente por las riquezas y bienes materiales.
belén. Representación del nacimiento de Jesús, por alusión a Belén, localidad de Palestina en que tuvo lugar. Por extensión, alboroto, desorden, situación confusa: armarse o montar un belén, meterse en belenes.

benjamín. Hijo menor de una familia, miembro más joven de un grupo, por alusión a Benjamín, hijo último de Jacob, y su predilecto.

busilis. Punto en que radica la dificultad o el interés de una cosa, intríngulis. Viene de la expresión latina in diebus illis, inicio frecuente de los textos latinos del evangelio que se leían en la misa; alguien que no entendía su significado (‘en aquellos días’) debió de suprimir las dos primeras sílabas –in die- y amalgamar las restantes –bus illis: busilis-, formando así la nueva palabra, ‘busilis’.

Caín. Del personaje bíblico, hijo de Adán y Eva, que mató a su hermano Abel por envidia; alma de Caín: persona malvada y cruel; las de Caín: intenciones aviesas; pasar las de Caín: sufrir granes apuros y contratiempos. / cainita. Referido a Caín, o que tiene que ver con su actitud de rechazo, odio o enemistad contra familiares y allegados: envidia cainita.

calle. calle de la amargura: situación angustiosa y prolongada; traer a alguien por la calle de la amargura: causarle numerosos y prolongados disgustos. Hace referencia a la vía dolorosa o calle de la amargura que recorrió Jesús camino del Calvario llevando la cruz a cuestas.

calvario. Representación, en un camino o en las paredes de una iglesia, de las principales escenas de la pasión de Jesucristo. El mismo lugar aparece designado con el nombre arameo de Gólgota, 'lugar de la calavera'. También, por extensión, sucesión de adversidades o desgracias que sufre una persona; con idéntico sentido se emplea la expresión pasar un calvario.

carta. carta de Urías: procedimiento falso y traidor que alguien emplea para hacer daño a otra persona, abusando de su confianza y buena fe. Proviene del episodio en que el rey David escribe una carta a Joab con las instrucciones para que Urías muera en la batalla, enviándole dicha carta por el propio Urías, con cuya mujer pretendía casarse.

cena. última cena: última cena de Jesucristo con sus discípulos.

cenáculo. Sala en que Jesucristo celebró la última cena con sus apóstoles; también, reunión poco numerosa de personas unidas por vínculos ideológicos o profesionales.

chivo. chivo expiatorio: macho cabrío que era sacrificado por el sumo sacerdote para expiar los pecados de los israelitas; persona a la que se hace pagar las culpas de otros, cabeza de turco.

cielo. clamar al cielo: ser algo manifiestamente escandaloso (Génesis 4, 10: "¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama de la tierra hasta mí", le dice Dios a Caín tras preguntarle por el paradero de Abel); ver el cielo abierto, o ver los cielos abiertos: encontrar la ocasión propicia para salir de un apuro o conseguir lo que se desea. Proviene del relato del martirio de san Esteban, que respondió así a sus agresores encolerizados : "Estoy viendo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre en pie, a la diestra de Dios" (Hechos de los apóstoles 7, 56).

cirineo. Persona que ayuda a otra en un trabajo penoso: hacer de cirineo. Alude a Simón Cirineo, que ayudó a Jesús a llevar la cruz en el camino del Calvario.

costilla. Coloquialmente, esposa; también, media costilla (Génesis 2, 22: "De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre").

coz. dar coces contra el aguijón: obstinarse en resistir a una fuerza o poder superior (Hechos de los apóstoles 9, 5:"Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón"; esta última parte de le frase de advertencia, pronunciada por la voz divina que derriba a Saulo en el camino de Damasco, no aparece, sin embargo, o se ha suprimido, en las versiones modernas).

cristo. Del latín Christus, y este del griego Christós, nombre bíblico del Hijo de Dios. Coloquialmente, se utiliza con frecuencia en las expresiones siguientes: un cristo, hecho un cristo: persona que presenta un estado lastimoso; armarse la de Dios es Cristo: producirse un jaleo o escándalo grandes; como a un cristo dos pistolas, con los verbos ir, sentar o equivalentes: muy mal; donde Cristo dio las tres voces: en un lugar muy apartado y solitario (aludiendo probablemente al desierto donde se retiró Jesucristo; allí fue tentado tres veces por el diablo, y las tres respondió con tres frases o voces de réplica contundente); ni Cristo que lo fundó: para negar rotundamente algo; todo cristo: todas las personas, todo el mundo./ anticristo. Ser maligno que aparecerá antes de la segunda venida de Cristo para apartar a los cristianos de la fe. Su descripción aparece en Apocalipsis 13 1-18: "Entonces vi surgir del mar una bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas...").

