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lunes, 25 de mayo de 2020

Diccionario de un leído de aldea


L
labio. El silencio tiene labios.
labrar. Verbo que ha dejado ya de conjugarse: ni el labrador labra la tierra, ni los jóvenes un sólido porvenir, ni el advenedizo una buena reputación, ni los honrados trabajadores una segura fortuna.
lagartija. La encargada de tomar nota de la temperatura en muros, tapias, caminos, pedregales y descampados.
lágrima. 1 Miraba con lupa sus lágrimas, por ver si eran verdaderas. 2 Con un hilo de lágrimas se ataron sus ojos al despedirse.
laguna. Que se hable de sus lagunas confirma que la memoria es un río.
latido. Acompasar los del corazón a los del reloj, o viceversa.
latín. Algunos teólogos sostienen que es la única lengua que se habla en el paraíso, aprendida instantáneamente y de forma natural por los que allí llegan.
lectura. 1 Vicio legal del que se puede disfrutar en público, así la definió no recuerdo ahora quién. 2 Veneno dulce y saludable. 3 “No hay dolor en la vida que no lo puedan curar dos horas de lectura” (Montaigne). 4 Cuentan que san Agustín, siendo obispo de Hipona, visitó en cierta ocasión al futuro san Ambrosio y le encontró leyendo en soledad y absoluto silencio, de lo que se quedó muy asombrado. ¡Lo nunca visto, que alguien leyera únicamente con los ojos y sin mover siquiera los labios! Y tanto le llamó el hecho la atención que lo anotó en su libro más conocido, Confesiones: "Cuando leía sus ojos se desplazaban sobre las páginas y su mente buscaba el sentido, pero su voz y su lengua no se movían".
leer. 1 Leer, leí no sé dónde, es el único vicio solitario que, practicado en público, se convierte en virtud (véase solitario). 2 Véase ojo.
leguleyo, ya. Persona que se tiene por legista, esto es, letrado y perito en jurisprudencia, y solo sabe las leyes de memoria.
leído. 1 Vale, referido al título de este libro, por amigo de los libros, única y exclusivamente. 2 ‘Es una persona muy leída’: ¡Con qué aprecio, consideración y respeto se pronunciaba esta frase antes en los pueblos, y particularmente en las familias pobres y modestas en cuyas casas no había libros! 
leña. 1 Con las manos, con piedras afiladas, con hachas, con sierras… Cortar la leña: una necesidad, una labor y una tradición tan antigua como el ser humano. 2 La leña, cuanto más verde, más negro echa el humo.
leñador. “¿Sabéis lo que dicen los árboles cuando un leñador entra en el bosque?: ¡Mirad, el mango del hacha es de los nuestros!” (Escrito en una pared de Belfast).
leporino. Tiene su gracia que guardemos con las liebres ese único parecido del labio superior hendido.
levantar. 1 No acaba de levantar el día: cuando está nublado y el sol no se hace el amo del cielo. 2 Tarda en levantar la niebla: cuando a esta le cuesta trabajo descoserse de los montes.
libélula. Insecto con apariencia y modales de helicóptero que tiene por misión sobrevolar en el buen tiempo las orillas de los arroyos y los ríos. Muy parecido, pero de menor tamaño y apariencia filiforme, es el caballito del diablo, que tiene la particularidad de plegar sus dos pares de alas reticulares cuando se posa, a diferencia de la libélula, que las mantiene horizontales.
libertad. ~de expresión. ¡Libertad de expresión: mecagüen la libertad de expresión!
libre. ¡Libre como la burra del guarda!, para ponderar la libertad del que hace lo que le da la gana, sin limitaciones ni ataduras.
librepensador, ra. ¡Llegar a ser libre y a pensar por uno mismo libremente!
libro. 1 Los libros, a partir, más o menos, de los doce años, habría que prohibirlos: es la única manera de que los adolescentes se interesen por la lectura. 2 Muchos no tuvimos en casa otro libro que el misal, el devocionario de rezos y novenas y la vida de algún santo. 3 Ningún libro ha sido escrito para ser comentado (a pesar de lo que creen algunos especímenes del gremio profesoral). 4 ¡Un libro en el que las palabras no se estén quietas, sino que fluyan como las aguas de un río, y que, lo mismo que estas a las hojas, así también arrastren ellas al lector y lo lleven corriente abajo hasta la desembocadura de la última página! 5 Los libros, que sin pedir nada a cambio, están siempre dispuestos a rescatarnos del aburrimiento y la mediocridad.
literatura. La mejor es la que está regada por la vida.
llorar. Lloraba todas las noches por el día recién terminado, que no iba a volver más.
llovedizo, za. Que ha caído inesperadamente, como una hoja.
lluvia. 1 La civilización viene con la lluvia. 2 "Amenaza lluvia", dicen. ¿A quién? ¿Al labrador? ¿Al turista?
luciérnaga. Adorno y centinela de la noche y los caminos, réplica terrenal de las estrellas.
lugareño, ña. Nos lo llaman los que creen que han dejado de serlo o se afanan por no aparentarlo.
lumbre. 1 Los pastores hacían las lumbres en el campo para calentarse la soledad y enseñarles los caminos de la tierra a las estrellas. 2 No hay interlocutor más paciente y comprensivo que la lumbre. 3 ¿Me das lumbre?, cuando le pedimos a alguien el mechero o las cerillas para encender el cigarrillo.
luna. 1 El pan de los poetas, y si son pobres y están enamorados –dones ambos que les son intrínsecos-, su única ofrenda y promesa, cotidianamente reiterada. 2 Reina de la noche, eterna peregrina, dispensadora de la humedad y del rocío, le cantaban los poetas antiguos. 3 El niño la observaba en cuanto se asomaba por detrás del monte, pegada a la raya oscura que cerraba por aquel lado el horizonte; tan pegada, que parecía que estuviera allí mismo, y que, al subir, se fuera rozando contra las peñas y los árboles más altos. Lo tenía decidido: en cuanto se hiciera un poco mayor y no le diera miedo andar él solo de noche por los caminos, subiría al monte, la esperaría escondido detrás de un roble y, si era fácil despegarla del cielo y no pesaba mucho, la traería para casa metida en un saco.  
lúnula. La media luna que asoma en la raíz de las uñas.
luz. 1 La del sol, la de la bombilla y la de la razón. 2 La del amanecer, tan tímida y asustada que parece que no se atreve a asomarse, temerosa de lo que en el mundo haya podido ocurrir durante la noche. 3 entre dos luces. Las dos que se saludan al ser de día o las dos que se despiden una de la otra al anochecer.


