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martes, 4 de agosto de 2020

Los colores del verano

Los veranos de antes del coronavirus, que estiraban el tiempo y encogían el calendario. Se preveían con antelación en todas partes y eran un paréntesis anunciado que parecía, al entrar en él, que iba a tardar mucho en cerrarse. Adonde primero llegaban era a las escuelas, y los niños los llenaban de soles amarillos los últimos días de clase y los llevaban luego en la mochila bien aprendidos para casa.
Eran veranos luminosos y libres. La gente hacía planes que indefectiblemente se cumplían. Las fechas que se anotaban en las agendas se daban por seguras e inamovibles. Vacaciones, y abolidos los horarios. Las acostumbradas consignas: adiós a la rutina, el merecido descanso, también hay que disfrutar de la vida... Viajes que te sorprenderán, países que no puedes dejar de visitar, rutas con encanto. La promesa de que uno cumplirá lo que se ha propuesto y la seguridad de que al fin tendrá tiempo para hacer lo que más le gusta. Las mañanas que se pasan sin darse cuenta, la hora de la siesta con el runrún del Tour de Francia en la televisión, el paseo cuando baja el sol, las noches que no tienen prisa y qué más da si siempre amanece a la misma hora.
No asomaba ningún peligro por el horizonte, los riesgos estaban controlados y la incertidumbre vivía tranquila en las páginas del diccionario.
El verano de este año ya sabemos un poco cómo va a ser, con la sombra del tan nombrado sobrevolando por encima. Una sombra que se cierne también, de momento al menos, sobre los que están por venir, y piensa uno, tomando como referencia las dos últimas catástrofes de la historia contemporánea, si serán azules como los de los felices veinte que siguieron a la I Guerra Mundial y la gripe española, o más bien grises como los de los años cuarenta del siglo pasado tras la II Guerra Mundial. 

  (La Razón, 27 de julio de 2020)

jueves, 30 de julio de 2020

Campamentos de verano

Parece que también este año, pese a la sombra del coronavirus, habrá campamentos de verano, y podrán los niños disfrutar una temporada del contacto con naturaleza. Que ese ha sido tradicionalmente uno de sus atractivos principales, y acaso el más valorado a la hora de elegir.
También el de más provecho para los niños, provenientes en su gran mayoría de un entorno urbano ajeno a los ciclos de la vida natural. Niños que a lo mejor no saben lo que es dormir al aire libre, ni han visto nunca de cerca una vaca o una oveja, ni son capaces de distinguir un pino de una encina.
Lo bien que les irá a estos niños acostumbrarse a andar por el monte, buscar las sombras en la hora del calor, beber agua en un arroyo, escuchar el canto de los pájaros, observar las peripecias de un insecto... Y aprender de paso algo de la vida en el campo: la importancia de mirar al cielo, el paso de las horas marcado por la luz del sol, los variados entretenimientos que la naturaleza ofrece para pasar el tiempo. Claro que no les vendría mal tampoco aprender además algo de vocabulario, los nombres de los pájaros, por ejemplo, y a distinguir siquiera algunos, los más comunes, y lo mismo los árboles, que les sonarán de haberlos visto y estudiado en los libros de la escuela, el roble o el gorrión, pero seguro que les cuesta identificarlos en la realidad.
Podrían hacerse así una idea de lo que fue la infancia campesina que conocieron y vivieron todavía en algunos casos las generaciones anteriores, la de los padres tal vez vez no, pero sí la de los abuelos, que de niños tenían muchas veces que dejar de ir a la escuela para atender las labores del campo, y que en llegando a los catorce años se vieron obligados a ponerse a trabajar y a olvidarse para siempre de los libros.

 (La Razón, 20 de julio de 2020)

martes, 14 de julio de 2020

De copas y libros


Que, aplicado a las circunstancias actuales, remite, como casi todo en estos tiempos de la nueva normalidad, a la pandemia que no cesa. Y, en concreto, a las normas dictadas para prevenirla y hacerle frente en dos ámbitos de la vida que muy poco tienen que ver entre sí: el de los locales de ocio nocturno y el de las bibliotecas (quede para otra ocasión lo de las escuelas).
A los primeros se les permitió ya abrir, con determinadas limitaciones de aforo, en la tercera fase de la desescalada; las segundas continúan cerradas al público y se limitan a ofrecer el servicio de préstamo y devolución de libros.
Puede uno entender que los locales de ocio nocturno forman parte del engranaje del turismo y, por consiguiente, de la reactivación económica, y que, en este terreno, la cultura lleva siempre las de perder. Pero si de lo que se trata es de prevenir contagios y detener la propagación del virus, es decir, si prevalecieran las razones sanitarias, la cosa cambia. Porque, tomando en consideración estas últimas razones, a nadie se le escapan las enormes diferencias entre unos y otras. La distancia de seguridad, pongamos por caso, y la obligación de llevar mascarilla, ¿dónde se guarda mejor? El riesgo de contagio, ¿dónde es más fácil, en el ruidoso movimiento de uno de esos locales o en la quietud silenciosa de una biblioteca? Que los libros, al tocarlos, pueden contagiar, dicen, y por eso hay que reservarlos vía telemática y no está permitido que el usuario acceda a las estanterías, ¿pero qué ocurre con las copas y los vasos y las mesas de una discoteca?
Por no entrar en consideraciones de otra índole, como la función social de lugar de estudio y fomento de la lectura que cumplen las bibliotecas públicas, que en 2018 últimos datos disponibles acumularon en Catalunya un total de 9.648.051 libros prestados, con 24,5 millones de visitantes.
 (La Razón, 13 de julio de 2020)

viernes, 10 de julio de 2020

En la residencia (y II)


