Los veranos de antes del coronavirus, que estiraban el tiempo y encogían el calendario. Se preveían con antelación en todas partes y eran un paréntesis anunciado que parecía, al entrar en él, que iba a tardar mucho en cerrarse. Adonde primero llegaban era a las escuelas, y los niños los llenaban de soles amarillos los últimos días de clase y los llevaban luego en la mochila bien aprendidos para casa.
Eran veranos luminosos y libres. La gente hacía planes que indefectiblemente se cumplían. Las fechas que se anotaban en las agendas se daban por seguras e inamovibles. Vacaciones, y abolidos los horarios. Las acostumbradas consignas: adiós a la rutina, el merecido descanso, también hay que disfrutar de la vida... Viajes que te sorprenderán, países que no puedes dejar de visitar, rutas con encanto. La promesa de que uno cumplirá lo que se ha propuesto y la seguridad de que al fin tendrá tiempo para hacer lo que más le gusta. Las mañanas que se pasan sin darse cuenta, la hora de la siesta con el runrún del Tour de Francia en la televisión, el paseo cuando baja el sol, las noches que no tienen prisa y qué más da si siempre amanece a la misma hora.
No asomaba ningún peligro por el horizonte, los riesgos estaban controlados y la incertidumbre vivía tranquila en las páginas del diccionario.
El verano de este año ya sabemos un poco cómo va a ser, con la sombra del tan nombrado sobrevolando por encima. Una sombra que se cierne también, de momento al menos, sobre los que están por venir, y piensa uno, tomando como referencia las dos últimas catástrofes de la historia contemporánea, si serán azules como los de los felices veinte que siguieron a la I Guerra Mundial y la gripe española, o más bien grises como los de los años cuarenta del siglo pasado tras la II Guerra Mundial.
(La Razón, 27 de julio de 2020)
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martes, 4 de agosto de 2020
jueves, 30 de julio de 2020
Campamentos de verano
Parece que también este año, pese a la sombra del coronavirus, habrá campamentos de verano, y podrán los niños disfrutar una temporada del contacto con naturaleza. Que ese ha sido tradicionalmente uno de sus atractivos principales, y acaso el más valorado a la hora de elegir.
También el de más provecho para los niños, provenientes en su gran mayoría de un entorno urbano ajeno a los ciclos de la vida natural. Niños que a lo mejor no saben lo que es dormir al aire libre, ni han visto nunca de cerca una vaca o una oveja, ni son capaces de distinguir un pino de una encina.
Lo bien que les irá a estos niños acostumbrarse a andar por el monte, buscar las sombras en la hora del calor, beber agua en un arroyo, escuchar el canto de los pájaros, observar las peripecias de un insecto... Y aprender de paso algo de la vida en el campo: la importancia de mirar al cielo, el paso de las horas marcado por la luz del sol, los variados entretenimientos que la naturaleza ofrece para pasar el tiempo. Claro que no les vendría mal tampoco aprender además algo de vocabulario, los nombres de los pájaros, por ejemplo, y a distinguir siquiera algunos, los más comunes, y lo mismo los árboles, que les sonarán de haberlos visto y estudiado en los libros de la escuela, el roble o el gorrión, pero seguro que les cuesta identificarlos en la realidad.
Podrían hacerse así una idea de lo que fue la infancia campesina que conocieron y vivieron todavía en algunos casos las generaciones anteriores, la de los padres tal vez vez no, pero sí la de los abuelos, que de niños tenían muchas veces que dejar de ir a la escuela para atender las labores del campo, y que en llegando a los catorce años se vieron obligados a ponerse a trabajar y a olvidarse para siempre de los libros.
(La Razón, 20 de julio de 2020)
También el de más provecho para los niños, provenientes en su gran mayoría de un entorno urbano ajeno a los ciclos de la vida natural. Niños que a lo mejor no saben lo que es dormir al aire libre, ni han visto nunca de cerca una vaca o una oveja, ni son capaces de distinguir un pino de una encina.
Lo bien que les irá a estos niños acostumbrarse a andar por el monte, buscar las sombras en la hora del calor, beber agua en un arroyo, escuchar el canto de los pájaros, observar las peripecias de un insecto... Y aprender de paso algo de la vida en el campo: la importancia de mirar al cielo, el paso de las horas marcado por la luz del sol, los variados entretenimientos que la naturaleza ofrece para pasar el tiempo. Claro que no les vendría mal tampoco aprender además algo de vocabulario, los nombres de los pájaros, por ejemplo, y a distinguir siquiera algunos, los más comunes, y lo mismo los árboles, que les sonarán de haberlos visto y estudiado en los libros de la escuela, el roble o el gorrión, pero seguro que les cuesta identificarlos en la realidad.
Podrían hacerse así una idea de lo que fue la infancia campesina que conocieron y vivieron todavía en algunos casos las generaciones anteriores, la de los padres tal vez vez no, pero sí la de los abuelos, que de niños tenían muchas veces que dejar de ir a la escuela para atender las labores del campo, y que en llegando a los catorce años se vieron obligados a ponerse a trabajar y a olvidarse para siempre de los libros.
(La Razón, 20 de julio de 2020)
martes, 14 de julio de 2020
De copas y libros
Que, aplicado a las
circunstancias actuales, remite, como casi todo en estos tiempos de la nueva
normalidad, a la pandemia que no cesa. Y, en concreto, a las normas dictadas
para prevenirla y hacerle frente en dos ámbitos de la vida que muy poco tienen
que ver entre sí: el de los locales de ocio nocturno y el de las bibliotecas (quede
para otra ocasión lo de las escuelas).
A los primeros se les permitió
ya abrir, con determinadas limitaciones de aforo, en la tercera fase de la
desescalada; las segundas continúan cerradas al público y se limitan a ofrecer
el servicio de préstamo y devolución de libros.
Puede uno entender que los
locales de ocio nocturno forman parte del engranaje del turismo y, por
consiguiente, de la reactivación económica, y que, en este terreno, la cultura
lleva siempre las de perder. Pero si de lo que se trata es de prevenir
contagios y detener la propagación del virus, es decir, si prevalecieran las
razones sanitarias, la cosa cambia. Porque, tomando en consideración estas
últimas razones, a nadie se le escapan las enormes diferencias entre unos y
otras. La distancia de seguridad, pongamos por caso, y la obligación de llevar
mascarilla, ¿dónde se guarda mejor? El riesgo de contagio, ¿dónde es más fácil,
en el ruidoso movimiento de uno de esos locales o en la quietud silenciosa de
una biblioteca? Que los libros, al tocarlos, pueden contagiar, dicen, y por eso
hay que reservarlos vía telemática y no está permitido que el usuario acceda a
las estanterías, ¿pero qué ocurre con las copas y los vasos y las mesas de una
discoteca?
