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martes, 30 de junio de 2015

Etimologías curiosas

Deambulando de acá para allá por las páginas del diccionario, puede entretenerse uno preguntando por la etimología de las palabras, y la curiosidad, que es siempre bien recibida en cualquier libro, quedará en más de una ocasión sorprendida y satisfecha.
Sirvan como botón de muestra las seis palabras siguientes:

adefesio. De la expresión latina ad Ephesios, ‘a los habitantes de Éfeso’, título de una epístola dirigida por san Pablo a los habitantes de esa ciudad de Asia Menor (actual Turquía), en la que, durante su predicación, había sufrido grandes penalidades. Empleada hasta el siglo XVI como locución adverbial con el significado de ‘en balde’ o ‘disparatadamente’, pasó a significar después ‘prenda de vestir o adorno ridículo’ y ‘persona de aspecto feo o ridículo’.

bigote. Del alemán bi God, ‘por Dios’, especie de juramento empleado a manera de apodo para llamar a las personas con bigote, algo que era habitual entre los antiguos pueblos germánicos. Cuenta además la leyenda que, antes de entrar en batalla, los soldados se llevaban la mano al susodicho bigote, símbolo de la hombría y el valor, y proferían esas dos palabras, bi God, para darse ánimos e infundirse coraje.

busilis. O sea, el punto en que radica la dificultad o el interés de una cosa. Viene de la expresión latina in diebus illis, inicio frecuente de los textos latinos del evangelio que se leían en la misa; alguien que no entendía su significado (‘en aquellos días’) debió de suprimir las dos primeras sílabas –in die- y amalgamar las restantes –bus illis: busilis-, formando así la nueva palabra, ‘busilis’.

espabilar (o despabilar). Originariamente, “quitar la pavesa o la parte ya quemada del pabilo o mecha a velas y candiles”. El pabilo, la mecha de la vela, es palabra que proviene del latín papyrus, ‘papiro’, planta cuya hojas se empleaban con esa función. Modernamente, equivale a “avivar y ejercitar el entendimiento o el ingenio de alguien, hacerle perder la timidez o la torpeza”.

mamotreto. Del latín mammothreptus, y este del griego μαμμόθρεπτος, literalmente 'criado por su abuela', y de ahí, ‘gordinflón’, ‘abultado’, por la creencia popular de que las abuelas crían niños gordos y lucidos. En castellano se usó primero para designar un libro o un cuaderno grande y pesado, por lo general de poco provecho.

pontífice. Del latín pontifex –icis, literalmente “el que hace puentes”, y que designaba en un principio al alto funcionario romano encargado de cuidar el puente del río Tíber. San Bernardo, en la Edad Media, explicó que el pontífice es el puente entre Dios y los hombres, entre el cielo y la tierra, y de ahí que el arco iris, el puente celeste, sea el símbolo del pontificado.

lunes, 29 de junio de 2015

Efemérides literarias

Leopardi, el poeta de la infelicidad

El 29 de junio, día de san Pedro, del año 1798 nació en Recanati uno de los más grandes poetas italianos y europeos, Giacomo Leopardi.
Pasó su infancia y adolescencia poco menos que recluido en su casa, bajo la férula de los padres y mortificado por la impresión de sentirse siempre relegado, menospreciado y excluido. En las pocas ocasiones en que traspasaba la puerta, se limitaba a vagar en soledad por las calles y alrededores del tranquilo pueblo de Recanati.
En la noche amiga se desahogaba con la luna y las estrellas, eternas confidentes:

            Oh, tú, graciosa luna, bien recuerdo
            que sobre esta colina, ahora hace un año,
            angustiado venía a contemplarte:
            y tú te alzabas sobre aquel boscaje
            como ahora, que todo lo iluminas:
            mas trémulo y nublado por el llanto
            que asomaba a mis párpados, tu rostro
            se ofrecía a mis ojos, pues doliente
            era mi vida: y aún lo es, no cambia,
            oh mi luna querida […]

Pese a la vitalidad que desbordaba su interior, la existencia de Leopardi fue un páramo áspero de infelicidad, amargura e infortunio. Y, como ocurre siempre, su extremada sensibilidad no le reportó sino dolor y desventura.
Apartado del mundo, y como única defensa frente a las ofensas de la vida, no le quedó otra salida que la de “acurrucarse” (palabra que le gustaba mucho) en sí mismo en espera de que el paso del tiempo fuese atemperando todas las intemperies.
Con el alma aterida por el sufrimiento, rotas las ilusiones y privado de sosiego, buscó refugio en los libros y en la literatura, y estas fueron las dos grandes pasiones con las que logró al menos asirse a la supervivencia.
La melancolía tiñó sin tregua su escritura y su mirada, como la que trasluce este poema memorable en el que expresó su deseo de aprehender el infinito, de envolverse en la honda quietud de un mundo sin límites, de anegarse en la inmensidad de lo eterno:

            Siempre caro me fue este yermo collado
            y este seto que priva a la mirada
            de tanto espacio del último horizonte.
            Mas sentado, contemplando, imagino
            más allá de él espacios sin fin,
            y sobrehumanos silencios; y una quietud hondísima
            me oculta el pensamiento.
            Tanta que casi el corazón se espanta.
            Y como oigo expirar el viento en la espesura
            voy comparando ese infinito silencio
            con esta voz; y pienso en lo eterno,
            y en las estaciones muertas, y en la presente viva,
            y en la música. Así que en esta
            inmensidad se anega el pensamiento:
            y naufragar es dulce en este mar.