Sola estaba fuera y sola estoy también aquí. Somos muchos, cerca de cuarenta, pero estamos solos. Y eso es lo peor de todo, la soledad. Y el no tener ilusión por lo que vaya a venir. Como si el día de mañana no existiera, ¿sabe usted? Que casi podría decir que vive una de lo que ha sido, todo el santo día dándole vueltas a la memoria. No me acuerdo ya de lo que hice ayer pero cada vez se me representan más a lo vivo las cosas del pasado, que se me ponen ahí delante como si las estuviera viendo.
La señora Antonia, contraviniendo el reglamento, está sentada en un rincón del pasillo la silla la ha traído del comedor–, de cara al ventanal que da al jardín. Llueve, y ella contempla en silencio el alboroto que se trae el aire con las hojas y sigue con detenimiento el recorrido caprichoso de alguna gota de agua en el cristal.
–¡Con lo que me gustaba a mí sentarme al lado del balcón en mi casa cuando llovía...! Por eso no me he podido resistir y he venido aquí. Hasta que se den cuenta y me manden para dentro. ¿Qué cómo me va en la residencia, me pregunta? Se lo diré... ¿Sabe usted lo que es un guardamuebles? Pues esto lo mismo, solo que de personas. O sea, un guardaviejos. Viejos que sobran y son un estorbo, como una servidora. Tres hijos crié, y aquí me tiene. Aunque no quiero decir que tengan ellos la culpa, no. Son estos tiempos de tanto cambio, y el mundo, que parece trastornado. Porque antes, ¿sabe usted?, a los viejos, como yo digo, se les cuidaba en casa, y cuanto más viejos más respeto se les tenía, y en casa esperaban tranquilamente a que les llegara la hora. Pero, claro, eran otros tiempos, y de qué nos sirve ahora lamentarnos...


 (La Razón, 5 de julio de 2020)

lunes, 6 de julio de 2020

En la residencia (I)


Es por la tarde, y en la residencia se oye solo el murmullo de la televisión y algún portazo.
No hay visitas, no se puede salir al jardín y el señor Ramón se ha pasado todo el día dando vueltas de un sitio para otro sin saber qué hacer. Antes, por la mañana, leía un rato el periódico, luego coloreaba los dibujos de unas láminas, más tarde asistía con desgana a la sesión de ejercicios corporales, después de comer echaba un poco de siesta, a continuación jugaba una partida de cartas y otra al dominó y a la hora de las visitas se apostaba lo más cerca de la entrada que podía. En vano, porque nunca tenía ninguna y acababa por irse a la sala a ver la televisión hasta la hora de cenar.
–Ya ve usted, aquí solos todo el día. Y así todos estos meses, que ya no sabe uno qué pensar. Casi cincuenta años de trabajo en la fábrica, desde que a los quince entré como aprendiz y la dejé siendo encargado, y ya ve. No es que me queje, que a otros les ha ido peor, lo sé, pero es que esto no es vida. Me atienden, sí, y me dan de comer y todo lo que usted quiera, pero estoy sujeto a todas horas, desde que me levanto hasta que me acuesto. Mismamente como un pajarín enjaulado, eso es, que le dan el agua y el alpiste pero no puede volar. Que hay que vivirlo para saber lo que es esto, un día y otro día haciendo siempre las mismas cosas. Y ahora con lo del dichoso coronavirus, encerrados que casi no nos dejan salir de la habitación. Para que luego digan algunos que hasta tengo suerte de poder estar aquí. ¡Si los de antes, mi padre por ejemplo, o mi abuelo, levantaran la cabeza y vieran dónde acabamos ahora cuando llegamos a viejos...!


    (La Razón, 29 de junio de 2020)

