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miércoles, 13 de julio de 2016

Frankenstein y el año que no hubo verano

En los periódicos se ha hablado estos días del año sin verano, que fue el de 1816, hace ahora doscientos años. En abril de 1815, el volcán del monte Tambora, en Indonesia, entró repentinamente en erupción, provocando miles de muertes y estragos climáticos nunca vistos. Todavía un año más tarde un velo casi invisible de cenizas cubría el planeta, las temperaturas descendieron en todo el mundo y las cosechas se vieron seriamente dañadas.
La primavera de ese año de 1816, Mary Shelley viajó desde Londres a Ginebra, desafiando los caminos helados de Francia en un coche de caballos. Allí, en una villa solitaria a la orilla del famoso lago ginebrino, se instaló con su amante, el poeta Percy B. Shelley, que luego sería su marido, y pronto se les unieron también el poeta Lord Byron y su secretario John W. Polidori.
Obligados por el mal tiempo y las fuertes tormentas a permanecer encerrados en la casa, decidieron pasar las horas contándose historias de miedo. Una noche acordaron escribir cada uno un relato basado en alguna experiencia sobrenatural, y fue así como nació uno de los personajes literarios más universalmente conocidos, Frankenstein, y una de las obras maestras de la novela de terror.
Por cierto que el título completo de la novela es El doctor Frankenstein o el moderno Prometeo, pues Mary Shelley (1797-1851) consideraba a su inquieto científico –Victor Frankenstein, el creador del monstruo– como una versión moderna de Prometeo, el titán mitológico que desató la ira de Zeus al robar el fuego, reservado a los dioses, y proporcionárselo a los humanos (y de la misma manera que Prometeo fue por ello castigado, así también lo será Victor Frankenstein, que muere a manos de su criatura).
En efecto, el joven científico Victor Frankenstein, obsesionado por descubrir a toda costa los secretos de la naturaleza, da vida a una extraña criatura ensamblando los diversos miembros de cadáveres que roba en tumbas y cementerios, y a los que aplica la chispa vital de la corriente eléctrica. Conocedor de su deformidad, el monstruo así creado (al que los lectores han acabado llamando con el mismo apellido de su creador, puesto que Mary Shelley no le puso nombre) trata de hacer todo el daño posible al joven científico. Al advertir lo distinto que es de los seres humanos, que lo rechazan, y después de vengarse matando al amigo, al hermano y a la esposa de Victor Frankenstein, se refugia en las deshabitadas tierras del Ártico. Allí le busca su creador para matarlo, pero es el monstruo, que desaparece después sin dejar rastro, el que le da muerte a él.

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