La enfermedad –en forma de misteriosa e inmisericorde tuberculosis- minó pronto su salud, había temporadas en que no podía ni siquiera leer –apenas sus ojos podían soportar la luz- y, por si fuera poco, hubo de soportar la afrenta de un cuerpo deforme con una joroba en la espalda.
Derrotado por el destino y acostumbrado a la compañía de la enfermedad, él mismo llegó a decir que vivía en Recanati como en un sepulcro (su primera salida, a Roma, y con el renuente permiso paterno, tuvo lugar en 1822, cuando Leopardi contaba ya 24 años) y que se había hecho viejo antes de ser joven.
Las estancias prolongadas en Florencia, Pisa y Nápoles atemperaron su soledad, pero no la desdicha íntima: “Ya no me considero nada”, escribió. Y como el pájaro solitario que da título a uno de sus poemas, optó finalmente por apartarse de la vida y mantenerse alejado de los demás, de los hombres-pájaros que festejan las alegrías de la existencia convocados por el tañido de las campanas.
Las mismas campanas que acaso tañeran por él cuando la muerte vino a llamar a su puerta de Nápoles el 14 de junio de 1837, quince días antes de que el poeta cumpliera los 39 años. Una muerte que él había presentido, y no pocas veces deseado, como la hora de reposar:
           
            Descansarás por siempre,
            cansado corazón. Murió el engaño
            que eterno yo creí. Murió. Bien siento
            que de amados engaños
            no solo la esperanza, el ansia ha muerto.
            Reposa ya. Bastante
            palpitaste. No valen cosa alguna
            tus afanes, ni es digna de suspiros
            la tierra. Aburrimiento
            es tan solo la vida, y fango el mundo.
            Cálmate. Desespera
            por última vez [...]
                                                          
*Los títulos de los poemas reproducidos son, por orden de aparición, A la luna, El infinito y A sí mismo, y las traducciones se deben, respectivamente, a Luis Martínez de Merlo, Antonio Colinas y Diego Navarro.

viernes, 26 de junio de 2015

Lecturas para el verano

Ahora que están llegando, con motivo de los 500 años de la publicación de su segunda parte, tantas nuevas ediciones del Quijote, qué mejor que aprovechar el tiempo bueno para leerlo otra vez. De entre estas nuevas ediciones, dos son particularmente recomendables: la primera, dirigida por Francisco Rico y que acaba de aparecer en la Biblioteca Clásica de la RAE, por ser sin duda la de referencia en el ámbito académico; la segunda, a cargo de Andrés Trapiello, por ser la pionera en trasladar el Quijote al castellano actual, y haberlo hecho en forma tan esmerada y cuidadosa que en nada desmerece del original. De modo que ya no hay disculpa para no leer el Quijote, este verano o cuando sea. 
A mis alumnos, cuando tocaba Cervantes, les decía siempre, con gesto un poco grave, aquello que antes circulaba tanto por las aulas y los libros: que el Quijote había que leerlo tres veces, y que la primera hacía reír, la segunda, pensar, y la tercera, llorar.
Esto les impresionaba sobremanera, y siempre había alguno que se atrevía a preguntarme si yo lo había leído ya las tres veces.
Invariablemente, mi respuesta era que iba por la tercera, la de llorar. Lo cual les intrigaba, y seguramente se quedaban con las ganas de que les diera más detalles.
Bien es verdad que algunos, los más desconfiados, se lo tomaban a veces un poco a broma, y sonreían, mirándome, yo creo que con la esperanza de pillarme en falso, y que yo me riera también.
Disipada la sorpresa, acababa proponiéndoles que podían empezar ya con la primera lectura, la de reír, pero no parecía gustarles mucho la idea, y al final llegábamos a la conclusión de que ya tendrían tiempo, y que si no era en las próximas vacaciones ya vendrían otras, de mayores, en que se pondrían a ello.
Y hecho el pacto y más o menos sellada la promesa, les contaba lo que se cuenta en el Quijote, que es lo primero que hay que contarles siempre a los alumnos cuando se les habla de un libro, la historia, el argumento, las peripecias de los personajes –y no, como proponen los manuales y las programaciones didácticas, la estructura, las técnicas narrativas, las interpretaciones, el estilo y otras aburridísimas zarandajas-, deteniéndome, como es natural, en los episodios más conocidos o que podían despertar en ellos un mayor interés, ponderaba las virtudes y cualidades de la obra, traducida a todas las lenguas y leída desde su aparición hace cinco siglos por millones y millones de personas de los cinco continentes -después de la Biblia, les remarcaba, el libro más leído en todo el mundo-, y a continuación, antes de que se apagara la llama del aliciente, pasaba a leerles, con la entonación y los honores que el ingenioso hidalgo y su escudero se merecen, una buena selección de los mejores y más entretenidos lances, a ver si así les engatusaba y bajaban luego a la biblioteca a pedir un ejemplar.   