miércoles, 1 de julio de 2020

Primavera desatendida


Vino este año más callada que de costumbre y, encerrados como estábamos en casa, nadie salió a recibirla a los caminos. Entró de puntillas por las calles y, al verlas desiertas, se volvió a su escondrijo a consultar el calendario, por si se había equivocado de fecha. Pero nos trajo los días buenos, vistió los árboles y el campo, multiplicó los pájaros y se esforzó luego todo lo que pudo por hacernos más llevadero el largo tiempo de espera.
No la cantan ya los poetas, que son todos de sensibilidad urbana y en cuanto oyen hablar de las cosas del campo apagan el ordenador.
Tampoco la describen los niños en sus redacciones escolares, porque no es un tema que propicie una reflexión sobre valores, actitudes y normas, y mucho menos sobre estereotipos y prejuicios socioculturales, que es lo que se estila.
Pero será siempre la estación más bonita del año, porque con ella vuelve la vida al mundo natural, que es nuestro espejo.
Ayer se despidió, y nos deja el mundo un poco mejor de lo que a su llegada lo encontró, con los niños jugando otra vez en los parques, las calles llenas de gente y las fechas azules del verano asomadas a la ventana del calendario (y allá en mi tierra la flor del espino albar, la más guapa de todas porque es la más humilde y natural). 
Y en hora buena vuelvas, primavera...
Aunque, cuando eso ocurra, habrán pasado ya doce meses, y seremos un poco más viejos, y se nos habrán ido cayendo por el camino algunas hojas, quién sabe si de las amarillas que caen a su debido tiempo o de las verdes que se desprenden de las ramas cuando aún no les corresponde, pero, pase lo que pase, te estaremos esperando con renovadas ilusiones y pondremos en tu llegada las mismas esperanzas que ponen los pájaros y los árboles y las fuentes.
    (La Razón, 22 de junio de 2020)

martes, 23 de junio de 2020

Como un sueño


Tanto lo había deseado que le parecía imposible que algún día fuera a suceder. Andar por los caminos, perderse en el monte. Lo que antes era la rutina del fin de semana convertido ahora en todo un acontecimiento. Tres meses como tres siglos esperando que llegara. Una brecha en el tiempo que no terminaba de cicatrizar.
Salir a la carretera. Las molestias del tráfico, que han dejado de serlo. El coche como un aliado. Le salvaguarda y le lleva. Para qué correr, no hay prisa por llegar si el viaje se hace en libertad. Ahí está el espectáculo siempre nuevo y cambiante del paisaje. Solo cuando se pierde una cosa se aprende a valorarla. En los conductores que le adelantan advierte un gesto de complicidad.
Le recibió, al bajar del coche, una de esas tardes del mes de junio que son sin duda una de las mayores maravillas del mundo natural.
Los primeros pasos, como un niño que estrenara unos zapatos nuevos. Y le vienen al recuerdo los primeros días, cuando desde el balcón veía a los que caminaban encogidos por la calle, mirando al suelo, como temerosos de estar infringiendo alguna norma y que alguien les pudiera llamar la atención. Y la primera vez que se atrevió a salir, con una bufanda por escudo, zigzagueando de la acera a la calzada.
El silencio del camino que regala el milagro de la calma. El aire hablando en voz baja con las hojas nuevas de los árboles. Los olores que la lluvia, tan aplicada esta primavera, le ha sacado al monte.
Pero ningún regalo comparable al de la libertad.
Los pájaros, que cantan por estar vivos, qué mejor motivo, y una lección que podríamos aprender. En una encrucijada se desvió de la ruta. Le costó abrirse paso por entre la maleza hasta llegar al alto.
Se tumbó sobre la hierba y, mirando al cielo, se entretuvo durante un rato en ponerles nombres a las nubes como hacía cuando era niño: ¡una isla, una cordillera, una torre, un rebaño...! Y por unos momentos, al despertar, le pareció que el coronavirus ya no estaba allí.
    (La Razón, 15 de junio de 2020)




