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lunes, 14 de noviembre de 2016

Más que lugares geográficos II

A los vocablos de la entrada anterior correspondiente al pasado jueves día 10 de noviembre habría que añadir una serie de adjetivos que se usan habitualmente acompañados siempre del mismo nombre, como por ejemplo:

asiático, ca, que, referido al lujo, lujo asiático, es un lujo extremado.
bizantino, na, de la antigua ciudad de Bizancio y de su imperio, y aplicado a una discusión, que es artificiosa o demasiado sutil: Se enzarzaron en una discusión bizantina sobre el arte moderno.
chino, na, que, si se trata de un cuento, un cuento chino, es un embuste, y si de una tinta, tinta china, es la hecha con negro de humo que se usa especialmente para dibujar.
filipino, na, que en la expresión punto filipino vale por pícaro o persona poco escrupulosa y desvergonzada.
irlandés, sa, que, hablando de un café, es aquel que se prepara con nata y güisqui (forma esta que la RAE prefiere a whisky, también aceptada).
toledano, na, de Toledo, pero una noche toledana es una noche que se pasa sin poder conciliar el sueño.
(Luego está la tortilla, que puede ser española o francesa, y la ensaladilla, que solo puede ser rusa.)

O, como en los dos casos siguientes, formando parte de frases hechas:

cabeza de turco, persona en quien recaen las culpas de un error o de un fracaso cometido por muchos. A raíz de la caída de Constantinopla en poder de los turcos, hecho que ocurrió en el año 1453, se extendió entre los cristianos la costumbre de achacarles todos los males y acusarles de cualquier delito que se cometía, y parece incluso que fue práctica habitual durante algún tiempo, particularmente en el campo de batalla, cortar cabezas turcas.
hacerse el sueco, desentenderse de algo, fingir que no se ve o no se oye o no se entiende alguna cosa. La frase bien podría aludir a los suecos, y particularmente a los marineros de ese país, que, por no entender el castellano, no se darían por enterados de lo que se les decía cuando llegaban a los puertos españoles. Pero hay otra explicación quizá más convincente, y es la de que el término sueco provenga aquí del latín soccus, que designaba el calzado, una especie de zapato de madera de una pieza, que llevaban los cómicos en el teatro romano. De soccus vienen también zueco y zoquete, esta última con el doble significado de 'pedazo de madera corto y grueso' y 'persona de pocas entendederas', por lo que no resulta difícil establecer la relación entre hacerse el sueco y 'hacerse el tonto, el que no entiende nada'.

También algunos nombres propios que originalmente designaban un lugar geográfico han adquirido con el paso del tiempo otros significados. Así por ejemplo:

babel, de Babel, nombre que se le da en la Biblia a la ciudad de Babilonia, y también 'desorden y confusión', por alusión a la torre que los hombres pretendieron construir en esa ciudad con la intención de que llegase hasta el cielo.
belén, representación del nacimiento de Jesús, por alusión a Belén, localidad de Palestina en que tuvo lugar, y, por extensión, 'alboroto, desorden, situación confusa': armarse o montar un belén, meterse en belenes.
colonia, equivalente al originario agua de Colonia, perfume compuesto de agua, alcohol y esencias aromáticas.
potosí, monte hoy de Bolivia, que equivale a riqueza extraordinaria y se empleaba en la expresión valer un potosí, ser de mucho aprecio o estimación; el mismo significado tenía valer un perú, por alusión, naturalmente, al Perú.

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