jueves, 25 de junio de 2015

Instrucciones para bien andar

Andar o caminar, da igual, los dos verbos significan lo mismo, pero mejor el primero, más sencillo y popular, porque es lo que siempre han hecho las gentes sin más medios ni recursos para ir de un lado a otro que sus pies: andar errante, se dice.
Andar a la buena de Dios, andar por ahí, andar de acá para allá…
Andar por los caminos, y no caminar por los caminos. Esto último, el caminar, ha sido siempre menos plebeyo y más aristocrático: caminar es distraerse, caminar es pasear, caminar es entretener el tiempo los que no saben en qué emplearlo o pueden permitirse el lujo de pasarlo sin hacer nada, malgastándolo, matándolo… Caminan los pudientes, los ociosos, los tristes y apesadumbrados…. No se imagina nadie que en una novela se pudiera decir de otro modo lo que hacen los personajes en cuestión: El señor y la señora caminan todas las tardes un ratito por los alrededores de la ciudad. Pero, en cambio, no se ha visto nunca a un pobre que camine, los pobres andan y nada más, de manera que tampoco se podría escribir nunca: El pastor camina todo el día tras el rebaño. Caminar, además, parece que exige un porte, y una distinción, y una buena apariencia, incluso en el vestir. Dice uno caminar y lo asocia sin querer con el bastón de madera fina y puño de plata, y con el sombrero o la sombrilla en el caso de las damas, y con calzado aparente…
En fin, que mejor andar, que no exige etiqueta, y no requiere aprendizaje, ni técnica, ni reglas, ni entrenamiento, y está además al alcance de cualquier bolsillo.
Y soy de los que opinan que lo mejor es andar solo (mejor incluso que bien acompañado, al decir de los más entendidos; y si a alguien le parece esto una rareza y te pregunta, respóndele lo que respondió el otro cuando se vio en la misma situación: “¿Solo? No, voy conmigo”).
Nunca tampoco se ha de tener prisa. Entre otras ventajas, porque cuanto más despacio se va, más cosas se ven.
Es muy conveniente y necesario olvidar todo lo que se lleva dentro y mirar únicamente lo que hay fuera: borrar la historia y concentrarse en la geografía, dicho sea en forma sentenciosa.
Cuando uno anda no compite con nadie; por consiguiente, no hay meta, ni trofeo, ni resultado, ni clasificación, pero sí un trago de agua fresca, y la sombra de un árbol, y la respiración del campo, y la caricia del aire, y la canción de una fuente, y los aromas de las plantas, y las conversaciones de los pájaros, y los colores de la luz, y la música del silencio; y la libertad, y el placer –nunca la necesidad- de llegar, y el gusto de descansar. ¡Conque ya se ve que es imposible atender a todo lo anterior y mantener una conversación o un acompañamiento al mismo tiempo!
Para andar se puede llevar en la mano un palo, una cachava, un cayado, una vara (las de avellano son las mejores), pero nunca unos bastones de esos relucientes que convierten al que los maneja en un esquiador extraterrestre.
Ah, y las mejores ideas vienen siempre a la cabeza cuando se anda, como si estuvieran aguardando a que pasáramos para salir de su escondite.
O como si los caminos fueran también ellos pensadores solitarios y nos agradecieran así la compañía, cediéndonos generosamente sus pensamientos más limpios y altos.
Andar y andar y andar… Acaso sea esa la única meta, el único fin, el único destino. Andar, ir, marcharse… 


martes, 23 de junio de 2015

Momentos felices

Momentos felices

Lo cuenta el gran Álvaro Cunqueiro (junto con Josep Pla, entre los mayores prosistas –si no los mayores ellos– de la literatura castellana del siglo XX, y eso que ninguno de los dos tenía el castellano como lengua materna) en uno de los artículos publicados en el periódico vespertino La Noche de Santiago de Compostela y recogidos en el libro “Los días” en La Noche (“Los días”, porque ese era el título de la serie que firmó entre 1959 y 1962).
Fechado el día 4 de noviembre de 1960, lleva por título Mientras llueve, y refiere en él que un ilustre erudito chino del siglo XVIII, de nombre Ching Shengran, se vio obligado, durante una excursión, a permanecer encerrado diez días con un amigo en un templo, a causa de las lluvias. Tuvo así ocasión la pareja de cumplir el que para los chinos era uno de los ideales de felicidad desde que el poeta Su Tung-po lo hubiera expresado en uno de sus poemas, allá por el siglo XI: que dos amigos pasaran las horas de la noche en la misma habitación y cada uno en su cama, ligeramente embriagados, oyendo llover.
Recordando al poeta, el erudito y su amigo se entretuvieron, mientras disfrutaban del sonido de la lluvia, en redactar una lista de los treinta y tres posibles momentos felices de la vida de un hombre, lista que fue posteriormente aceptada y reconocida por los sabios de China como “el clásico de la felicidad”.
Cunqueiro escoge algunos de esos momentos, nueve en concreto, y de entre esos nueve yo me he permitido seleccionar estos tres:

Escuchar a nuestros hijos que recitan los clásicos tan de corrido como el cantar del agua que se vierte de una jarra. ¡Ah!, ¿no es esto felicidad?