lunes, 15 de junio de 2020

Diccionario de un leído de aldea


M
madera. Está hecha de una materia natural y es buena, confiada, noble y sin doblez.
maleta. Había antes maletas que, de tanto viajar en tren, se equivocaban de estación. (Las de hoy optan más bien por perderse en los aeropuertos.)
mandarina. Mondarina, decía mi madre, corrigiendo con gracia y tino la forma de la palabra de acuerdo con el fruto al que designa, tan fácil de mondar.
mano. 1 Dudaba entre poner la mano en el fuego o agarrarse a un clavo ardiendo. 2 Es la palabra a la que más espacio y atención dedica el diccionario. Y nada tiene de extraño: se valen también de ella los animales (muy en particular el elefante, al que le sirve de trompa) y puede encontrarse a cualquiera de los dos lados del que habla o trata de orientarse, en el mazo del mortero, en las paredes recién pintadas (una sola o más de una), en los juegos de azar… La mano es capaz de hacerse pasar por habilidad y tacto (con los niños, por ejemplo), por influencia y poder (verbigracia en una empresa), teniendo en esto ventaja la izquierda, particularmente si se trata de resolver con astucia situaciones difíciles. Ser la mano derecha de alguien reporta quizá más beneficios que ser mano de obra, y tenerla de santo para encontrar remedios eficaces cuando haya necesidad es aún mejor que tenerla, habitual y simplemente, buena. Varía mucho según sea el calificativo que se le aplique: mano blanda, mano diestra, mano dura, mano larga, mala mano, de primera o de segunda mano… Del mismo modo es diferente si se va por ahí con ellas cruzadas, vacías, llenas, con una en el corazón o una sobre la otra, con una delante y otra detrás o con las dos en la cabeza. Si dejar a alguien de la mano no está bien, peor es encontrarle luego dejado de la de Dios, y acaso sea preferible que algo se nos vaya de las manos a que se lo quitemos a otro de las suyas. Y si nunca está bien que dos lleguen o vengan a las manos, más reprobable es untárselas a un tercero con ánimo de obtener secretos beneficios; y si se ve uno obligado a lavárselas, que sea en verdad porque no ve claro el asunto, no vaya a suceder que, por desentenderse y no querer saber nada, se las aten por la fuerza al inocente.           
mañana. Esta de marzo, azul y, de tan clara, sin esquinas.
mapa. Por donde viajan los niños (y los pobres).
mar. Ver el mar fue durante toda su vida el sueño de mis abuelos, pero se murieron, como tantos otros campesinos de su misma edad y condición, sin verlo cumplido. Y eso que lo tenían en Ribadesella a 140 kilómetros por carretera.
marear. Todavía hay personas que se resisten a viajar en automóvil porque tienen miedo a marearse.
margarita. Algunas margaritas silvestres se habían asomado entre la hierba para ver si llegaba ya la primavera. Anoche bajó la helada y han amanecido hoy las pobres con la cabecilla ladeada, el tallo tembloroso, diminutas, vueltos sus pétalos abrasados al suelo, avergonzadas de su temprana temeridad. 
mariposa. Cuenta las sílabas de un verso y se posa en una flor, y así se pasa todo el día, haciendo rimas.
máscara. La cáscara con que se cubren algunas personas (véase cáscara).
médico. Hasta hace un par de siglos, matasanos.
memoria.  1 El río de la vida. 2 Las veredas de la memoria son amarillas, el color del tiempo viejo y olvidado. 3 La memoria, que es olvidadiza y en ocasiones traicionera, porque no siempre está atenta y con demasiada frecuencia se distrae…: por eso omite y descuida muchas más cosas de las que recuerda. 4 “Si la memoria no me engaña…”: curiosa manera de quitarse la responsabilidad de encima y echarle la culpa a otro. 5 ¡La memoria, que tantas ilusiones inventa con el fin de consolarnos! 6 "Déjame en paz, memoria; no me cuentes mi vida" (Miguel d'Ors, La imagen de su cara)
meñique. En el dedo meñique guardan las manos por la noche todas las caricias que no han regalado durante el día (véase caricia).
mercado. Sócrates, en la puerta del mercado de Atenas: “¡Cuántas cosas hay aquí que yo no necesito”, y se marchó.
metáfora. Un ejemplo: el burro de un pastor atado a la puerta de una cantina.
metamorfosis. No cambian las montañas, pero sí los ojos que las admiran; es el mismo cielo, pero no el cristal con que se observa; andamos los mismos caminos, pero son otros los pasos que nos guían.
microrrelato. Suspiro de relato. Se me han ocurrido así de pronto estos dos, Luna robada y El primer recuerdo. El primero es una variante de la entrada 2 de luna (véase): Este era un niño que una tarde subió a la montaña más alta y esperó allí a que saliera la luna. Y cuando llegó donde él estaba, la cogió y la guardó en la mochila. A ver qué decían ahora en casa cuando les pidiera algo, pensó. El segundo, como reza el título, podría ser mi primer recuerdo: Recordaré siempre las primeras palabras que dije nada más nacer: –¡Qué frío! ¡Con lo bien que se estaba ahí dentro!
miedo. 1 El de la gota de lluvia que se agarra desvalida con todas sus fuerzas a la rama. 2 El del hilo cuando se resiste a pasar por el ojo de la aguja.
miel. La luz de color miel de las tardes de otoño.
milagro. Solo los que han sufrido una desgracia creen, y por poco tiempo la mayoría de las veces, en los milagros.
minuto. Las horas pasan, los minutos marchan en fila india, los segundos huyen a la desbandada.
mirada. Esas que por discreción desviamos cuando a medio camino se encuentran con los ojos de la persona a quien iban dirigidas, ¿adónde van, y quién las apaga del todo?
misterio. 1 Por ejemplo: ¿quién descubrió el mar? Otro: ¿de qué color es el cristal con que mira Dios las cosas? Y uno más: ¿quién mató a Caín? 2 La ciencia y la razón son sus enemigas, y amenazan con enterrarle.
modestia. Es tan modesta que nadie repara en ella, ni se acuerda de practicarla.
mojigato, ta. La palabra en sí es simpática, y muy curiosa etimológicamente por cuanto es fruto de la unión de mojo y gato, dos formas distintas de nombrar al mismo animal. Se aplica a las personas de naturaleza en apariencia humilde y mansa, pero en realidad astuta y traicionera, y no pareciendo bastante con mencionar el nombre del felino una sola vez se optó por repetirlo, para que no hubiera dudas al respecto y quedara bien claro el significado.  
montaña. Los huesos de la tierra.   
monte. El sol no se fía de los que andan por los montes y por eso de vez en cuando aparta las hojas de los árboles con el dedo.
moño. Límite o línea roja, como se dice ahora de la indignación.
moquero. Pañuelo para limpiarse los mocos.
morcilla. Para buena, la reventona.
morir. Morir durante un paseo solitario bajo la nieve, acaso sea esa una de las maneras más dignas y bellas de pasar ese trance.
mosca. Las de septiembre son las más impertinentes y ofensivas porque se saben las últimas de la estirpe.
muerte. 1 Lo más terrible de la muerte es la certeza absoluta de que nunca nadie nos contará cómo nos sobrevino, ni lo que se dijo de nosotros después. 2 La fecha más trascendental de nuestra vida, que jamás sabremos. 3 Con qué naturalidad y despreocupación hablamos de ella cuando no nos atañe, ni a los nuestros. 4 Ese hueco inquietante y esa cifra desconocida en el paréntesis que póstumamente resume una vida (1952-   ). 5 “…pero más intensa es la muerte, la alta recompensa de la vida” (J. Keats).
mujer. Sostiene un amigo que, a una determinada edad, lo que más aprecian los hombres en las mujeres no es ya la belleza sino la bondad.
mula. Es terca por no dejar en mal lugar al dicho (véase terco, ca).
muletilla. La mula, para sostener la carga; la muleta, para apoyar el cuerpo; la muletilla, para aguantar el tejado de la conversación.  
mundo. 1 El mundo hay que mirarlo cada día con ojos nuevos. Ya lo dijo el poeta John Keats: “La costumbre corrompe toda dicha”. 2 No decir nunca: “el mundo en el que nos ha tocado vivir”. 3 ¿Cómo quedará el mundo cuando hayan sucedido en él todos los acontecimientos?
murera. Pequeño montón de tierra que en sus ratos de entretenimiento levantan los ratones en los prados o el pasto (de mur, nombre antiguo de ratón, del latín mus, muris, de donde también musgaño, murciélago, propiamente “ratón ciego” y musaraña, “ratón araña”).
musaraña. 1 Animalejo muy parecido al ratón. Etimológicamente, “ratón araña”, por la creencia popular de que su mordedura es venenosa como la de la araña. 2 Nubecilla que imaginamos en el aire o que se pone ante los ojos, muy útil para distraer la atención.
musgaño. Pequeño mamífero insectívoro, parecido a un ratón (véase murera).
música. Un espino en primavera alborotado de ruiseñores al atardecer. 