davídico, ca. Referido a David, rey de Israel. Su nombre, como símbolo de la fragilidad, se contrapone al de Goliat, gigante filisteo que representa la fuerza, en la expresión David y Goliat, no recogida en el DRAE: el débil, pero astuto, frente al más fuerte y poderoso, en una lucha aparentemente desigual de la que sale vencedor, como en el episodio bíblico, el primero.

dedo. poner el dedo en la llaga: conocer y señalar la verdadera causa de un mal, el punto más conflictivo o delicado de una cuestión. Proviene muy probablemente del episodio bíblico en que el apóstol Tomás, descreído, al referirle los demás discípulos que Jesús se les ha aparecido recién resucitado, exclama: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos  y no meto mi mano en su costado, no creeré" (Juan 20, 25).

desierto. predicar en el desierto, clamar en el desierto: intentar, inútilmente, convencer a quienes no están dispuestos a admitir razones o ejemplos (Isaías 40, 3: "...la voz que clama en el desierto").

diablo. En la tradición judeocristiana, príncipe de los ángeles rebelados contra Dios , y también cada uno de ellos, arrojados al abismo y representantes del mal; se le identifica con Satán y Satanás.

diluvio. Inundación de la tierra provocada por lluvias muy copiosas. Por antonomasia, el diluvio universal con que, según la Biblia, Dios castigó a los hombres en tiempos de Noé. / antediluviano, na. Anterior al diluvio universal.


miércoles, 6 de diciembre de 2017

Redacción

Libros los llamaban, y un libro era un objeto plano y rectangular formado por una pila de hojas de papel cosidas o pegadas por un lado, con una cubierta en la que figuraba el título y el nombre del autor del texto impreso que aparecía dentro.
Los había de todos los tamaños, desde los fácilmente transportables en la mano (incluso cabían en un bolsillo un poco holgado) hasta los que, por ser muy pesados y voluminosos, servían principalmente como adorno en los salones de las casas; estos últimos recibían el nombre de enciclopedias.
También los contenidos eran muy variados, según fuera la intención con que los autores los escribían: para entretener y pasar el tiempo (en aquella época de aquellos siglos viejos la gente aún disponía libremente de algunas horas), para exponer ideas o pensamientos, para explicar cosas o impartir conocimientos, para recoger lo que otros habían dicho, para servir de guía en alguna actividad...
Los libros se vendían en unos sitios que se llamaban librerías, y la gente acudía allí a curiosear y los hojeaba y los compraba, y luego los leía, o los regalaba, que durante mucho tiempo existió esa costumbre.
También se guardaban, alineados en largas filas con los lomos hacia fuera con una señal en la parte de abajo, en lugares especiales que se llamaban bibliotecas.
Allí había siempre personas que se encerraba horas y horas en salas silenciosas con las paredes abarrotadas de libros y unas mesas pobremente iluminadas donde podían apoyar los codos para leer y tomar notas. Otros, en cambio, menos vergonzosos, no tenían reparo en ponerse a leer en cualquier sitio y a cualquier hora: sentados en un banco de un parque público a la vista de todo el mundo, tumbados en la hierba a la sombra de los árboles o en la arena de la playa, repantigados en la butaca del salón de su casa, de pie mientras aguardaban con tranquilidad en las paradas de los vehículos en que se desplazaban de un lugar a otro… Algunos incluso se llevaban el libro con ellos a la cama para leer antes de dormirse.
Al contrario de lo que cabría pensar, los libros más leídos no eran los que enseñaban cosas útiles sino los que contaban historias que los autores se sacaban de la manga o de su imaginación, historias por eso mismo falsas o irreales, y no pocas veces inverosímiles y un punto absurdas.
De estos, según fuera de lo que hablaban, había tres clases: novelas (y cuentos si la historia era muy corta), poesía (si hablaba de sentimientos y cosas delicadas, para emocionar o hacer saltar las lágrimas) y teatro (si solo aparecían diálogos que después unos actores tenían que recitar en unos escenarios...). También se distinguían por la forma como estaba impreso el texto: las novelas, todo seguido, con guiones para indicar cuándo hablaba un personaje y cuándo otro; las poesías, sin que las líneas llegaran al final del renglón, ocupando solo la mitad o menos; el teatro, repitiendo siempre los nombres de los personajes y poniendo luego detrás de un guión lo que decían...
Estas tres clases de libros eran las que se leían asimismo en los sitios donde reunían a los niños para enseñarles todo lo que tenían que aprender: escuelas, o colegios, que era donde iban los más pequeños; institutos,  donde pasaban cuando se hacían adolescentes y cumplían doce o catorce años, según; y universidades, reservadas para los que querían prepararse para trabajos especiales y pasarse la vida haciendo ver que sabían mucho de una cosa, pero solo de una...
Los encargados de enseñar las cosas en las escuelas y colegios eran los maestros; a los que enseñaban en los institutos se les llamaba profesores; y a los de las universidades, catedráticos.
Para quedarnos con los del medio, que tienen siempre de todo y son por eso los más completos, hablaremos solo de los institutos y de los libros que allí se leían en aquellos siglos viejos.
Aparte de los que eran obligatorios en cada materia (o asignatura), y que los estudiantes rayaban y llenaban de garabatos o rompían o arrugaban y tiraban en cuanto llegaban las vacaciones, había los otros, los que se mandaba leer porque se habían leído siempre desde el principio del mundo y se consideraban por eso imprescindibles y al que no los leía se le consideraba un inculto. Estos eran libros que en lugar de enseñar algo útil o explicar cosas provechosas para la vida hablaban solo, como ya se ha dicho, de historias y sentimientos, todo inventado e imaginario, cuanto más irreal o sentimental o exagerado mejor.
Los profesores los mandaban leer y luego se comentaban en clase y se hacían resúmenes, y en los exámenes ponían preguntas sobre ellos, y los alumnos tenían que aprender a veces trozos de memoria, sobre todo en el caso de las poesías... Y lo que los profesores decían de esos libros era siempre lo mismo, pero como repetían lo que otros antes de ellos habían dicho, se aceptaba sin más.
La materia o asignatura en que todo esto se estudiaba en aquellos siglos viejos se llamaba literatura, y los profesores que la explicaban estaban convencidos de que era la más importante y presumían en clase por eso de estar en el secreto de lo que los libros decían; o habían querido decir, que esa era otra, muchas veces lo que una poesía, por ejemplo, decía a simple vista no era lo mismo que lo que el poeta había querido decir, y eso solo lo veían los profesores, no los alumnos, y estos abrían la boca asombrados cuando aquellos les revelaban el secreto último, lo que significaban aquellas líneas, que casi siempre era algo muy profundo o muy serio y trascendental...