Por no entrar en
consideraciones de otra índole, como la función social de lugar de estudio y
fomento de la lectura que cumplen las bibliotecas públicas, que en 2018 –últimos datos disponibles– acumularon en Catalunya un total de
9.648.051 libros prestados, con 24,5 millones de visitantes.
(La Razón, 13 de julio de 2020)
viernes, 10 de julio de 2020
En la residencia (y II)
–Sola
estaba fuera y sola estoy también aquí. Somos muchos, cerca de cuarenta, pero
estamos solos. Y eso es lo peor de todo, la soledad. Y el no tener ilusión por
lo que vaya a venir. Como si el día de mañana no existiera, ¿sabe usted? Que
casi podría decir que vive una de lo que ha sido, todo el santo día dándole
vueltas a la memoria. No me acuerdo ya de lo que hice ayer pero cada vez se me
representan más a lo vivo las cosas del pasado, que se me ponen ahí delante
como si las estuviera viendo.
La
señora Antonia, contraviniendo el reglamento, está sentada en un rincón del
pasillo –la silla la ha traído del
comedor–, de cara al ventanal que da al jardín. Llueve, y ella
contempla en silencio el alboroto que se trae el aire con las hojas y sigue con
detenimiento el recorrido caprichoso de alguna gota de agua en el cristal.
–¡Con
lo que me gustaba a mí sentarme al lado del balcón en mi casa cuando llovía...!
Por eso no me he podido resistir y he venido aquí. Hasta que se den cuenta y me
manden para dentro. ¿Qué cómo me va en la residencia, me pregunta? Se lo
diré... ¿Sabe usted lo que es un guardamuebles? Pues esto lo mismo, solo que de
personas. O sea, un guardaviejos. Viejos que sobran y son un estorbo, como una
servidora. Tres hijos crié, y aquí me tiene. Aunque no quiero decir que tengan
ellos la culpa, no. Son estos tiempos de tanto cambio, y el mundo, que parece
trastornado. Porque antes, ¿sabe usted?, a los viejos, como yo digo, se les
cuidaba en casa, y cuanto más viejos más respeto se les tenía, y en casa
esperaban tranquilamente a que les llegara la hora. Pero, claro, eran otros
tiempos, y de qué nos sirve ahora lamentarnos...
(La Razón, 5 de julio de 2020)
lunes, 6 de julio de 2020
En la residencia (I)
Es por la
tarde, y en la residencia se oye solo el murmullo de la televisión y algún
portazo.
No hay
visitas, no se puede salir al jardín y el señor Ramón se ha pasado todo el día
dando vueltas de un sitio para otro sin saber qué hacer. Antes, por la mañana, leía
un rato el periódico, luego coloreaba los dibujos de unas láminas, más tarde
asistía con desgana a la sesión de ejercicios corporales, después de comer echaba
un poco de siesta, a continuación jugaba una partida de cartas y otra al dominó
y a la hora de las visitas se apostaba lo más cerca de la entrada que podía. En
vano, porque nunca tenía ninguna y acababa por irse a la sala a ver la
televisión hasta la hora de cenar.
–Ya
ve usted, aquí solos todo el día. Y así todos estos meses, que ya no sabe uno
qué pensar. Casi cincuenta años de trabajo en la fábrica, desde que a los
quince entré como aprendiz y la dejé siendo encargado, y ya ve. No es que me
queje, que a otros les ha ido peor, lo sé, pero es que esto no es vida. Me
atienden, sí, y me dan de comer y todo lo que usted quiera, pero estoy sujeto a
todas horas, desde que me levanto hasta que me acuesto. Mismamente como un
pajarín enjaulado, eso es, que le dan el agua y el alpiste pero no puede volar.
Que hay que vivirlo para saber lo que es esto, un día y otro día haciendo
siempre las mismas cosas. Y ahora con lo del dichoso coronavirus, encerrados
que casi no nos dejan salir de la habitación. Para que luego digan algunos que
hasta tengo suerte de poder estar aquí. ¡Si los de antes, mi padre por ejemplo,
o mi abuelo, levantaran la cabeza y vieran dónde acabamos ahora cuando llegamos
a viejos...!
(La Razón, 29 de junio de 2020)
miércoles, 1 de julio de 2020
Primavera desatendida
Vino este año más callada
que de costumbre y, encerrados como estábamos en casa, nadie salió a recibirla
a los caminos. Entró de puntillas por las calles y, al verlas desiertas, se
volvió a su escondrijo a consultar el calendario, por si se había equivocado de
fecha. Pero nos trajo los días buenos, vistió los árboles y el campo, multiplicó
los pájaros y se esforzó luego todo lo que pudo por hacernos más llevadero el
largo tiempo de espera.
No la cantan ya los
poetas, que son todos de sensibilidad urbana y en cuanto oyen hablar de las
cosas del campo apagan el ordenador.
Tampoco la describen los
niños en sus redacciones escolares, porque no es un tema que propicie una
reflexión sobre valores, actitudes y normas, y mucho menos sobre estereotipos y
prejuicios socioculturales, que es lo que se estila.
Pero será siempre la
estación más bonita del año, porque con ella vuelve la vida al mundo natural,
que es nuestro espejo.
Ayer se despidió, y nos
deja el mundo un poco mejor de lo que a su llegada lo encontró, con los niños
jugando otra vez en los parques, las calles llenas de gente y las fechas azules
del verano asomadas a la ventana del calendario (y allá en mi tierra la flor
del espino albar, la más guapa de todas porque es la más humilde y
natural).
Y en hora buena vuelvas,
primavera...
Aunque, cuando eso
ocurra, habrán pasado ya doce meses, y seremos un poco más viejos, y se nos
habrán ido cayendo por el camino algunas hojas, quién sabe si de las amarillas
que caen a su debido tiempo o de las verdes que se desprenden de las ramas
cuando aún no les corresponde, pero, pase lo que pase, te estaremos esperando
con renovadas ilusiones y pondremos en tu llegada las mismas esperanzas que
ponen los pájaros y los árboles y las fuentes.
martes, 23 de junio de 2020
Como un sueño
Tanto
lo había deseado que le parecía imposible que algún día fuera a suceder. Andar
por los caminos, perderse en el monte. Lo que antes era la rutina del fin de
semana convertido ahora en todo un acontecimiento. Tres meses como tres siglos
esperando que llegara. Una brecha en el tiempo que no terminaba de cicatrizar.
