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lunes, 23 de diciembre de 2019

Internados


Allá por los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, los niños de los pueblos teníamos que escoger, en llegando a los diez u once años, entre ir a estudiar o quedarnos en casa (en realidad eran los padres o la familia los que elegían, pero a los efectos es igual). Lo primero significaba marchar a la capital de la provincia, o más lejos aún, e ingresar como alumnos internos en un seminario de curas o en un colegio de frailes; lo segundo, aguantar en la escuela hasta los catorce años y continuar luego arando las tierras y cuidando de los animales.
Para mejorar y llegar a ser alguien no hay más salida que los estudios, nos decían, y comparaban para ilustrarlo la vida de un maestro y la de un pastor, o la de un cura y la de un minero.
De gran peso eran también y muy persuasivas las razones que esgrimían los frailes que pasaban por los pueblos reclutando discípulos: un colegio con salas de estudio, salón de juegos, dormitorios con las camas en doble fila, biblioteca, duchas y dos campos de fútbol, uno para los pequeños y otro reglamentario para los mayores; esto, lo de los campos de fútbol, especialmente el reglamentario, con red en las porterías y raya blanca en las áreas, el medio campo y las bandas, solía ser el argumento definitivo.
Conque casi todos acabamos estudiando para curas en el seminario o para frailes oblatos, agustinos, dominicos, etc., en el colegio respectivo.
La vida en aquellos internados era triste como un lunes perpetuo y tediosa hasta la grisura más descolorida, pero allí aprendimos el valor del esfuerzo y de allí salimos con una más que notable formación, humanística sobre todo. Y pocos días tan felices como aquel en que, después de tres meses interminables, volvimos por primera vez a casa de vacaciones, que fue por estas fechas.
   (La Razón, 16 de diciembre de 2019)

lunes, 16 de diciembre de 2019

Prestigio del pesimismo


Los budistas sostienen que hay ciento veintiún estados de conciencia, y que, entre estos, solo tres están relacionados con la desgracia y la tristeza.
Y qué extraño y curioso que esos tres estados sean el centro de interés del noventa por ciento, y me quedo corto, de la literatura y el arte occidentales de los dos últimos siglos. Pues, en efecto, si hay un sentimiento que defina esa literatura y ese arte, y la cultura toda en general, no es otro que el pesimismo. Un pesimismo que, según las modas y corrientes, se reviste o se adorna con diferentes nombres y ropajes: soledad, tristeza, desengaño, desencanto, melancolía, desesperanza (y desesperación), desazón, congoja, pesadumbre, desasosiego, decepción, rebeldía, insatisfacción, fracaso, tedio, hastío, resentimiento, frustración, dolor, zozobra, infelicidad, angustia, inadaptación... Especialmente en la literatura, desde el Romanticismo hasta nuestros días, y muy en particular en el caso de la novela moderna, que alguien definió como "la búsqueda de valores auténticos por parte de un individuo problemático en un mundo degradado".
En efecto, el mundo que en ella se describe y retrata es esencialmente, si no caótico, por lo menos inquietante y turbulento; de ahí que prevalezca en la mayoría de los casos una perspectiva desengañada y pesimista, además de crítica. Baste con repasar algunos de los autores de más renombre, que reflejan en sus obras la crisis de valores de la sociedad contemporánea: el fracaso amoroso que conduce al suicidio en Los sufrimientos del joven Werther, de Goethe; la insatisfacción interior que lleva a la protagonista al mismo final en Madame Bovary, de Flaubert; las situaciones angustiosas por las que pasan la mayoría de los personajes de Dostoievski; el sentimiento del absurdo que preside las creaciones de Kafka y de Camus; el encumbramiento, en fin, de la figura del antihéroe, del perdedor, del inadaptado, como personaje central de la narración y emblema o símbolo representativo de la sociedad.
     (La Razón, 9 de diciembre de 2019)


lunes, 9 de diciembre de 2019

Sesentones


Nacimos en la década de los cincuenta del siglo pasado -¡tempus fugit!-, cuando ya las penurias de la posguerra habían amainado y el alcalde de Villar del Río le daba la bienvenida a Mr. Marshall.
Muchos veníamos del campo, y dejamos la servidumbre del arado para ponernos a estudiar, que era un pasaporte, casi un seguro de vida, porque un título, nos decían en casa, abría muchas puertas. Había que sacarse el  de bachillerato, o por lo menos el cuarto y reválida, y para eso estaban las academias nocturnas, que permitían compaginar los libros y el trabajo. Con todo, las escaleras para subir no eran muy estrechas y un aprendiz podía llegar con un poco de suerte y constancia a sentarse en los despachos de la planta con mejores vistas. (Aun así se nos notaba que éramos de pueblo, y ser de pueblo y haber tenido una infancia campesina, de la que ahora tanto nos enorgullecemos, por lo que nos enseñó, imprimía carácter.)
Nos dejamos el pelo largo porque queríamos ser rebeldes y parecernos a los Beatles y los Rolling, y llevados del optimismo o la ingenuidad, en algún momento llegamos a pensar que el mundo estaba bien hecho. Eran tiempos de despistada juventud, pero teníamos la impresión, más bien la seguridad, de que íbamos a vivir mejor que nuestros padres. No habíamos perdido del todo la fe en algunas utopías, pero, por si acaso, había que presentarse a las oposiciones o buscar un trabajo fijo de los que duraban para siempre. Y cuando vino la democracia, ya la edad nos aconsejaba que era hora de tomarnos la vida en serio, esto es, de ir pensando en la entrada para el piso, los plazos de los muebles y esas cosas.
Hoy andamos con el tema de la jubilación, que es final de trayecto y principio de otro cuyo trazado y duración resulta aventurado predecir.

     (La Razón, 2 de diciembre de 2019)

domingo, 1 de diciembre de 2019

Lecturas populares


En España se lee muy poco, según constatan unánimemente las estadísticas, y a la hora de buscar las causas, no son pocos los que, sobre todo en estos últimos años, lo achacan a esos cachivaches tecnológicos que todo el mundo lleva consigo a todas partes y que, dicen, han venido a sustituir a los libros.
Y aquí  entraría, como tristísimo corolario, el goteo casi continuo de librerías que no han tenido más remedio que bajar la persiana. O de editoriales como Círculo de Lectores, que en la década de 1990 llegó a contar con más de un millón y medio de socios y que desde 1962, año en que se fundó, puso lo que suele llamarse "buena literatura" al alcance del gran público. Porque ahí, en la separación el abismo, más bien entre los rumbos de la primera y los gustos del segundo estriba en buena parte la cuestión, que viene de lejos y resulta la mar de intrincada.
Subliteratura: ese era el término que los críticos y sociólogos, siempre algo pedantuelos, de los años 70 empleaban para referirse a las lecturas populares, como si fuera posible ponerle puertas al campo literario, o como si tuviera alguien la prerrogativa de acotar la finca y marcar las lindes de lo que es bueno y lo que no. Etiquetaban así las novelas del Oeste (unas 2600) de Marcial Lafuente Estefanía, las novelas rosa de Corín Tellado (la escritora en castellano más leída después de Cervantes, y a la que Vargas Llosa no tuvo reparo en dedicar elogiosas palabras) y los best sellers en general. Algunos hasta se atrevieron a meter también en el mismo saco a las novelas policíacas (Simenon, A. Christie), de aventuras (Verne), de ciencia ficción...
¡Tiempos aquellos, cuando el metro era la biblioteca ambulante más grande del mundo y la gente entretenía los largos trayectos leyendo libros y no picoteando el móvil...!

