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lunes, 28 de noviembre de 2016

Noviembre

Ahora que el invierno extiende
con revuelo de hojas y tardes
el lento trajín de unos meses
espesos, domésticos, graves

y en tiempo oscuro de sartenes
el fuego de la memoria arde
un presentimiento de nieve
vistiendo de silencio el aire

y el cielo por lucir enciende
en el techo alto de las calles
un suelo pisado de andenes

y el viejo arte de vivir parte
a un destierro de días breves
que el tedio hace interminables...

           (De Cien lecciones de cosas)

jueves, 24 de noviembre de 2016

Más que lugares geográficos (y III)

Continuando con lo mismo (véanse entradas 241 y 242, correspondientes a los días 10 y 14 de noviembre, respectivamente), no son pocos los nombres de lugar que forman parte de dichos y frases hechas:

a la luna de Valencia
Quedarse a la luna de Valencia: ver frustradas las esperanzas de lo que se deseaba o pretendía.
En el Diccionario de autoridades (1726-1739) se lee que "dejar a la luna es lo mismo que dejar en blanco. Díjose por analogía del que halla la posada cerrada y se queda al sereno; y se suele decir comúnmente a la luna de Valencia". La alusión a Valencia se ha intentado explicar por la forma semicircular o de media luna que tenían sus murallas y su playa, en la que debían quedarse los barcos a los que no se permitía atracar en el puerto.

ancha es Castilla
Se emplea para animar a alguien, o a uno mismo, a actuar con libertad y decisión.
Su origen se remonta al tiempo de la Reconquista, cuando se inició la repoblación de Castilla, que, por su extensión, ofrecía a los nuevos habitantes amplias posibilidades de medrar.

aquí, o ahí, o allí, fue, o será, etc., Troya
Se usa para dar a entender que solo han quedado las ruinas y señales de una población o de un edificio; también, para indicar el comienzo de un conflicto o de una dificultad muy grandes. / arda Troya Expresa la firme determinación de hacer algo sin reparar en las consecuencias. / armarse la de Troya Organizarse un gran jaleo.
Las tres expresiones aluden a la legendaria ciudad de Troya, sitiada durante más de diez años por los griegos y finalmente tomada por estos, tal como lo han contado los poetas Homero y Virgilio.

estar en Babia
Estar abstraído o ensimismado, sin enterarse de lo que ocurre alrededor.
En la Edad Media, los reyes de León pasaban largas temporadas en la tranquila y recogida comarca de Babia, bien para cazar o descansar, bien para aislarse del ajetreo y las intrigas de la corte. De esta manera, solía ocurrir que cuando algún súbdito preguntaba por ellos o requería su presencia se le respondiera que el rey estaba en Babia, dando a entender así que no quería saber nada de los asuntos de gobierno, o que no se le podía molestar.

estar entre Pinto y Valdemoro
Estar indeciso, vacilante. Estar medio borracho.
Pinto y Valdemoro son dos pueblos de Madrid cuyos términos municipales estaban separados por un arroyo en algún tramo. De este modo, si se ponía el pie en una orilla se estaba en Pinto, y si se ponía en la otra se estaba en Valdemoro. Hubo al parecer en Pinto un célebre borrachín que tenía por costumbre llegarse por las tardes al arroyo, y allí se divertía dando saltos del uno al otro lado, diciendo: "Ahora estoy en Pinto; ahora estoy en Valdemoro". Así hasta que un día se cayó en medio del arroyo y dijo: "Ahora estoy entre Pinto y Valdemoro". En contra de la anterior explicación, sostienen otros que la frase tiene su origen en el refrán "Vino tinto, si no hay de Valdemoro, démelo de Pinto", que alude a la buena fama que tenían los vinos de ambos pueblos. Y hay también quien opina que estar entre Pinto y Valdemoro significa "estar achispado", es decir, a medio camino entre la sobriedad y la borrachera. 

