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viernes, 29 de julio de 2016

Día de fiesta

Día de fiesta

                         (En España, hacia 1950)

Tocaban el tambor
a cuyo son bailaban en las eras
las tardes de domingo
y el día del patrón. Adiós tristeza
entonces y por unas breves horas
olía el pueblo a fiesta.
Volvían al oscurecer a casa
y muertos de pereza
afilaban en yunques las guadañas
a golpes de paciencia.
Escuchaban la radio
a la hora de la cena
por si anunciaban lluvias
o nubes de tormenta.
Oían también noticias
de viajes, discursos y alguna guerra.
Y se iban a dormir
después de un rato a solas en la puerta.
De mañana saldrían bien temprano,
aún altas las estrellas
y los caminos de la noche oscuros,
a las praderas a segar la hierba.
O uncirían los bueyes
si era tiempo de siembra
y ararían rastrojos
más duros que las piedras
con la esperanza de que fuera ese año
más generosa con ellos la tierra.
         
                  (De Cien lecciones de cosas)
                                   

miércoles, 27 de julio de 2016

Gradaciones

Me entretuve ayer un rato hilvanando una serie de gradaciones, a las que recurrimos continuamente aunque no nos demos cuenta y que las tenemos siempre en la cabeza cuando queremos matizar el grado de intensidad de alguna cosa, un sentimiento, una acción, una vivencia, un hecho, una realidad...
Enumero unas cuantas a título de ejemplo, empezando por las que ordenan la intensidad de más a menos (gradación descendente):
Un cuerpo candente, ardiente, caliente, templado, tibio, natural, fresco, frío.
Una persona histérica, excitada, nerviosa, intranquila (o eufórica, feliz, alegre, animada).
Una jarra rebosante, llena, mediada, vacía.
Un hecho verídico, real, seguro, probable, posible, incierto, dudoso.
Un dato esencial (o fundamental), básico, principal, importante, accesorio (o secundario), anecdótico, trivial, insignificante.
Y ahora al revés, de menos a más (gradación ascendente):
Un ser u organismo microscópico, ínfimo, diminuto (o minúsculo), pequeño, mediano, grande, enorme, gigantesco, descomunal.
Un lugar cercano (o próximo), distante, lejano, remoto.
Un hombre malhumorado, enfadado, cabreado, indignado (o irritado, enojado, encolerizado, furioso).
Y estas dos, con gradación silábica incluida: precioso, espléndido, maravilloso; querer (o amar), adorar, idolatrar.

lunes, 25 de julio de 2016

Notas de lectura

De Rafael Sánchez Ferlosio, el siguiente apunte –pecio, como su autor lo llama, y el diccionario de María Moliner define el término como "resto de una nave naufragada o de lo que iba en ella"–, que suscribo a ojos cerrados:
   (El Alagón) Encuentro finalmente un tramo del río donde digo de pronto: "Esto es todavía exactamente como era en mi niñez", y acto seguido, sin pensarlo, añado con pasión: "Y, por lo tanto, como tendría que haber seguido siendo y seguir siendo, para siempre, todo" (Campo de retamas, pág. 149).

Según refiere E. R. Curtius en su Literatura europea y Edad Media Latina, todo un clásico de los estudios literarios, Esquilo, célebre ya como autor de tragedias en la Grecia de su tiempo (La Orestíada, sobre todo, trilogía que incluye Agamenón, Las coéforas y Las euménides), compuso para sí mismo un epigrama fúnebre "en el cual solo quiso perpetuar su participación en la batalla de Maratón, sin aludir para nada a su obra de poeta trágico".


viernes, 22 de julio de 2016

Efemérides literarias

El 22 de julio de 1999 moría en Madrid Claudio Rodríguez (Zamora, 1934), uno de los más grandes poetas españoles de la segunda mitad del siglo XX. En 1953 obtuvo el prestigioso premio Adonais con su primer libro, Don de la ebriedad, que deslumbró a críticos y lectores. Le siguieron Conjuros (1958), Alianza y condena (!965), El vuelo de la celebración (1976) y Casi una leyenda (1991).
Como muestra y homenaje, este extraordinario poema, un sentido canto a la vida:

Alto jornal
Dichoso el que un buen día sale humilde
y se va por la calle, como tantos
días más de su vida, y no lo espera
y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto
y ve, pone el oído al mundo y oye,
anda, y siente subirle entre los pasos
el amor de la tierra, y sigue, y abre
su taller verdadero, y en sus manos
brilla limpio su oficio, y nos lo entrega
de corazón porque ama, y va al trabajo
temblando como un niño que comulga
mas sin caber en el pellejo, y cuando
se ha dado cuenta al fin de lo sencillo
que ha sido todo, ya el jornal ganado,
vuelve a su casa alegre y siente que alguien
empuña su aldabón, y no es en vano.
            Claudio Rodríguez, Conjuros

miércoles, 20 de julio de 2016

Instrucciones para bien dormir


Noche de verano, en el campo, a la intemperie, sin reloj ni teléfono móvil ni ningún otro artilugio, con una manta para el suelo y otra para abrigarse (se admite saco de dormir)...
Apagar los ruidos y las voces que no sean los de la naturaleza y las del aire.
Alumbrarse con las luces del cielo.
Escuchar el silencio del firmamento y las conversaciones en voz baja con que aves, insectos, árboles, caminos, ecos, sombras entretienen el tiempo.
Pasear la imaginación hasta la raya última del horizonte.
Contar las estrellas.
Pensar: Y otro día breve que ha partido para siempre...
Quedarse un rato en paz con uno mismo y aguardar así a que venga el sueño.

lunes, 18 de julio de 2016

El 18 de julio

Durante treinta y pico años, desde el final de la guerra en 1939 hasta la muerte de Franco en 1975, el 18 de julio fue en toda España fiesta de obligado cumplimiento por conmemorarse ese día el alzamiento militar de 1936 contra el gobierno de la República.
En el pueblo, por esas fechas, se estaba de lleno en la tarea más dura y trabajosa de todo el año, la recolección de la hierba, que se segaba, se dejaba secar en los prados y se llevaba luego en el carro al pajar o la tenada. Y como había que aprovechar los días largos y claros del mes de julio, nadie quería perder el tiempo con fiestas, y menos con una que a la postre era sobrevenida y como si dijéramos forastera. Bien estaban las de los domingos, con las que todo el mundo contaba, y que el vecindario en general respetaba sin refunfuñar, ¡pero aquella impuesta y sin el arraigo de la tradición, y que encima ni siquiera figuraba en las de guardar, o sea, en las que era pecado mortal si no se santificaban como mandaba el catecismo!
Conque nada de descansar, y cada uno a sus labores como si nada. Pero había un problema, y gordo, que al alcalde y al señor cura y a las otras fuerzas vivas les quitaba el sueño ya la antevíspera, y era este el de la guardia civil, que tenía la mala costumbre de ir a comprobar in situ por los pueblos si la gente del común le tenía afición a la susodicha efeméride oficial y si esta era honrada como quería la autoridad.
Se sabía al respecto, y era esto lo que más preocupaba, que si la pareja sorprendía a alguno en cualquier ocupación que no fuera la de guardar asueto le podía caer una buena multa, tanto más abultada cuanto más tiempo se le hubiera dedicado, el cómputo del cual quedaba al recto entender de la benemérita.
De modo que no era cuestión de exponerse, y así para salir del apuro y tener las espaldas medianamente bien guardadas, se instituía por consenso tácito y sin necesidad de hacerlo público un servicio de vigilancia a cargo de un par de vecinos que, estratégicamente situados, pudieran avistar de lejos la llegada de la pareja -a pie por la carretera como solían a veces, o a caballo, o en moto con el progresar de los años- y dar aviso con la suficiente antelación a los infractores. Los cuales, en cuanto oían las voces que propagaban la nueva, recogían en un santiamén las herramientas -guadañas, horcas, rastros...: nadie en su sano juicio se atrevía ese día a uncir las vacas al carro- y se apresuraban a esconderse en el monte, los que estaban más lejos, o a volver corriendo a casa si les daba tiempo, ponerse la ropa de los domingos y sentarse como si tal cosa a la puerta, o, si era la hora habitual y no llamaba la atención, jugar una partida a los bolos en la plaza de junto a la iglesia.