     (La Razón, 25 de noviembre de 2019)

lunes, 25 de noviembre de 2019

Palabras que se apagan


Recientemente, la Real Academia Española, siempre atenta a cumplir con su lema ("Limpia, fija y da esplendor"), ha tenido a bien abrir las puertas del diccionario a 229 palabras que andaban por ahí sin cobijo institucional. Algunas de evidente actualidad, como zasca, arboricidio, antitaurino o casoplón, otras de procedencia foránea, como brioche, brunch o annus horribilis, y un catalanismo: casteller.
No es que las nuevas les quiten el sitio, porque en el diccionario caben todas, pero también las hay que se despiden. Compañeras de toda la vida y muy antiguas, que se quedan las pobres olvidadas porque la gente no se acuerda de ellas y caen en desuso, que es el final más triste y doloroso para una palabra. Con el riesgo que eso supone de que los señores académicos les cuelguen en su correspondiente entrada del diccionario el cartelito de ant. (antiguo, anticuado, antiguamente) o desus. (desusado), terribles abreviaturas que anticipan el desastre inminente, fatídicas etiquetas que proclaman como un sambenito imborrable su trágico destino.
Las causas son múltiples y variadas, pues la lengua es un organismo vivo y, como tal, en constante renovación. Muchas de las palabras olvidadas lo son porque aquellos objetos o conceptos a los que dan nombre han dejado de tener vigencia o están en trance de desaparecer. Tal es el caso, por ejemplo, de algunos oficios (arriero, chamarilero, trapero), de muebles o enseres domésticos (jofaina, alacena, vasar, cántaro, fardel) o de la escuela (ábaco, encerado, pizarrín, tintero) y de vocablos empleados como improperio (zote, zoquete, gaznápiro, mastuerzo, mequetrefe, papanatas, zascandil) o para expresar determinados estados de ánimo (cáspita, diantre, pardiez, recórcholis). Y lo mismo ocurre con las referidas a labores y utensilios tradicionales de la agricultura y ganadería: trillar, uncir, arado, guadaña, hoz, yugo, alforja...
Dos curiosidades, para terminar: la palabra más larga del diccionario es electroencefalografista, y la más buscada de las que no están, "cocreta".

   (La Razón, 18 de noviembre de 2019)

lunes, 18 de noviembre de 2019

Casi un jardín botánico



Y en el corazón de Barcelona, en el edificio de la vieja Universidad, la UB la llaman ahora, donde pasa desapercibido para los viandantes, lo cual nada tiene de extraño, escondido como está tras los altos muros que lo separan de la calle. Hablo del jardín que rodea por detrás el histórico recinto del alma máter que alberga actualmente las facultades de Filología y de Matemáticas.
No sé si a los estudiantes que ahora acuden a sus aulas en busca del saber les ocurrirá lo mismo, pero pasó uno allí tres años y apenas lo frecuentó. Preferíamos la atmósfera turbia y vocinglera del bar ubicado en el sótano al silencio ameno de aquella isla verde, y nos interesaban más otras cosas: los libros, que leíamos con suma devoción en ediciones de bolsillo; el cine que daban en las salas de arte y ensayo; la política, que era un tema serio de conversación y tenía el prestigio de la clandestinidad...
Y fue una pena, porque el jardín ofrecía –y ofrece, pues está abierto a la ciudadanía– una amplia variedad de árboles y arbustos procedentes de todo el mundo, entre ellos algunas especies dignas de ser contempladas, como un tejo y un gingko centenarios, declarados de interés local por el Ayuntamiento. Una docena de paneles explicativos ilustran al paseante sobre las utilidades de aquellos que, desde tiempos ancestrales, forman parte de nuestra cultura: el olivo, la encina, el laurel, la morera, el algarrobo, el almez ("lledoner")... Y hay palmeras, higueras, acacias, adelfas, aloes, araucarias de Norfolk, magnolias, bellasombras de América del Sur, evónimos de Japón, casuarinas y grevilleas de Australia, alcanforeros de China, un tilo de Holanda, un azufaifo, un ciprés triste, un roble cerris... Además de los ficus gigantes que ennoblecen el patio de Letras.
De manera que, para huir del ruido y buscar sosiego en la naturaleza, no hace falta ir muy lejos.

              (La Razón, 11 de noviembre de 2019)

lunes, 11 de noviembre de 2019

Los días


Que pueden ser de muchas clases, según el cristal desde el que se los mire: azules (los de la infancia), grises (los de los lunes), negros (los que van por túneles), si es por el color; de diario (es decir, de entre semana, de trabajo, de cutio) o de guardar (esto es, feriados, de precepto, del Señor), si se atiende a las obligaciones; serenos, encapotados, borrascosos, dependiendo del estado anímico; rectos o lineales, curvos o torcidos, redondos o con esquinas, según el trayecto y la forma del verbo en que se conjuguen... Eso sin contar con que algunos son demasiado claros para lo oscuras que suelen ser las vidas, y muchos demasiado largos para las pocas cosas que nos traen o lo escasamente que los aprovechamos.
No pasan los días por ti, decimos, como cumplido y consuelo; mañana será otro día, en son de promesa y esperanza; un día es un día, cuando nos apartamos de lo acostumbrado; ...que son dos días, la advertencia que ensombrece la previa invitación.
Pero dicen los que todo lo ven negro que no, que es conveniente llevar las cosas al día, pues que todo puede cambiar de un día para otro (y más teniendo en cuenta que las cosas acostumbran a empeorar de día en día y que un día sí y otro no ocurre en el mundo una desgracia), y que es verdad que lo más trabajoso es llevar el día a día pero que no queda otra. Y así va pasando cada cual su tiempo, día y noche afanándose para cuando se presente el día de mañana, todo el santo día dándole vueltas a lo mismo, y un día sí y otro también hasta el día del juicio por la tarde haciendo cábalas.
Aunque quién sabe si el día menos pensado... Y ese es el gran misterio que estos días de atrás nos recuerdan cada año.
               (La Razón, 4 de noviembre de 2019)



domingo, 3 de noviembre de 2019

La buena letra


En los currículos y programas educativos que ahora rigen hablo de los referidos a la enseñanza de la Lengua se proponen un sinnúmero de objetivos, procedimientos y actividades sobre la comunicación, el funcionamiento de la lengua (la gramática es palabra tabú en esos ámbitos), las tipologías textuales, la búsqueda de información y el manejo de las nuevas tecnologías, todo con gran aparato terminológico y pomposa retórica, pero ni una palabra, ni la más leve alusión a lo que tradicionalmente se ha venido considerando signo inequívoco del paso por la escuela: el cuidado de la escritura, el trazo esmerado de los renglones, la buena letra.
Esa buena letra de la que hacían gala las generaciones anteriores a la EGB de los primeros setenta, y muy particularmente las de origen campesino que a duras penas aguantaban en la escuela hasta los catorce años, o acudían a ella por temporadas, cuando las labores del campo o las ocupaciones ganaderas se lo permitían.
Saber hacer bien las cuentas y tener buena letra (escribir sin faltas de ortografía era el súmmum, y cometer más de las permitidas se consideraba poco menos que un deshonor): bastaba con eso, nada había más importante, ningún otro conocimiento podía equipararse a esas dos destrezas, las únicas competencias básicas así las llaman ahora que valía la pena adquirir, el único título del que podían alardear, y en verdad que lo hacían, modestamente y aunque fuera para sus adentros nada más.
A los responsables de los programas educativos y a la clase dirigente pedagógica habría que recordarles el respeto ancestral que en todas las culturas y civilizaciones se ha tenido siempre por la buena letra, o sea, la caligrafía, término este que es anatema para el recién mentado "establishment".
Claro que, dirán algunos, para qué sirve la buena letra si ya nadie escribe en papel, solo en teclados... Pero ese es ya otro cantar.