¡esto es Jauja!
Designa todo aquello que quiere presentarse como modelo de prosperidad y abundancia.
Jauja, valle del Perú, famoso por la riqueza de su territorio, se identificó en el imaginario popular del siglo XVI con la tierra del oro y de la fertilidad, pasando así a convertirse en un lugar mítico y legendario, rebosante de frutos y maravillas que se ofrecían a quien los quisiera sin necesidad de trabajar. Lope de Rueda escribió en 1547 La tierra de Jauja, en la que se describe esa tierra como una isla llena de oro donde reinan la belleza y la alegría, los árboles dan buñuelos, las fuentes manan manteca, los ríos son de leche y las montañas de queso, las calles están pavimentadas con yemas de huevo...

irse por los cerros de Úbeda
Divagar, apartarse del asunto que se está tratando, perderse en disquisiciones innecesarias o que no vienen a cuento.
Según unos, en un pueblo de la serranía de Úbeda había un alcalde enamorado de una moza que vivía en el cerro de Úbeda, y cuando en las sesiones municipales perdía el hilo o se ponía a divagar, le decían: "No se vaya usía por los cerros de Úbeda". Para otros, el dicho se remonta a la época de la Reconquista: el rey Fernando III el Santo esperaba a uno de sus caballeros para emprender la conquista de Úbeda, y el tal caballero llegó cuando la ciudad ya estaba tomada. Al preguntarle el rey por su retraso, contestó que se había perdido por los cerros de Úbeda.

más se perdió en Cuba
Para consolar al que ha sufrido un revés o un fracaso, haciéndole ver que siempre puede haber otros mayores.
Alude a la humillante derrota sufrida por España en la guerra de Cuba (1898), que significó la pérdida de las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico y las islas Filipinas) y el fin del imperio español.

mover, remover, o revolver, Roma con Santiago
Poner en acción todos los recursos imaginables para conseguir algo. Por alusión a la distancia entre dos de los más importantes centros de peregrinación del mundo cristiano.

¡naranjas de la China!
Se usa para negar o rechazar algo con rotundidad.
Procede de la creencia popular de que la naranja de la China, de piel lisa y delgada, era algo fantástico y muy difícil de conseguir. Hoy, sin embargo, se considera que la naranja, introducida en España por los árabes en la Edad Media, fue un cultivo que estos aprendieron de los chinos.

no se ganó Zamora en una hora
Para conseguir algo importante se requiere tiempo y esfuerzo.
Alude al largo asedio que en el año 1072 sufrió la ciudad de Zamora durante siete meses por parte del rey Sancho II de Castilla, el cual pretendía arrebatársela a su hermana doña Urraca. El asedio continuó incluso después de haber sido muerto el rey por el traidor Bellido Dolfos, hasta que la propia doña Urraca le entregó la ciudad a su hermano Alfonso VI, sucesor de Sancho.

poner una pica en Flandes
Lograr algo muy difícil.
Hace referencia a lo difícil que resultaba, durante el reinado de Felipe IV (1604-1665), encontrar soldados deseosos de alistarse y empuñar la pica, especie de lanza larga propia del cuerpo de infantería, para servir en los tercios de Flandes, donde se libró la interminable Guerra de los 80 años (1568-1648) entre la monarquía española y las provincias rebeldes de los Países Bajos.

salga el sol por Antequera
Se emplea cuando alguien ha tomado una decisión y no le importan las consecuencias que puedan derivarse.

Se dice que la expresión (cuya forma completa es Salga el sol por Antequera y póngase por donde quiera) pudo tener su origen en el campamento de los Reyes Católicos durante la conquista de Granada; pero dado que Antequera está al oeste y no al este de la ciudad de la Alhambra, la frase habría que entenderla en sentido irónico: Salga el sol por donde quiera.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Efemérides literarias