miércoles, 22 de noviembre de 2017

Noviembre y unas notas

Noviembre

Ahora que el invierno extiende
con revuelo de hojas y tardes
el lento trajín de unos meses
espesos, domésticos, graves

y en tiempo oscuro de sartenes
el fuego de la memoria arde
-un presentimiento de nieve
vistiendo de silencio el aire-

y el cielo por lucir enciende
en el techo alto de las calles
un suelo pisado de andenes

y el viejo arte de vivir parte
a un destierro de días breves
que el tedio hace interminables...
                 (De Cien lecciones de cosas)

Notas

1  Que dieran un cupo de palabras a cada hablante y al no poder bajo ninguna circunstancia sobrepasarlo las fueran estos ahorrando, como el dinero, para el día de mañana, de ahí la necesidad de ser parcos al hablar, y de recurrir a los gestos o a los nombres y verbos más escuetos e imprescindibles... Y que hubiera por eso mismo alguna tienda o mercado clandestinos de compraventa de palabras.

2 Una sombra con ojos que llama por las noches a la puerta.

3  Huyendo de la propia vida... Quiere despojarse de ella, borrar el pasado y que no quede ni rastro de su persona. Que nadie le reconozca, ni él mismo cuando se mire en el espejo.
Así hasta no acordarse ni de su nombre.

4  Dice que ya no sabe escribir, se le ha olvidado, que lo ha intentado muchas veces y que ya ni siquiera se acuerda del alfabeto, que escribe y solo le salen garabatos.

5  La vejez, aconseja Cicerón, es el tiempo de retirarse y vivir con uno mismo.

6 Leonardo da Vinci -lo recuerda y anota Cunqueiro- quería, mediante sus máquinas voladoras, traer nieve desde los Alpes, en los días calurosos del verano, y dejarla caer sobre las ciudades, para refrescarlas.

7 Los periódicos hay que empezarlos por el final, y pasar las hojas al revés, de atrás hacia adelante: es la única manera de leer primero las noticias importantes.

8 Llegar a una casa donde no te espera nadie y marchar sin que nadie te despida.

9 Frente al disparate, la mentira y el vocerío humanos, la dignidad de la naturaleza -el árbol, la piedra, la lluvia- y la calma de las cosas -el vaso, la silla, el libro-, siempre prestas, una y otras, a servirnos bien.