        (La Razón, 28 de octubre de 2019)
     



lunes, 28 de octubre de 2019

Acción de gracias de un pensionista anónimo


Doy las gracias por haber llegado a la edad en que por ley establecida y merecimientos honradamente adquiridos con mi trabajo me corresponde percibir una pensión; y porque, en cumplimiento de lo anterior, soy beneficiario directo del milagro que se opera cada final de mes en mi cuenta corriente; y porque después de una larga vida laboral llena de esfuerzos tengo ahora por delante (eso espero) un largo horizonte de descanso.
Doy las gracias por tener buena salud, y por todos los pequeños privilegios de que ahora me es más fácil disfrutar: madrugar sin reloj, desayunar con calma, estar en casa, estar solo, estar con los amigos, atender a la familia, dilatar o encoger los quehaceres cotidianos, pasear, leer, hojear el periódico en el banco de la plaza, inspeccionar el barrio, descifrar las nubes, salir al campo, ver pasar las horas y las prisas del mundo desde el balcón de la tranquilidad, estirar un poco más los días del calendario, acompasar los pasos del ocio al paso de las estaciones...
También por tener la inmensa suerte de vivir en un país próspero que puede pagarles un retiro más o menos digno a sus mayores y prestarles la atención médica y sanitaria que necesitan en ambulatorios y hospitales dotados de todos los adelantos y atendidos por un personal cualificado, amable y servicial; y por los beneficios a que, por la edad, puedo acogerme: centros cívicos y sociales, descuentos en los medicamentos, tarifas especiales en el transporte público, ofertas de viajes a precios asequibles...
Doy las gracias por vivir en un país libre en el que sus jubilados y pensionistas pueden libremente apoyar con sus votos a quienes más confianza les merezcan, y organizar manifestaciones y alzar la voz para exponer sus demandas y reclamaciones, y participar en marchas colectivas como las dos que esta semana pasada confluyeron en Madrid procedentes de Rota y de Bilbao.


                 (La Razón, 21 de octubre de 2019)

lunes, 21 de octubre de 2019

El azufaifo y la encina


En la primavera de 2007 el Ayuntamiento de Barcelona autorizó construir un edificio de pisos en un solar de la calle Arimon, en el distrito de Sarrià-Sant Gervasi. En el citado solar crecían algunos árboles, entre ellos un azufaifo o jinjolero (ginjoler, en catalán) de notables dimensiones. El azufaifo, un árbol antiquísimo, originario del sudeste de Asia, y cultivado por griegos, romanos y árabes (quienes, presumiblemente, lo introdujeron en la península Ibérica), era importante por su fruto y la calidad de su madera, que se empleaba para elaborar instrumentos musicales como chirimías y tenoras. La construcción de los pisos implicaba la tala de los árboles, pero los vecinos de la zona iniciaron rápidamente una campaña y lograron salvar el azufaifo, que fue declarado de interés local. Actualmente, el azufaifo, catalogado como uno de los ejemplares más grandes y antiguos de Europa (su altura sobrepasa los 12 metros, y fue plantado en 1857), vive contento en una placita ajardinada de la calle Arimon, y en la pared aledaña que le da cobijo, decorada por los alumnos de la vecina Escola Superior de Disseny i Art Llotja, pueden leerse algunos dichos populares catalanes, como este, referido a su fruto: "estar més content que un gínjol".
Esta pasada primavera, el Ayuntamiento de Barcelona catalogó como árbol de interés local la encina de la calle Encarnació, en el barrio de Gràcia, amenazada, junto con las dos casitas en cuyo jardín se levanta, por la construcción de 28 viviendas. También en este caso, el movimiento vecinal ha influido decisivamente en la salvación final de la encina, una de las más emblemáticas de las 4.053 que constan en el inventario del arbolado de Barcelona. Su existencia está documentada como mínimo desde hace 200 años, y las medidas de este magnífico ejemplar de Quercus ilex que ojalá viva muchos más son monumentales: altura, 22 metros; diámetro de copa, 22 metros; perímetro de tronco, 3,5 metros.

                (La Razón, 14 de octubre de 2019)

lunes, 14 de octubre de 2019

La Barcelona de Rovira i Trias


En abril de 1859, hace ahora 150 años, el Ayuntamiento de Barcelona convocaba un concurso para elegir el proyecto de ensanche de la ciudad. En octubre de ese mismo año se resolvió el concurso, al que concurrieron trece proyectos, y resultó ganador por unanimidad el de Antoni Rovira i Trias.  Pero el Ministerio del Interior desestimó la decisión del consistorio barcelonés y apostó por el plan Cerdà, que fue el que se llevó a cabo. 
El proyecto de Rovira i Trias proponía una estructura radial formada por seis grandes avenidas que, partiendo de una gran plaza central, la actual Plaza de Catalunya, conectaban con los pueblos de la periferia: Sants, Sarrià, Gràcia, Sant Andreu y Sant Martí.  Y para que la integración de estos pueblos resultara más armónica, los espacios comprendidos entre las avenidas se subdividían en barrios y sectores bien diferenciados que formaban una especie de malla o red alrededor del núcleo urbano, tal como se había hecho en la reforma de algunas capitales europeas, como Viena o París.
Pero si el nombre de Rovira i Trias no va ligado al Ensanche, sí perdura en numerosas obras de la ciudad, como los mercados de Sant Antoni, Hostafrancs, el Born, la Barceloneta o la Concepción, la fuente de las Tres Gracias en la Plaza Real o el campanario de la plaza Vila de Gràcia. Y en Gràcia, precisamente, y para honrar su memoria y la importancia de su legado, el consistorio barcelonés le dedicó una plaza, que aún hoy conserva todo el sabor y el encanto de una plaza de barrio, con el añadido de que en los establecimientos que la circundan pueden los vecinos satisfacer todas las necesidades de la vida cotidiana. Edificada en 1861, está presidida por una escultura de bronce del arquitecto con una placa a sus pies que reproduce su proyecto fallido, la Barcelona que pudo haber sido y no fue.

                       (La Razón, 7 de octubre de 2019)

lunes, 7 de octubre de 2019

Ni lápices ni relojes


Rescato dos noticias de este verano que con la algarabía de las vacaciones pasaron desapercibidas.
La primera: Ikea retira sus lápices de madera. Se habían convertido en un símbolo de la casa, que los entregaba gratuitamente al cliente con cada compra. ¿Las razones de tal decisión? Según la propia multinacional sueca, la necesidad de adaptarse a los nuevos hábitos del consumidor, que, de acuerdo con los resultados de una encuesta realizada al efecto, se manifestó mayoritariamente en favor de las nuevas tecnologías. Conque ese viejo artilugio de grafito recubierto de madera que empezó a fabricarse allá por el siglo XVIII, al baúl de las antiguallas. Y tendrán razón, cómo se le va a ocurrir a nadie a estas alturas ponerse a apuntar su lista de productos en un papel teniendo siempre a mano el teléfono móvil. Aunque a uno le dan ganas de coger una libreta, ponerse uno de esos icónicos lápices en la oreja como hacían los antiguos tenderos y pasearse por la tienda anotando precios y productos para contrarrestar los efectos de la susodicha encuesta.
La segunda: Los colegios británicos retiran los relojes analógicos de las aulas porque los alumnos no entienden lo que dicen las manecillas, esto es, que no saben leer la hora. Acostumbrados como están a los formatos digitales, cómo van a poder interpretar el significado de esas agujas que se mueven tan despacio. De modo que adiós al reloj de la pared que ponía orden en el tiempo de las aulas, y se acabó el mirar las manecillas deseando que corrieran más deprisa para acabar pronto la clase, o al revés, que fueran más despacio en el trance siempre comprometedor de los exámenes. Aunque, al parecer, esto último ha sido otro de los motivos esgrimidos para retirarlos, dado que su presencia en las aulas no contribuía a mantener relajados a los alumnos; al contrario, les causaban un estrés innecesario.  

