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lunes, 7 de octubre de 2019

Ni lápices ni relojes


Rescato dos noticias de este verano que con la algarabía de las vacaciones pasaron desapercibidas.
La primera: Ikea retira sus lápices de madera. Se habían convertido en un símbolo de la casa, que los entregaba gratuitamente al cliente con cada compra. ¿Las razones de tal decisión? Según la propia multinacional sueca, la necesidad de adaptarse a los nuevos hábitos del consumidor, que, de acuerdo con los resultados de una encuesta realizada al efecto, se manifestó mayoritariamente en favor de las nuevas tecnologías. Conque ese viejo artilugio de grafito recubierto de madera que empezó a fabricarse allá por el siglo XVIII, al baúl de las antiguallas. Y tendrán razón, cómo se le va a ocurrir a nadie a estas alturas ponerse a apuntar su lista de productos en un papel teniendo siempre a mano el teléfono móvil. Aunque a uno le dan ganas de coger una libreta, ponerse uno de esos icónicos lápices en la oreja como hacían los antiguos tenderos y pasearse por la tienda anotando precios y productos para contrarrestar los efectos de la susodicha encuesta.
La segunda: Los colegios británicos retiran los relojes analógicos de las aulas porque los alumnos no entienden lo que dicen las manecillas, esto es, que no saben leer la hora. Acostumbrados como están a los formatos digitales, cómo van a poder interpretar el significado de esas agujas que se mueven tan despacio. De modo que adiós al reloj de la pared que ponía orden en el tiempo de las aulas, y se acabó el mirar las manecillas deseando que corrieran más deprisa para acabar pronto la clase, o al revés, que fueran más despacio en el trance siempre comprometedor de los exámenes. Aunque, al parecer, esto último ha sido otro de los motivos esgrimidos para retirarlos, dado que su presencia en las aulas no contribuía a mantener relajados a los alumnos; al contrario, les causaban un estrés innecesario.  

                  (La Razón, 30 de septiembre de 2019)

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