10 Firmar al fin las paces con uno mismo.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Curiosidades de la lengua

Palabras que se usan exclusivamente en plural: afueras, albricias (expresión de alegría ante algún hecho o noticia favorables), anales (relación cronológicamente ordenada de los hechos acaecidos año por año durante un tiempo), andas (y angarillas, para transportar una imagen, por ejemplo), anteojos, añicos, arras, bártulos, cosquillas, enseres, entendederas, entrañas, exequias, fauces, gajes (ya se sabe, gajes del oficio, molestias o perjuicios que ocasiona una ocupación), gárgaras, modales (los buenos modales), nupcias (y esponsales y desposorios), ojeras, prismáticos, trizas, víveres, zarandajas (cosas sin valor o de importancia secundaria)...

Palabras que suelen emplearse en plural: alforjas, alicates, alrededores, andurriales, antípodas, aperos (los de labranza, por ejemplo), estribaciones, finanzas, gafas, honorarios (y emolumentos, y haberes, y fondos), prolegómenos, riendas, tenazas, tijeras...
Y muchas que tienen que ver con la comida (callos, comestibles, espaguetis, migas, natillas, provisiones, vituallas...) y con la vestimenta: bombachos, calcetines, calzoncillos, leotardos, medias, pantalones, tejanos, tirantes, vaqueros...

Palabras que se emplean únicamente en singular: abogacía, ajedrez, baloncesto (y balonmano), caos, cariz, cenit, electricidad, fútbol, gimnasia, grima, oxígeno, salud, sed (y hambre), tez, tino, zodíaco... También los puntos cardinales: norte, sur, este, oeste...

Palabras que no varían en plural: análisis, atlas, beis (el color), brindis, cactus, caries, chasis, crisis, dosis, hipótesis, oasis, pelvis, rictus, síntesis, virus... Lo mismo algunos días de la semana (lunes, martes, miércoles, jueves, viernes) y los terminados en doble consonante o x: bíceps, fórceps, tríceps, clímax, dúplex, tórax... Otro tanto ocurre con una serie de términos cuando se aplican a personas: aguafiestas, bocazas, calzonazos, bragazas, chapuzas, gilipollas, manazas, manitas...

A veces, un nombre adquiere en plural un significado inexistente en singular: celo (interés, cuidado, esmero en hacer algo)/celos (sospecha, inquietud: tener celos de alguien); el dote  o la dote (conjunto de bienes que aporta la mujer al matrimonio o que entrega al convento en que ingresa)/las dotes (cualidades que posee una persona o animal); la esposa (cónyuge)/las esposas (aros de metal unidos por una cadena con los que se sujeta por las muñecas a los presos); la facción (cada uno de los dos bandos que intervienen en una guerra o en un enfrentamiento; grupo de insurrectos o revoltosos; grupo dentro de un partido, movimiento, etc., que se separa del conjunto o se enfrenta a él)/las facciones (cada uno de los rasgos o partes de la cara); seso (madurez, juicio, sensatez)/sesos (masa del tejido cerebral)...

Plurales curiosos:
Los de las letras: a/aes, e/es, í/íes, o/oes, u/úes
Los de algunos monosílabos: no/noes, sí/síes, ñu/ñus o ñúes...
Estos otros: álbum/álbumes, alférez/alféreces, alud/aludes, carcaj/carcajes, revólver/revólveres...;
ay/ayes, convoy/convoyes, grey/greyes, jersey/jerséis, guirigay/guirigáis o guirigayes...;
carácter/caracteres [caractéres], cualquiera/cualesquiera, hipérbaton/hipérbatos, régimen/regímenes, espécimen/especímenes...

Y muy en particular, los de los préstamos de otras lenguas: anorak/anoraks, airbag/airbags, argot/argots, beis/beis, bisté o bistec/bistés o bistecs, bloc/blocs, boicot/boicots, bungaló/bungalós, carné/carnés, chándal/chándales, chef/chefs, chip/chips, claxon/cláxones, clip/clips, club/clubs o clubes, complot/complots, coñac/coñacs, córner/córneres, cruasán/cruasanes, debut/debuts, escáner/escáneres, eslogan/eslóganes esmoquin/esmóquines, entrecot/entrecots, esnob/esnobs, espray/espráis, fagot/fagots, fan/fans, frac/fracs,  fular/fulares, gánster/gánsteres, gay/gais, hámster/hámsteres, iceberg/icebergs, interviú/interviús, kit/kits, láser/láseres, linier/linieres, maillot/maillots, máster/másteres, neceser/neceseres, parqué/parqués, plató/platós, póster/pósteres, robot/robots, samurái o samuray/samuráis, sándwich/sándwiches, suéter/suéteres, test/tests o los test, tic/tics, tique/tiques, tráiler/tráileres, váter/váteres, vermús o vermut/vermús o vermuts, videoclip/videoclips, web/webs...


