Deambulando de acá para allá por las páginas del diccionario, puede
entretenerse uno preguntando por la etimología de las palabras, y la
curiosidad, que es siempre bien recibida en cualquier libro, quedará en más de
una ocasión sorprendida y satisfecha.
Sirvan como botón de muestra las seis palabras siguientes:
adefesio. De la expresión latina ad Ephesios, ‘a los habitantes de
Éfeso’, título de una epístola dirigida por san Pablo a los habitantes de esa
ciudad de Asia Menor (actual Turquía), en la que, durante su predicación, había sufrido grandes penalidades. Empleada hasta el siglo XVI como locución adverbial
con el significado de ‘en balde’ o ‘disparatadamente’, pasó a significar
después ‘prenda de vestir o adorno ridículo’ y ‘persona de aspecto feo o
ridículo’.
bigote. Del
alemán bi God, ‘por Dios’, especie de
juramento empleado a manera de apodo para llamar a las personas con bigote,
algo que era habitual entre los antiguos pueblos germánicos. Cuenta además la
leyenda que, antes de entrar en batalla, los soldados se llevaban la mano al susodicho
bigote, símbolo de la hombría y el valor, y proferían esas dos palabras, bi God, para darse ánimos e infundirse
coraje.
busilis. O sea, el
punto en que radica la dificultad o el interés de una cosa. Viene de la
expresión latina in diebus illis,
inicio frecuente de los textos latinos del evangelio que se leían en la misa; alguien
que no entendía su significado (‘en aquellos días’) debió de suprimir las dos primeras
sílabas –in die- y amalgamar las
restantes –bus illis: busilis-,
formando así la nueva palabra, ‘busilis’.
espabilar (o despabilar). Originariamente, “quitar la pavesa o la parte
ya quemada del pabilo o mecha a velas y candiles”. El pabilo, la mecha de la
vela, es palabra que proviene del latín papyrus,
‘papiro’, planta cuya hojas se empleaban con esa función. Modernamente, equivale
a “avivar y ejercitar el entendimiento o el ingenio de alguien, hacerle perder
la timidez o la torpeza”.
mamotreto. Del latín
mammothreptus, y este del griego μαμμόθρεπτος, literalmente 'criado
por su abuela', y de ahí, ‘gordinflón’, ‘abultado’, por la creencia popular de
que las abuelas crían niños gordos y lucidos. En castellano se usó primero para
designar un libro o un cuaderno grande y pesado, por lo general de poco
provecho.