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jueves, 30 de abril de 2015

Lumbre

Mira, ya está planchando la Virgen, decía mi madre cuando el cielo se teñía como esta tarde con los colores rojizos de las brasas de la lumbre.
La lumbre en la que se calentaba las manos ateridas cuando volvía de lavar la ropa en el río aun en los días de invierno en que la nieve emborronaba los caminos.
Las manos con que cuidaba las flores del corredor y cosía por las noches hasta que se iba la luz o se quedaba dormida o se apagaba la lumbre.

miércoles, 29 de abril de 2015

Aficionado a los libros

Se ha pasado uno media vida como quien dice entre papeles y leyendo, y ese hábito –que a lo mejor en este caso sí hace un poco al monje- le ha ayudado lo suyo para hacerla más entretenida y llevadera.
Sí, he leído muchos libros, miles, dicho sea con toda modestia, y les estoy a todos ellos muy agradecido por los buenísimos ratos que me han hecho pasar, y por lo que me han enseñado, y por la amistad que desinteresadamente me han brindado, siempre atentos y esperándome con las páginas abiertas ahí en los armarios y las estanterías.
Y ahora que ya voy haciéndome mayor tengo que darme prisa a leer todos los que aún me quedan por probar –y disfrutar, que viene a ser lo mismo, y una cosa lleva a la otra-, antes de que se me acabe el tiempo y sufra en mis horas de lector, las más quietas y animadas a la vez, aquello que decía el clásico de “ars longa, vita brevis”.
Eso sin tener en cuenta los que tengo ya pensados para releer, que son muchos, y algunos llevan años haciendo cola y empiezan a dar muestras de impaciencia, como por ejemplo estos tres, que han dado el paso decisivo de bajar del retiro de los anaqueles y venir al bullicio de la mesa: Ficciones, de Borges, Libro de la vida, de Santa Teresa, y Otra vuelta de tuerca, de H. James
En Borges –será esta la tercera o cuarta vez que leo este libro, y lo mismo me ha pasado con otros suyos- siempre se descubre algo nuevo, un párrafo que nos detiene, una frase que nos asombra, un adjetivo que nos parece definitivo (“la lluvia minuciosa”, “la dócil cerradura”, “la noche unánime”, “brusca sangre”…). Y la sensación de que, leyéndolo, estamos casi cumpliendo un deber, y que después de él qué vamos a encontrar que se le iguale, y que, habiendo él escrito lo que ha escrito y como lo ha escrito, para qué va uno a molestarse en intentar escribir algo.
El de la santa de Ávila –quizá algo haya tenido que ver también que se celebre este año el quinto centenario de su nacimiento-, porque pocos han escrito como ella, con esa sencillez y esa espontaneidad, tan difíciles las dos de alcanzar (y que no excluye a veces la torpeza, pero incluso esta se hace simpática), con esa frescura y esa “gracia y buena compostura de las palabras”, según dijo de ella el maestro fray Luis de León. Suerte para la literatura y los lectores que esta “fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz”, como la describió el entonces nuncio papal en España, hiciera caso omiso de los consejos y advertencias de san Pablo (“Las mujeres cállense en las iglesias, pues a ellas no les toca hablar, sino mostrarse sujetas”, I Corintios, XIV, 34) y, sobreponiéndose a las dificultades, se empeñara en escribir, “casi hurtando el tiempo, y con pena, porque me estorbo de hilar, por estar en casa pobre, y con hartas ocupaciones” (Libro de la vida, X, 7).
Otra vuelta de tuerca, por un doble motivo: el primero, porque me dejó un gratísimo recuerdo la primera vez que la leí, allá por la mocedad; el segundo, porque no hace mucho, con los amigos que comparto tertulia literaria, convinimos en acometer otra obra suya, La lección del maestro, y el dictamen fue unánime: que el libro –una nouvelle- hacía honor al título y el maestro Henry James impartía en él, como acostumbra, otra lección de buen narrar (el celebrado punto de vista, el juego de la ambigüedad que le caracteriza, la fina ironía), de sutileza en la introspección psicológica, de habilidad para la creación de una atmósfera de misterio y de eso que los entendidos llaman economía de medios. Borges lo dijo mucho mejor y con menos palabras también: “Sus libros, sus muchos libros, han sido escritos para la morosa delectación del análisis”.
Y a la cabeza del pelotón de los que aguardan para el turno del releer –ocupación esta aún más amena si cabe que la del mismo verbo sin el prefijo-, Roth, el tan apreciado Josep Roth, y tras él otros dos centroeuropeos... Cuando lleguen a la mesa hablaré de ellos.


Moraleja: No dejes para mañana lo que puedas leer hoy.