Y hablando de palabras, no es lo mismo, aunque lo parezca, emplear una u otra preposición en los casos siguientes:
Bajar o subir en el ascensor (y no *por el ascensor), bajar o subir por la escalera.
Cesar en un cargo (y no *de un cargo), dimitir de un cargo (pero qué pocos lo hacen).
Ganar por siete puntos, ganar por tres a uno (y no *de siete, o de tres...).
Sentarse a la mesa para comer (sentarse en la mesa es más incómodo).
Simpatizar con alguien o caerle simpático a alguien (y no simpatizar *a alguien).


miércoles, 25 de octubre de 2017

Nomenclátor de calles de Barcelona: escritores en lengua castellana

A título de curiosidad, estos son, ordenados alfabéticamente, los escritores en lengua castellana a los que la ciudad de Barcelona ha honrado dedicándoles una calle, una plaza, un paseo o un jardín:

Alarcón (Pedro Antonio de Alarcón, Guadix, Granada, 1833-Madrid, 1891, autor de El sombrero de tres picos)
Alfons el Savi (Alfonso X el Sabio, Toledo, 1221-Sevilla, 1284)
Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, Lugo, 1911-Vigo, 1981, que escribió en gallego y en castellano)
Antonio Machado (Sevilla, 1875-Colliure, Francia, 1939)
dels Argensola (de los Argensola, en referencia a los hermanos Bartolomé Leonardo y Lupercio Leonardo de Argensola, poetas los dos y nacidos en Barbastro en 1562 y 1559 respectivamente; Bartolomé falleció en Zaragoza en 1631, y Lupercio en Nápoles en 1613)
Baltasar Gracián (Belmonte, hoy Belmonte de Gracián, Zaragoza, 1601-Tarazona, Zaragoza, 1658)
Bretón de los Herreros (Quel, La Rioja, 1796-Madrid, 1873, poeta y dramaturgo)
Calderón de la Barca (Madrid, 1600-Madrid, 1681; de esta misma calle sale otra que lleva por nombre Alcalde de Zalamea, en homenaje al protagonista de la obra homónima)
Campoamor (Ramón de Campoamor, Navia, Asturias, 1817-Madrid, 1901)
Cervantes (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616; también un passeig de Don Quixot, paseo de Don Quijote)
César Vallejo (Santiago de Chuco, Perú, 1892-París, 1938)
Clara Campoamor (Madrid, 1888-Lausana, Suiza,1972, escritora y defensora de los derechos de la mujer)
Comtessa de Pardo Bazán (Emilia Pardo Bazán, La Coruña, 1851-Madrid, 1921)
Concepción Arenal (Ferrol, 1820-Vigo, 1893, pionera del feminismo español)
Ercilla (Madrid, 1533-Ocaña, Toledo, 1594, autor del poema épico La Araucana)
Espronceda (Almendralejo, Badajoz, 1808-Madrid, 1842)
Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, Granada, 1898-Granada, 1936; y una calle además en recuerdo de Mariana Pineda, ejecutada en 1831 por bordar una bandera constitucional y que inspiró una de las obras teatrales del poeta)
Fernán Caballero (seudónimo de Cecilia Böhl de Faber, Morges, Suiza, 1796-Sevilla, 1877, autora de novelas costumbristas como La Gaviota)
Francisco Giner (Ronda, Málaga, 1839-Madrid, 1915, filósofo, pedagogo y ensayista, impulsor de la Institución Libre de Enseñanza)
Gabriel Miró (Alicante, 1879-Madrid, 1930)
Gabriel y Galán (Frades de la Sierra, Salamanca, 1870-Guijo de Granadilla, Cáceres, 1905, poeta de inspiración campesina que gozó de gran popularidad)
Gabriela Mistral (Vicuña, Chile, 1889-Nueva York, 1957, premio Nobel en 1945)
Garcilaso (Garcilaso de la Vega, Toledo, 1501-Niza, Francia, 1536)
Góngora (Luis de Góngora, Córdoba, 1561-Córdoba, 1627)
Gustavo Bécquer (Gustavo Adolfo Bécquer, Sevilla, 1836-Madrid, 1870)
Hartzenbusch (Madrid, 1806-Madrid, 1880, autor de la celebérrima y romántica Los amantes de Teruel)
Iriarte (Tomás de Iriarte, célebre fabulista, Puerto de la Cruz, Tenerife, 1750-Madrid, 1791)
Jacinto Benavente (Madrid, 1866-Madrid, 1954)
Jaime Gil de Biedma (Barcelona, 1929-Barcelona, 1990)
Jorge Manrique (Paredes de Nava, Palencia, hacia 1440-Cuenca, 1479, autor de las Coplas a la muerte de su padre)
Jovellanos (Gaspar Melchor de Jovellanos, Gijón, 1744-Puerto de Vega, Asturias, 1811)