                  (La Razón, 30 de septiembre de 2019)

martes, 1 de octubre de 2019

Vuelta a la escuela

No había que comprar libros de texto nuevos, porque únicamente estudiábamos la enciclopedia Álvarez, y por eso no necesitábamos tampoco ni mochila ni nada parecido.
En la pizarra de cantos de madera que llevábamos bajo el brazo nos ponía el señor maestro las cuentas -de las cuatro operaciones, y, en el caso de los más espabilados, la regla de tres simple- y los problemas, por lo común referidos a actividades de compra y venta de los productos de primera necesidad.
Nunca tuvimos estuche, para qué si no hacía falta, en cada mesa o pupitre había, justo en el centro, un agujero redondo, y en él, un recipiente de cristal que hacía las veces de tintero colectivo donde mojábamos la pluma -con mango de madera- para escribir.
El material escolar propiamente dicho y de uso particular lo guardábamos en los cajones de la mesa, cada uno en el suyo: los lápices (lapiceros, los llamábamos, y los mejores eran los que llevaban goma de borrar en la parte superior, y si no, los que venían decorados con la tabla de multiplicar), la goma de borrar, el papel secante para los borrones de tinta, el papel calcante para calcar mapas y otros dibujos especialmente difíciles, las pinturas (de Alpino, de seis, de doce... ¡o de veinticuatro!, que era el no va más, pero estas había que esperar siempre a ver si las traían los Reyes)...
Luego, a principios de la década de los sesenta, como consecuencia a lo mejor del plan de desarrollo famoso, llegaron los bolígrafos, los primeros de todo los de la marca Bic: ¡la ilusión que nos hacían aquellos pequeños estuches de plástico con dos dentro, y de distinto color, rojo y azul, o de tres, azul, rojo y negro!

       (La Razón, 22 de septiembre de 2019)

martes, 24 de septiembre de 2019

Días civilizados

El señor verano, en estos últimos días, abochornado acaso por sus rigores extremos, ha decidido al parecer tomarse unas vacaciones y, como hacían los reyes antiguos, que, cuando se hartaban del barullo de la corte se iban derechos a Babia a ejercitarse en la contemplación de la naturaleza  y las virtudes del silencio, se ha retirado a descansar. 
Y enseguida el otoño, que acecha impaciente todo el año por volver, se ha apresurado a asomar la cabeza con vistas a preparar el terreno y otear un poco el panorama. 
Por delante ha mandado a sus emisarios a poner un poco de orden, la lluvia en primera línea, una lluvia minuciosa como la del verso de Borges, con una luz más limpia de no usada, y un aire que se respira como nuestro cerrando la expedición. 
Las mañanas así recién lavadas invitan a hojear tranquilamente la vida en el café, al lado del ventanal, observando de paso el rito de las gotas, que compiten entre ellas a ver cuál tarda más en caer, cuál aguanta más ahí agarrada con uñas y dientes a la superficie resbaladiza del cristal, cuál se detiene a tiempo o tropieza con algún obstáculo o encuentra algún asidero antes de llegar al precipicio y caer al suelo. 
Los paraguas entre tanto celebran en procesión por la calle la recobrada libertad y continuamente se hacen reverencias unos a otros con deferente cortesía. 
¡Por fin volvemos a casa con los zapatos mojados, por fin hacemos de nuevo las paces con el sol amigo, por fin son otra vez benévolas las primeras horas de la tarde!
(Y adiós a la hermana mosca pendenciera, y al triste aliño indumentario de camisetas y bermudas, y al reclamo inmisericorde de la holganza, y a la felicidad obligatoria y programada de las vacaciones. )
Lo dicho: días civilizados, y lo mismo el clima, la calma y los quehaceres.

               (La Razón, 15 de septiembre de 2019)

lunes, 16 de septiembre de 2019

Baños de bosque


Así podría traducirse lo que los japoneses denominan "shinrin-yoku", una curiosa y muy recomendable actividad que consiste en dar un largo y tranquilo paseo por el bosque. Claro que para que el paseo surta los efectos deseados ha de ir acompañado de una serie de ejercicios inspirados en la tradición budista y sintoísta que propugna la comunicación sensorial con la naturaleza como medio para alcanzar una vida más serena y relajada. Dichos ejercicios, que el paseante puede llevar a cabo por sí solo o bajo la supervisión de monitores expertos, se resumen en estos seis principios básicos: "Respira, relájate, camina, toca, escucha y recupérate".
Seis principios que ni pintados para combatir la ansiedad y el estrés de la vida moderna, de ahí que millones de japoneses recurran habitualmente a esta terapia natural, tan fácil de aplicar. Conque muy bien podría dedicarse alguno de estos últimos días del verano a perderse un rato en cualquier bosque y ponerlos en práctica.
Los tres primeros no necesitan aprendizaje y basta con un poco de concentración. El cuarto es un acto de reconocimiento y sociabilidad con los habitantes del bosque, que son animados y no inertes, y así tocamos como si saludáramos el tronco rugoso del roble y de la encina, o el liso del haya y el abedul, o el áspero y resinoso del pino, y todos a su modo nos corresponden. El quinto no requiere más que una pizca de atención y es una fiesta para el oído, por lo ameno y variado del repertorio: los gorgoritos y el parloteo de los pájaros, la charla que se trae de continuo el aire con las hojas, el momentáneo estrépito de un vuelo, el chasquido de una rama, el son del agua en algún arroyo escondido, las consignas secretas que intercambian aves, árboles y animales para defender su territorio...
En fin, que un buen baño de bosque y como nuevos para enfrentarse al síndrome posvacacional.


                                               (La Razón, 9 de septiembre de 2019)

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Variaciones sobre el tema de la aguja


1
Cansado de buscar, se quedó al fin dormido en lo más oscuro del pajar. Y al despertar, allí estaba la aguja.

2
Con las prisas, me salté unas cuantas páginas del planteamiento y a mitad del nudo perdí el hilo. Por suerte, la aguja estaba en el desenlace.

3
Estaba leyendo, perdí el hilo y encontré la aguja: estaba en el pajar.

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Libreta de apuntes


Leer
1
Leer en voz alta, como dicen que se leía siempre hasta allá por el siglo X y como se hacía también en las hilas de los pueblos de la montaña de León las noches de invierno, por turno el lector, y los que escuchaban atendían mientras tanto y sin levantar la vista a la labor que les tenía ocupados, la costura en el caso de las mujeres y la reparación de alguna herramienta en el de los hombres.
Y cómo delata la buena prosa una lectura en voz alta, y qué pocas obras salen indemnes del envite.
2
Releer: recordar, redescubrir, reaprender, reaprehender, redisfrutar y repasar tantas cosas como se habían ya olvidado.