Salir
a la carretera. Las molestias del tráfico, que han dejado de serlo. El coche como
un aliado. Le salvaguarda y le lleva. Para qué correr, no hay prisa por llegar
si el viaje se hace en libertad. Ahí está el espectáculo siempre nuevo y
cambiante del paisaje. Solo cuando se pierde una cosa se aprende a valorarla. En
los conductores que le adelantan advierte un gesto de complicidad.
Le
recibió, al bajar del coche, una de esas tardes del mes de junio que son sin
duda una de las mayores maravillas del mundo natural.
Los
primeros pasos, como un niño que estrenara unos zapatos nuevos. Y le vienen al recuerdo
los primeros días, cuando desde el balcón veía a los que caminaban encogidos
por la calle, mirando al suelo, como temerosos de estar infringiendo alguna
norma y que alguien les pudiera llamar la atención. Y la primera vez que se
atrevió a salir, con una bufanda por escudo, zigzagueando de la acera a la
calzada.
El
silencio del camino que regala el milagro de la calma. El aire hablando en voz
baja con las hojas nuevas de los árboles. Los olores que la lluvia, tan
aplicada esta primavera, le ha sacado al monte.
Pero
ningún regalo comparable al de la libertad.
Los
pájaros, que cantan por estar vivos, qué mejor motivo, y una lección que
podríamos aprender. En una encrucijada se desvió de la ruta. Le costó abrirse
paso por entre la maleza hasta llegar al alto.
Se
tumbó sobre la hierba y, mirando al cielo, se entretuvo durante un rato en
ponerles nombres a las nubes como hacía cuando era niño: ¡una isla, una
cordillera, una torre, un rebaño...! Y por unos momentos, al despertar, le
pareció que el coronavirus ya no estaba allí.
(La Razón, 15 de junio de 2020)
lunes, 15 de junio de 2020
Diccionario de un leído de aldea
M
madera.
Está hecha de una materia natural y es buena, confiada, noble y sin doblez.
maleta.
Había antes maletas que, de tanto viajar en tren, se equivocaban de estación. (Las
de hoy optan más bien por perderse en los aeropuertos.)
mandarina.
Mondarina, decía mi madre, corrigiendo con gracia y tino la forma de la palabra
de acuerdo con el fruto al que designa, tan fácil de mondar.
mano. 1
Dudaba entre poner la mano en el fuego o agarrarse a un clavo ardiendo. 2 Es la
palabra a la que más espacio y atención dedica el diccionario. Y nada tiene de
extraño: se valen también de ella los animales (muy en particular el elefante, al
que le sirve de trompa) y puede encontrarse a cualquiera de los dos lados del
que habla o trata de orientarse, en el mazo del mortero, en las paredes recién
pintadas (una sola o más de una), en los juegos de azar… La mano es capaz de
hacerse pasar por habilidad y tacto (con los niños, por ejemplo), por
influencia y poder (verbigracia en una empresa), teniendo en esto ventaja la
izquierda, particularmente si se trata de resolver con astucia situaciones
difíciles. Ser la mano derecha de alguien reporta quizá más beneficios que ser
mano de obra, y tenerla de santo para encontrar remedios eficaces cuando haya
necesidad es aún mejor que tenerla, habitual y simplemente, buena. Varía mucho
según sea el calificativo que se le aplique: mano blanda, mano diestra, mano dura,
mano larga, mala mano, de primera o de segunda mano… Del mismo modo es
diferente si se va por ahí con ellas cruzadas, vacías, llenas, con una en el
corazón o una sobre la otra, con una delante y otra detrás o con las dos en la
cabeza. Si dejar a alguien de la mano no está bien, peor es encontrarle luego
dejado de la de Dios, y acaso sea preferible que algo se nos vaya de las manos
a que se lo quitemos a otro de las suyas. Y si nunca está bien que dos lleguen
o vengan a las manos, más reprobable es untárselas a un tercero con ánimo de
obtener secretos beneficios; y si se ve uno obligado a lavárselas, que sea en
verdad porque no ve claro el asunto, no vaya a suceder que, por desentenderse y
no querer saber nada, se las aten por la fuerza al inocente.
mañana.
Esta de marzo, azul y, de tan clara, sin esquinas.
mapa.
Por donde viajan los niños (y los pobres).
mar.
Ver el mar fue durante toda su vida el sueño de mis abuelos, pero se murieron,
como tantos otros campesinos de su misma edad y condición, sin verlo cumplido.
Y eso que lo tenían en Ribadesella a 140 kilómetros por carretera.
marear.
Todavía hay personas que se resisten a viajar en automóvil porque tienen miedo
a marearse.
margarita.
Algunas margaritas silvestres se habían asomado entre la hierba para ver si
llegaba ya la primavera. Anoche bajó la helada y han amanecido hoy las pobres
con la cabecilla ladeada, el tallo tembloroso, diminutas, vueltos sus pétalos
abrasados al suelo, avergonzadas de su temprana temeridad.
mariposa.
Cuenta las sílabas de un verso y se posa en una flor, y así se pasa todo el
día, haciendo rimas.
máscara.
La cáscara con que se cubren algunas personas (véase cáscara).
médico.
Hasta hace un par de siglos, matasanos.
memoria. 1
El río de la vida. 2 Las veredas de la memoria son amarillas, el color del
tiempo viejo y olvidado. 3 La memoria, que es olvidadiza y en ocasiones
traicionera, porque no siempre está atenta y con demasiada frecuencia se
distrae…: por eso omite y descuida muchas más cosas de las que recuerda. 4 “Si
la memoria no me engaña…”: curiosa manera de quitarse la responsabilidad de
encima y echarle la culpa a otro. 5 ¡La memoria, que tantas ilusiones inventa
con el fin de consolarnos! 6 "Déjame en paz, memoria; no me cuentes mi
vida" (Miguel d'Ors, La imagen de su
cara)
meñique.
En el dedo meñique guardan las manos por la noche todas las caricias que no han
regalado durante el día (véase caricia).
mercado.
