Rescato dos noticias de este verano que con la algarabía de las vacaciones
pasaron desapercibidas.
La primera: Ikea retira sus lápices de madera. Se habían convertido en un
símbolo de la casa, que los entregaba gratuitamente al cliente con cada compra.
¿Las razones de tal decisión? Según la propia multinacional sueca, la necesidad
de adaptarse a los nuevos hábitos del consumidor, que, de acuerdo con los
resultados de una encuesta realizada al efecto, se manifestó mayoritariamente en
favor de las nuevas tecnologías. Conque ese viejo artilugio de grafito
recubierto de madera que empezó a fabricarse allá por el siglo XVIII, al baúl
de las antiguallas. Y tendrán razón, cómo se le va a ocurrir a nadie a estas
alturas ponerse a apuntar su lista de productos en un papel teniendo siempre a
mano el teléfono móvil. Aunque a uno le dan ganas de coger una libreta, ponerse
uno de esos icónicos lápices en la oreja como hacían los antiguos tenderos y
pasearse por la tienda anotando precios y productos para contrarrestar los
efectos de la susodicha encuesta.
La segunda: Los colegios británicos retiran los relojes analógicos de las
aulas porque los alumnos no entienden lo que dicen las manecillas, esto es, que
no saben leer la hora. Acostumbrados como están a los formatos digitales, cómo
van a poder interpretar el significado de esas agujas que se mueven tan
despacio. De modo que adiós al reloj de la pared que ponía orden en el tiempo
de las aulas, y se acabó el mirar las manecillas deseando que corrieran más
deprisa para acabar pronto la clase, o al revés, que fueran más despacio en el
trance siempre comprometedor de los exámenes. Aunque, al parecer, esto último
ha sido otro de los motivos esgrimidos para retirarlos, dado que su presencia
en las aulas no contribuía a mantener relajados a los alumnos; al contrario, les
causaban un estrés innecesario.
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