martes, 28 de abril de 2015

De topónimos

Un servidor, cuando va viajando por ahí, se fija en todos los nombres de los pueblos por los que pasa o de los que quedan a trasmano pero se anuncian en los cruces de las carreteras, y los va apuntando en la memoria para luego, en un rato de sosiego, anotarlos en una libreta o, desde que ha aprendido a manejar artilugios, en lo que tenga más a mano, el móvil o lo que sea.
De todos los así registrados, ofrezco ahora una selección:
La Almunia de doña Godina (Zaragoza)
La Iglesuela del Cid (Teruel)
Madrigal de las Altas Torres (Ávila)
Rodrigatos de la Obispalía (León).
Pero, a pesar del nombre alto y sonoro que lucen los mencionados, mi preferido -y no porque esté en mi tierra, la Montaña de Riaño, tocando a los Picos de Europa- es este: Los Espejos de la Reina.
Claro que también hay otros que no se quedan atrás en idéntica sonoridad y relumbre. Apuntaré algunos, y por estricto orden alfabético:
Aldehuela del Rincón (Soria)
Aljibe de los Juncos (Murcia)
Calzadilla de los Hermanillos (León)
Arroyo de la Luz (Cáceres)
Melgar de Fernamental (Burgos)
Villalibre de la Jurisdicción (León).
Aunque seguro que hay alguno más que se queda en el tintero.
Por ejemplo estos tres que, viajando no hace mucho por la provincia de Cuenca, anoté en un corto espacio: Pino Ramudo (un paraje), Rabo de la Sartén (un túnel) y río Moscas (también en León hay un pueblo que pregona el nombre de ese insecto: Moscas del Páramo).
Y termino con un puñado de topónimos de mi pueblo que tienen su miga: Fuente Rodriga, Peña Vedada, Grandalumbrezo, Campo la Moza, Las Majadicas, Cuetos Menudos, Pico de las Palabras… Ah, y el río Mocoso, que se me olvidaba.   

lunes, 27 de abril de 2015

Historias de andar, reales como la literatura misma

La otra mañana, en la Rambla de Catalunya, esquina con Provença, cerca ya del mediodía. 
Me siento en un banco al cobijo de un tilo y, al poco, lo hace también una pareja. Son los dos muy jóvenes, veinte años o por ahí. De pronto, apenas han transcurrido unos segundos, ella se levanta, se echa el pelo hacia atrás con un gesto enérgico de la cabeza y se sienta sobre las rodillas de él, que tiene la vista fija en el móvil.
—¿Cómo te ha ido en la entrevista?
—Creo que bien.
—¿Qué te preguntaron?
—Lo de siempre: cómo gestionarías tú una situación complicada, la manera de sacar rendimiento al trabajo en equipo, la capacidad de liderazgo…, esas cosas.
—¡Ostras, qué difícil!
—-No, ya estoy acostumbrado.
—¿Y te llamarán?
—No sé.
—Entonces, ¿no te aseguraron nada?
—Si me llaman antes del jueves, buena señal. Si no, tendré que llamarles yo.
—Ya.
—Pero no te preocupes, lo hice muy bien. Yo creo que le caí bien al que nos hacía las entrevistas. Parecía serio. ¿Y tú?
—Nerviosa, un poco.
—¿Y eso?
—Nada, que me parece que la encargada me tiene manía.
—¿Sí? ¿Cómo lo sabes?
—Pues que no me quita ojo, como si me estuviera vigilando continuamente, que no puedo despistarme ni un momento, y no veas lo que es eso. Y encima a primera hora entró una señora y nada más verla ya me di cuenta, si se les nota a la legua. Y mira, a mí que se lleven una camiseta, bueno, pero que lo hagan delante de mis narices, pues no.
—¿Y qué hiciste?
—Nada, lo mismo que la encargada a mí, no quitarle el ojo de encima. Te juro que si lo llega a hacer le llamo la atención. Me puse muy nerviosa.
—Anda, olvídalo.
Ella se levanta de repente.
—Me voy, que tengo prisa.   
—Yo me quedo. Me bajo una aplicación y luego doy una vuelta.
—Adiós, guapo; te quiero.
Le da un beso prolongado, sin que él levante apenas la vista de la pantalla.
Se aleja unos pasos, vuelve la vista y se acerca:
—Guapo, guapo, guapo. Te quiero –y le da otro beso y le acaricia la nuca y la cabeza alborotándole un poco el pelo. Él continúa absorto en el móvil.
—Guapo, más que guapo, que te quiero –le dice volviéndose un momento antes de alejarse definitivamente. 

viernes, 24 de abril de 2015

El ruiseñor

Decía Josep Pla, del que hablé ayer, que la primavera la anuncia puntualmente el canto del primer ruiseñor, y le gustaba mucho a él dar cuenta en sus escritos de la primera vez que lo oía cada año. Así, por ejemplo, en Las horas, el libro que ayer también me atreví a recomendar, anota:
“Este año de 1963 oí el primer canto del ruiseñor en la noche del domingo 21 de abril, pocos minutos antes de las doce, exactamente. En estas cosas tan importantes, hay que precisar, y el Times de Londres, que es un diario especializado, entre otras muchas cosas, en dar la primera noticia de haberse oído por primera vez el canto del ruiseñor en una u otra parte de Inglaterra, da siempre la hora del maravilloso acontecimiento”.

El rey Felipe II, cuando se vio obligado, por razones de la política, a vivir durante algún tiempo en Lisboa, echaba de menos en su palacio “a los ruiseñores, aunque algunos pocos se oyen algunas veces de una ventana mía”, según aseguraba en una carta enviada a su hija en 1581, dejando así constancia de esa melancolía real.

Y el poeta John Keats le invocaba de este modo en su Oda a un ruiseñor:

            ¡Oh, pájaro inmortal, no has nacido para la muerte!

jueves, 23 de abril de 2015

El libro

Montaigne dijo que “no hay dolor en la vida que no lo puedan curar dos horas de lectura”, y Pavese, que “la literatura es la mejor defensa contra las ofensas de la vida”.
Borges, por su parte, sostenía: “Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros, hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros”.

Ya lo dice el refrán: Ojos que no leen, corazón que no siente.

El 23 de abril de 1981 moría en su masía de Llofriu Josep Pla, para muchos, entre los que me cuento, el mayor prosista español del siglo XX, y del que me atrevo a recomendar este libro: Les hores/Las horas, una especie de calendario lírico del paso de las estaciones.