Escenas costumbristas de la vida urbana
1
Un partido de fútbol en que veintidós jugadores -y da igual que sean menos-, la mayoría con barriga o medio cojos, compiten amistosamente por reverdecer glorias pasadas.
2
Un perro tirando de su amo atado a la muñeca por el parque.
3
Un ama de casa que se abre paso por la acera como si condujera un blindado en dirección a las trincheras enemigas (los turistas las llevan detrás, fierecillas domesticadas rezongando en voz baja sin parar).

Profesores de instituto
Es profesión noble, aunque oscura al decir del tópico, y la han ennoblecido aún más algunos ilustres de la pluma que dedicaron a ella alguna parte de su vida, como Antonio Machado, que es el patrón del cuerpo, o Gerardo Diego, autor del poema (Brindis se titula) que se lee todavía hoy en muchos institutos para solemnizar la despedida por jubilación de algún miembro del claustro.



lunes, 26 de agosto de 2019

Diccionario de un leído de aldea


gacela. Se disfraza de acelga.
gafas. 1 Hacen más guapas a las mujeres, y son una tentadora invitación: nada más sensual que empezar desvistiéndoles los ojos. 2 Alguna personas tiene la costumbre, o la manía, o la necesidad de colocárselas muy abajo, asomadas al  precipicio de la nariz.   
gallina. No sería tan cobarde si hubiera aprendido a volar como todas las de su especie.
gallo. 1 Reloj de la casa, sultán del gallinero. 2 ir a escucha ~. Ir con cuidado y atención, observando si se oye algo: “Recorrió a escucha gallo la calle oscura y desapareció luego entre las sombras de la noche”.
gato. Que hubiera un rebaño de gatos, y al que fuera capaz de pastorearlos le concediesen una sinecura o una canonjía.
geniudo, da. Que tiene muy mal genio.
gente. ¿Cuánto tiempo, para ensalzar un gesto de curiosidad, se lleva diciendo esta frase: “Para que veas que aún hay gente buena en el mundo”?
geografía. 1 La geografía, ya se sabe, la escribe la naturaleza, y por eso es más de fiar que la historia, que la escriben los hombres. 2 La geografía verde de montes y valles.
giste. Cuando la cerveza se sirve mal, con precipitación y negligencia, desborda los diques de la copa y se derrama por el cristal abajo como un alud inofensivo o como la lava blanca y repentina de un pacífico volcán.
golondrina. ¿Descansan y duermen alguna vez?
gorgorito. 1 Burbuja de agua en una fuente o en un charco cuando llueve. 2 Quiebro de la voz en la garganta al cantar.
GPS. Los gepeeses se aturullan en las encrucijadas.
GR. Sendero de gran recorrido, significa. Los geerres se diferencian de los senderos y veredas en que no tienen memoria.
gramática. 1 ¡Hala, a estudiar la gramática!, como si en ella se condensara todo el saber y fuera esa la única exigencia y aspiración del estudiante. 2 ~parda. Los gramáticos de la Real Academia de la Lengua la definen como “habilidad para conducirse en la vida y para salir a salvo o con ventaja de situaciones comprometidas”, pero, siendo asignatura tan útil y simpática, se ha impartido siempre fuera de la escuela; y los que acuden hoy a esta –es estadística personal pero fiable, empíricamente contrastada durante los últimos treinta años- ni siquiera la reconocen por el nombre, aunque la hayan aprendido y se estén sirviendo de ella fuera de las aulas en el diario vivir.
grano. 1 Los de arena solo pueden ser granitos. Y cada uno de nosotros tiene el suyo, que se suele reservar para emplearlo en las buenas causas: “cada cual aportó su granito de arena”. 2 Al separar el grano de la paja, esta es la que más pierde, y aquel el que se queda más solo.
guarda. Dos profesiones desaparecidas que deberían haberse conservado para emplear en ellas a todos los aspirantes a poetas: guarda de montes y guarda de ríos.
guardagujas. Contaban los trenes que pasaban y el número de veces que levantaban el banderín, y retenían en la memoria las caras de los viajeros que viajaban asomados a las ventanillas.
guerra. Ir a la guerra en son de paz, era de joven su ilusión.
güisqui. Los académicos de la RAE se empeñaron en llamarlo así, pero hubieron de desistir en vistas de que la clientela se abstenía. (Véase whisky.)


lunes, 19 de agosto de 2019

Agosto


Los veranos, con la edad, son cada vez más cortos, y el tiempo, el de verdad, no el de los relojes, corre cada año más deprisa.
De junio, el mes que los romanos dedicaban al culto de Juno, queda solo un recuerdo borroso,  ayer como quien dice despedimos a julio (así llamado en homenaje a Julio César, que reformó el antiguo  calendario romano: antes de su reforma, marzo era el primer mes del año) y entra ya agosto, el mes que la etimología consagra al emperador Octavio Augusto, y en el que algunos, que no suelen ser los agosteros, es decir, los jornaleros del campo que se contratan para las faenas de la recolección de los cereales, recogen buenas ganancias de sus negocios (hacen su agosto, dictamina el dicho). Pero, ya lo dice el refranero, "Agosto y septiembre no duran siempre", y también: "Agosto y vendimia no es cada día, y sí cada año; unos con ganancia y otros con daño".   
Conque a disfrutar de los días agostizos antes de que se acorten, y del aire libre agosteño antes de que se enturbie, y de la naturaleza antes de que se agoste (y no vendría mal que lo mismo que el campo se agostaran otras cosas, el gremio político por ejemplo, esa casta empeñada en vivir en la irrealidad). Y de la siesta (del latín sexta [hora], la hora sexta que venía a coincidir con el mediodía), una de las pocas palabras que hemos exportado a otras lenguas, y que tiene una curiosa variante, la siesta del carnero, también llamada la siesta del rey o la siesta del refresco, que es la que se duerme antes de la comida del mediodía. Tanto una como otra, la más común y la del carnero, donde mejor se echan es en el campo, amenizadas por la orquesta de las cigarras o los cencerros de algún rebaño.

                                    (La Razón, 5 de agosto de 2019) 

lunes, 12 de agosto de 2019

Programa de vacaciones


Levantarse temprano, no hace falta que sea cuando canta el gallo, sí cuando todavía el relente invita a llevar abotonada la chaqueta. Se anda bien a esta hora, en amistad con el silencio y en compañía del aire que madruga para adecentar la atmósfera, barrer un poco los caminos y darles conversación a los árboles. La raya del amanecer está empezando a dibujar el contorno del paisaje, los pájaros celebran por adelantado el nuevo día y de los habitantes del cielo queda solo el lucero de la mañana ("el Lucero que invita al trabajo", según dice Ovidio en su Metamorfosis), que es siempre el último en despedirse.
Dejarse luego a partir del mediodía gobernar por la pereza, que, diga el catecismo lo que diga, es en esta época del año una virtud, casi una bienaventuranza, y reposar la tarde con un libro (uno de esos libros de más de trescientas páginas que no tenemos tiempo de leer el resto del año) hasta la hora en que la naturaleza se recoge y se va poco a poco ensimismando en sus abismos interiores para que el mundo pueda descansar.
Dormir en el campo, a la intemperie, sin reloj ni teléfono móvil ni ningún otro artilugio, con una manta para el suelo y otra para abrigarse (se admite saco de dormir), y sin otros ruidos ni otras voces que no sean los de la noche y las del aire. Para la cual cosa, y a fin de que la experiencia resulte del todo placentera, convendría además seguir las siguientes instrucciones: alumbrarse únicamente con las luces del cielo; escuchar el silencio del firmamento y las conversaciones en voz baja con que aves, insectos, árboles, caminos, ecos y sombras entretienen el tiempo; contar las estrellas; pensar: "Y otro día que ha partido para siempre..."; quedarse un rato en paz con uno mismo y aguardar así a que venga el sueño.
  