lunes, 18 de mayo de 2020

Vocabulario de una pandemia


No son pocas las palabras y expresiones que han pasado a formar parte del vocabulario cotidiano desde que llegó a nosotros el vendaval que sacude el mundo.
A las cosas, para que existan, se les ha de poner un nombre. El de la amenaza que nos atemoriza ya lo tenía, pero plaga y peste era ir para atrás, a la Edad Media, así que pandemia, que hay que explicar el significado porque no es lo mismo que epidemia.
Confinamiento, otra palabra que ha vuelto. También ella sufría lo que designa, pues raras eran las veces que salía del diccionario. Lo que nombra parecía cosa del pasado, y apenas nadie la usaba. Ahora define nuestro estado y circunstancia, y hasta los niños la conocen. Había otras, encierro, o reclusión, o aislamiento, pero no sonaban tan bien, por lo de las connotaciones que arrastran.
Otro tanto ocurre con la cuarentena, que es el aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a las personas enfermas o portadoras de una enfermedad. Aunque al adjetivo preventivo habría que añadirle este otro, vigilado, pues concurre asimismo esta circunstancia, y se han impuesto por ello denuncias a los infractores. Cuarentena es palabra añeja, y acaso sea esa la razón por la que algunos la desdeñan, y quién sabe si también por las reminiscencias bíblicas que despierta: los cuarenta días y cuarenta noches que duró el diluvio universal, los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, los cuarenta días que comprende la cuaresma...
Nadie había oído hablar del dichoso bicho, coronavirus, un nombre que no le pega porque si bien se mira es bonito. A lo mejor para otra cosa, una medicina por ejemplo, o una de esas averías que tienen los ordenadores, o algún invento nuevo, pero llamarle así a un microbio tan maligno... Tampoco suena mal el nombre de la enfermedad, la covid-19, o el covid-19, que los dos géneros son correctos, aunque la Real Academia de la Lengua prefiere el femenino.
No sabemos si la vida que nos aguarda cuando esto pase será como la de antes, o si habremos de adaptarnos a esa nueva normalidad de la que hablan. Y ya de entrada sorprende la expresión, porque la normalidad, para serlo, presupone un hábito o costumbre, una forma de vida a la que se ajustan los quehaceres ordinarios, y cómo va entonces a ser nueva si previamente no se ha ejercitado. Pero la realidad hay que vestirla, y no lucen igual todas las telas.
La desescalada, así han bautizado a la situación en que hace bien poco acabamos de entrar, que ha sido posible, entre otras cosas, porque la curva se está aplanando, la curva de los contagios, se entiende; desescalada, que equivale a disminución o relajamiento, es vocablo incorporado del inglés y no lo registra el diccionario de la Real Academia.
Y con la desescalada, la previsión del futuro, cuadriculado en cuatro fases, regidas cada una por una serie de normas, entre las que destacan las franjas horarias para salir a la calle.
Se mantiene, no obstante, la obligación de respetar la distancia de seguridad. La distancia social se le llama también, pese al equívoco de la expresión, que solía emplearse casi siempre hasta ahora en sentido sociológico, para aludir a la diferencia entre los distintos estamentos.