Y hoy se celebra en Catalunya el día del libro y de la rosa. No hay una fiesta igual en todo el mundo.

miércoles, 22 de abril de 2015

Efemérides literarias. Cervantes

Don Miguel de Cervantes murió en Madrid el 22 de abril de 1616, en la misma situación de penuria económica en que había transcurrido toda su vida desde la infancia. Tres días antes de su muerte había redactado el prólogo a su última novela, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, que se publicó póstumamente en 1617. En dicho prólogo, que comienza con un célebre verso (“Puesto ya el pie en el estribo…”), dejó escrito: “Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta; el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo eso, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir […] Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos”.
Antes, además de las heridas de Lepanto y los cinco años de cautiverio en Argel, había pasado ya por no pocas penalidades. En 1590, por ejemplo, volvió a solicitar por segunda vez un empleo en la América española, y de nuevo le fue denegado: “Busque por acá en qué se le haga merced”, fue la respuesta. En 1592, acusado de haber vendido cierta cantidad de trigo sin autorización, fue encarcelado. No acabaron ahí sus desgracias, pues algún tiempo después, en 1597, también por problemas relacionados con su cargo de recaudador de impuestos, pasó tres meses en la prisión de Sevilla. En ella, según el propio Cervantes, empezó a concebir el Quijote, que refleja en parte su experiencia viajera de esos años en los que recorrió muchos caminos, se hospedó en ventas incómodas y tuvo trato con personas de toda condición y muy diversos oficios.  

¡Para que luego anden ahora buscando sus huesos, por puro afán recaudatorio nada más, y con prisas para que al político de turno en campaña electoral le dé tiempo a fotografiarse sonriente junto a ellos!
(Los políticos lo que tienen que hacer con Cervantes son dos cosas: la primera, leerle, a ver si se les pega algo de su humor y bonhomía; la segunda, promover su conocimiento y fomentar la lectura de sus libros entre la población.)


Y puestos a rendirle un pequeño homenaje lector, propongo este breve fragmento del capítulo XLIV de la segunda parte de Don Quijote:
­-¡Que tengo de ser tan desdichado andante, que no ha de haber doncella que me mire que de mí no se enamore...! ¡Que tenga de ser tan corta de ventura la sin par Dulcinea del Toboso, que no la han de dejar a solas gozar de la incomparable firmeza mía...! ¿Qué la queréis, reinas? ¿A qué la perseguís, emperatrices? ¿Para qué la acosáis, doncellas de a catorce a quince años? Dejad, dejad a la miserable que triunfe, se goce y ufane con la suerte que Amor quiso darle en rendirle mi corazón y entregarle mi alma. Mirad, caterva enamorada, que para sola Dulcinea soy de masa y de alfeñique, y para todas las demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para vosotras acíbar; para mí sola Dulcinea es la hermosa, la discreta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las livianas y las de peor linaje; para ser yo suyo, y no de otra alguna, me arrojó la naturaleza al mundo. Llore o cante Altisidora; desespérese Madama, por quien me aporrearon en el castillo del moro encantado, que yo tengo de ser de Dulcinea, cocido o asado, limpio, bien criado y honesto, a pesar de todas las potestades hechiceras de la tierra.


Sirva también hoy esta imagen como recuerdo y homenaje al profesor muerto antes de ayer en un instituto de Barcelona. 