Estar bebiendo una noche de invierno, y de pronto sorprenderse del silencio y el intenso frío, y abrir la ventana y ver caer copos de nieve del tamaño de una mano, y ya hay cuatro dedos de nieve en la tierra. ¡Ah!, ¿no es esto felicidad?   

Abrir la ventana y hacer que salga del cuarto un moscardón. ¡Ah!, ¿no es esto felicidad?

Y podría ahora añadir cada cual un momento personal a esa lista de la felicidad.

lunes, 22 de junio de 2015

Palabras castellanas de origen catalán

Aunque en estas cuestiones conviene andar con pies de plomo, parece comprobado que, de entre las lenguas peninsulares, la que más palabras ha aportado al vocabulario del castellano ha sido la catalana.
Anoto a continuación las que, procediendo con toda seguridad del catalán -bien que en algunos casos las haya tomado este de otra-, son de uso más frecuente o conllevan algún motivo de interés o curiosidad. Figura entre paréntesis el término catalán del que se han formado:

1  alioli (allioli, literalmente ‘ajo y aceite’; el equivalente castellano es ajiaceite, que el DRAE define como “composición hecha de ajos machacados y aceite”)
2  añoranza (enyorança)
3  añorar (enyorar)
4  bajel (vaixell, que es en catalán el término común equivalente al ‘barco’ castellano)
5  barraca (barraca)
6  cantimplora (cantimplora)
7  capicúa (cap-i-cua, literalmente ‘cabeza y cola’)
8  chafardero, ra (xafarder, equivalente a ‘chismoso, cotilla’)
9  clavel (clavell)
10 cohete (coet)
11 confite (confit)
12 congoja (congoixa)
13 convite (convit)
14 cordel (cordell)
15 esquirol (esquirol, término que procede de L'Esquirol, localidad barcelonesa de donde eran originarios los obreros que, a fines del siglo XIX, ocuparon el puesto de trabajo de sus vecinos de Manlleu durante una huelga, y de aquí el significado de ‘trabajador que no sigue una huelga o que ocupa el puesto de un huelguista’; la primera acepción de esta palabra en catalán es ‘ardilla’)
16 faena (faena, en catalán antiguo, y actualmente feina)
17 fango (fang)
18 forastero, ra (foraster)
19 granel (granell)
20 grapa (grapa, y este del franco krappa, ‘gancho’)
21 gresca (del catalán antiguo greesca, gresca en catalán actual)
22 guante (guant, y este del franco want)
23 manjar (del catalán antiguo manjar, hoy menjar)
24 mercería (merceria)
25 moscatel (moscatell)
26 muelle (moll, con el significado de ‘obra construida en la orilla de un mar o de un río para facilitar el embarque o desembarque de personas y mercancías’)
27 novel (novell, ‘nuevo, que comienza a practicar un deporte o una profesión’)
28 paella (paella, que, en catalán, además de ‘plato de arroz’, significa también ‘sartén’)
29 papel (paper, y este del latín papyrus)
30 picaporte (picaportes, literalmente 'llama a las puertas', aldaba)
31 pincel (pinzell)
32 porche (porxe)
33 prensa (premsa)
34 reloj (del catalán antiguo y dialectal relotge, hoy rellotge, y este del latín horologium, ‘reloj de sol o de arena’)
35 retal (retall)
36 retrete (retret, literalmente ‘retraído, escondido’; en castellano, originariamente, designaba el “aposento pequeño y recogido en la parte más secreta de la casa y más apartada”, según la definición de Covarrubias)
 37 sastre (sartre, sastre, y este del latín sartor, -oris)
 38 semblante (semblant, y este del latín similans, -antis, con el significado de ‘cara’)
 39 trébol (trébol)
 40 viaje (viatge)

viernes, 19 de junio de 2015

Lecciones de cosas

Les tomamos cariño a las cosas que nos sirven y acompañan con silenciosa lealtad, y nos cuesta desprendernos de ellas.
Un coche, por ejemplo. Parecerá increíble, pero al que ahora tengo, que el pasado mes de mayo cumplió diecisiete años, está empezando uno a tomarle afecto. A lo mejor es porque, aun siendo ya viejo, me sirve todavía bien, tan bien como de recién estrenado. Temo que me va a costar desprenderme de él –no tanto como debía de costarles a mis abuelos o a mi padre cuando se veían obligados a vender, también por vieja, una vaca-, y he pensado alguna vez que lo mejor sería que él mismo una noche en la soledad del garaje encontrase el modo de desconectar las piezas del motor y dejara de funcionar. Así, cuando fuera a la mañana siguiente y conectara la llave para ponerle en marcha, permanecería en silencio en vez de emitir el consabido ronroneo, como si se hubiera quedado dormido para siempre y fuera incapaz de despertar. ¡Cualquier cosa, con tal de evitarle la humillación de quedarse un mal día parado en medio de la carretera y que tenga que venir la grúa y llevarlo a cuestas hasta un taller!
Algo similar parece que piensa también el propio interesado, a juzgar por los pensamientos que deja traslucir en los versos que siguen:

El viejo Volvo

La forma de mirarlos,
que se te van los ojos
cuando en la carretera raudos
te adelantan, conducidos por otros.
Motores poderosos
y recién diseñados
que son tan silenciosos
y consumen tan poco,
y con esos neumáticos...
Sé lo que estás pensando:
ni una mota de polvo,
gepeese, teléfono sin manos
y climatizadores electrónicos.
Por eso caviloso
me miras amohinado…,
a mí, que no quiero tener otro amo.


jueves, 18 de junio de 2015

El oro del silencio

Callar o cerrar la boca, decimos cuando queremos nombrar el hecho de permanecer en silencio o el deseo de no hablar.
Y de alguien que se obstina en esa actitud, que no despega la boca, o que no la descose, o que no la ha abierto en todo el rato, o que no ha dicho esta boca es mía, o que no ha dicho ni pío, o ni mu. También, que no despega o descose los labios, o que le ha comido la lengua un gato, o que es de pocas palabras, o que las vende caras, o que las mide, o que hay que sacárselas con un gancho, o que no dice ni media siquiera. 
Todo lo contrario del que tiene boca (o pico) de oro, del que se le calienta por menos de nada, del que dice lo primero que le viene a ella, del que se va de la lengua, del que es largo o ligero o suelto de la misma, del que se la tiene que morder o tragar o sujetar para no decir lo que está deseando decir, del que, en fin, habla por hablar o habla hasta por los codos.
Callados, discretos, reservados, circunspectos, comedidos se les llama a los primeros, y charlatanes, boquirrotos, parlanchines, lenguaraces y sacamuelas, a los segundos.  


miércoles, 17 de junio de 2015

Formando palabras

Todos los profesores hemos tropezado alguna vez con respuestas curiosas e insólitas, y por ahí andan libros (Antología del disparate, recuerdo que se titulaba uno de hace ya un tiempo) que recogen las cosechadas por unos y otros.
Un servidor guarda con afecto, apuntadas en una libreta, las que, dictadas casi siempre por la ingenuidad o el desparpajo, le aligeraron en su día la monotonía de una clase o le refrescaron el páramo de la corrección de los exámenes escritos.
Esta, por ejemplo, que ocurrió en un aula del segundo curso de la ESO. Tocaba el tema de las palabras derivadas y, después de explicarles cómo estas se forman normalmente mediante prefijos o sufijos (igual:desigual, igualdad; historia: prehistoria, historiador), pasamos a ejercitar lo aprendido. Así íbamos sin mayores dificultades formando palabras a partir de una dada (leer: releer; papel: papelería; piano: pianista, etc.), hasta que –no recuerdo si salía en algún ejercicio del libro de texto o fue a propuesta mía- apareció la de sangre.     
Se hizo el silencio, y nadie daba al parecer con ninguna (no es tan difícil, pensaba yo, pueden decir sangriento, o ensangrentar, ya sabía que sanguinolento o sanguinario o sanguíneo no era fácil que se les ocurrieran), hasta que de repente ondeó triunfal la bandera de un dedo alzado:
–¡San Gregorio! –oí decir, y vi unos ojos que me miraban fijamente en espera del habitual gesto de aprobación.

martes, 16 de junio de 2015

Pedagogos

Los pedagogos –hablo de los que disponen de púlpito propio en los pasillos del poder– se pasan el tiempo planeando planes y programando programas, y obligan con ello a los profesores a pasarse el suyo procesando procedimientos, probando pruebas y papeleando papeles.
Los pedagogos, muy dados a pontificar desde sus despachos, olvidan, cuando exponen sus teorías o doctrinas, un principio elemental: para enseñar hay que saber.
Dicho de otra manera: solo el que sabe está en condiciones de enseñar lo que sabe. Es de Perogrullo.
Y el que sabe encontrará enseguida el mejor método, la mejor forma de enseñar, sin tener que recurrir a conceptos rígidos o normas inmutables (tampoco a cursillos), adaptando los conocimientos de manera flexible y sin condicionamientos ni esquemas previos a la diversidad de la clase y a las necesidades y nivel del alumnado. 

lunes, 15 de junio de 2015

Efemérides literarias

Fernando Pessoa
Este sábado pasado, 13 de junio, se cumplieron los ciento veintisiete años del nacimiento de Fernando Pessoa, que vio la luz en Lisboa ese mismo día de 1888.
Poeta solitario y retraído, forjó su obra al tiempo que trabajaba como modesto oficinista y traductor comercial.
Pessoa recurrió a distintos heterónimos -nombres ficticios de su propia invención, de personalidad y estilo poético diferentes- para firmar parte de su obra. Incluso llegó a inventar la biografía de cada uno de ellos: Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos y Fernando Pessoa, que en este caso sería su ortónimo.
En prosa escribió el famoso Libro de desasosiego, atribuido también a otro heterónimo, Bernardo Soares, y que es una mezcla de diario íntimo, ensayo y prosa poética.