viernes, 15 de julio de 2016

Libros para el verano

Aunque a lo mejor no hay tiempo para todos, y por si algún lector de este blog tiene curiosidad, estos son los que están ahí esperando:
.Relatos, de Rudyard Kipling, la antología preparada por Alberto Manguel para Acantilado, que incluye todos los imprescindibles, como El hombre que pudo reinar.
.La vida lenta. Notes per a tres diaris (1956, 1957, 1964), la última obra publicada, en 2014, de Josep Pla, uno de los grandes prosistas del siglo XX.
.Campo de retamas, de Rafael Sánchez Ferlosio, que recoge todos sus 'pecios' -apuntes, aforismos, reflexiones...- ya aparecidos en la prensa.
.Lord Jim, de Joseph Conrad (con el aliciente de a ver qué recuerdo de la primera lectura, hará treinta años).
.Los otros rostros (1975-1981), que reúne todos los artículos publicados por Álvaro Cunqueiro en esos seis años en la revista Sábado Gráfico (1956-1983).
.Memorias del estanque, las memorias del poeta Antonio Colinas.
.El misterio de la felicidad, un libro de poesía de Miguel d'Ors.

miércoles, 13 de julio de 2016

Frankenstein y el año que no hubo verano

En los periódicos se ha hablado estos días del año sin verano, que fue el de 1816, hace ahora doscientos años. En abril de 1815, el volcán del monte Tambora, en Indonesia, entró repentinamente en erupción, provocando miles de muertes y estragos climáticos nunca vistos. Todavía un año más tarde un velo casi invisible de cenizas cubría el planeta, las temperaturas descendieron en todo el mundo y las cosechas se vieron seriamente dañadas.
La primavera de ese año de 1816, Mary Shelley viajó desde Londres a Ginebra, desafiando los caminos helados de Francia en un coche de caballos. Allí, en una villa solitaria a la orilla del famoso lago ginebrino, se instaló con su amante, el poeta Percy B. Shelley, que luego sería su marido, y pronto se les unieron también el poeta Lord Byron y su secretario John W. Polidori.
Obligados por el mal tiempo y las fuertes tormentas a permanecer encerrados en la casa, decidieron pasar las horas contándose historias de miedo. Una noche acordaron escribir cada uno un relato basado en alguna experiencia sobrenatural, y fue así como nació uno de los personajes literarios más universalmente conocidos, Frankenstein, y una de las obras maestras de la novela de terror.
Por cierto que el título completo de la novela es El doctor Frankenstein o el moderno Prometeo, pues Mary Shelley (1797-1851) consideraba a su inquieto científico –Victor Frankenstein, el creador del monstruo– como una versión moderna de Prometeo, el titán mitológico que desató la ira de Zeus al robar el fuego, reservado a los dioses, y proporcionárselo a los humanos (y de la misma manera que Prometeo fue por ello castigado, así también lo será Victor Frankenstein, que muere a manos de su criatura).
En efecto, el joven científico Victor Frankenstein, obsesionado por descubrir a toda costa los secretos de la naturaleza, da vida a una extraña criatura ensamblando los diversos miembros de cadáveres que roba en tumbas y cementerios, y a los que aplica la chispa vital de la corriente eléctrica. Conocedor de su deformidad, el monstruo así creado (al que los lectores han acabado llamando con el mismo apellido de su creador, puesto que Mary Shelley no le puso nombre) trata de hacer todo el daño posible al joven científico. Al advertir lo distinto que es de los seres humanos, que lo rechazan, y después de vengarse matando al amigo, al hermano y a la esposa de Victor Frankenstein, se refugia en las deshabitadas tierras del Ártico. Allí le busca su creador para matarlo, pero es el monstruo, que desaparece después sin dejar rastro, el que le da muerte a él.

lunes, 11 de julio de 2016

La primera vez

El primer día de escuela, el primer cigarro, el primer beso, el primer viaje en tren, la primera borrachera, la primera película, el primer trabajo (y el primer sueldo), la primera noche fuera de casa, el primer amor...
Y para los de mi generación de final de posguerra, la primera vez que salimos al extranjero; y si además campesina, la primera vez que vimos la televisión; y si encima también mesetaria, la primera vez que vimos el mar...
Las primeras veces (y que cada cual añada las que eche en falta) que son la fuente de esas corrientes líricas y nostálgicas de las que se nutre luego por largo tiempo el sentimiento adulto, tan necesitado de mirarse en el espejo retrovisor.