martes, 21 de abril de 2015

Primeras lecturas

Paseo por la memoria y me veo ya de niño leyendo todo lo que caía en mis manos, incluido cualquier papel que recogiera de la calle y los que entraran por el portal envolviendo alguna cosa.
En casa apenas había libros: un misal de tapas negras y cantos de color rojo carmín, media docena de devocionarios y libros piadosos, algunas vidas de santos –recuerdo la de santa Genoveva de Brabante, algo desencuadernado y cosido a mano por mi abuela con hilo blanco todo el lomo-, los manuales de Geografía y de Historia de España de cuando mi padre estudió en la preceptoría de Morgovejo… Y los veinticuatro tomos en papel áspero y amarillo del Año cristiano, ejercicios devotos para todos los días del año, del P. Croisset, traducido del francés por el padre Isla, que leía la tía Isa moviendo los labios como si rezara, y a veces, sin darse cuenta porque estaba algo sorda, en voz de murmullo, de manera que se le oía lo que decía. 
Por el pueblo circulaban también algunos otros que se leían en las hilas por el invierno al lado de la lumbre: eran lo que se llama ahora lecturas colectivas, turnándose cada cierto tiempo el que hacía de lector y escuchando con reverencia los demás…
De manera que nunca leí tebeos, por la sencilla razón de que no los había en el pueblo, pero sí, por el mero placer de leer, el misal, que estaba en latín (pero me sonaba muy bien al oído, y por eso, si por casualidad me quedaba solo en casa, lo hacía en voz alta y procurando imitar los ademanes del señor cura en la misa).
También me gustaba leer la enciclopedia de la escuela, en particular las poesías, muchas de las cuales aprendí entonces de memoria y aún no se han borrado, como esta, que me impresionó muchísimo: Refieren de un sectario de Lutero/que su madre, llorosa y afligida,/en las últimas horas de su vida/le llamó y dijo así:-¡Hijo, yo muero!/Mas, antes de mi muerte, saber quiero/si da lo mismo terminar la vida/muriendo protestante o convertida/de la Iglesia Católica al sendero./Melacthon, aunque siempre fue embustero,/esta vez contestó la verdad pura:/-En la protesta –respondió sincero-/se vive con bastante más soltura;/mas para bien morir, ¡pese a Lutero!,/la Católica, madre, es la segura.
Un tiempo después, mi tío Onésimo me regaló al volver de Extremadura, supongo que para reconfortarme de unas fiebres largas que yo había padecido aquel invierno, Lecciones de cosas, un libro con dibujos en color que no sé las veces que lo leería.
Luego vino el ministro de Información y Turismo don Manuel Fraga Iribarne abriendo teleclubs por toda España y uno le tocó a mi pueblo. Y entonces el señor cura aprovechó la ocasión para trasladar allí la biblioteca que había donado a la parroquia un paisano canónigo sochantre en Santiago de Compostela y, de paso, para compensar por el regalo, le cambió el nombre al teleclub, que pasó a llamarse salón parroquial.
En esa biblioteca había muchísimos libros, y todos encuadernados igual, las tapas negras o marrones de cartón con los títulos dorados y alguna filigrana del mismo color en el lomo, pero olían a humo y a tabaco y eran la mayoría de temas religiosos lindantes con la filosofía y la teología. Le pregunté a mi tío Miguel, que era el encargado y tenía el registro completo, pero más bien me disuadió: cuando seas mayor, vino a decirme, con muy buen criterio. (Mi tío Miguel, que fue toda su vida un grandísimo lector.)
Luego descubrí que por allí andaban también, aparte de Balmes, Vázquez de Mella (el canónigo debía de ser carlista), Donoso Cortés, Menéndez Pelayo y Chateaubriand (El genio del cristianismo), novelas del P. Coloma (Pequeñeces, Retratos de antaño…), de Pereda (Peñas arriba, El sabor de la tierruca, La puchera…), de Gil y Carrasco (El señor de Bembibre), de Concha Espina (La esfinge maragata), de Walter Scott (Ivanhoe, El anticuario), de Sienkiewicz (Quo vadis?), amén de poesías de Gabriel y Galán y de Zorrilla, y la obra completa (salvo Rebojos, que se deshizo enseguida de tanto leerlo todo el vecindario) de Antonio de Valbuena, hijo ilustre del vecino pueblo de Pedrosa del Rey.
Manuel Fraga Iribarne se acordó un poco más tarde de enviar autores un poco más modernos, como Galdós, aunque solo sus Episodios nacionales, y algunos ejemplares sueltos de la Biblioteca Básica Salvat de Libros RTV, y estos ya fueron un festín.
Ya en el seminario, tuve la inmensa fortuna de tener como profesor a don Miguel Díez, que despertó en mí el interés por la literatura; en mí y en buena parte de mis compañeros, aunque algunos, como Ernesto Escapa, ya la traían de casa y estaban habituados al trato y la compra de libros; él me surtió, por ejemplo, de los primeros azorines, que me dejaron boquiabierto.
El primer libro que yo compré -de mi bolsillo, aunque no sé con qué ahorros- fue La perla, de John Steinbeck, y en esa elección influyeron dos razones: que era muy barato, 15 pesetas (aún lo conservo, algo desmadejado, en edición de bolsillo de Plaza y Janés, y aunque en la parte inferior del  lomo figura impreso el precio oficial, 20 pesetas, en una esquina de la primera página aparece marcado a lápiz el que a mí me cobró el librero de la calle Ramón y Cajal de León), y que por él le habían dado el premio Nobel a su autor. Esto último fue determinante, y, poseído por esa creencia, guardé ufano el libro como si fuera un tesoro para llevarlo por el verano al pueblo, y allí lo leí el primer día que me tocó pastorear las vacas en el monte. Lo malo fue que, como era muy corto, 124 páginas, a media mañana ya lo había acabado, o sea que me quedé en ayunas aquel día.
El segundo de mi incipiente biblioteca fue Diario de un cura rural, de G. Bernanos, supongo que atraído por el título (yo iba seguro para cura, ya me tenían asignado el chopo que iba a servir de mayo el día de la misanueva en el pueblo), pero no llegué ni siquiera a empezarlo porque un cura solícito me lo requisó. Desde aquel día, y siguiendo los consejos de los más avezados, guardé siempre los libros de lectura debajo del colchón, y, para leerlos sin sobresaltos, tomaba la precaución de forrarlos antes y ponerles un título que despistara, Imitación de Cristo, por ejemplo, de Kempis, que era el más socorrido; con este disimulo incluso me atrevía a veces a llevarlos a la capilla con el fin de abreviar y hacer más llevaderas las interminables liturgias.
En esos años, hasta los 16 aproximadamente, los más felices también para la lectura (nunca más en la vida se vuelve a leer con la intensidad, el deslumbramiento, la frescura, la ingenuidad y la pasión con que se lee en la adolescencia), me impresionaron especialmente estos libros, y los enumero siguiendo el orden en que anduve perdido y extasiado por sus páginas: Amor: El diario de Daniel y Dar: El diario de Ana María, ambos del mismo autor -Michel Quoist, un cura francés moderno y obrero cercano a los jóvenes, así se decía entonces-, que pretendía reflejar en ellos el sentir de dos adolescentes que, para nosotros, seminaristas internos de la España más profunda, representaban una vida libre, poco menos que ideal, llena de sentimientos y emociones que nunca íbamos a experimentar, y por eso mismo maravillosa e inalcanzable, una vida no regida únicamente por rudas normas externas que tenían como último objetivo encauzar las aguas de la mente y ponerle puertas al campo del corazón (y perdón por la frase), una vida en la que los chicos podían hablar libremente con las chicas...; La vida sale al encuentro, de José Luis Martín Vigil, también cura –bueno, jesuita-: durante una larga temporada todos quisimos ser Ignacio o Iñaki, aunque no sabíamos muy bien cómo podíamos serlo, no teniendo unos padres medianamente ricos como los suyos, ni un cura comprensivo y tolerante que nos orientara y aconsejara como el padre Urcola, ni, sobre todo, una chica como Karin, que con solo ese nombre ya enamoraba, y que además de ser guapa, alemana, rubia y sensible, al final de la novela, antes incluso de llegar al desenlace, se dejaba besar y hasta algo más y todo, o eso se daba a entender; El extranjero, de Albert Camus, que leí en una tarde de pastor con las vacas, por el mes de octubre: gracias al vecino que me lo prestó, que había estudiado hasta faltarle tres años para cantar misa en los frailes y había llenado los márgenes de anotaciones y comentarios, pude entender que el protagonista se sentía un extraño para sí mismo y también un extraño en el mundo, sobre todo lo primero, y me impresionó muchísimo el comienzo: “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé”. Así, como si fuera lo más normal del mundo recibir esa noticia y quedarse de brazos cruzados tan campante sin hacer nada ni experimentar ningún sentimiento. (Y si acaso añadiría un cuarto, enviado también por el ministerio de Información y Turismo al teleclub: Los cipreses creen en Dios, de José Mª Gironella, porque hablaba de la guerra, y retrataba la vida de una familia que ya no resultaba tan lejana, la familia Alvear de Gerona, y porque uno de los personajes era un seminarista como yo...)
Y de esa época de la adolescencia en verano campesina y el resto del año levítica y encerrada, me quedarán para siempre como imborrable recuerdo las horas de lectura en los días que me tocaba hacer de pastor por montes y colladas, yendo de una sombra a otra o saltando de peña en peña siempre con el libro en la mano, sin perder por eso de vista a las vacas o a las ovejas, que leer y hacer otra cosa al mismo tiempo es algo de lo que todo el mundo es capaz con un poco de práctica. Y seguía en esta arraigada costumbre el ejemplo de mi padre y de mi tío Miguel: de ellos aprendí a llevar siempre un libro en el morral –pero podían ser dos o tres, dependiendo del grosor y de lo gustosas que se me antojaran sus páginas- y a no descuidar, como ya he dicho, la obligación, que con un ojo seguíamos el hilo de la ficción y con el otro el de la realidad.
Los dos le tenían tanta afición que abrían un libro siempre que tenían tiempo, incluso en la mesa a la hora de comer (y los tengo ahora delante de los ojos, la mano derecha ocupada con la cuchara y la izquierda sujetando el último número de la revista de Selecciones del Reader’s Digest, que  mandaba gratis al teleclub el ministro de Información y Turismo).
  