                                            (La Razón, 29 de julio de 2019)

lunes, 29 de julio de 2019

20 de julio de 1969


–¡Los americanos ya están en la Luna!
Nos detuvimos un momento a mirarla, recién salida de detrás de los montes y quieta allí en una esquina del cielo, como pidiendo permiso para entrar.
El salón parroquial estaba abarrotado y un locutor de voz algo pastosa repetía sin misericordia datos sobre el cohete y la distancia recorrida, la órbita terrestre y la fuerza de gravedad…
El señor cura bajó el volumen hasta casi enmudecer el aparato y dijo que íbamos a asistir a un acontecimiento histórico, la llegada del hombre a la Luna, pero que nadie se engañara, porque a pesar de los avances de la ciencia, arriba estaba Dios, al que le hubiera bastado con soplar aquella tarde para que el cohete de los americanos volase por los espacios como una paja por el aire de las eras… 
El alcalde quiso también decir unas palabras, pero el señor cura zanjó la tentativa con un aspaviento.
La imagen que todos esperábamos ver, la de los astronautas pisando la Luna, tardaba en aparecer y algunos, solicitados por el sueño, se fueron marchando.
En la pantalla volvían a aparecer las imágenes del despegue del Apolo X en Cabo Cañaveral, con la larguísima estela de humo que soltaba según se iba alejando cielo arriba, y las caras serias de los científicos de la NASA pegadas a las máquinas llenas de botones desde las que controlaban todos los detalles del viaje.
Eran casi las tres de la madrugada cuando Neil Amstrong bajó de la nave y pisó el suelo de la Luna.
El silencio expectante estalló finalmente en aplausos, con el alcalde y el señor cura pugnando por ver quién era el que más ímpetus ponía en la celebración.
Se lo expliqué todo a mi abuela a la mañana siguiente y ella se me quedó mirando, muy seria:
–¡Ay, alma de cántaro!

                                              (La Razón, 21 de julio de 2019)


lunes, 22 de julio de 2019

El verano


A mediados de junio se acababa la escuela y empezaba el verano, que era una sucesión de días azules que no iba a terminar nunca.

El verano entonces, cuando el mundo estaba bien hecho y las horas se detenían lo que les daba la gana en los relojes, eran las cerezas, que coloreaban en apretados racimos en las huertas que rodeaban el pueblo; y si no las teníamos propias, las buscábamos de noche en finca ajena, vigilando uno que no viniera el amo mientras los demás tiraban de las ramas bajeras, que solían ser las más castigadas por la codicia de los viandantes, por eso a veces no había más remedio que trepar tronco arriba hasta la copa, donde se ofrecían siempre las mejores, las más gordas y maduras, también las más dulces, de ahí que fueran las preferidas de los pájaros.

El verano eran los partidos de fútbol, con pelota de goma (los balones de cuero, o de reglamento, tardaron unos años en llegar, y los traía solo algún veraneante para darnos envidia), en las eras al mediodía mientras los mayores dormían la siesta, o los domingos por la tarde en alguna pradería del contorno, con improvisadas porterías de dos palos clavados en el suelo.

El verano eran las labores de la recolección de la hierba y de la trilla en la era, con los ásperos paréntesis en que tocaba guardar el ganado, un día entero de exilio en el monte que se teñía de destierro si caía en festivo o conllevaba la obligación de dormir en el chozo, toda la noche oyendo los cencerros de las vacas que luego al volver a casa seguían resonando sin parar en la cabeza a todas horas hasta bien entrado el sueño.

El verano eran los días que galopaban cada vez más deprisa en el calendario en cuanto septiembre empezaba a amarillear en el horizonte.

                                           (La Razón, 14 de julio de 2019)

lunes, 15 de julio de 2019

Tiempo de eufemismos

Con la Guía de Comunicación Inclusiva para construir un mundo más igualitario, que armó un cierto revuelo cuando se editó el pasado mes de junio, el Ayuntamiento de Barcelona pretende desterrar una serie de expresiones y vocablos susceptibles de herir a determinados colectivos por contener ideas estereotipadas o transmitir prejuicios racistas, étnicos o culturales. Así, "inmigrante ilegal" debería ser sustituido por 'persona migrante', "negrito" o "persona de color", por 'persona negra', y términos como "inválido", "minusválido", "paralítico", "cojo" o "disminuido" se englobarían todos en 'persona con discapacidad física/persona con movilidad reducida'. Del mismo modo,  los ciegos o invidentes serían 'personas ciegas o con ceguera', y los locos o enfermos mentales, 'personas con problemas de salud mental'.
Es la apoteosis de los eufemismos, y los ejemplos vienen de lejos.
Primero fue criada o doncella, luego sirvienta, y ahora es subalterna, o empleada de hogar. Los porteros y porteras de toda la vida han ascendido a conserjes o empleados y empleadas de fincas urbanas. Se acabaron los viejos, que ahora son mayores o ancianos (lato sensu, jubilados), y los pobres, que se han transformado en desfavorecidos o en personas en riesgo de exclusión social, y los gordos, que son obesos o tienen sobrepeso. Y otro tanto ha ocurrido con los asilos, que se han convertido en residencias, las cárceles o prisiones, que han devenido en centros de readaptación social o instituciones correccionales o establecimientos penitenciarios donde se albergan internos, no presos, y los manicomios, un tiempo clínicas mentales y actualmente centros de salud mental.
Tampoco hay ya vejez, solo esa cursilería de la tercera edad.
Por no hablar del cese temporal de convivencia (separación o divorcio), la disfunción eréctil (impotencia), los residuos sólidos urbanos (basura), el tráfico de influencias (soborno), los daños colaterales (muerte de civiles), el crecimiento negativo (pérdidas), la regulación de plantilla o reajuste de personal (despidos) y el reajuste de precios (subida de los mismos).

           (La Razón, 8 de julio de 2019)

lunes, 8 de julio de 2019

Árboles de Barcelona


Si, como es sabido, fue la especie humana la que apareció en la vida de los árboles, y no al revés, los más de 300.000 que hoy adornan y oxigenan la ciudad de Barcelona deberían tener tanto o más derecho que nadie a vivir cómoda y tranquilamente en ella. Y también a respirar sano, y a ser tratados con el debido respeto, y a recibir los cuidados oportunos. Dos terceras partes de esa considerable arquitectura verde, o sea, 200.000, decoran y mitigan los rigores de calles y plazas, 30.000 sombrean los parques y el resto, en torno a 70.000, crecen en las zonas forestales.
Los hay de casi todas las especies: plátanos de sombra (como los 300 ejemplares, plantados hacia mediados del siglo XIX, que se alinean en la Rambla), encinas (por ejemplo, las 45 que arraigan en la mismísima plaza de Catalunya desde principios del pasado siglo), palmeras y acacias de diferentes clases, tilos, castaños, cipreses, magnolios, almeces, naranjos amargos, sauces llorones, arces, olmos, álamos, chopos, moreras, árboles del amor... También robles, algarrobos, fresnos y olivos (en el parque Cervantes), y hasta un tejo, en los jardines de la vieja Universidad.
Por no hablar de los pertenecientes a diversas especies exóticas: la casuarina o pino marítimo de Australia, el cedro del Himalaya (también el del Atlas y el del Líbano), el aligustre de Japón, el olmo de Siberia, el jabonero de la China, la séfora o árbol de las pagodas, la tipuana o palo rosa, el árbol de la seda o acacia de Constantinopla, el naranjo de Luisiana, el jacarandá y el palo borracho, originarios de Sudamérica...
Algunos de ellos, como el ginkgo de los jardines de la Universidad, plantado hacia 1900 y con más de 20 metros de altura, o el majestuoso ombú o bellasombra, de procedencia argentina, en la plaza de Francesc Macià, figuran entre los más emblemáticos de la ciudad.