El pasado viernes 18 de noviembre se cumplieron los 94 años de la muerte de Marcel Proust (1871-1922), sin duda uno de los nombres señeros de la novela contemporánea.
Enfermizo, refinado y asiduo en su juventud de los salones de la alta burguesía francesa, publicó en 1896 Los placeres y los días, que obtuvo escaso éxito.
A la recherche du temps perdu -En busca del tiempo perdido-, que ya en su época significó toda una revolución, constituye una referencia inexcusable en la narrativa del siglo XX. Consta de siete libros, publicados entre 1913 y 1927: Por el camino de Swan (1913), A la sombra de las muchachas en flor (1918), El lado de Guermantes (1920), Sodoma y Gomorra (1922), La prisionera (1923), Albertina desaparecida (1925) y El tiempo recobrado (1927).
El propósito de la obra es la recuperación del pasado a través de la memoria. Esa recuperación parte de la sensación especial que experimenta un día el narrador al mojar una magdalena en una infusión de té. El aroma que emana de la taza le transporta, por asociación, al tiempo ya lejano de la infancia cuando su tía Léonie le ofrecía también una magdalena mojada en té. Se inicia así la reconstrucción, lenta y minuciosa, del "tiempo perdido": el mundo y la vida del pasado se explican y reviven a través de la conciencia individual.
La descripción pormenorizada de emociones y sensaciones, la capacidad de observación y autoanálisis, el ritmo lento y moroso son algunas de las cualidades de En busca del tiempo perdido.
Reproduzco a renglón seguido, en la traducción más conocida, la de Pedro Salinas (Alianza editorial), el famoso fragmento de la magdalena y la taza de té (y ojalá vuelvan, al releerlo, el aroma de aquella tarde, la calma de aquel sillón, la sombra de aquel árbol, el silencio de aquella biblioteca...):

            Hacía ya muchos años que no existían para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no; pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse: parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí. [...]
            ¿Llegará hasta la superficie de mi conciencia clara ese recuerdo, ese instante antiguo que la atracción de un instante idéntico ha ido a solicitar tan lejos, a conmover y alzar en el fondo de mi ser? [...]
            Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa), cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como había visto muchas, sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes [...]
            En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar por qué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta le vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Libreta de apuntes

Le pasa a uno como a las mónadas de Leibniz, que no tiene ventanas.

Los pájaros, decía, nunca están tristes, y por eso, aseguraba convencida, van todos al cielo.

Les pone nombre a los animales, incluso a una lagartija, Eulogia con las cinco vocales–, que se asoma todos los días al muro de enfrente de su casa.

Era una de esas tardes que hace Dios cuando se acuerda de que aquí abajo viven las criaturas que él creó de la nada.

Jesucristo llora dos veces en los Evangelios, al contemplar Jerusalén y prever los días de sufrimiento y destrucción que vendrán sobre ella (Lucas, 19, 41-44) y ante el sepulcro de su amigo Lázaro (Juan, 11, 32-35), pero ni una sola vez, en cambio, aparece riendo. (Por cierto que la gelotología es la ciencia médica que estudia los efectos de la risa.)

Tantas advocaciones de la Virgen como hay, y ninguna con el nombre de Nuestra Señora de la Tristeza, o Madre de la Divina Tristeza, o Virgen de la Recóndita Tristeza.

...Y en invierno caminar descalzo sobre la nieve.

Era un hombre bueno que se conformaba con lo que la vida le iba dando.

La tristeza del aire por donde no ha volado nunca ningún pájaro.

Dante, a los tristes, en la Divina Comedia, los puso en el infierno: “Fuimos tristes en el aire que el dulce sol alegra”, se lamentan, y ellos mismos parecen justificar con estas palabras su condena.  

Parafraseando a Julio Cortázar: Los libros van siendo el único lugar del mundo donde todavía se puede estar tranquilo.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Más que lugares geográficos II

A los vocablos de la entrada anterior correspondiente al pasado jueves día 10 de noviembre habría que añadir una serie de adjetivos que se usan habitualmente acompañados siempre del mismo nombre, como por ejemplo:

asiático, ca, que, referido al lujo, lujo asiático, es un lujo extremado.
bizantino, na, de la antigua ciudad de Bizancio y de su imperio, y aplicado a una discusión, que es artificiosa o demasiado sutil: Se enzarzaron en una discusión bizantina sobre el arte moderno.
chino, na, que, si se trata de un cuento, un cuento chino, es un embuste, y si de una tinta, tinta china, es la hecha con negro de humo que se usa especialmente para dibujar.
filipino, na, que en la expresión punto filipino vale por pícaro o persona poco escrupulosa y desvergonzada.
irlandés, sa, que, hablando de un café, es aquel que se prepara con nata y güisqui (forma esta que la RAE prefiere a whisky, también aceptada).
toledano, na, de Toledo, pero una noche toledana es una noche que se pasa sin poder conciliar el sueño.
(Luego está la tortilla, que puede ser española o francesa, y la ensaladilla, que solo puede ser rusa.)