lunes, 20 de abril de 2015

Lecturas provechosas

Como ya no tengo alumnos –y los sigo añorando-, me puse esta mañana a leerles alguna cosa a las gaviotas…
Y les gustó tanto lo que les conté que por la tarde vinieron muchas más a escucharme.

viernes, 17 de abril de 2015

Efemérides literarias

El 17 de abril de 1695 murió en la ciudad de México, a los 44 años de edad, sor Juana Inés de la Cruz.
Desde niña se aficionó a los libros, pero no vio cumplido su deseo de estudiar en la universidad, y a los dieciocho años se hizo monja, tal vez para poder dedicarse por entero a su pasión por el estudio y la cultura.
Su poesía, muy variada, está llena de ingenio e inteligencia, con un dominio absoluto de los procedimientos formales del barroco: juegos de palabras, contraposición de ideas, etc. 
Feminista avant-la-lettre y defensora convencida de la dignidad de la mujer –una actitud no frecuente en aquellos tiempos-, trata en algunos de sus poemas de lo que entonces se llamaba la “cuestión femenina”, como en el siguiente, compuesto en redondillas:

Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres que en las mujeres acusan lo que causan

          Hombres necios que acusáis
          a la mujer sin razón,
          sin ver que sois la ocasión
          de lo mismo que culpáis:

          si con ansia sin igual 
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
          y luego, con gravedad, 
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia. […]

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana;
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada? […]
           

Y del amor –tema del cual sabía bastante, a juzgar por lo mucho que de él escribió- se ocupa en el soneto siguiente, del que reproduzco el primer cuarteto:

            Que consuela a un celoso, epilogando la serie de los amores

            Amor empieza por desasosiego,
            solicitud, ardores y desvelos; 
            crece con riesgos, lances y recelos,
            susténtase de llantos y de ruego.

jueves, 16 de abril de 2015

Abril

Continuando con abril…

Abril es el mes más cruel: engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y anhelos, despierta
inertes raíces con lluvias primaverales.
El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo
la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo
una pequeña vida con tubérculos secos.