viernes, 8 de julio de 2016

El rastro del WhatsApp y otras nubes

Traía el otro día el periódico en la primera página este titular, un tanto misterioso: El descomunal rastro de CO2 de tu WhatsApp. El misterio tardaba en disiparse lo que el lector distraído en caer en la cuenta de lo que esa fórmula química significa, dióxido de carbono, y las luces de alarma -con efectos especiales para provocar miedo y sobresalto- que llevan incorporadas en los últimos tiempos casi todas las noticias se encendieron también en esta con solo leer los primeros renglones, que hablaban del impacto medioambiental del tráfico digital, que contamina ya casi tanto como el aéreo, y de la preocupante estela de "datos sucios" que deja en la atmósfera la industria de las telecomunicaciones (cada minuto se envían 150 millones de SMS y también cada minuto se realizan 2,4 millones de búsquedas en internet, por no hablar de la actualización del perfil en Facebook y del envío de mensajes por WhatsApp, todo lo cual genera un consumo energético y un nivel de emisiones de dióxido de carbono comparable al de la industria pesada: cada correo electrónico suelta al aire de la atmósfera cuatro gramos de CO2, y enviar 65 equivale a recorrer un kilómetro en automóvil), y del enorme consumo energético de las industrias virtuales, en particular de los inmensos centros de datos y servidores que forman la trastienda de internet.
Conque, a la vista de esa atmósfera tan contaminada por la nube incolora de internet y de ese cielo atravesado a todas horas por los millones de mensajes y correos electrónicos, los trillones de llamadas por los teléfonos móviles y el estrépito incesante de estaciones y naves espaciales, satélites de todo tipo y aviones de todos los colores, no es de extrañar que ya a los ángeles les dé miedo volar hasta aquí abajo, y hasta que a las oraciones y plegarias les cueste su tiempo llegar a los oídos de sus destinatarios allá arriba.
Ganas le dan a uno por todo ello de desapuntarse al WhatsApp, borrarse de la internet, guardar en el cajón el teléfono móvil y volver a escribir cartas. 

miércoles, 6 de julio de 2016

El verano

El verano eran las cerezas, que coloreaban en apretados racimos en las cerezales de las huertas que rodeaban el pueblo; y si no las teníamos propias, las buscábamos de noche en finca ajena, vigilando uno que no viniera el amo mientras los demás tiraban de las ramas bajeras, que solían ser las más castigadas por la codicia de los viandantes, por eso a veces no había más remedio que trepar tronco arriba hasta la copa, donde se ofrecían siempre las mejores, las más gordas y maduras, también las más dulces, de ahí que fueran las preferidas de los pájaros, de los tordos sobre todo, que las engullían enteras, al revés que los pajarines, que se contentaban con darles un picotazo y las dejaban a medio, tersas y brillantes en la parte intacta pero con un agujero delator horadándolas hasta el hueso; las picadas de los pájaros las llamábamos, y solían ser indefectiblemente las más sabrosas, los pájaros no son tontos, colegíamos.
El verano eran los partidos de fútbol, con pelota de goma (los balones de reglamento, o de material, como los llamábamos con inconmensurable devoción tardaron unos años en llegar, o los traía algún veraneante para su solo deleite y envidia de los envidiosos indígenas) en las eras al mediodía mientras los mayores dormían la siesta o los domingos por la tarde en los prados de El Rellano o de Las Vegas. En las eras, el juego discurría por los alrededores de dos chopos que distaban entre sí la medida justa para servir de portería, que en las praderías citadas se improvisaban con piedras o palos de salguera.
El verano eran las tareas de la recolección de la hierba hasta Santiago y luego por Nuestra Señora las labores de la era, con los ásperos paréntesis en que tocaba guardar el ganado, un día entero de exilio en el monte que se teñía de destierro si caía en festivo o conllevaba la obligación de dormir en el chozo, toda la noche oyendo los cencerros de las vacas que luego al volver a casa seguían resonando sin parar en la cabeza a todas horas hasta bien entrado el sueño.
El verano eran los días que galopaban cada vez más deprisa en el calendario en cuanto septiembre empezaba a amarillear en el horizonte.