Y qué mejor manera de recordar y rendir homenaje a un poeta –y Pessoa ha sido sin discusión uno de los más grandes de nuestra época– que leyendo sus versos, esos dones que siempre estarán ahí aguardando unos ojos:  

            Ojalá fuese el polvo del camino
            y los pies de los pobres me pisaran...

            Ojalá fuese los ríos que corren
            y hubiese lavanderas a mi orilla...
           
            Ojalá fuese los chopos de la margen del río
            y tuviera sólo el cielo por cima y el agua por debajo...

            Ojalá fuese el burro del molinero
            y él me pegase y me quisiera...

            Mejor eso que ser el que va por la vida
            mirando para atrás y sintiendo dolor...
                        (El guardador de rebaños, de Alberto Caeiro)


            A veces, y el sueño es triste,
            en mis deseos existe
            lejanamente un país
            donde ser feliz consiste
            solamente en ser feliz.
                       
            Se vive como se nace,
            sin querer y sin saber.
            En esa ilusión de ser,
            el tiempo muere y renace
            sin que se sienta correr.

            El sentir y el desear
            no existen en esa tierra.
            Y no es el amor amar
            en el país donde yerra
            mi lejano divagar.

            Ni se sueña ni se vive:
            es una infancia sin fin.
            Y parece que revive
            ese imposible jardín
            que con suavidad recibe.                                                                                         
                        (Cancionero, de Fernando Pessoa)

Y en el mismo Cancionero aparece esta célebre definición del oficio de poeta:

            El poeta es un fingidor.
            Finge tan completamente
            que hasta finge que es dolor
            el dolor que en verdad siente.

(La traducción de los poemas reproducidos es de Ángel Crespo.)

viernes, 12 de junio de 2015

Dimes y diretes

Ya que no de catáforas como ayer, hablaré hoy un poco del pleonasmo, que el DRAE define como “figura de construcción, que consiste en emplear en la oración uno o más vocablos innecesarios para que tenga sentido completo, pero con los cuales se añade expresividad a lo dicho”. Y pone como ejemplo el que es sin duda el más usado por los hablantes: Lo vi con mis propios ojos. Que podría “pleonasmizarse” aún más así: Yo mismo lo vi con mis propios ojos. ¡Como si pudiéramos ver algo mediante cualquier otro sentido corporal que no sean los ojos, y como si estos pudieran ser los de otra persona y no los nuestros, y como si el yo no se refiriera siempre al que está hablando! En fin, que la frase en cuestión expresaría exactamente lo mismo si la fuéramos podando poco a poco hasta irla dejando concisa y menguada: “Yo mismo lo vi con mis ojos”, “Yo lo vi con mis ojos”, “Lo vi con mis ojos”, “Yo mismo lo vi”, “Yo lo vi”, “Lo vi”.
Pero hay muchos más ejemplos: mi niño no me come nada, que dicen compungidas algunas madres; me bebí cinco vasos de agua; entrar dentro (el pleonasmo quedaría diluido por el contexto en frases como: Entrad dentro y descansad, y otro tanto ocurriría con salir fuera, subir arriba o bajar abajo); un túnel subterráneo; un accidente fortuito; el protagonista principal; volar por el aire; niños y niñas de ambos sexos; una casualidad imprevista (o una sorpresa inesperada); lleno completo; un mendrugo de pan; un regalo gratis (o un obsequio gratuito); prever con antelación; hemorragia de sangre; melodía sonora; utopía inalcanzable
Aunque lo mejor sería quedarse con lo que dice María Moliner en su excelente Diccionario de uso del español, que el pleonasmo “puede añadir gracia o expresividad a la frase” (y cita como ejemplos ‘lo vi con mis propios ojos’ y ‘lo escribió de su puño y letra’), pero también “otras veces constituye verdadera redundancia”. Y en tratándose de estas, de las redundancias, ya se sabe que lo menos que se puede hacer es pedir disculpas o permiso antes o después de usarlas: Voy ahora a cantar unas canciones, valga la redundancia, de mi tierra.  