Así  lo describió T. S. Eliot en La tierra baldía (1922), libro capital de la poesía contemporánea.

miércoles, 15 de abril de 2015

De diccionarios



El Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias, publicado en 1611, está considerado como el primer diccionario del español o castellano.
Si la lectura de cualquier diccionario resulta de por sí útil, amena y provechosa (los diccionarios, en contra de lo que se suele pensar, son libros deliciosos y entretenidos, llenos de sorpresas, en los que puede uno descubrir mil cosas insospechadas, tropezar con un sinnúmero de informaciones curiosas y adquirir sin esfuerzo todo tipo de conocimientos), este de Covarrubias lo es aún más. Por la frescura y originalidad de las definiciones, por el atrevimiento de las etimologías –algunas de ellas ciertamente ingenuas-, por el acopio de erudición, por el estilo y el lenguaje mismo en que está escrito…
Sirva como botón de muestra la entrada correspondiente a la palabra ‘abril’. Después de rastrear en latines etimológicos, enumera estos tres proverbios, y reproduzco textualmente: “Por abril, aguas mil”, porque en ese tiempo tienen necesidad del agua los panes, y las plantas. “Marzo ventoso y abril lluvioso, sacan a mayo hermoso”, “Las mañanicas de abril buenas son de dormir”; porque crece entonces la sangre con que se humedece el cerebro y causa sueño.  
Y un par de ellos más: ‘abrazar’, un poco más arriba, definido hermosísimamente como “recoger entre los brazos”, y, unas páginas más adelante, ‘acostar’, donde nos informa de que “Es echarse en la cama para dormir, propiamente, echarse sobre un lado. Teníase por cosa fea si ningún soldado, ni hombre que tuviese algún cargo, se echase a dormir a pierna tendida, y los más cuidadosos dormían puesta la mano en la mejilla y reclinado el codo sobre alguna cosa…”.

martes, 14 de abril de 2015

Títulos curiosos

Títulos curiosos

Daniel me ha proporcionado esta gavilla de títulos curiosos que él ha espigado en sus exploraciones por los prolijos catálogos del teatro del Siglo de Oro español.
Repare el lector en la gracia, el ingenio y la donosura de todos ellos:

Al freír de los huevos
Antes que te cases mira lo que haces y examen de maridos
Baladrones, jaques y matones
Beber, morir y vivir
Casarse por golosina, y refranes a trompón
Clérigo y casado a un tiempo
Coloquio entre cuatro niñas hermanas que iban a entrar juntas en un convento
Coloquio entre un alma y sus tres potencias
Coloquio entre una doncella honesta y un mancebo lascivo
Coloquio espiritual que pasó entre seis religiosas
Competencias del amor
Comprar peines
Con la red de tus cabellos
Cualquiera marido es bueno
Cuantas veo tantas quiero
Cuanto cabe en hora y media
Cuánto destruye un capricho
Cuánto mienten los indicios, y el ganapán de desdichas
Cuatro eses ha de tener amor para ser perfecto: sabio, solo, solícito y secreto
Cumplir a un tiempo quien ama con su Dios y con su dama
Cupido y Venus, maestros de escuela
Da señas de sí una dama recién venida y refiere sus condiciones
Daca mi mujer
De qué sirven los astros, si no hay quien los gobierne
Déjame, ingrata, llorar
Del arado a la corona
Despertar a quien duerme
Dialoguillo para la renovación de los estudios
Disputa del gallego y el vizcaíno
El alcalde poeta
El caprichoso en su gusto y la dama sesentona
El caudal del estudiante

lunes, 13 de abril de 2015

Efemérides literarias


Hoy, 13 de abril, se conmemora el nacimiento de dos escritores de renombre: Samuel Beckett y Seamus Heaney. Los dos son irlandeses, y los dos vieron recompensada su labor literaria con el premio Nobel: Beckett en 1969 y Heaney en 1995.
El primero, Samuel Beckett, nació en Dublín en 1906 y murió en París en 1989; el segundo vio la luz en Derry, en la actual Irlanda del Norte, y falleció en Dublín en 2013.
Es curioso, y significativo, que un país tan pequeño y relativamente poco poblado (la República de Irlanda no llega a los cinco millones de habitantes) haya dado nada menos que cuatro premios Nobel en el pasado siglo XX: los dos ya citados, más W. B. Yeats (1923) y G. B. Shaw (1925). Pero no se queda ahí la nómina, pues a los señalados con el galardón hay que añadir otros no menos ilustres, nacidos todos ellos en Dublín: Jonathan Swift (Los viajes de Gulliver), Oscar Wilde y James Joyce.
Y curioso y significativo es también el respeto –la veneración, mejor- que los irlandeses les tributan a sus escritores, y el orgullo con que se los enseñan al viajero en todas partes: retratados en los pubs, en estatuas repartidas por calles y parques, en los rótulos de algunos establecimientos, en un museo a ellos en exclusiva dedicado, el Dublin Writers Museum… (algo parecido a lo de aquí, vamos…). Y eso que algunos, Joyce y Beckett particularmente, apenas vivieron en Irlanda y más bien huyeron de allí.
A Beckett se le conoce sobre todo por su obra teatral, que se suele encuadrar en el llamado teatro del absurdo, una corriente literaria surgida en Francia tras la Segunda Guerra Mundial, y que, como su marbete ya indica, trata de reflejar, mediante situaciones ilógicas, acciones incoherentes y personajes extraños, el absurdo existencial, la angustia, la soledad y el vacío del hombre contemporáneo. A ello se añade un lenguaje igualmente absurdo (mediante frases sin sentido, balbuceos, etc.), expresión del vacío y la incomunicación.
Tal vez donde Beckett plasmó mejor ese tema o mensaje principal, esto es, el absurdo de la existencia humana, fue en Esperando a Godot (1953), cuyo argumento podría sintetizarse así: dos vagabundos, Vladimir y Estragón, esperan, sin saber por qué, a Godot, del que nada saben y a quien nunca han visto. Para entretener la espera -inútil, porque Godot nunca llegará-, hablan, en un descampado que tiene un único árbol, de múltiples cosas...
Reproduzco a continuación -y termino ya- un fragmento de otra obra de Beckett, Final de partida, en la que se relata una anécdota muy conocida:

Nagg: Escúchala otra vez (voz de narrador): Un inglés… (pone cara de inglés, recobra su expresión habitual), que necesitaba urgentemente un pantalón a rayas para las fiestas de Año Nuevo, va a un sastre, y este le toma las medidas. (Voz del sastre) “Listo; vuelva dentro de cuatro días, estará terminado”. Bien. Cuatro días después... (Voz del sastre.) “Lo siento, vuelva dentro de ocho días, los fondillos me salieron mal”. Bien, resulta difícil hacer bien los fondillos. Ocho días después. (Voz del sastre.) “Estoy desolado, desgracié las entrepiernas”. Bien, de acuerdo, las entrepiernas, es un trabajo delicado. Diez días después. (Voz del sastre). “Lo lamento, vuelva dentro de quince días, estropeé la bragueta”. Bien, la verdad es que hacer una buena bragueta resulta un trabajo muy comprometido. (Pausa. Voz normal.) La cuento mal. (Pausa. Apenado.) Cada vez la cuento peor. (Pausa. Voz de narrador.) En fin, resumiendo, entre una cosa y otra, llegó Pascua y echó a perder los ojales. (Voz del cliente.) “¡Maldita sea, señor, realmente esto es indecente! Dios hizo el mundo en seis días, ¿me comprende? ¡En seis días! ¡Sí, señor, sí, el mundo! ¡Y usted no ha sido capaz de hacerme un pantalón en tres meses!” (Voz del sastre, escandalizado.) “¡Pero, señor! ¡Señor! Mire (gesto despectivo, con asco) el mundo… (pausa)… y mire… (gesto apasionado, con orgullo) ¡mire mi pantalón!”.

viernes, 10 de abril de 2015

Ya somos dos



—No sé nadar, ni andar en bicicleta, ni bailar, ni cortejar a las mujeres, ni gallear en las fiestas, ni alzar la voz en las asambleas, ni alternar en la barra, ni destacar en sociedad, ni fingir lo que no soy: ¡cómo no va a resultar así uno aburrido y parecer un trasnochado! —me confesó un buen amigo mío, buscando acaso mi apoyo y comprensión, que le concedí de inmediato.
Y observé, aun antes de decirle yo nada, cuando aún él estaba hablando, por el tono de sus palabras y la expresión de su rostro, que no solo no sentía pesar y estaba resignado, sino que se mostraba satisfecho y hasta orgulloso de su manera de ser, tan parecida, por lo demás, a la de un servidor.  

jueves, 9 de abril de 2015

Sin luna



Este era un niño que una tarde subió a la montaña más alta y esperó allí a que saliera la luna. Y cuando llegó donde él estaba, la cogió y la guardó en la mochila. A ver qué decían ahora en casa cuando les pidiera algo, pensó. 


No de lunas, que eso es cosa de los románticos que le precedieron (Leopardi, en particular), sino del hastío –el spleen, el tedio vital-, la embriaguez, la muerte, la Belleza…, habla Baudelaire, que nació tal día como hoy, el 9 de abril de 1821, en París: Cuando el cielo caído pesa como una losa /sobre el gimiente espíritu sumido en su letargo, /y el horizonte es una terrible cosa /que hace eterna la noche y el día más amargo…
Charles Baudelaire, autor de Las flores del mal (1857), condenada entonces por inmoral, que fue el primero en utilizar como material poético la nueva realidad urbana surgida de la revolución industrial, el paisaje de la ciudad moderna con sus masas anónimas, su miseria y su fealdad: Por el viejo arrabal con casuchas, persianas/ que ocultan la lujuria, salgo por las mañanas/cuando el sol ya redobla en los techos amigos,/sobre muros y huertos, sobre campos y trigos, /a ejercitar a solas mi fantástica esgrima /husmeando en los rincones del azar y la rima… (Traducción de Ángel Lázaro.)
Con él comienza la poesía moderna: el poeta es un visionario que trabaja con el poder sugestivo de las palabras. 

miércoles, 8 de abril de 2015

Dimes y diretes



Salieron asimismo de la inspiración popular, escueta y sin artificio, y conservan su chispa y donaire, algunas comparaciones que difícilmente un poeta podrá nunca igualar: oscuro como la boca de un lobo, duro como una piedra, sordo como una tapia (y eso que las paredes oyen), ojos como platos, borracho como una cuba, más bruto que un arado, más ligero que una centella, más limpio que una patena, más claro que el agua, más bueno que el pan, más fresco que una lechuga, más alegre que unas castañuelas, más listo que el hambre, más pesado que una vaca en brazos, más raro que un perro verde, más sucio que el palo de un gallinero, más largo que un día sin pan, más derecho que una vela, más contento que un niño con zapatos nuevos (o que unas pascuas), más vago que la chaqueta de un guardia, aburrirse como una ostra, comer como una lima (por alusión a la herramienta que hace lo propio con la madera)… Y fumar como un carretero, cuando los había, y pasar más hambre que un maestro de escuela (in illo tempore, aunque no hace tanto).