lunes, 4 de julio de 2016

Efemérides literarias

De Franz Kafka, del que ayer, 3 de julio, se conmemoraba el centésimo trigésimo tercer aniversario de su nacimiento (Praga, 1883), este breve relato, que expresa la idea de cómo lo cotidiano y no solo las situaciones excepcionales o fuera de lo común puede llegar a ahogar a los personajes, que parecen marionetas en manos de factores como el tiempo, el azar y las previsiones erróneas. Por ello, quien sea capaz de superar la situación, puede considerarse un héroe, puesto que el heroísmo consistiría simplemente en sobrellevar la vida diaria. El empleo de letras para nombrar a los personajes contribuye por un lado a crear una cierta impresión de prosa “jurídica” y, por otro, dota al relato de impersonalidad, en el sentido de que cualquiera puede ser el protagonista de una situación similar y de que los personajes son meros sujetos del sistema, como las letras lo son del alfabeto. En otro orden de cosas, y pese a la brevedad, Kafka entrevé los males de la vida moderna: despersonalización, obsesión por el tiempo, sensación de absurdo y vacío...

Una confusión cotidiana
Un suceso cotidiano; soportarlo, un heroísmo cotidiano. A tiene que cerrar con B, del pueblo vecino H, un importante negocio. Va a una entrevista previa a H, invierte diez minutos en ir y el mismo tiempo en regresar, y presume en casa de esa asombrosa rapidez. Al día siguiente vuelve a ir a H, esta vez para cerrar definitivamente el negocio; como previsiblemente se necesitarán varias horas, A sale muy temprano por la mañana. Aunque todas las circunstancias accesorias, según opinión de A, son exactamente las mismas que las del día anterior, esta vez necesita diez horas para llegar hasta H. Cuando llega por la noche agotado, le informan de que B, enfadado por la ausencia de A, ha salido hace media hora para buscarle en su casa; en realidad, se tendrían que haber encontrado en el camino. Aconsejan a A que espere, pues B no puede tardar mucho en llegar. A, sin embargo, angustiado por el negocio, se pone enseguida en marcha y se dirige deprisa hacia su casa. Esta vez recorre el camino, sin ni siquiera darse cuenta, en un instante. En casa le dicen que B llegó hace tiempo, justo en el momento en que A abandonaba su casa, por lo que se había encontrado con él en la puerta. B le recordó el negocio, pero A dijo que no tenía tiempo, que tenía mucha prisa. A pesar del extraño comportamiento de A, B se había quedado para esperarle. Por supuesto preguntó con frecuencia si A había llegado ya, y aún se encuentra arriba, en la habitación de A. Feliz de poder hablar con B y poder explicarle todo, sube corriendo las escaleras. Ya casi ha llegado arriba, cuando tropieza y sufre la rotura de un tendón. En un estado semiconsciente provocado por el dolor, incapaz de gritar, gimiendo en la oscuridad, escucha y ve cómo B, difuminado por la distancia o por su gran proximidad a él, baja furioso las escaleras y, finalmente, desaparece.
            Franz Kafka, Cuentos completos (Valdemar, traducción de J. R. Hernández Arias)

viernes, 1 de julio de 2016

Observaciones sobre la o

Ofrece pero obliga, obedece pero ordena, objeta pero otorga.
Odia y abomina, ofende y oprime, orienta y ofusca.
Oscura, ostentosa, obstinada, obscena y obsoleta, obesa y ojerosa, ordinaria y orgullosa... También osada y original, oportuna y obsequiosa, obrera y operaria.
La o del oprobio, la o de la ortodoxia, la o del olvido.
La o de los otros, los opuestos: oriente y occidente, el oasis y el océano, el ocio y la ocupación.
El oro del otoño, los oropeles del ocaso, octubre.
La ortiga y la orquídea, el olmo y el olivo, la oca y la oropéndola, el okapi y el onagro.
Objetos: una oblea, un ovillo, un oboe, una ocarina, un odre, una olla (y un orinal)...
Oficios: ni odontólogo, ni oftalmólogo, ni orfebre, ni siquiera obispo: ornitólogo.
Otrora... ogros, oráculos, ofrendas, oblaciones, ordalías, ochavos, onzas, obeliscos, ojivas, octetos, odeones, odaliscas, ondinas, odiseas.
La más fácil, la que primero aprenden los niños en la escuela, y hay quien no la sabe hacer con un canuto.

("Los bostezos son oes que huyen", Ramón Gómez de la Serna).