     (La Razón, 17 de mayo de 2020)

miércoles, 6 de mayo de 2020

Ya ni sé qué día fue


Lo que sí sé, porque lo he recordado más de una vez estos días, es lo que hice aquel último día, y es lo que ahora voy a contar.
A eso de las diez salí con el mejor humor del mundo a comprar el periódico y me senté a leerlo en un banco de la plaza Molina. El cielo estaba azul y, aunque soplaba un airecillo fresco, daba gusto estar allí. Justo enfrente tenía a cuatro integrantes de los Testigos de Jehová que aguantaban de pie con la mejor cara en espera de atender a algún curioso, las mesas de las dos cafeterías que hay al lado estaban todas ocupadas y por el ascensor y las escaleras del tren no paraba de entrar y salir gente.
Compré el pan, entré en el bar de siempre a tomar un café, lo despaché enseguida porque solo había sitio en la barra y encima el otro periódico que leo estaba en posesión de otro parroquiano que no tenía pinta de soltarlo pronto, y pasé por el banco. Era mi intención hablar con la directora, pero como no había pedido cita previa y tenía dos personas delante, me contenté con las gestiones del cajero.
De vuelta en casa, me acababa de acomodar en el sillón con el libro ya dispuesto cuando me recuerdan por teléfono que urge renovar las existencias de fruta y verduras. Acudo presto a ejecutar la orden o el encargo, compruebo que todo lo que llevaba en la lista de la cabeza está en el carro, pago con dinero recién salido del banco, la cajera me pregunta solícita si necesito bolsa, le doy las gracias y misión cumplida.
Por la tarde a primera hora fui a devolver un libro a la biblioteca, y me llamó la atención que las salas de estudio estuvieran llenas: los exámenes del segundo trimestre, pensé.
Bajé luego dando un paseo, y en la Plaza de Gala Placidia, tomada por los niños que acababan de salir del colegio, me crucé con un escritor al que admiro mucho, Javier Cercas. Le veo de vez en cuando por el barrio, y siempre que eso ocurre pienso lo mismo: que ojalá le conociera personalmente y pudiera detenerme a charlar un rato con él.
En los tilos que dan sombra y ornato a la Rambla de Cataluña prendía el primer verdor de la primavera, y se adivinaba en el aire un casi imperceptible aroma. También, conforme bajaba, iba creciendo el trajín de los viandantes y el bullicio del tráfico.
Saludé al amigo con el que había quedado y entramos en una cafetería a tomar algo. No había ninguna mesa libre y optamos por acomodarnos en una de las que se ofrecen fuera al cobijo de unos toldos.
Pasó el tiempo en un santiamén, y, ya subiendo, en las inmediaciones de la Diagonal, tropecé con dos antiguos compañeros de profesión y evocamos algunos lances.
Y aún me dio tiempo, antes de llegar a casa, de llamar por el móvil a otro amigo para acordar los últimos detalles del largo paseo que nos iba a ocupar –privilegio de los retirados–la mañana del día siguiente. Que, ahora que me acuerdo, era la del 13 de marzo, fecha en que el Gobierno anunció el estado de alarma, de resultas del cual se impuso el confinamiento, y hasta hoy.

  (La Razón, 4 de mayo de 2020)