Sócrates, en la puerta del mercado de Atenas: “¡Cuántas cosas hay aquí que yo
no necesito”, y se marchó.
metáfora. Un ejemplo: el burro de un pastor atado a la puerta de una cantina.
metamorfosis. No cambian las montañas,
pero sí los ojos que las admiran; es el mismo cielo, pero no el cristal con que
se observa; andamos los mismos caminos, pero son otros los pasos que nos guían.
microrrelato.
Suspiro de relato. Se me han ocurrido así de pronto estos dos, Luna robada y El primer recuerdo. El primero es una variante de la entrada 2 de
luna (véase): Este era un niño que una tarde subió a
la montaña más alta y esperó allí a que saliera la luna. Y cuando llegó donde
él estaba, la cogió y la guardó en la mochila. A ver qué decían ahora en casa
cuando les pidiera algo, pensó. El segundo, como reza el título, podría ser mi
primer recuerdo: Recordaré siempre las primeras palabras que dije nada más
nacer: –¡Qué frío! ¡Con lo bien que se estaba ahí dentro!
miedo. 1
El de la gota de lluvia que se agarra desvalida con todas sus fuerzas a la rama.
2 El del hilo cuando se resiste a pasar por el ojo de la aguja.
miel.
La luz de color miel de las tardes de otoño.
milagro.
Solo los que han sufrido una desgracia creen, y por poco tiempo la mayoría de
las veces, en los milagros.
minuto.
Las horas pasan, los minutos marchan en fila india, los segundos huyen a la
desbandada.
mirada.
Esas que por discreción desviamos cuando a medio camino se encuentran con los
ojos de la persona a quien iban dirigidas, ¿adónde van, y quién las apaga del
todo?
misterio. 1
Por ejemplo: ¿quién descubrió el mar? Otro: ¿de qué color es el cristal con que
mira Dios las cosas? Y uno más: ¿quién mató a Caín? 2 La ciencia y la razón son
sus enemigas, y amenazan con enterrarle.
modestia.
Es tan modesta que nadie repara en ella, ni se acuerda de practicarla.
mojigato, ta.
La palabra en sí es simpática, y muy curiosa etimológicamente por cuanto es
fruto de la unión de mojo y gato, dos formas distintas de nombrar al mismo
animal. Se aplica a las personas de naturaleza en apariencia humilde y mansa,
pero en realidad astuta y traicionera, y no pareciendo bastante con mencionar
el nombre del felino una sola vez se optó por repetirlo, para que no hubiera
dudas al respecto y quedara bien claro el significado.
montaña.
Los huesos de la tierra.
monte.
El sol no se fía de los que andan por los montes y por eso de vez en cuando
aparta las hojas de los árboles con el dedo.
moño.
Límite –o
línea roja, como se dice ahora– de la indignación.
moquero.
Pañuelo para limpiarse los mocos.
morcilla.
Para buena, la reventona.
morir.
Morir durante un paseo solitario bajo la nieve, acaso sea esa una de las
maneras más dignas y bellas de pasar ese trance.
mosca.
Las de septiembre son las más impertinentes y ofensivas porque se saben las
últimas de la estirpe.
muerte.
1 Lo más terrible de la muerte es la certeza absoluta de que nunca nadie nos
contará cómo nos sobrevino, ni lo que se dijo de nosotros después. 2 La fecha más
trascendental de nuestra vida, que jamás sabremos. 3 Con qué naturalidad y
despreocupación hablamos de ella cuando no nos atañe, ni a los nuestros. 4 Ese
hueco inquietante y esa cifra desconocida en el paréntesis que póstumamente
resume una vida (1952- ). 5 “…pero más
intensa es la muerte, la alta recompensa de la vida” (J. Keats).
mujer. Sostiene
un amigo que, a una determinada edad, lo que más aprecian los hombres en las
mujeres no es ya la belleza sino la bondad.
mula.
Es terca por no dejar en mal lugar al dicho (véase terco, ca).
muletilla.
La mula, para sostener la carga; la muleta, para apoyar el cuerpo; la
muletilla, para aguantar el tejado de la conversación.
mundo. 1
El mundo hay que mirarlo cada día con ojos nuevos. Ya lo dijo el poeta John
Keats: “La costumbre corrompe toda dicha”. 2 No decir nunca: “el mundo en el
que nos ha tocado vivir”. 3 ¿Cómo quedará el mundo cuando hayan sucedido en él
todos los acontecimientos?
murera. Pequeño
montón de tierra que en sus ratos de entretenimiento levantan los ratones en
los prados o el pasto (de mur, nombre antiguo de ratón, del latín mus, muris,
de donde también musgaño, murciélago, propiamente “ratón ciego” y musaraña,
“ratón araña”).
musaraña.
1 Animalejo muy parecido al ratón. Etimológicamente, “ratón araña”, por la
creencia popular de que su mordedura es venenosa como la de la araña. 2 Nubecilla
que imaginamos en el aire o que se pone ante los ojos, muy útil para distraer
la atención.
musgaño.
Pequeño mamífero insectívoro, parecido a un ratón (véase murera).
música.
Un espino en primavera alborotado de ruiseñores al atardecer.
lunes, 8 de junio de 2020
Escenas de la vida cotidiana
De
la vida cotidiana que llevábamos antes. La vida previsible que teníamos
aprendida de memoria porque nos parecía que iba a durar siempre. La vida que
dejamos atrás no hace ni siquiera tres meses y que ahora nos parece tan lejana.
La añoramos, y nos gustaría que lo que ha
pasado fuera solo un paréntesis y que las cosas volvieran a su sitio. Que se
recuperase el guion interrumpido y las imágenes discurrieran de nuevo ante
nuestros ojos. Las imágenes de aquellas viejas escenas que, de tan comunes y
repetidas, apenas nos llamaban la atención:
El café a media mañana en compañía del
periódico, sin duda uno de los ritos distintivos de nuestra civilización.
El grupo de turistas arremolinados en torno a un guía.
La doble fila de niños
cogidos de la mano que caminan por la acera con formalidad adulta escoltados
por sus maestras.
La pareja de jóvenes
que aborda con una sonrisa a los transeúntes pidiéndoles un minuto de tiempo
para contestar a unas preguntas, y qué pocos les dan esa limosna.
Los empleados que salen
a fumar a la calle con la mirada perdida y la expresión ausente.
Los
escolares cargados de móviles y mochilas que hacen cola desganados en la
entrada de un museo.
