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viernes, 19 de junio de 2015

Lecciones de cosas

Les tomamos cariño a las cosas que nos sirven y acompañan con silenciosa lealtad, y nos cuesta desprendernos de ellas.
Un coche, por ejemplo. Parecerá increíble, pero al que ahora tengo, que el pasado mes de mayo cumplió diecisiete años, está empezando uno a tomarle afecto. A lo mejor es porque, aun siendo ya viejo, me sirve todavía bien, tan bien como de recién estrenado. Temo que me va a costar desprenderme de él –no tanto como debía de costarles a mis abuelos o a mi padre cuando se veían obligados a vender, también por vieja, una vaca-, y he pensado alguna vez que lo mejor sería que él mismo una noche en la soledad del garaje encontrase el modo de desconectar las piezas del motor y dejara de funcionar. Así, cuando fuera a la mañana siguiente y conectara la llave para ponerle en marcha, permanecería en silencio en vez de emitir el consabido ronroneo, como si se hubiera quedado dormido para siempre y fuera incapaz de despertar. ¡Cualquier cosa, con tal de evitarle la humillación de quedarse un mal día parado en medio de la carretera y que tenga que venir la grúa y llevarlo a cuestas hasta un taller!
Algo similar parece que piensa también el propio interesado, a juzgar por los pensamientos que deja traslucir en los versos que siguen:

El viejo Volvo

La forma de mirarlos,
que se te van los ojos
cuando en la carretera raudos
te adelantan, conducidos por otros.
Motores poderosos
y recién diseñados
que son tan silenciosos
y consumen tan poco,
y con esos neumáticos...
Sé lo que estás pensando:
ni una mota de polvo,
gepeese, teléfono sin manos
y climatizadores electrónicos.
Por eso caviloso
me miras amohinado…,
a mí, que no quiero tener otro amo.


1 comentario:

  1. El afecto se toma a todo aquello con lo que convives y demuestra gratitud. Hace mucho tiempo un animal murió en casa, ví llorar a mi madre, en aquel momento no lo sentía, ahora lo entiendo. Si el coche leyese tu comentario se autoinstalaría un sistema de navegación y desaparecería, bueno, quizá no.

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