jueves, 11 de junio de 2015

Descubierta una nueva palabra

Los estudiantes que se han presentado estos días en Cataluña a las pruebas de selectividad se han encontrado, en el examen de Lengua castellana, con una pregunta inesperada que a muchos –profesores de la materia incluidos– les ha dejado perplejos, de resultas de lo cual se ha armado algún revuelo periodístico. El término por el que se les demandaba era el de  catáfora, que es uno de tantos recursos de la retórica que hablantes y escritores emplean a veces sin saberlo (y, naturalmente, ignorando a la par su nombre y su existencia).
Todos los recursos retóricos, que se estudiaban antes con grande aplicación en la preceptiva literaria, tienen en común dos cosas: la rareza del nombre y lo intrincado de su definición. Transcribo a título de ejemplo lo que dice el diccionario de la RAE a propósito de la ya célebre –por unos días solo– catáfora: “Tipo de deixis que desempeñan algunas palabras, como los pronombres, para anticipar el significado de una parte del discurso que va a ser emitida a continuación; p. ej., esto en lo que dijo es esto: que renunciaba.
Hoy, la mayoría de dichos términos, a cuál más interesante y misterioso, suelen aparecer como apéndice y por orden alfabético en los libros de texto de la ESO y el bachillerato: aliteración, anáfora, anadiplosis, anfibología, apóstrofe, asíndeton, calambur, catáfora, concatenación, epanadiplosis, hipérbaton, lítotes, metonimia, oxímoron, paronomasia, perífrasis, pleonasmo, polisíndeton, retruécano, similicadencia, sinécdoque, sinestesia, zeugma… Por citar solo los más usuales y asequibles a la comprensión y sensibilidad del estudiante.
Y esta es la gracia: que con la susodicha pregunta hemos aprendido algunos lo que es una catáfora.

miércoles, 10 de junio de 2015

Historias de andar, reales como la literatura misma

En el autobús, esta misma mañana, una mujer en la dorada madurez preotoñal conversa por el móvil (los puntos suspensivos corresponden a las pausas que ella hace, forzada sin duda por las preguntas o las interrupciones de su interlocutora, pausas en que no puede disimular la impaciencia y o bien se muerde literalmente los labios, o bien se sacude el pelo con vehemencia hacia atrás en bruscas contorsiones de cuello y cabeza a la vez, o bien parpadea sin cesar arqueando las cejas y abriendo mucho los ojos mientras hurga delicadamente con la uña del dedo meñique en el lacrimal):

Oye, que no puedo ir… No, ni esta tarde tampoco… ¡Si aún no he llegado al trabajo, estoy ahora de camino!… Ah… O sea, que ya te lo ha contado… Sí, es que hablé anoche con ella y se lo expliqué… Sí, lo llevamos esta mañana a la clínica… Pues no sabemos lo que tiene, pero algo grave sí es, un quiste o algo parecido, y no veas lo preocupados que estamos todos...  Sí, hija, y no te digo nada los niños, ya te puedes imaginar… Con el cariño que le tienen, natural… Fíjate que a la pequeña, que es tan formalita y estudiosa que no hay dos como ella, tú bien la conoces, se le saltaban las lágrimas y no quería ir al colegio... No, estar está en buenas manos, le conoces ¿no? … Ah, no lo sabía… Sí, lo dice todo el mundo, que como él hay pocos, pero así y todo estamos muy preocupados, yo la que más; con decirte que anoche no pegué ojo, y eso que antes de acostarme tomé la pastilla del sueño como yo la llamo…  Gracias, guapa… Sí, mejor prevenir, por si acaso… Lo tendrán en observación, es lo que nos han dicho… Sí, aunque de la operación no se libra, eso es casi seguro… Claro, los quistes lo mejor es extirparlos, ya se sabe… Ay, si le pasara algo, lo que lo íbamos a sentir, sobre todo los niños.... Que son ya muchos años, y no sabes la compañía que hace. Más que una persona a veces, parece mentira… Si hasta el abuelo, que si nos descuidábamos le arreaba en cuanto podía una patada, estaba esta mañana la mar de amustiado... Uy, las once ya, lo tarde que se me ha hecho… ¿Que qué voy a decir? ¡Pues la verdad: que tengo al gato ingresado! …Sí, ¿por qué no? Bueno, te dejo, que ya he llegado a la parada… Otro, guapina, otro muy grande.