O, como en los dos casos siguientes, formando parte de frases hechas:

cabeza de turco, persona en quien recaen las culpas de un error o de un fracaso cometido por muchos. A raíz de la caída de Constantinopla en poder de los turcos, hecho que ocurrió en el año 1453, se extendió entre los cristianos la costumbre de achacarles todos los males y acusarles de cualquier delito que se cometía, y parece incluso que fue práctica habitual durante algún tiempo, particularmente en el campo de batalla, cortar cabezas turcas.
hacerse el sueco, desentenderse de algo, fingir que no se ve o no se oye o no se entiende alguna cosa. La frase bien podría aludir a los suecos, y particularmente a los marineros de ese país, que, por no entender el castellano, no se darían por enterados de lo que se les decía cuando llegaban a los puertos españoles. Pero hay otra explicación quizá más convincente, y es la de que el término sueco provenga aquí del latín soccus, que designaba el calzado, una especie de zapato de madera de una pieza, que llevaban los cómicos en el teatro romano. De soccus vienen también zueco y zoquete, esta última con el doble significado de 'pedazo de madera corto y grueso' y 'persona de pocas entendederas', por lo que no resulta difícil establecer la relación entre hacerse el sueco y 'hacerse el tonto, el que no entiende nada'.

También algunos nombres propios que originalmente designaban un lugar geográfico han adquirido con el paso del tiempo otros significados. Así por ejemplo:

babel, de Babel, nombre que se le da en la Biblia a la ciudad de Babilonia, y también 'desorden y confusión', por alusión a la torre que los hombres pretendieron construir en esa ciudad con la intención de que llegase hasta el cielo.
belén, representación del nacimiento de Jesús, por alusión a Belén, localidad de Palestina en que tuvo lugar, y, por extensión, 'alboroto, desorden, situación confusa': armarse o montar un belén, meterse en belenes.
colonia, equivalente al originario agua de Colonia, perfume compuesto de agua, alcohol y esencias aromáticas.
potosí, monte hoy de Bolivia, que equivale a riqueza extraordinaria y se empleaba en la expresión valer un potosí, ser de mucho aprecio o estimación; el mismo significado tenía valer un perú, por alusión, naturalmente, al Perú.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Más que lugares geográficos I

Son términos formados a partir de nombres de ciudades, de países, de continentes, etc., que, por azares de la lengua, han adquirido otros significados bien distintos de los meramente geográficos o gentilicios. He aquí a modo de provisional inventario una mediana retahíla:

americana, de América, y chaqueta con solapas y botones.
bohemio, mia, natural de Bohemia, región de la actual República Checa, y que se aparta de las normas y convenciones sociales, dicho de una forma de vida y de quien la practica, artistas del pincel y la pluma por regla general.
canario, ria, de las islas Canarias, y pájaro de plumaje amarillo, verdoso o blanquecino que se cría en domesticidad por su armonioso canto.
chilena, de Chile, y, en el lenguaje del fútbol, remate de espaldas a la portería contraria, con los dos pies en el aire.
dálmata, de Dalmacia, región de la actual Croacia, y nombre de una raza de perros de mediano tamaño, de pelo corto blanco con pequeñas manchas oscuras.
espartano, na, que, aparte de designar a los naturales de la antigua ciudad griega de Esparta, se aplica a todo aquello que tiene apariencias de austero, sobrio, severo o estricto: una decoración espartana, una mentalidad espartana, una educación espartana.
flamenco, ca, de Flandes, región histórica de Europa, y nombre asimismo de un cante o baile de carácter popular y propio de Andalucía, especialmente de su población gitana; y en la lengua coloquial, chulo o insolente: No te pongas flamenco. Además, naturalmente, del ave de patas y cuello muy largos, con el pico curvado hacia abajo y plumaje blanco y rosado o rojo.
gallego, ga, que en algunos países de América el Sur se dice de las personas nacidas en España o de ascendencia española.
genovés, de Génova, y en los siglos XVI y XVII, banquero.
habano, de La Habana, y cigarro puro elaborado en la isla de Cuba.
hamburguesa, de Hamburgo, y filete redondo de carne picada que suele tomarse en bocadillo con pan blando y esponjoso.
holandesa, de Holanda, y hoja de papel de escribir de 28 a 32 cm aproximadamente.
judío, a, natural de Judea, y aplicado en sentido despectivo a una persona, avaricioso o usurero (no le ha llegado todavía a este vocablo la hora de lo políticamente correcto y le cuelga aún el sambenito); acaso también con el mismo origen, en la forma femenina, planta hortense comestible.
macedonia, natural de Macedonia, y ensalada de frutas que se toma como postre.
mahonesa, natural de Mahón, en la isla de Menorca, y salsa que se hace batiendo aceite y huevo.
numantino, na, de la antigua ciudad de Numancia en la Hispania Citerior, actual provincia de Soria, y, aplicado a personas, que resiste con tenacidad hasta el límite, por alusión a la valentía con que los habitantes de Numancia se defendieron de los romanos: Opusieron una resistencia numantina.
paraguayo, de Paraguay, y fruta de hueso parecida al melocotón, pero de forma más aplastada.
sodomita, de la antigua ciudad palestina de Sodoma, pero también del que practica la sodomía.
suizo, de Suiza, sí, y bollo elaborado con huevo, harina y azúcar.
tejano, natural de Texas (pronunciado 'Tejas') y pantalón vaquero.
troyano, de la antigua ciudad de Troya, y en nuestros días, para designar un virus informático capaz de alojarse en un ordenador para captar información y transmitirla a usuarios ajenos. En realidad, el citado virus debería llamarse 'griego' o 'aqueo', pues hace referencia al célebre caballo de madera con que los griegos o aqueos lograron infiltrarse en la ciudad de Troya, según cuentan Homero en la Odisea y Virgilio en la Eneida.
veneciano, na, para referirse a los naturales de Venecia y, en la jerga más o menos artística y literaria, a lo formalmente recargado y lujoso (aunque el DRAE no lo recoge).