Los jubilados que se van turnando en la
ocupación de los bancos de la plaza... Aunque aparentemente entretenidos en
inspeccionar el cielo y observar a los viandantes, lo que más les gusta es
perderse por los caminos de la memoria.
La pequeña algarabía de las entradas y salidas
de los colegios.
La animación de las palomitas en los vestíbulos
de los cines.
La sobremesa de los restaurantes.
El paseo tranquilo, no este de la desescalada,
entre imperativo y protocolario, también reglamentado, y las filigranas que
hacen algunos para esquivar y no encontrarse de frente, y el recuento de los
que llevan o no mascarillas.
(La Razón, 7 de junio de 2020)
miércoles, 3 de junio de 2020
Notas de lectura
"Aquí hay fuentes frescas, aquí, Licóride, prados blandos;
aquí está el bosque; aquí moriría contigo de pura vejez" (Virgilio, Bucólicas).
"He llegado con tanto retraso al mundo que me he
desorientado para siempre" (W. Shakespeare, Antonio y Cleopatra)
"Peligrosos son los viejos que conservan el recuerdo de
las cosas pasadas y han perdido el de las muchas veces que las cuentan" (Montaigne, Ensayos)
"La esperanza, el mejor consuelo de nuestra condición
imperfecta..." (E. Gibbon, Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano)
Felipe
II, cuando estaba en su palacio de Lisboa, echaba de menos a los ruiseñores,
“aunque algunos pocos –decía en
una carta muy sentida–, se oyen
algunas veces de una ventana mía”.
Y
su hija, que era la destinataria, le contestó así a vuelta de correo: “Tenga
cuidado, padre, de no caer en el pecado de melancolía”.
lunes, 25 de mayo de 2020
Diccionario de un leído de aldea
L
labio.
El silencio tiene labios.
labrar.
Verbo que ha dejado ya de conjugarse: ni el labrador labra la tierra, ni los
jóvenes un sólido porvenir, ni el advenedizo una buena reputación, ni los
honrados trabajadores una segura fortuna.
lagartija. La
encargada de tomar nota de la temperatura en muros, tapias, caminos, pedregales
y descampados.
lágrima.
1 Miraba con lupa sus lágrimas, por ver si eran verdaderas. 2 Con un hilo de
lágrimas se ataron sus ojos al despedirse.
laguna.
Que se hable de sus lagunas confirma que la memoria es un río.
latido.
Acompasar los del corazón a los del reloj, o viceversa.
latín.
Algunos teólogos sostienen que es la única lengua que se habla en el paraíso,
aprendida instantáneamente y de forma natural por los que allí llegan.
lectura. 1 Vicio legal del que se
puede disfrutar en público, así la definió no recuerdo ahora quién. 2 Veneno
dulce y saludable. 3 “No hay dolor en la vida que no lo puedan curar dos horas
de lectura” (Montaigne). 4 Cuentan que san
Agustín, siendo obispo de Hipona, visitó en cierta ocasión al futuro san
Ambrosio y le encontró leyendo en soledad y absoluto silencio, de lo que se
quedó muy asombrado. ¡Lo nunca visto, que alguien leyera únicamente con los
ojos y sin mover siquiera los labios! Y tanto le llamó el hecho la atención que
lo anotó en su libro más conocido, Confesiones:
"Cuando leía sus ojos se desplazaban sobre las páginas y su mente buscaba
el sentido, pero su voz y su lengua no se movían".
leer.
1 Leer, leí no sé dónde, es el único vicio solitario que, practicado en público, se convierte en
virtud (véase solitario). 2 Véase ojo.
leguleyo, ya.
Persona que se tiene por legista, esto es, letrado y perito en jurisprudencia,
y solo sabe las leyes de memoria.
leído.
1 Vale, referido al título de este libro, por amigo de los libros, única y
exclusivamente. 2 ‘Es una persona muy leída’: ¡Con qué aprecio, consideración y
respeto se pronunciaba esta frase antes en los pueblos, y particularmente en
las familias pobres y modestas en cuyas casas no había libros!
leña.
1 Con las manos, con piedras afiladas, con hachas, con sierras… Cortar la leña:
una necesidad, una labor y una tradición tan antigua como el ser humano. 2 La
leña, cuanto más verde, más negro echa el humo.
leñador.
“¿Sabéis lo que dicen los árboles cuando un leñador entra en el bosque?:
¡Mirad, el mango del hacha es de los nuestros!” (Escrito en una pared de
Belfast).
leporino.
Tiene su gracia que guardemos con las liebres ese único parecido del labio
superior hendido.
levantar.
1 No acaba de levantar el día: cuando está nublado y el sol no se hace el amo
del cielo. 2 Tarda en levantar la niebla: cuando a esta le cuesta trabajo
descoserse de los montes.
libélula.
Insecto con apariencia y modales de helicóptero que tiene por misión sobrevolar
en el buen tiempo las orillas de los arroyos y los ríos. Muy parecido, pero de
menor tamaño y apariencia filiforme, es el caballito del diablo, que tiene la
particularidad de plegar sus dos pares de alas reticulares cuando se posa, a
diferencia de la libélula, que las mantiene horizontales.
libertad. ~de expresión. ¡Libertad de expresión:
mecagüen la libertad de expresión!
libre. ¡Libre
como la burra del guarda!, para ponderar la libertad del que hace lo que le da
la gana, sin limitaciones ni ataduras.
librepensador, ra.
¡Llegar a ser libre y a pensar por uno mismo libremente!
libro.
1 Los libros, a partir, más o menos, de los doce años, habría que prohibirlos:
es la única manera de que los adolescentes se interesen por la lectura. 2
Muchos no tuvimos en casa otro libro que el misal, el devocionario de rezos y
novenas y la vida de algún santo. 3 Ningún libro ha sido escrito para ser
comentado (a pesar de lo que creen algunos especímenes del gremio profesoral).
4 ¡Un libro en el que las palabras no se estén quietas, sino que fluyan como
las aguas de un río, y que, lo mismo que estas a las hojas, así también
arrastren ellas al lector y lo lleven corriente abajo hasta la desembocadura de
la última página! 5 Los libros, que sin pedir nada a cambio, están siempre
dispuestos a rescatarnos del aburrimiento y la mediocridad.
literatura. La
mejor es la que está regada por la vida.
llorar.
