El
verano eran las cerezas, que coloreaban en apretados racimos en las cerezales
de las huertas que rodeaban el pueblo; y si no las teníamos propias, las
buscábamos de noche en finca ajena, vigilando uno que no viniera el amo
mientras los demás tiraban de las ramas bajeras, que solían ser las más
castigadas por la codicia de los viandantes, por eso a veces no había más
remedio que trepar tronco arriba hasta la copa, donde se ofrecían siempre las
mejores, las más gordas y maduras, también las más dulces, de ahí que fueran
las preferidas de los pájaros, de los tordos sobre todo, que las engullían
enteras, al revés que los pajarines, que se contentaban con darles un picotazo
y las dejaban a medio, tersas y brillantes en la parte intacta pero con un agujero
delator horadándolas hasta el hueso; las picadas de los pájaros las llamábamos,
y solían ser indefectiblemente las más sabrosas, los pájaros no son tontos,
colegíamos.
El
verano eran los partidos de fútbol, con pelota de goma (los balones de reglamento,
o de material, como los llamábamos con inconmensurable devoción tardaron unos
años en llegar, o los traía algún veraneante para su solo deleite y envidia de
los envidiosos indígenas) en las eras al mediodía mientras los mayores dormían
la siesta o los domingos por la tarde en los prados de El Rellano o de Las
Vegas. En las eras, el juego discurría por los alrededores de dos chopos que
distaban entre sí la medida justa para servir de portería, que en las praderías
citadas se improvisaban con piedras o palos de salguera.
El
verano eran las tareas de la recolección de la hierba hasta Santiago y luego
por Nuestra Señora las labores de la era, con los ásperos paréntesis en que
tocaba guardar el ganado, un día entero de exilio en el monte que se teñía de
destierro si caía en festivo o conllevaba la obligación de dormir en el chozo,
toda la noche oyendo los cencerros de las vacas que luego al volver a casa
seguían resonando sin parar en la cabeza a todas horas hasta bien entrado el
sueño.
El
verano eran los días que galopaban cada vez más deprisa en el calendario en
cuanto septiembre empezaba a amarillear en el horizonte.
Hace muchos veranos las tareas agrícolas eran deberes, pero sin cuaderno de campo, lo de las cerezas es otra cosa, tu comentario ha resucitado una neurona que almacena las ubicaciones de cerezos, perales, viñas, etc., está bien que las neuronas rebroten.
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