lunes, 7 de noviembre de 2016

El haiku

No resulta difícil encontrar desde hace algún tiempo en los estantes o expositores que las librerías reservan a la poesía –bien pocos, y en un rincón, por lo general el más apartado– diferentes y variadas colecciones de haikus, que constituyen como es sabido la forma más conocida de la poesía tradicional japonesa.
Formado generalmente por tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente, el haiku se basa en el asombro y el arrobo que produce en el poeta la contemplación de la naturaleza.
Sirvan como muestra estos cinco ejemplos:

Lirios, pensad
que está de viaje
el que os mira.
                        Sögui

Huye la serpiente.
En calma queda
la montaña de azucenas.
                        Shiki

Si a la luna llena
le ponemos un mango:
¡qué buen abanico!
                        Sookan

Un viejo estanque.
Se zambulle una rana:
ruido del agua.
                        Basho

Este camino
nadie ya lo recorre,
salvo el crepúsculo.
                        Basho

A los que podrían añadirse estos otros tres, de pluma maestra y argentina, la de Jorge Luis Borges:

¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?

Algo me han dicho
la tarde y la montaña.
Ya lo he perdido.

Lejos un trino.
El ruiseñor no sabe
que te consuela.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Lo que pasa en una tarde

Se sienta en el banco de madera a la puerta de su casa a tomar un poco el sol.
Pía un pájaro en el alero del tejado. No puede verlo, peo está seguro de que se trata de un pardal. Tiene un piar triste y lastimero, como si le doliera algo o reclamara ayuda o compañía, un piar propio del otoño, sin brío y mortecino.
Por el cielo desfilan sin parar archipiélagos flotantes con paso lento de escuadrones que fueran a librar una batalla.
Soporta con desdén las acometidas de una mosca y se limita a espantarla con la mano. Pero es tan porfiada y ofensiva que acaba por volver.
Hojea el libro de carpintería que encontró hace unos días en el cajón de una mesa arrumbada en el desván. Las ilustraciones son magníficas, y la tinta de impresión debió de serlo también porque el trazo de la letra apenas ha perdido nitidez. El papel ha perdido un poco de color y ha envejecido en las esquinas, pero el dedo se desliza aún por él con suavidad. Como sabe que a esta hora, y con la caricia del sol, el sueño acecha al final de cada renglón, se limita a mirar los santos: el cepillo bocel, la escuadra, el desbastador, el guillame, la rasera, la garlopa, el berbiquí, la juntera, la guimbarda, la galera, el escarpelo, la escofina, el formón, la lima, el escoplo, la azuela, las barrenas…
La hora es también benevolente con la pereza, principal aliada del banco en que está sentado, y si por ellos fuera se quedaría ahí sin hacer nada, viendo pasar la vida.
Repasa mentalmente los caminos y opta por el que la costumbre le ha hecho más familiar. A la cachava, compañera inseparable, se le une el forro polar, por si las nubes negras que asoman por el oeste traen algo detrás o hay visita del cierzo.
Buenas tardes, saluda a un vecino que viene de vuelta con una azada al hombro.
Nos dé Dios, responde.
Mimbreras y cercados de piedra vigilan los primeros pasos del camino.
Un destacamento de avispas inspecciona una pera que tardó en madurar y la dejaron sola en el peral. ¿La desprendió el viento o se dejó caer ella sola?