Lloraba todas las noches por el día recién terminado, que no iba a volver más.
llovedizo, za.
Que ha caído inesperadamente, como una hoja.
lluvia.
1 La civilización viene con la lluvia. 2 "Amenaza lluvia", dicen. ¿A
quién? ¿Al labrador? ¿Al turista?
luciérnaga.
Adorno y centinela de la noche y los caminos, réplica terrenal de las
estrellas.
lugareño, ña.
Nos lo llaman los que creen que han dejado de serlo o se afanan por no
aparentarlo.
lumbre.
1 Los pastores hacían las lumbres en el campo para
calentarse la soledad y enseñarles los caminos de la tierra a las estrellas. 2
No hay interlocutor más paciente y comprensivo que la lumbre. 3 ¿Me das lumbre?, cuando le pedimos a alguien el mechero o las cerillas para encender el cigarrillo.
luna.
1 El pan de los poetas, y si son pobres y están enamorados –dones ambos que les
son intrínsecos-, su única ofrenda y promesa, cotidianamente reiterada. 2 Reina
de la noche, eterna peregrina, dispensadora de la humedad y del rocío, le
cantaban los poetas antiguos. 3 El niño la observaba en cuanto se asomaba por
detrás del monte, pegada a la raya oscura que cerraba por aquel lado el
horizonte; tan pegada, que parecía que estuviera allí mismo, y que, al subir,
se fuera rozando contra las peñas y los árboles más altos. Lo tenía decidido:
en cuanto se hiciera un poco mayor y no le diera miedo andar él solo de noche
por los caminos, subiría al monte, la esperaría escondido detrás de un roble y,
si era fácil despegarla del cielo y no pesaba mucho, la traería para casa
metida en un saco.
lúnula.
La media luna que asoma en la raíz de las uñas.
luz. 1
La del sol, la de la bombilla y la de la razón. 2 La del amanecer, tan tímida y
asustada que parece que no se atreve a asomarse, temerosa de lo que en el mundo
haya podido ocurrir durante la noche. 3 entre
dos luces. Las dos que se saludan al ser de día o las dos que se despiden
una de la otra al anochecer.
lunes, 18 de mayo de 2020
Vocabulario de una pandemia
No son pocas las palabras y expresiones que han
pasado a formar parte del vocabulario cotidiano desde que llegó a nosotros el
vendaval que sacude el mundo.
A las cosas, para que existan, se les ha de poner un
nombre. El de la amenaza que nos atemoriza ya lo tenía, pero plaga y peste era
ir para atrás, a la Edad Media, así que pandemia,
que hay que explicar el significado porque no es lo mismo que epidemia.
Confinamiento, otra
palabra que ha vuelto. También ella sufría lo que designa, pues raras eran las
veces que salía del diccionario. Lo que nombra parecía cosa del pasado, y apenas
nadie la usaba. Ahora define nuestro estado y circunstancia, y hasta los niños
la conocen. Había otras, encierro, o reclusión, o aislamiento, pero no sonaban
tan bien, por lo de las connotaciones que arrastran.
Otro tanto ocurre con la cuarentena, que es el aislamiento preventivo a que se somete
durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a las personas enfermas o
portadoras de una enfermedad. Aunque al adjetivo preventivo habría que añadirle
este otro, vigilado, pues concurre asimismo esta circunstancia, y se han
impuesto por ello denuncias a los infractores. Cuarentena es palabra añeja, y
acaso sea esa la razón por la que algunos la desdeñan, y quién sabe si también
por las reminiscencias bíblicas que despierta: los cuarenta días y cuarenta
noches que duró el diluvio universal, los cuarenta días que pasó Jesús en el
desierto, los cuarenta días que comprende la cuaresma...
Nadie había oído hablar del dichoso bicho, coronavirus, un nombre que no le pega
porque si bien se mira es bonito. A lo mejor para otra cosa, una medicina por
ejemplo, o una de esas averías que tienen los ordenadores, o algún invento
nuevo, pero llamarle así a un microbio tan maligno... Tampoco suena mal el
nombre de la enfermedad, la covid-19,
o el covid-19, que los dos géneros son correctos, aunque la Real Academia de la
Lengua prefiere el femenino.
No sabemos si la vida que nos aguarda cuando esto pase será
como la de antes, o si habremos de adaptarnos a esa nueva normalidad de la que hablan. Y ya de entrada sorprende la
expresión, porque la normalidad, para serlo, presupone un hábito o costumbre,
una forma de vida a la que se ajustan los quehaceres ordinarios, y cómo va
entonces a ser nueva si previamente no se ha ejercitado. Pero la realidad hay
que vestirla, y no lucen igual todas las telas.
La desescalada,
así han bautizado a la situación en que hace bien poco acabamos de entrar, que
ha sido posible, entre otras cosas, porque la
curva se está aplanando, la curva de los contagios, se entiende;
desescalada, que equivale a disminución o relajamiento, es vocablo incorporado
del inglés y no lo registra el diccionario de la Real Academia.
Y con la desescalada, la previsión del futuro, cuadriculado
en cuatro fases, regidas cada una
por una serie de normas, entre las que destacan las franjas horarias para salir a la calle.
Se mantiene, no obstante, la obligación de respetar la
distancia de seguridad. La distancia
social se le llama también, pese al equívoco de la expresión, que solía
emplearse casi siempre hasta ahora en sentido sociológico, para aludir a la
diferencia entre los distintos estamentos.
(La Razón, 17 de mayo de 2020)
miércoles, 6 de mayo de 2020
Ya ni sé qué día fue
Lo que sí sé, porque lo he recordado más de una vez estos
días, es lo que hice aquel último día, y es lo que ahora voy a contar.
A eso de las diez salí con el mejor humor del mundo a
comprar el periódico y me senté a leerlo en un banco de la plaza Molina. El
cielo estaba azul y, aunque soplaba un airecillo fresco, daba gusto estar allí.
Justo enfrente tenía a cuatro integrantes de los Testigos de Jehová que aguantaban de
pie con la mejor cara en espera de atender a algún curioso, las mesas de las dos
cafeterías que hay al lado estaban todas ocupadas y por el ascensor y las
escaleras del tren no paraba de entrar y salir gente.
Compré el pan, entré en el bar de siempre a tomar un café,
lo despaché enseguida porque solo había sitio en la barra y encima el otro
periódico que leo estaba en posesión de otro parroquiano que no tenía pinta de soltarlo
pronto, y pasé por el banco. Era mi intención hablar con la directora, pero
como no había pedido cita previa y tenía dos personas delante, me contenté con
las gestiones del cajero.