Juan de Mena (Córdoba, 1411-Torrelaguna, Madrid, 1456, poeta y autor del Laberinto de Fortuna)
Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1881-San Juan, Puerto Rico, 1958)
Juan Valera (Cabra, Córdoba, 1824-Madrid, 1905, autor de Pepita Jiménez)
Leopoldo Alas (más conocido por su seudónimo Clarín, Zamora, 1852-Oviedo, 1901)
Lope de Vega (Madrid, 1562-Madrid, 1635)
Marqués de Santillana (Carrión de los Condes, Palencia, 1398-Guadalajara, 1458, conocido sobre todo por sus serranillas)
Martínez de la Rosa (Granada, 1787-Madrid, 1862, poeta y dramaturgo)
Menéndez y Pelayo (Santander, 1856-Santander, 1912; el famoso polígrafo montañés da también nombre a uno de los institutos de más solera y tradición de la ciudad)
Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936)
Miguel Hernández (Orihuela, Alicante, 1910-Alicante, 1942)
Moratín (Leandro Fernández de Moratín, Madrid, 1760-París, 1828)
Pablo Neruda (Parral, Chile, 1904-Santiago de Chile, 1973)
Jardins de Pedro Muñoz Seca (El Puerto de Santa María, Cádiz, 1879-Paracuellos de Jarama, Madrid, 1936, dramaturgo)
Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920)
Poeta Boscà (Juan Boscán, Barcelona, 1490-Barcelona, 1542, amigo de Garcilaso de la Vega; también un reconocido instituto lleva su nombre)
Poeta Eduardo Marquina (Barcelona,1879-Nueva York, 1946, dramaturgo además de poeta)
Quevedo (Francisco de Quevedo, Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1645)
Ramiro de Maeztu (Vitoria, 1874-Madrid, 1936, ensayista)
Rosalía de Castro (Santiago de Compostela, 1837-Padrón, La Coruña, 1885)
Ros de Olano (Caracas, Venezuela, 1808-Madrid, 1886, escritor romántico)
Rubén Darío (Metapa, hoy Ciudad Darío, Nicaragua, 1867-León, Nicaragua, 1916)
Samaniego (Félix María Samaniego, Laguardia, Álava, 1745-Laguardia, 1801, fabulista)
Santa Teresa (Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, Santa Teresa de Jesús, Ávila, 1515-Alba de Tormes, Salamanca, 1582)
Tirso de Molina (seudónimo de fray Gabriel Téllez, Madrid, 1579-Almazán, Soria, 1648)
Trueba (Antonio de Trueba, Galdames, Vizcaya, 1819-Bilbao, 1889, poeta y narrador costumbrista)
Vázquez de Mella (Cangas de Onís, Asturias, 1861-Madrid, 1928, escritor y filósofo, ideólogo del carlismo en la época de la Restauración)
Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939-Bangkok, Tailandia, 2003)


miércoles, 11 de octubre de 2017

De pies y manos

pie. 1 ¿Qué les habrá hecho el pie a los eruditos para que en los libros que escriben amontonen encima de él esos rimeros de notas de letra tan menuda? ¡Cómo va a leerlos nadie luego si de tanto como le pesan apenas puede dar un paso y cuesta Dios y ayuda pasar de página! 2 Por querer parecerse al original y primigenio, le ha tocado también ocupar el sitio de abajo y cargar con todo el peso, al pie de la montaña, al de la lámpara, al de los árboles y las plantas y al de las ilustraciones y fotografías. 3 Creer a pie juntillas, seguir al pie de la letra… o buscarle los tres pies al gato. 4 Andar a pie, que es lo más sano y lo más viejo, y aguantar a pie firme aunque alguien nos haya puesto a los de los caballos, y sortear a pie enjuto zozobras y peligros. 5 Mejor andar con los de plomo que estar en el de guerra. 6 Además de su recinto habitual, que son los calcetines y las medias, los pies se pueden sacar de las alforjas, del plato y del tiesto. 7 Malo el que los arrastra y el que se levanta con el izquierdo, el que tiene uno dentro y otro fuera, el que lo pierde, y malo asimismo el que no se tiene en él, el que no lo da con bola, el que se ve obligado a ponerlos en polvorosa (y gritar aquello de: "pies, ¿para qué os quiero?"), el que no sabe de cuál cojea y los que por no tener no tienen ni cabeza. Claro que es peor aún cuando uno lo tiene ya en el estribo o le sacan con ellos por delante. 