martes, 9 de junio de 2015

El lenguaje del fútbol: resonancias bélicas y ruido militar

Siempre me han llamado la atención las resonancias bélicas del lenguaje del fútbol y la afición de los comentaristas deportivos por los términos de raigambre más o menos descaradamente militar.
El portero es el ‘arquero’ (soldado que peleaba con arco y flechas) o el ‘cancerbero’ (en la mitología griega, el perro de tres cabezas que guardaba la puerta de los infiernos).
Por delante del portero se sitúa la defensa, que, por lo general, es ‘aguerrida’, contundente y expeditiva. Destacan en ella los dos centrales, que han de ser altos para dominar los balones aéreos –de ahí que se les llame a menudo ‘las torres’–; con frecuencia, uno de los dos ejerce como ‘mariscal’ del área. Los laterales, por su parte, deben ser 'incisivos' y 'punzantes' en sus subidas al ataque por las bandas. Si todos estos requisitos se cumplen, los delanteros del equipo contrario se encontrarán frente a un ‘valladar’, un ‘bastión’, un ‘baluarte’ o una 'muralla' inexpugnables.
A los medios o centrocampistas se les pide que sean mordientes y expertos en labores de ‘zapa’, y que sepan bregar tanto en las labores de destrucción, las defensivas, como en las de construcción, las ofensivas –o sea, que sean ‘todoterrenos’. Son además los encargados de iniciar las ‘maniobras’ de ataque, y entre ellos se distribuyen asimismo las tareas de ‘motor’, ‘pulmón’ y ‘cerebro’ del equipo.
La misión de los extremos –finos ‘estiletes’ se le llama a veces– es penetrar por los flancos o bandas a fin de ‘desarmar’ la defensa rival, ‘bombear’ balones al área e intentar el ‘pase de la muerte’ para que el delantero centro, el ‘ariete’ (máquina militar antigua para acometer murallas), logre ‘batir’ al guardameta o ‘perforar’ la portería contraria impulsando el esférico hasta el fondo de la red. Al delantero centro, que constituye la ‘punta de lanza’ del ataque, si es fornido y arrasa con todo, se le denomina ‘tanque’ (y hasta hubo uno muy nombrado, alemán del Bayern de Múnich, al que se le conocía como “Torpedo” Muller). Como los delanteros o atacantes, los ‘artilleros’, suelen ser tres, se les otorga, si son temibles por su voracidad goleadora, el sobrenombre de ‘tridente’ (arpón de tres puntas). Una cualidad indispensable de todo buen atacante es ser un ‘cañonero’ con buena ‘puntería’ para ‘dar en el blanco’. (Y “Cañoncito Pum” era el sobrenombre con que se conocía a Puskas, aquel legendario delantero húngaro de mediados del siglo pasado.) 
Los ‘tiros’ o ‘disparos’ a la portería contraria, para que tengan efecto y sean ‘letales’, han de ser no solo ‘potentes’, sino auténticos ‘cañonazos’, o ‘trallazos’, o ‘zambombazos’, lanzados con la fuerza y precisión de un ‘obús’ o de un ‘misil’.
Cuando el disparo es imparable o se efectúa ‘a boca de cañón’, es decir, ‘a quemarropa’, el autor del gol suele ‘fusilar’ al portero.
También hay ‘tiros’ libres y ‘penas máximas’ o ‘máximos castigos’ (los penaltis).
El equipo (la ‘escuadra’), que tiene un ‘capitán’, es dirigido desde el ‘foso’ por el entrenador (el técnico), que es el encargado de formar la alineación y de diseñar tanto la ‘estrategia’ como la ‘táctica’ del choque. Cuando las cosas van bien, lo normal es que ordene un ‘repliegue” de las líneas, o incluso que el equipo se ‘atrinchere’ en la propia ‘zona de contención’; y si van mal y es necesario atacar, se verá obligado a disponer lo contrario, ‘adelantar líneas’ con el fin de desplegar todo el ‘arsenal’ ofensivo y mantener un ‘asedio’ o ‘asalto’ constante a base de ‘bombardeo’ de balones sobre el área enemiga. Cualquier cosa antes que quedar ‘desarmado’ o con las ‘líneas de retaguardia’ desguarnecidas.
Lo primero que suele inculcar el entrenador a sus pupilos es que al campo se ha de salir ‘a muerte’, esto es, a ‘luchar’ y morir si es preciso defendiendo los colores, y para ello se ha de ‘presionar’, ‘estrangular’ o ‘vapulear’ al rival hasta vencerlo, derrotarlo, aplastarlo o arrollarlo. Claro que hay equipos a los que no resulta fácil ‘doblegar’, sobre todo si juegan en casa y han conseguido hacer de su campo un ‘fortín’, una ‘fortaleza’ o un ‘reducto’ inexpugnables.
No resulta de este modo extraño que se hable luego de ‘héroes’, ‘gestas’, ‘hazañas’ y ‘victorias históricas’ (también de ‘traumáticas derrotas’), y tampoco que a lo largo del encuentro se produzcan en más de una ocasión ‘refriegas’ y ‘batallas campales’, convirtiéndose el terreno de juego en un auténtico ‘campo de batalla’.
Los equipos compiten en ‘torneos’, y en algunos de ellos se suelen distribuir en grupos; si el grupo en el que uno ha quedado emparejado es muy fuerte y competitivo, se dice que le ha tocado ‘el grupo de la muerte’.
Por otro lado, el equipo que no puede contar con todos sus ‘efectivos’ –por lesión o sanción casi siempre– afronta el ‘choque’ decisivo con la desventaja de sufrir importantes ‘bajas’ (y el problema se agrava si esas bajas afectan a la 'artillería pesada', o sea, a los mejores delanteros, los que juegan 'en punta').
Y, finalmente, todos los equipos que se las den de tales han de contar con su ‘vieja guardia’ de veteranos, la ‘guardia pretoriana’ de los emperadores romanos que, traducida al fútbol, equivale a los pesos pesados del vestuario.