De vuelta en casa, me acababa de acomodar en el sillón con
el libro ya dispuesto cuando me recuerdan por teléfono que urge renovar las
existencias de fruta y verduras. Acudo presto a ejecutar la orden o el encargo,
compruebo que todo lo que llevaba en la lista de la cabeza está en el carro,
pago con dinero recién salido del banco, la cajera me pregunta solícita si
necesito bolsa, le doy las gracias y misión cumplida.
Por la tarde a primera hora fui a devolver un libro a la
biblioteca, y me llamó la atención que las salas de estudio estuvieran llenas:
los exámenes del segundo trimestre, pensé.
Bajé luego dando un paseo, y en la Plaza de Gala Placidia, tomada
por los niños que acababan de salir del colegio, me crucé con un escritor al
que admiro mucho, Javier Cercas. Le veo de vez en cuando por el barrio, y
siempre que eso ocurre pienso lo mismo: que ojalá le conociera personalmente y
pudiera detenerme a charlar un rato con él.
En los tilos que dan sombra y ornato a la Rambla de
Cataluña prendía el primer verdor de la primavera, y se adivinaba en el aire un
casi imperceptible aroma. También, conforme bajaba, iba creciendo el trajín de
los viandantes y el bullicio del tráfico.
Saludé al amigo con el que había quedado y entramos en una
cafetería a tomar algo. No había ninguna mesa libre y optamos por acomodarnos
en una de las que se ofrecen fuera al cobijo de unos toldos.
Pasó el tiempo en un santiamén, y, ya subiendo, en las
inmediaciones de la Diagonal, tropecé con dos antiguos compañeros de profesión y
evocamos algunos lances.
Y aún me dio tiempo, antes de llegar a casa, de llamar por
el móvil a otro amigo para acordar los últimos detalles del largo paseo que nos iba a ocupar –privilegio de los
retirados–la mañana del día siguiente. Que, ahora que me acuerdo, era la del 13
de marzo, fecha en que el Gobierno anunció el estado de alarma, de resultas del
cual se impuso el confinamiento, y hasta hoy.
(La Razón, 4 de mayo de 2020)
(La Razón, 4 de mayo de 2020)
lunes, 20 de abril de 2020
Primavera aplazada
Es primavera, dice el
calendario, y sí, el aire ha traído sus aromas y la luz dibuja con más claridad
las cosas, pero, sorprendida, se ha quedado ahí fuera, esperando a que el mundo
se recomponga.
Entró por las calles y, al
encontrarlas desiertas, se dio media vuelta y se volvió a su escondrijo, que
tiene uno en cada bosque, por si se hubiera equivocado de estación y no fuera
aún su tiempo.
Y allí está, recogida en su
casa como nosotros y en conversación consigo misma. Por lo que ha escuchado
decir a los pájaros cuando, al volver de sus correrías, se lo cuentan a los
árboles, sabe ya que nadie anda tampoco por los montes y que no se oye ni una
voz ni un paso en los caminos.
No lo han hablado entre ellos,
porque no les hace falta, pero todos han decidido hacer lo mismo: los pájaros,
que organizarán conciertos en todos los sitios públicos, y particularmente en
los parques y los patios de las escuelas que ahora están vacíos, para cuando
otra vez vuelvan a tener quien los escuche; los árboles, que tardarán el tiempo
que haga falta hasta echar los brotes más tiernos y lucir las hojas más nuevas;
los caminos, que aprovecharán para alfombrar de flores las orillas y estudiar
la manera de orientar mejor a los viajeros.
Es primavera, lo sabemos, aunque
este año la hemos recibido a lo mejor como esas margaritas tempranas que, al
oír zumbar a las primeras abejas, asomaron entre la hierba antes de tiempo y,
sorprendidas de madrugada por un aire frío intempestivo que sopló de golpe,
amanecieron con la cabeza ladeada y los pétalos mustios.
Pero igual que le ocurrió al poeta
Antonio Machado cuando vio que, "con las lluvias de abril y el sol de
mayo", le habían salido al olmo viejo y "hendido por el rayo"
algunas hojas nuevas, también nosotros esperamos "hacia la luz y hacia la
vida, / otro milagro de la primavera".
viernes, 10 de abril de 2020
A este lado de la pared
¿De qué
se puede escribir en un tiempo como el que estamos viviendo? Más aún, ¿tiene
sentido decir algo que no procure algún consuelo, que no traiga alguna ayuda o
infunda siquiera alguna esperanza? Y también, ¿a quién le va a importar lo que
uno pueda decir si no contribuye en algo a aliviar o entender o sobrellevar lo que está pasando?
Tenía
aquí medio preparados unos cuantos asuntos, que considerados ahora parecen ya
como de otra época, como si en el intervalo en que fueron esbozados y el presente
en que se revisan hubiera habido algún socavón en el devenir de la historia, o
el mundo hubiera padecido algún trastorno, o sin darnos cuenta estuviéramos
todos siendo víctimas de algún mal sueño engañoso.
Este,
por ejemplo, sobre diversos términos que se han apoderado del léxico actual
(que se habían apoderado, me he apresurado mentalmente a corregir):
reinventarse, ponerse las pilas, cambiar de chip, planes con niños, momentazo,
hoja de ruta, empoderamiento, líneas rojas, calidad de vida (ganar en), desconectar
(del mundo, del trabajo, de los problemas...), librar el partido más importante de
la vida..., con una sección aparte para esa inexplicable afición por los
diminutivos: veranito, fallito, puntito...
Y llevado por la querencia de las cosas de la lengua, un
pequeño repertorio de expresiones con la fórmula estar que: está que trina, está que se sube por las paredes, está que muerde,
está que rabia, está que bota, está que pega saltos, está que bufa, está que
echa rayos, está que no vive...
Y
otro, en pañales también, sobre construcciones con la fórmula no...ni...: no entender ni jota, no decir ni pío,
no decir ni mu, no tener ni idea, no saber ni torta, no caber ni un alfiler...
También
este, sobre el modo como aplicamos a veces
los adjetivos a sustantivos con los que, en apariencia al menos, poco tienen
que ver, y cómo de la unión de uno y otro salen expresiones bien curiosas. Por
ejemplo: círculo vicioso, punto flaco, mentira piadosa, sana alegría, ciencias
puras, de pura cepa, de rabiosa actualidad...