Y el zascandil con que terminábamos ayer: “¡zas, candil!”, se decía cuando alguien, por causa de una bronca o reyerta, apagaba el candil tirándolo al suelo. De ahí el hombre ligero, impaciente y enredador que no para ni se está quieto en ningún sitio, como si tuviera el baile de san Vito.

martes, 7 de abril de 2015

Dimes y diretes



En la otra cara de la página, detrás de los tópicos, la originalidad y la frescura de lo que brota nuevo y distinto, que suele ser en el semillero de la inventiva anónima y el decir popular.
De ahí salieron dichos, imágenes y metáforas que ni se acartonan ni se gastan ni envejecen: la cresta de la ola, limar asperezas, el cielo de la boca, alma de cántaro, el otro barrio, andarse por las ramas, mala sombra, loco de atar, dejado de la mano de Dios, no ser trigo limpio, en un abrir y cerrar de ojos, entrar por el aro (y entrado en años), barrer para casa, ver las estrellas (cuando se siente un gran dolor), de armas tomar (cuando uno se las tiene que ver con alguien decidido y tan enérgico que ha de estar presto a defenderse echando mano de las armas si hiciera falta)…
También de ese venero han manado algunas palabras, como estas dos, que se cuentan entre las más curiosas del diccionario, por el modo como se han formado y por lo que han venido a significar, que es en buena parte coincidente: correveidile y metomentodo.
La primera es la más rica y compleja del diccionario, pues es el resultado de unir los cinco términos de una frase: corre, ve y dile (di-le). De ahí que se nombre con ella a la persona aficionada a llevar de acá para allá todo género de chismes, murmuraciones y habladurías.
La segunda sería el resultado de hilar en una sola el lamento pesaroso que alguien podría haberse aplicado a sí mismo al tomar conciencia de lo poco que le aprovechaba el ser un fisgón indiscreto y meterse donde no le habían llamado.   
A las que cabría añadir este par: tentempié (prueba un bocado, un refrigerio, un piscolabis para tenerte en pie, parece estar diciendo) y hazmerreír (con lo saludable que es, y lo mal visto que está el que eso nos procura sin pedir nada a cambio).
Y un manojo de vocablos con que las buenas gentes que no podían tener la sartén por el mango en asuntos de mayor enjundia se tomaban la justicia (gramatical) por su mano: chupatintas (el escribano de antes, luego oficinista y ahora funcionario), picapleitos (por otro nombre leguleyo), matasanos (medicucho)…, amén de un largo etcétera de sacacuartos, mandamases, cantamañanas, sacamuelas, meapilas, lameculos (o tiralevitas) y otros sabelotodos y zascandiles.

lunes, 6 de abril de 2015

Cenizas



Mi única patria es la infancia (así lo expresó Rilke). 
Pero ya no existe, desapareció para siempre, engullida por el tiempo, como la Atlántida por el océano. Lo único que de ella queda son los escenarios, y están vacíos, son puro decorado, la tramoya de una representación todo lo más.
Tan solo en la memoria sigue viva, brasa que arderá bajo las cenizas.

viernes, 3 de abril de 2015

Calendario



Hoy, Viernes Santo según el calendario litúrgico, es día de oficios en las iglesias, y de calvario, que lo era, y auténtico, cuando de niños teníamos la obligación de asistir a él, y no solo el Viernes Santo, sino desde el primer día de la cuaresma hasta el último, al mediodía nada más salir de la escuela, con el pensamiento puesto en la comida y no en el sonsonete con que el señor cura iba anunciando y describiendo una por una las catorce estaciones del viacrucis, que al final acabábamos aprendiéndolas de memoria, lo mismo que el cántico que venía después, el Perdón, oh Dios mío o el Perdona a tu pueblo, Señor, que entonábamos con desgana, los ojos acechando ya la puerta de salida.
Hoy, quería decir antes de que se me olvide, este poema que habla también de estaciones, aunque sean otras, y está algo teñido del sentimiento propio del día:

                                               Calendario

                                   Las cuatro
                                   estaciones del año
                                   son tres:
                                                 tris…
                                   teza y desengaño.


                                   (De Cien lecciones de cosas, inédito, por vocación y nacimiento.)

jueves, 2 de abril de 2015

Tercos tópicos



Hablando de tópicos… Ya se sabe que son, por definición, triviales y trillados (el punto flaco, el polo opuesto, botón de muestra, calor abrasador, grano o granito de arena, el número agraciado, sonreírle a uno la suerte…), pero los hay también, y son los más, doctos y titulados: abanico de posibilidades, diferencia abismal, abismo generacional, abultado tanteo, abrumadora superioridad, acérrimo defensor, discusión acalorada, aparatoso accidente, ímpetu avasallador, cifras astronómicas, a pleno pulmón, apoteósico recibimiento, de rabiosa actualidad, todas las comparaciones son odiosas, corramos un tupido velo…
Dos más, que empalagan un poco: la tierra que le vio nacer, la sociedad en que le tocó vivir.
Y otros dos, que siempre me han dado que pensar: las altas esferas, las fuerzas vivas... ¿dónde están unas y quiénes son las otras?

Y, caso aparte, un último apunte: ¿qué hubiéramos entendido hace solo unos años, muy pocos, por “redes sociales”?

miércoles, 1 de abril de 2015

Tercos tópicos



Y entre los tercos tópicos que en tropel salen del tintero en cuanto la pluma se descuida, este con que se acostumbra adjetivar algunas vidas y profesiones, la de profesor, sin ir más lejos: "Fue toda su vida un oscuro profesor de instituto", se dice, por ejemplo, en las biografías de don Antonio Machado (o "llevó una existencia de oscuro funcionario municipal", refiriéndose a cualquiera que lo haya sido).
Don Antonio Machado, que, por estas fechas, hace ya más de cien años, se pasaba las mañanas mirando por las ventanas del aula a ver si asomaba la primavera por el cielo de Soria.