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viernes, 26 de junio de 2015

Lecturas para el verano

Ahora que están llegando, con motivo de los 500 años de la publicación de su segunda parte, tantas nuevas ediciones del Quijote, qué mejor que aprovechar el tiempo bueno para leerlo otra vez. De entre estas nuevas ediciones, dos son particularmente recomendables: la primera, dirigida por Francisco Rico y que acaba de aparecer en la Biblioteca Clásica de la RAE, por ser sin duda la de referencia en el ámbito académico; la segunda, a cargo de Andrés Trapiello, por ser la pionera en trasladar el Quijote al castellano actual, y haberlo hecho en forma tan esmerada y cuidadosa que en nada desmerece del original. De modo que ya no hay disculpa para no leer el Quijote, este verano o cuando sea. 
A mis alumnos, cuando tocaba Cervantes, les decía siempre, con gesto un poco grave, aquello que antes circulaba tanto por las aulas y los libros: que el Quijote había que leerlo tres veces, y que la primera hacía reír, la segunda, pensar, y la tercera, llorar.
Esto les impresionaba sobremanera, y siempre había alguno que se atrevía a preguntarme si yo lo había leído ya las tres veces.
Invariablemente, mi respuesta era que iba por la tercera, la de llorar. Lo cual les intrigaba, y seguramente se quedaban con las ganas de que les diera más detalles.
Bien es verdad que algunos, los más desconfiados, se lo tomaban a veces un poco a broma, y sonreían, mirándome, yo creo que con la esperanza de pillarme en falso, y que yo me riera también.
Disipada la sorpresa, acababa proponiéndoles que podían empezar ya con la primera lectura, la de reír, pero no parecía gustarles mucho la idea, y al final llegábamos a la conclusión de que ya tendrían tiempo, y que si no era en las próximas vacaciones ya vendrían otras, de mayores, en que se pondrían a ello.
Y hecho el pacto y más o menos sellada la promesa, les contaba lo que se cuenta en el Quijote, que es lo primero que hay que contarles siempre a los alumnos cuando se les habla de un libro, la historia, el argumento, las peripecias de los personajes –y no, como proponen los manuales y las programaciones didácticas, la estructura, las técnicas narrativas, las interpretaciones, el estilo y otras aburridísimas zarandajas-, deteniéndome, como es natural, en los episodios más conocidos o que podían despertar en ellos un mayor interés, ponderaba las virtudes y cualidades de la obra, traducida a todas las lenguas y leída desde su aparición hace cinco siglos por millones y millones de personas de los cinco continentes -después de la Biblia, les remarcaba, el libro más leído en todo el mundo-, y a continuación, antes de que se apagara la llama del aliciente, pasaba a leerles, con la entonación y los honores que el ingenioso hidalgo y su escudero se merecen, una buena selección de los mejores y más entretenidos lances, a ver si así les engatusaba y bajaban luego a la biblioteca a pedir un ejemplar.   

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