Y pariente del anterior, un apartado que, desatendido
desde el primer día, luce título vistoso, Expresiones
curiosas, pero tiene aún el escaparate casi vacío: presencia de ánimo,
cargarse de razón, armarse de paciencia...
La paciencia que ahora necesitamos, y el ánimo y la
razón de los que tendremos que armarnos cuando pasemos al otro lado de la pared
que ahora se nos ha puesto delante.
miércoles, 1 de abril de 2020
Diccionario de un leído de aldea
I
ideal.
Cultivar un huerto, y que los ángeles unzan la yunta y nos lo aren, como a san
Isidro, mientras uno lee a la sombra.
idealista.
“Un idealista es un hombre que, partiendo de que una rosa huele mejor que una
col, deduce que una sopa de rosas tendrá también mejor sabor”. (E. Hemingway)
ilusión. 1
En nuestro tiempo, los niños la pierden cada vez más temprano; a los jóvenes,
en cambio, apenas se les brinda esa oportunidad (no se pierde lo que no se
tiene). 2 Y las ilusiones perdidas, ¿qué habrá sido de ellas?
imagen.
Como la piedra desprendida de la cima de la montaña va al fondo del valle,
donde encuentra reposo, así también…
improperio.
Los que se lanzan como si fueran lanzas.
infancia. 1
En la infancia se es feliz por dos motivos: o porque se espera seguir siéndolo,
o porque se sueña con serlo algún día. 2 Véase paraíso.
infusa. ciencia ~. Para la teología, el
conocimiento recibido directamente de Dios; para los que no llegan tan alto,
saber no adquirido mediante el estudio. Tengan razón la primera o los segundos,
a todos nos habría gustado, en especial en la edad adolescente cuando teníamos
que vérnoslas con los libros, que hubiera bajado del cielo como el maná de los
israelitas en el desierto y se hubiera posado sobre nuestras cabezas y hubiera
entrado siquiera un rato a alumbrar un poco nuestro entendimiento.
intelectual.
1 Encargado de redimir a la clase obrera (véase clase). 2 Enemigo público de la televisión. 3 Personaje por lo
general vanidoso, petulante, egocéntrico y alejado de la realidad (la cual,
afortunadamente, suele ir siempre muy por delante de los rígidos esquemas
mentales de todo aquel que pretende interpretarla).
invento.
Alguien debería inventar una máquina que contara las palabras que uno ha dicho,
y cuántas veces cada una. O un diccionario en el que, al abrirlo, apareciera,
al lado de cada palabra, el número de veces que la hemos usado a lo largo de la
vida. Así podríamos saber no solo cuáles han sido las más empleadas, sino
también aquellas que, por las razones que sean, no hemos usado nunca. Periódicamente,
una vez al mes por ejemplo, sería conveniente hacer una especie de estadística
o recuento parcial, y repetir la misma operación al término de un año.
Tendríamos ocasión así de verificar que son muchísimas más las que sistemáticamente
relegamos que aquellas a las que, con mayor o menor asiduidad, recurrimos, y que
son miles y miles las que se pasan meses y años sin que nadie se acuerde de su
existencia. Y entonces a lo mejor, solo por compasión, nos proponemos hacer
todo lo posible por sacarlas de esa vida tan aburrida que llevan en los
diccionarios y airearlas un poco.
ironía.
Hay quien opina que a partir de los cincuenta años deja de cotizarse como un
valor moral y literario.
isla.
Nube de tierra (véase nube).
izquierda. ~de izquierdas. El que puede decir
públicamente que lo es si quiere quedar bien (véase derecha).
J
jaculatoria.
Larga y estrecha como una jaculatoria, que dijera el tío Patricio de una su
tierra de labranza que sembraba las más de las veces de trigo trechel (también
llamado marzal).
jarabe.
Los jarabes, si se revuelven, son rebajas.
jubilado, da. 1
Suena ya tan mal como cuñado o cuñada: mejor decir retirado o retirada. 2
Muchos, al adquirir esta condición, ven que se les acaba el tiempo y quieren
vivir lo no vivido hasta entonces.
juicio.
“Nadie en su sano juicio…”, decimos, pero, ¿a qué adjetivo podríamos
acudir para expresar justamente lo
contrario de sano: enfermizo, dañado, decaído…?
jurisconsulto, ta. Por
otro nombre abogado, persona que estudia, interpreta y profesa la ciencia del
derecho; jurisperito, jurisprudente.
lunes, 16 de marzo de 2020
Nuestros mayores
Los que van ya por allá arriba
con los ochenta o noventa bien cumplidos, y los que irían si aún estuvieran
aquí... Padecieron la guerra y sobrellevaron las penurias de aquellos años
cuarenta tan oscuros en silencio y con nobleza y dignidad, la misma dignidad
con que luego nos lo empezaron a contar.
Les quedaron las heridas, pero
no las exhibieron, y aunque las llevaron toda su vida en la memoria prefirieron
que el tiempo las fuera cerrando, con la esperanza de que las generaciones
siguientes no tuvieran que pasar por lo que ellos pasaron.
La tierra daba poco, y a muchos
no les quedó más remedio que renunciar a la tradición del arado para subirse
con una maleta de madera al tren del jornal asegurado en los bloques a medio
construir de la capital. Algunos hasta tuvieron que cruzar fronteras y acostumbrarse
a hablar en una lengua distinta a la que oían ateridos de nostalgia por las
noches en la radio.
Nadie les habló nunca de
derechos, solo de obligaciones, y en la escuela de la vida aprendieron mucho
antes los deberes y las responsabilidades que las libertades y reivindicaciones.
Motivos no les faltaron para exigir y reclamar, pero las circunstancias les
obligaron a conjugar otros verbos, como aguantar y conformarse y resistir.
No todos pudieron ir a la
escuela, pero se desvivieron por que sus hijos tuvieran estudios, convencidos
como estaban de que con ellos se les abrirían las puertas de un futuro mejor.
Su destino fue el trabajo. Y
como el dinero que entraba en casa llegaba lo justo, había que buscar la manera
de estirar el ahorro para atender las necesidades y pagar la letra del piso, lo
que obligaba a obrar milagros cada día en la cocina y en la cesta de la compra.
Fue así como levantaron un
país, y es la suya una lección que no deberíamos olvidar.
(La Razón, 8 de marzo de 2020)
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