lunes, 8 de junio de 2020

Escenas de la vida cotidiana


De la vida cotidiana que llevábamos antes. La vida previsible que teníamos aprendida de memoria porque nos parecía que iba a durar siempre. La vida que dejamos atrás no hace ni siquiera tres meses y que ahora nos parece tan lejana.
La añoramos, y nos gustaría que lo que ha pasado fuera solo un paréntesis y que las cosas volvieran a su sitio. Que se recuperase el guion interrumpido y las imágenes discurrieran de nuevo ante nuestros ojos. Las imágenes de aquellas viejas escenas que, de tan comunes y repetidas, apenas nos llamaban la atención:
El café a media mañana en compañía del periódico, sin duda uno de los ritos distintivos de nuestra civilización.
El grupo de turistas arremolinados en torno a un guía.
La doble fila de niños cogidos de la mano que caminan por la acera con formalidad adulta escoltados por sus maestras.
La pareja de jóvenes que aborda con una sonrisa a los transeúntes pidiéndoles un minuto de tiempo para contestar a unas preguntas, y qué pocos les dan esa limosna.
Los empleados que salen a fumar a la calle con la mirada perdida y la expresión ausente.
Los escolares cargados de móviles y mochilas que hacen cola desganados en la entrada de un museo.
Los jubilados que se van turnando en la ocupación de los bancos de la plaza... Aunque aparentemente entretenidos en inspeccionar el cielo y observar a los viandantes, lo que más les gusta es perderse por los caminos de la memoria.
La pequeña algarabía de las entradas y salidas de los colegios.
La animación de las palomitas en los vestíbulos de los cines.
La sobremesa de los restaurantes.
El paseo tranquilo, no este de la desescalada, entre imperativo y protocolario, también reglamentado, y las filigranas que hacen algunos para esquivar y no encontrarse de frente, y el recuento de los que llevan o no mascarillas.

      (La Razón, 7 de junio de 2020)

miércoles, 3 de junio de 2020

Notas de lectura


"Aquí hay fuentes frescas, aquí, Licóride, prados blandos; aquí está el bosque; aquí moriría contigo de pura vejez" (Virgilio, Bucólicas).

"He llegado con tanto retraso al mundo que me he desorientado para siempre" (W. Shakespeare, Antonio y Cleopatra)

"Peligrosos son los viejos que conservan el recuerdo de las cosas pasadas y han perdido el de las muchas veces que las cuentan" (Montaigne, Ensayos)

"La esperanza, el mejor consuelo de nuestra condición imperfecta..." (E. Gibbon, Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano)

"La melancolía es la felicidad de estar triste"  (Victor Hugo)

Felipe II, cuando estaba en su palacio de Lisboa, echaba de menos a los ruiseñores, “aunque algunos pocos decía en una carta muy sentida, se oyen algunas veces de una ventana mía”.
Y su hija, que era la destinataria, le contestó así a vuelta de correo: “Tenga cuidado, padre, de no caer en el pecado de melancolía”.