                                            (La Razón, 1 de julio de 2019)

lunes, 1 de julio de 2019

San Juan, hacia 1610


Es la fecha aproximada en que llegan don Quijote y Sancho a Barcelona, al término de su tercer y último viaje.
Tras dejar la Mancha, atraviesan Aragón y entran en Cataluña. Nada más hacerlo, se encuentran con una partida de bandoleros y su capitán, Roque Guinart, que despierta la admiración de don Quijote por su sentido de la justicia. El bandolerismo era una realidad social en la Cataluña de la época, y bajo el nombre de Roque Guinart se alude a Perot Rocaguinarda, un personaje rigurosamente histórico y contemporáneo de Cervantes. Con los bandoleros conviven tres días y tres noches, y el propio Roque Guinart les conduce "por atajos y sendas encubiertas" hasta las puertas de Barcelona, a cuyas playas llegan la víspera de san Juan por la noche. Allí les sorprende la ruidosa algazara con que los barceloneses celebran el amanecer de un día de fiesta.
De la capital catalana, que contaba entonces con unos 33.000 habitantes, les llama la atención el bullicio de las calles, las galeras del puerto y, sobre todo, el mar, que ni don Quijote ni Sancho habían visto antes. En compañía de don Antonio Moreno, a quien Roque Guinart ha enviado una carta de recomendación para que los acoja en su casa, pasean por las calles, visitan una imprenta (probablemente, en la calle del Call) y una galera. Estando en esta última, suena la alarma de que se acerca un barco turco, el enemigo más temible del mundo cristiano en aquella época, y la galera, junto con otras dos, sale en su captura.
La estancia en Barcelona, la única ciudad que visita don Quijote, termina cuando, dos días después, el hidalgo es derrotado en la playa por el Caballero de la Blanca Luna (en realidad, su amigo el bachiller Sansón Carrasco, que ha recurrido a esta estratagema para curar su locura y obligarle a volver a su tierra).

                                                  (La Razón, 24 de junio de 2019)

lunes, 24 de junio de 2019

Se acabaron los suspensos

Primero fue el sistema numérico, o sea el del 0 al 10, el que dejó de servir. Era el que se había empleado toda la vida, pero se conoce que a algunos de los mandamases de entonces, principios de los años setenta del siglo pasado, les acometieron los pujos de la modernez y hala, a inventar nombres.
Conque aprovechando el alumbramiento de la EGB, en la que abrevaron las generaciones anteriores a la ESO, sustituyeron las cifras, más dúctiles y permisivas, pues consentían escalones intermedios (4,5, 7,5...), por letras, que no admitían matices. De este modo, el Muy deficiente desterró al 0 patatero, y de paso también al 1, el Deficiente engulló al 2 y al 3, el Insuficiente (bajo o alto, puntualizaban los profesores en las sesiones de evaluación) absorbió al 4, el 5 rascado se quedó en un Suficiente justo, el 6 pasó a ser un Bien, el 7 y el 8 ocuparon las difusas fronteras del Notable, el Sobresaliente adquirió los derechos del 9 y el 10 se reservó para la Matrícula de honor.
Vino luego la LOGSE y con ella los pedagogos, que en cuanto tuvieron mando y despachos se pusieron manos a la obra de llamar a las cosas por otros nombres. Cuanto más uniformadores mejor, como el famoso "Progresa adecuadamente" de la enseñanza primaria, que se llevó la palma en lo de anular diferencias (para los malpensados, igualar por abajo).
La llama que no cesa de los eufemismos, atizada por el empeño de los políticos en disfrazar el fracaso escolar, llega este curso en Cataluña a la enseñanza secundaria. Con la llamativa novedad de que los suspensos (palabra ya en desuso, lo mismo que aprobado) tendrán todos, sin distinción, la misma nota: "No assoliment" ("No consecución", de los objetivos, se supone).
Se empieza por cambiar el nombre y se termina por modificar o suprimir lo que designa.

   (La Razón, 17 de junio de 2019)

lunes, 17 de junio de 2019

Viajar

Colas de turistas  (y 11 muertos) para subir a lo alto del Everest, colas de visitantes para entrar en los museos, colas de viajeros en los aeropuertos. 
Viajar como si fuera  una obligación. Y a los mismos sitios, y por las mismas rutas señaladas, y todo programado.
Llegar, ver y fotografiar. Como si lo importante no fuera mirar sino haber estado allí.  Retratarse delante de un monumento y propagarlo al instante por el móvil para que todo el mundo tenga constancia. Que no se escape nada de lo que viene en las guías, que se pueda luego presumir en el trabajo y con las amistades de no haberse perdido ni un rincón.
Tener todo el día ocupado, sin un resquicio: ahora un museo, luego una ruta gastronómica, a continuación un garbeo por el barrio que sirve las mejores tapas, más tarde una incursión en lo étnico y cultural,  finalmente una travesía por las zonas del ocio y el esparcimiento nocturno... Que ya lo dijo Samuel Eto'o, el exjugador del Barcelona: "Si descanso, me canso".
Viajar, sí, que despeja la mente y airea el entendimiento y cura muchos males, pero de otra manera, más reposada y sin tantas pretensiones. Recorrer despacio las calles para ver pasar la vida y atisbar los afanes de las gentes. Buscar sitios que no vengan en las guías, visitar las ciudades que pasan desapercibidas en los mapas del turismo y conservan una pizca de lo que eran antes. Conocer pueblos pequeños donde no vaya nadie y se pueda andar tranquilo por el campo y perderse uno solo si quiere por los montes, pueblos sin rotondas pero con vacas y con pájaros,  pueblos donde viva gente que cuando llegan dos días de fiesta no tenga ganas de ir a ningún sitio y prefiera quedarse allí en su casa sin hacer nada,  descansando o aburriéndose  porque es donde está más  a gusto...

