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miércoles, 6 de julio de 2016

El verano

El verano eran las cerezas, que coloreaban en apretados racimos en las cerezales de las huertas que rodeaban el pueblo; y si no las teníamos propias, las buscábamos de noche en finca ajena, vigilando uno que no viniera el amo mientras los demás tiraban de las ramas bajeras, que solían ser las más castigadas por la codicia de los viandantes, por eso a veces no había más remedio que trepar tronco arriba hasta la copa, donde se ofrecían siempre las mejores, las más gordas y maduras, también las más dulces, de ahí que fueran las preferidas de los pájaros, de los tordos sobre todo, que las engullían enteras, al revés que los pajarines, que se contentaban con darles un picotazo y las dejaban a medio, tersas y brillantes en la parte intacta pero con un agujero delator horadándolas hasta el hueso; las picadas de los pájaros las llamábamos, y solían ser indefectiblemente las más sabrosas, los pájaros no son tontos, colegíamos.
El verano eran los partidos de fútbol, con pelota de goma (los balones de reglamento, o de material, como los llamábamos con inconmensurable devoción tardaron unos años en llegar, o los traía algún veraneante para su solo deleite y envidia de los envidiosos indígenas) en las eras al mediodía mientras los mayores dormían la siesta o los domingos por la tarde en los prados de El Rellano o de Las Vegas. En las eras, el juego discurría por los alrededores de dos chopos que distaban entre sí la medida justa para servir de portería, que en las praderías citadas se improvisaban con piedras o palos de salguera.
El verano eran las tareas de la recolección de la hierba hasta Santiago y luego por Nuestra Señora las labores de la era, con los ásperos paréntesis en que tocaba guardar el ganado, un día entero de exilio en el monte que se teñía de destierro si caía en festivo o conllevaba la obligación de dormir en el chozo, toda la noche oyendo los cencerros de las vacas que luego al volver a casa seguían resonando sin parar en la cabeza a todas horas hasta bien entrado el sueño.
El verano eran los días que galopaban cada vez más deprisa en el calendario en cuanto septiembre empezaba a amarillear en el horizonte.

1 comentario:

  1. Hace muchos veranos las tareas agrícolas eran deberes, pero sin cuaderno de campo, lo de las cerezas es otra cosa, tu comentario ha resucitado una neurona que almacena las ubicaciones de cerezos, perales, viñas, etc., está bien que las neuronas rebroten.

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