lunes, 25 de mayo de 2020

Diccionario de un leído de aldea


L
labio. El silencio tiene labios.
labrar. Verbo que ha dejado ya de conjugarse: ni el labrador labra la tierra, ni los jóvenes un sólido porvenir, ni el advenedizo una buena reputación, ni los honrados trabajadores una segura fortuna.
lagartija. La encargada de tomar nota de la temperatura en muros, tapias, caminos, pedregales y descampados.
lágrima. 1 Miraba con lupa sus lágrimas, por ver si eran verdaderas. 2 Con un hilo de lágrimas se ataron sus ojos al despedirse.
laguna. Que se hable de sus lagunas confirma que la memoria es un río.
latido. Acompasar los del corazón a los del reloj, o viceversa.
latín. Algunos teólogos sostienen que es la única lengua que se habla en el paraíso, aprendida instantáneamente y de forma natural por los que allí llegan.
lectura. 1 Vicio legal del que se puede disfrutar en público, así la definió no recuerdo ahora quién. 2 Veneno dulce y saludable. 3 “No hay dolor en la vida que no lo puedan curar dos horas de lectura” (Montaigne). 4 Cuentan que san Agustín, siendo obispo de Hipona, visitó en cierta ocasión al futuro san Ambrosio y le encontró leyendo en soledad y absoluto silencio, de lo que se quedó muy asombrado. ¡Lo nunca visto, que alguien leyera únicamente con los ojos y sin mover siquiera los labios! Y tanto le llamó el hecho la atención que lo anotó en su libro más conocido, Confesiones: "Cuando leía sus ojos se desplazaban sobre las páginas y su mente buscaba el sentido, pero su voz y su lengua no se movían".
leer. 1 Leer, leí no sé dónde, es el único vicio solitario que, practicado en público, se convierte en virtud (véase solitario). 2 Véase ojo.
leguleyo, ya. Persona que se tiene por legista, esto es, letrado y perito en jurisprudencia, y solo sabe las leyes de memoria.
leído. 1 Vale, referido al título de este libro, por amigo de los libros, única y exclusivamente. 2 ‘Es una persona muy leída’: ¡Con qué aprecio, consideración y respeto se pronunciaba esta frase antes en los pueblos, y particularmente en las familias pobres y modestas en cuyas casas no había libros! 
leña. 1 Con las manos, con piedras afiladas, con hachas, con sierras… Cortar la leña: una necesidad, una labor y una tradición tan antigua como el ser humano. 2 La leña, cuanto más verde, más negro echa el humo.
leñador. “¿Sabéis lo que dicen los árboles cuando un leñador entra en el bosque?: ¡Mirad, el mango del hacha es de los nuestros!” (Escrito en una pared de Belfast).
leporino. Tiene su gracia que guardemos con las liebres ese único parecido del labio superior hendido.
levantar. 1 No acaba de levantar el día: cuando está nublado y el sol no se hace el amo del cielo. 2 Tarda en levantar la niebla: cuando a esta le cuesta trabajo descoserse de los montes.
libélula. Insecto con apariencia y modales de helicóptero que tiene por misión sobrevolar en el buen tiempo las orillas de los arroyos y los ríos. Muy parecido, pero de menor tamaño y apariencia filiforme, es el caballito del diablo, que tiene la particularidad de plegar sus dos pares de alas reticulares cuando se posa, a diferencia de la libélula, que las mantiene horizontales.
libertad. ~de expresión. ¡Libertad de expresión: mecagüen la libertad de expresión!
libre. ¡Libre como la burra del guarda!, para ponderar la libertad del que hace lo que le da la gana, sin limitaciones ni ataduras.
librepensador, ra. ¡Llegar a ser libre y a pensar por uno mismo libremente!
libro. 1 Los libros, a partir, más o menos, de los doce años, habría que prohibirlos: es la única manera de que los adolescentes se interesen por la lectura. 2 Muchos no tuvimos en casa otro libro que el misal, el devocionario de rezos y novenas y la vida de algún santo. 3 Ningún libro ha sido escrito para ser comentado (a pesar de lo que creen algunos especímenes del gremio profesoral). 4 ¡Un libro en el que las palabras no se estén quietas, sino que fluyan como las aguas de un río, y que, lo mismo que estas a las hojas, así también arrastren ellas al lector y lo lleven corriente abajo hasta la desembocadura de la última página! 5 Los libros, que sin pedir nada a cambio, están siempre dispuestos a rescatarnos del aburrimiento y la mediocridad.
literatura. La mejor es la que está regada por la vida.
llorar. Lloraba todas las noches por el día recién terminado, que no iba a volver más.
llovedizo, za. Que ha caído inesperadamente, como una hoja.
lluvia. 1 La civilización viene con la lluvia. 2 "Amenaza lluvia", dicen. ¿A quién? ¿Al labrador? ¿Al turista?
luciérnaga. Adorno y centinela de la noche y los caminos, réplica terrenal de las estrellas.
lugareño, ña. Nos lo llaman los que creen que han dejado de serlo o se afanan por no aparentarlo.
lumbre. 1 Los pastores hacían las lumbres en el campo para calentarse la soledad y enseñarles los caminos de la tierra a las estrellas. 2 No hay interlocutor más paciente y comprensivo que la lumbre. 3 ¿Me das lumbre?, cuando le pedimos a alguien el mechero o las cerillas para encender el cigarrillo.
luna. 1 El pan de los poetas, y si son pobres y están enamorados –dones ambos que les son intrínsecos-, su única ofrenda y promesa, cotidianamente reiterada. 2 Reina de la noche, eterna peregrina, dispensadora de la humedad y del rocío, le cantaban los poetas antiguos. 3 El niño la observaba en cuanto se asomaba por detrás del monte, pegada a la raya oscura que cerraba por aquel lado el horizonte; tan pegada, que parecía que estuviera allí mismo, y que, al subir, se fuera rozando contra las peñas y los árboles más altos. Lo tenía decidido: en cuanto se hiciera un poco mayor y no le diera miedo andar él solo de noche por los caminos, subiría al monte, la esperaría escondido detrás de un roble y, si era fácil despegarla del cielo y no pesaba mucho, la traería para casa metida en un saco.  
lúnula. La media luna que asoma en la raíz de las uñas.
luz. 1 La del sol, la de la bombilla y la de la razón. 2 La del amanecer, tan tímida y asustada que parece que no se atreve a asomarse, temerosa de lo que en el mundo haya podido ocurrir durante la noche. 3 entre dos luces. Las dos que se saludan al ser de día o las dos que se despiden una de la otra al anochecer.