Cruza el río por un puente de madera revestido de tierra. Carece de pretil y el agua baja mansa y ensimismada sin prestar ninguna atención a quien la mira.
Libre de vigilancia, el camino asciende entre praderías y grupos de arbustos, espinos sobre todo. A uno y otro lado, escalonadas en la ladera, persisten los contornos de las tierras que fueron un día de sembrado y están hoy cubiertas de piornos y maleza.
Asciende a un altozano y ve allá abajo el pueblo. El color de las tejas, uniformado bajo la pátina dorada del sol, le da una apariencia de ilustración o grabado de libro antiguo.
Oye un rumor de voces cada vez más cercanas. Se oculta tras unos arbustos y aguarda. No tarda en reconocer, por lo impetuoso del avance y la sonoridad de la conversación, a la cuadrilla de prejubilados, que pasan dejando un reguero de resuellos, interjecciones y denuestos y prosiguen camino arriba su andar intrépido: hay unanimidad en la consigna íntima de no flaquear, ninguno está dispuesto a dar muestras de fatiga, todos se han conjurado para desafiar a la edad y recatar sus efectos.
Una pareja de cuervos supervisa el terreno con ese vuelo desgarbado que les caracteriza. Discuten con acrimonia –graznidos de reproche: de entre todos los lenguajes de las aves, el de los cuervos es el más avanzado, leyó en algún sitio- y en un momento, terminadas sus labores de patrulla, desaparecen de su vista.
Un ejército disciplinado de hormigas en hilera atraviesa el camino. Hurga con la cachava en el suelo a su paso y huyen todas en desorden de retirada. Si pusiera el zapato encima y hubiera bajas, ¿serían contabilizadas como tales?; ¿las llorarían sus compañeras? 
Al pie del tronco de un roble patriarcal escarba entre las hojas un ratón.
La cuadrilla de los prejubilados desciende en tropel por la ladera opuesta. Llegan amortiguadas risas y voces destempladas.
En la collada que da vista al otro valle y al pueblo vecino se sienta en una piedra, de espaldas al sol.
Toma luego el sendero que baja entre abedules y sauces haciéndole compañía a un arroyuelo. Lleva tan poca agua que apenas es capaz de darle conversación al sendero, únicamente en algún pequeño salto se atreve a decir algo, y en los remansos bastante tiene con apartar a un lado las hojas que se obstinan en no dejarle pasar.
Dos aviones trazan momentáneamente una incógnita en el cielo al cruzarse sus estelas.
En una piedra dormita una lagartija que seguramente se ha equivocado de estación.
En un altozano, a la vista ya del pueblo, espera a que la línea de sombra que trae aviso del oscurecer avance hasta el filo azulado del horizonte.
Ruge un camión, y las luces de los faros destellan fugazmente en el recodo que traza el río antes de separarse de la carretera.
El cierzo -que, según ha oído decir siempre, espanta las nubes y barre el cielo- se descuelga en grises mechones por las montañas que miran al norte.
Un pájaro se acurruca entre la maleza.
Estira el cuello del forro polar a ver si alcanza con él a taparse las orejas.
Recuerda al entrar en el pueblo que se había propuesto contar todos los árboles –y clasificarlos en dos grupos, frutales o no frutales- que crecieran a la orilla del camino; pero se le ha olvidado, y hace el firme propósito de ponerlo en práctica en cuanto vuelva a efectuar otra tarde el mismo recorrido.