mano. 1 Dudaba entre poner la mano en el fuego o agarrarse a un clavo ardiendo. 2 Es la palabra a la que más espacio y atención dedica el diccionario. Y nada tiene de extraño: se valen también de ella los animales (muy en particular el elefante, al que le sirve de trompa) y puede encontrarse a cualquiera de los dos lados del que habla o trata de orientarse, en el mazo del mortero, en las paredes recién pintadas (una sola o más de una), en los juegos de azar… La mano es capaz de hacerse pasar por habilidad y tacto (con los niños, por ejemplo), por influencia y poder (verbigracia en una empresa), teniendo en esto ventaja la izquierda, particularmente si se trata de resolver con astucia situaciones difíciles. Ser la mano derecha de alguien reporta quizá más beneficios que ser mano de obra, y tenerla de santo para encontrar remedios eficaces cuando haya necesidad es aún mejor que tenerla, habitual y simplemente, buena. Varía mucho según sea el calificativo que se le aplique: mano blanda, mano diestra, mano dura, mano larga, mala mano, de primera o de segunda mano…; o, refiriéndose a las dos a la vez, manos libres, limpias, sucias o muertas. Del mismo modo es diferente si se va por ahí con ellas cruzadas, vacías, llenas, con una en el corazón o una sobre la otra, con una delante y otra detrás o con las dos en la cabeza. Y enumera con pormenor el diccionario las posibilidades que ofrece una sola, a saber: abrirla, alzarla o levantarla, apretarla, bajarla, cargarla y descargarla, darla y estrecharla, frotárselas uno mismo, meterla en algún sitio, pedirla en matrimonio, ponérsela encima a alguien o tendérsela, ponerla en el fuego o en el pecho… Y las dos a la par: llevárselas a la cabeza, no saber uno lo que se trae entre ellas o dónde las tiene, besárselas a alguien, pillarle con ellas en la masa… Si dejar a alguien de la mano no está bien, peor es encontrarle luego dejado de la de Dios, y acaso sea preferible que algo se nos vaya de las manos a que se lo quitemos a otro de las suyas. Y si nunca está bien que dos lleguen o vengan a las manos, más reprobable es untárselas a un tercero con ánimo de obtener secretos beneficios; y si se ve uno obligado a lavárselas, que sea en verdad porque no ve claro el asunto, no vaya a suceder que, por desentenderse y no querer saber nada, se las aten por la fuerza al inocente.          


miércoles, 27 de septiembre de 2017

Los mejores títulos de obras literarias

No son pocos los que han hecho fortuna, y algunos se han convertido incluso en frases de referencia a la hora de ataviar con elegancia y originalidad la misma o parecida idea que, en su día, y como emblema o compendio de la obra que encabezaban, pretendieron sugerir. Este, por ejemplo, de una novela de Miguel Delibes, La sombra del ciprés es alargada (¡con música de endecasílabo!), empleado metafóricamente para aludir a todo aquello que alcanza gran proyección o extiende considerablemente su radio de influencia. O este otro, Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, con que se designa cualquier hecho del que ya antes de suceder se conocían los suficientes avisos y presagios como para ser adivinado. O este tercero, Pido la paz y la palabra, del poeta Blas de Otero, que ni hecho a propósito como eslogan de ideal requerimiento o consigna universal de estandarte reivindicativo.
Los más, sin embargo, se bastan y sobran para ocupar un lugar en la historia -la historia de la cultura, que es de todas las historias la más frágil, y tan proclive al olvido como la Historia con mayúscula- con la forma única e irrepetible que les dio el autor, o con la cadencia y sonoridad que desprenden sus palabras, o con el concepto que evocan o la sensación y la imagen que despiertan.
Como a uno le gustan las listas, he aquí los títulos que, a mi modesto entender, y clasificados por géneros, se llevan la palma.
Empiezo por el de la novela, que es el más fértil (los títulos se ordenan alfabéticamente):