lunes, 18 de mayo de 2020

Vocabulario de una pandemia


No son pocas las palabras y expresiones que han pasado a formar parte del vocabulario cotidiano desde que llegó a nosotros el vendaval que sacude el mundo.
A las cosas, para que existan, se les ha de poner un nombre. El de la amenaza que nos atemoriza ya lo tenía, pero plaga y peste era ir para atrás, a la Edad Media, así que pandemia, que hay que explicar el significado porque no es lo mismo que epidemia.
Confinamiento, otra palabra que ha vuelto. También ella sufría lo que designa, pues raras eran las veces que salía del diccionario. Lo que nombra parecía cosa del pasado, y apenas nadie la usaba. Ahora define nuestro estado y circunstancia, y hasta los niños la conocen. Había otras, encierro, o reclusión, o aislamiento, pero no sonaban tan bien, por lo de las connotaciones que arrastran.
Otro tanto ocurre con la cuarentena, que es el aislamiento preventivo a que se somete durante un período de tiempo, por razones sanitarias, a las personas enfermas o portadoras de una enfermedad. Aunque al adjetivo preventivo habría que añadirle este otro, vigilado, pues concurre asimismo esta circunstancia, y se han impuesto por ello denuncias a los infractores. Cuarentena es palabra añeja, y acaso sea esa la razón por la que algunos la desdeñan, y quién sabe si también por las reminiscencias bíblicas que despierta: los cuarenta días y cuarenta noches que duró el diluvio universal, los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, los cuarenta días que comprende la cuaresma...
Nadie había oído hablar del dichoso bicho, coronavirus, un nombre que no le pega porque si bien se mira es bonito. A lo mejor para otra cosa, una medicina por ejemplo, o una de esas averías que tienen los ordenadores, o algún invento nuevo, pero llamarle así a un microbio tan maligno... Tampoco suena mal el nombre de la enfermedad, la covid-19, o el covid-19, que los dos géneros son correctos, aunque la Real Academia de la Lengua prefiere el femenino.
No sabemos si la vida que nos aguarda cuando esto pase será como la de antes, o si habremos de adaptarnos a esa nueva normalidad de la que hablan. Y ya de entrada sorprende la expresión, porque la normalidad, para serlo, presupone un hábito o costumbre, una forma de vida a la que se ajustan los quehaceres ordinarios, y cómo va entonces a ser nueva si previamente no se ha ejercitado. Pero la realidad hay que vestirla, y no lucen igual todas las telas.
La desescalada, así han bautizado a la situación en que hace bien poco acabamos de entrar, que ha sido posible, entre otras cosas, porque la curva se está aplanando, la curva de los contagios, se entiende; desescalada, que equivale a disminución o relajamiento, es vocablo incorporado del inglés y no lo registra el diccionario de la Real Academia.
Y con la desescalada, la previsión del futuro, cuadriculado en cuatro fases, regidas cada una por una serie de normas, entre las que destacan las franjas horarias para salir a la calle.
Se mantiene, no obstante, la obligación de respetar la distancia de seguridad. La distancia social se le llama también, pese al equívoco de la expresión, que solía emplearse casi siempre hasta ahora en sentido sociológico, para aludir a la diferencia entre los distintos estamentos.