   (La Razón, 10 de junio de 2019)

lunes, 10 de junio de 2019

Barcelonas

Lo que daría uno por poder asomarse alguna vez al pasado, aunque fuera solo  por poco tiempo, lo justo para ver pasar la vida en un día cualquiera de una ciudad cualquiera. Barcelona,  por ejemplo,  un domingo como el del pasado 26 de mayo, por señalar una fecha destacada del calendario, con un tiempo de primavera que daba gloria (lució el sol por la mañana y por la tarde nos bendijo la lluvia) y los barceloneses acudiendo civilizadamente a los colegios electorales. 
¿Qué harían ese último domingo de mayo nuestros antepasados? Los de la Barcino romana, que tenían teatro, circo, foro y termas pero no murallas, de ahí que fuera destruida en el siglo III por los invasores francoalemanes; los de la Barcelona visigoda y cristianizada que en el siglo VIII se doblegó a la ocupación musulmana; los de la Barcelona, ciudad condal incorporada al imperio carolingio, que allá  por el año 1000 se acercaba a los 20.000 habitantes; los de la Barcelona medieval del Consell de cent y de los gremios que era ya puerta abierta al Mediterráneo...
En todas esas Barcelonas, y en las que vinieron después, la de la actividad menestral y mercantil, la que una vez derribadas las murallas llegó a los 115.000 habitantes a finales del siglo XVIII, ¿cómo vestirían, en qué emplearían su tiempo, cuáles serían sus preocupaciones, de qué hablarían, y en qué lenguas? Y lo mismo en la Barcelona fabril e industriosa de la época del Ensanche que no tardó en absorber los pueblos colindantes (Sants en 1885, Gràcia, Sant Gervasi, Les Corts, Sant Martí y Sant Andreu en 1897, Horta en 1904, Sarrià en 1921), y en la de los conflictos obreros de principios del siglo XX, y en la que por esa misma época empezó a convertirse en ciudad de acogida de inmigrantes venidos de otras regiones españolas y, posteriormente, de todas partes del mundo...

                        (La Razón, 3 de junio de 2019)

lunes, 3 de junio de 2019

Notas de lectura


1
"...equilibrado como el árbol entre el mundo de abajo y el mundo de arriba" (M. Yourcenar, Opus nigrum)

2
"...la tierra, que jamás se cansa ni enoja de comunicarnos sus bienes" (Fray Luis de León, La perfecta casada)

3
Cortesía
"Soñé que el ciervo ileso pedía perdón al cazador frustrado" (Nemer Ibn el Barud)

4
La prueba
"Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que había estado ahí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?" (S. T. Coleridge)

5
“Clásico no es un libro que necesariamente posee tales o cuales méritos: es un libro que las generaciones de los hombres leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad” ( J. L. Borges, Otras inquisiciones).

6
"Siempre que observamos atentamente a un animal, tenemos la sensación de que en su interior hay alguien que se burla de nosotros". (E. Canetti)

7
"Tenga cuidado al leer libros de medicina: una errata podría matarle". (Mark Twain)

8
"Las diferencias entre un soldado, un obrero, un abogado, un ocioso, un sabio, un hombre de Estado, un comerciante, un marino, un poeta, un pobre, un sacerdote, son, aunque más difíciles de captar, tan considerables como las que distinguen al lobo, al león, al asno, al cuervo, al tiburón, al buey marino, a la oveja, etc." (H. de Balzac, prólogo a La comedia humana).

9
mariposa. Es un animalito que se cuenta entre los gusanitos alados, el más imbécil de todos los que puede haber. Este tiene inclinación a entrarse por la luz de la candela, porfiando una vez y otra, hasta que finalmente se quema. [...] Esto mesmo les acontece a los mancebos livianos que no miran más que la luz y el resplandor de la mujer para aficionarse a ella; y cuando se han acercado demasiado se queman las alas y pierden la vida. (Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española)

10
"Cuando sus pies dejaron ya la prisa, que resta dignidad a cualquier acto..." (Dante Alighieri, Divina Comedia, Purgatorio)

11
"...y no conoció nunca la vejez, que consiste en quedarse humillados en un rincón llorando el desmoronamiento del pasado". (Natalia Ginzburg, Léxico familiar)

12
"El viento, ese viajero vertiginoso que habla a los hombres libres en todas las lenguas de la tierra..." (Panait Istrati, El tío Anghel)

lunes, 27 de mayo de 2019

El ruiseñor / Un hotel con historia


El ruiseñor
Decía Josep Pla que la primavera la anuncia puntualmente el canto del primer ruiseñor, y daba cuenta él siempre de la primera vez que lo oía cada año. Así, por ejemplo, en Las horas, anota: “Este año de 1963 oí el primer canto del ruiseñor en la noche del domingo 21 de abril, pocos minutos antes de las doce, exactamente. En estas cosas tan importantes, hay que precisar, y el Times de Londres, que es un diario especializado, entre otras muchas cosas, en dar la primera noticia de haberse oído por primera vez el canto del ruiseñor en una u otra parte de Inglaterra, da siempre la hora del maravilloso acontecimiento”.
Y el rey Felipe II, cuando se vio obligado, por razones de la política, a vivir durante algún tiempo en Lisboa, echaba de menos en su palacio “a los ruiseñores, aunque algunos pocos se oyen algunas veces de una ventana mía”, según aseguraba en una carta enviada a su hija en 1581, dejando así constancia de esa melancolía real.
Como no podía ser menos, tratándose del pájaro de canto más apasionado y armonioso, el ruiseñor (cuyo precio en la antigua Roma era superior al de los esclavos) ha inspirado a los mejores poetas. Gonzalo de Berceo decía de él que "canta por fina maestría", y John Keats le invocaba así en su Oda a un ruiseñor: "¡Oh, pájaro inmortal, no has nacido para la muerte!"
El ruiseñor (bulbul, voz de origen árabe con que se le nombra también en castellano) es el pájaro más tímido, pues se calla en cuanto sospecha que alguien le está escuchando, y el más sentido y sentimental, pues solo canta cuando está enamorado. Y eso es lo que quizá debiéramos aprender de él: a ser humildes y no presumir delante de nadie, a cantar o hacer cada cual lo que mejor sepa por pura y desinteresada vanagloria.

                                                       (La Razón, 20 de mayo de 2019)


Un hotel con historia
En un principio, cuando, hacia 1770, fue fundado por dos ciudadanos italianos, ostentaba el nombre de Hostal de las Naciones y era solo eso, un hostal o una fonda. Situado en el número 35 de la Rambla, acogió en su momento a numerosos refugiados de la Revolución francesa, y su proximidad al Teatro Principal propició que se convirtiera en el alojamiento preferido de muchos artistas. No fueron pocos los viajeros ilustres que se hospedaron en él. Stendhal, por ejemplo, que lo hizo en 1837, y dejó constancia de ello en sus "Memoires d'un touriste", donde anota que desde Barcelona no se ve el mar, oculto por las fortificaciones de la parte baja de la Rambla. Un año después, en 1838, llegó la pareja formada por Chopin y George Sand.
A mediados del siglo XIX se construyó, en el mismo edificio, el actual hotel, que pasó a llamarse Hotel de las Cuatro Naciones, y como tal mereció el honor de ser considerado el primero de Barcelona y de toda Europa. Las cuatro naciones a que se alude en el nombre son Francia, Inglaterra, Italia y Portugal.
Según una guía de la época, el hotel se distinguía principalmente por su lujo, y a los barceloneses les causaba especial admiración el gran número de balcones que tenía. En 1880, pese a continuar, como estuvo siempre, en manos italianas, afrancesó su nombre: Grand Hotel et 4 Nations. Y en sus habitaciones continuaron alojándose huéspedes ilustres, como el mítico Buffalo Bill, que llegó en las navidades de 1889 con su espectáculo circense (componían la comitiva 200 pieles rojas y otros tantos vaqueros mejicanos, y 200 animales, entre caballos, búfalos y bisontes) o Einstein, en 1923.
Posteriormente, al desplazarse al Eixample el centro vital de la ciudad, comenzó la decadencia del hotel, lo que llevó a su cierre en 1927, un cierre momentáneo, porque volvió a abrir en 1929 y así continúa hasta hoy.

                                                                  (La Razón, 13 de mayo de 2019)