Alguien voló sobre el nido del cuco, de K. Kesey.
Buenos días, tristeza, de F. Sagan.
Cumbres borrascosas, de E. Brontë.
De qué hablamos cuando hablamos de amor, de R. Carver.
En busca del tiempo perdido (y dentro de los siete títulos que incluye, A la sombra de las muchachas en flor), de M. Proust.
El cartero siempre llama dos veces, de J. M. Cain.
El corazón de las tinieblas, de J. Conrad.
El corazón es un cazador solitario, de C. McCullers.
El coronel no tiene quien le escriba (que constituye un perfecto endecasílabo), de G. García Márquez, y del mismo autor, Cien años de soledad, por no hablar de sus libros de cuentos, como, por ejemplo, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada.
El espía que surgió del frío, de J. Le Carré.
El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger.
El hombre que fue jueves, de G. K. Chesterton.
El hombre que miraba pasar los trenes, de G. Simenon.
El hombre sin atributos, de R. Musil.
El miedo del portero al penalti, de P. Handke.
El nombre de la rosa, de U. Eco.
El obsceno pájaro de la noche, de J. Donoso.
El ruido y la furia, de W. Faulkner.
Historia de un idiota contada por él mismo, de F. de Azúa.
La insoportable levedad del ser, de M. Kundera.
Las almas muertas, de N. Gogol.
Las uvas de la ira, de J. Steinbeck.
Lo que el viento se llevó, de M. Mitchell.
Los cipreses creen en Dios, de J. Mª Gironella.
Los gozos y las sombras, de G. Torrente Ballester.
Mañana en la batalla piensa en mí (otro perfecto endecasílabo, tomado de un verso de Shakespeare), de J. Marías, y del mismo autor, Corazón tan blanco (robado también a Shakespeare) y Negra espalda del tiempo.
Matar a un ruiseñor, de H. Lee.
Música para camaleones, de T. Capote.
Paisajes después de la batalla, de J. Goytisolo.
¿Por quién doblan las campanas?, de E. Hemingway.
Retrato de grupo con señora, de H. Böll, y del mismo autor, Opiniones de un payaso.
Si te dicen que caí, de J. Marsé, y del mismo autor, estos otros dos: Últimas tardes con Teresa y La oscura historia de la prima Montse (de nuevo un endecasílabo).
Si una noche de invierno un viajero, de I. Calvino.
Suave es la noche, de F. Scott Fitzgerald.
Tiempo de silencio, de L. Martín Santos.
Viaje al fin de la noche, de L. F. Céline.
Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de L. Sterne.

Me detengo a continuación en el de la poesía:

Desolación de la quimera, de L. Cernuda, y del mismo autor, Un río, un amor y Donde habite el olvido, tomado de la rima LXVI de Bécquer.
Espadas como labios, de V. Aleixandre
España, aparta de mí este cáliz, de C. Vallejo.
La voz a ti debida, de P. Salinas, título tomado de la Égloga III de Garcilaso de la Vega.
Las flores del mal, de Ch. Baudelaire.
Les dones i els dies (Las mujeres y los días), de G. Ferrater.
Sin esperanza, con convencimiento, de Á. González.
Una temporada en el infierno, de A. Rimbaud.

Le toca ahora la vez al teatro:

Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín, de F. García Lorca.
Eloísa está debajo de un almendro, de E. Jardiel Poncela.
La importancia de llamarse Ernesto, de O. Wilde.
La vida es sueño, de P. Calderón de la Barca, y de este mismo autor, Casa con dos puertas, mala es de guardar y La dama duende.
Las bicicletas son para el verano, de F. Fernán Gómez.
Lo que pasa en una tarde, de F. Lope de Vega.
Los árboles mueren de pie, de A. Casona.
Mirando hacia atrás con ira, de J. Osborne.
Seis personajes en busca de un autor, de L. Pirandello.
Un tranvía llamado deseo, de T. Williams.

No me es posible omitir tampoco estos cinco, pertenecientes a distintos géneros literarios: Adiós a todo eso, autobiografía de R. Graves; Del asesinato considerado como unas de las bellas artes, ensayo de T. de Quincey; Habla, memoria, autobiografía de V. Nabokov; Menosprecio de corte y alabanza de aldea, libro de carácter didáctico escrito en el siglo XVI por Antonio de Guevara; y el muy curioso y original Viaje alrededor de mi cuarto, de X. de Maistre, del siglo XVIII.

Y, por último, mi preferido, que, acaso por clásico, merece el privilegio de figurar él solo en un estante: Los trabajos y los días, de Hesíodo.