     (La Razón, 17 de mayo de 2020)

miércoles, 6 de mayo de 2020

Ya ni sé qué día fue


Lo que sí sé, porque lo he recordado más de una vez estos días, es lo que hice aquel último día, y es lo que ahora voy a contar.
A eso de las diez salí con el mejor humor del mundo a comprar el periódico y me senté a leerlo en un banco de la plaza Molina. El cielo estaba azul y, aunque soplaba un airecillo fresco, daba gusto estar allí. Justo enfrente tenía a cuatro integrantes de los Testigos de Jehová que aguantaban de pie con la mejor cara en espera de atender a algún curioso, las mesas de las dos cafeterías que hay al lado estaban todas ocupadas y por el ascensor y las escaleras del tren no paraba de entrar y salir gente.
Compré el pan, entré en el bar de siempre a tomar un café, lo despaché enseguida porque solo había sitio en la barra y encima el otro periódico que leo estaba en posesión de otro parroquiano que no tenía pinta de soltarlo pronto, y pasé por el banco. Era mi intención hablar con la directora, pero como no había pedido cita previa y tenía dos personas delante, me contenté con las gestiones del cajero.
De vuelta en casa, me acababa de acomodar en el sillón con el libro ya dispuesto cuando me recuerdan por teléfono que urge renovar las existencias de fruta y verduras. Acudo presto a ejecutar la orden o el encargo, compruebo que todo lo que llevaba en la lista de la cabeza está en el carro, pago con dinero recién salido del banco, la cajera me pregunta solícita si necesito bolsa, le doy las gracias y misión cumplida.
Por la tarde a primera hora fui a devolver un libro a la biblioteca, y me llamó la atención que las salas de estudio estuvieran llenas: los exámenes del segundo trimestre, pensé.
Bajé luego dando un paseo, y en la Plaza de Gala Placidia, tomada por los niños que acababan de salir del colegio, me crucé con un escritor al que admiro mucho, Javier Cercas. Le veo de vez en cuando por el barrio, y siempre que eso ocurre pienso lo mismo: que ojalá le conociera personalmente y pudiera detenerme a charlar un rato con él.
En los tilos que dan sombra y ornato a la Rambla de Cataluña prendía el primer verdor de la primavera, y se adivinaba en el aire un casi imperceptible aroma. También, conforme bajaba, iba creciendo el trajín de los viandantes y el bullicio del tráfico.
Saludé al amigo con el que había quedado y entramos en una cafetería a tomar algo. No había ninguna mesa libre y optamos por acomodarnos en una de las que se ofrecen fuera al cobijo de unos toldos.
Pasó el tiempo en un santiamén, y, ya subiendo, en las inmediaciones de la Diagonal, tropecé con dos antiguos compañeros de profesión y evocamos algunos lances.
Y aún me dio tiempo, antes de llegar a casa, de llamar por el móvil a otro amigo para acordar los últimos detalles del largo paseo que nos iba a ocupar –privilegio de los retirados–la mañana del día siguiente. Que, ahora que me acuerdo, era la del 13 de marzo, fecha en que el Gobierno anunció el estado de alarma, de resultas del cual se impuso el confinamiento, y hasta hoy.

  (La Razón, 4 de mayo de 2020)

lunes, 20 de abril de 2020

Primavera aplazada


Es primavera, dice el calendario, y sí, el aire ha traído sus aromas y la luz dibuja con más claridad las cosas, pero, sorprendida, se ha quedado ahí fuera, esperando a que el mundo se recomponga.
Entró por las calles y, al encontrarlas desiertas, se dio media vuelta y se volvió a su escondrijo, que tiene uno en cada bosque, por si se hubiera equivocado de estación y no fuera aún su tiempo.
Y allí está, recogida en su casa como nosotros y en conversación consigo misma. Por lo que ha escuchado decir a los pájaros cuando, al volver de sus correrías, se lo cuentan a los árboles, sabe ya que nadie anda tampoco por los montes y que no se oye ni una voz ni un paso en los caminos.
No lo han hablado entre ellos, porque no les hace falta, pero todos han decidido hacer lo mismo: los pájaros, que organizarán conciertos en todos los sitios públicos, y particularmente en los parques y los patios de las escuelas que ahora están vacíos, para cuando otra vez vuelvan a tener quien los escuche; los árboles, que tardarán el tiempo que haga falta hasta echar los brotes más tiernos y lucir las hojas más nuevas; los caminos, que aprovecharán para alfombrar de flores las orillas y estudiar la manera de orientar mejor a los viajeros.
Es primavera, lo sabemos, aunque este año la hemos recibido a lo mejor como esas margaritas tempranas que, al oír zumbar a las primeras abejas, asomaron entre la hierba antes de tiempo y, sorprendidas de madrugada por un aire frío intempestivo que sopló de golpe, amanecieron con la cabeza ladeada y los pétalos mustios.
Pero igual que le ocurrió al poeta Antonio Machado cuando vio que, "con las lluvias de abril y el sol de mayo", le habían salido al olmo viejo y "hendido por el rayo" algunas hojas nuevas, también nosotros esperamos "hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera".

viernes, 10 de abril de 2020

A este lado de la pared


¿De qué se puede escribir en un tiempo como el que estamos viviendo? Más aún, ¿tiene sentido decir algo que no procure algún consuelo, que no traiga alguna ayuda o infunda siquiera alguna esperanza? Y también, ¿a quién le va a importar lo que uno pueda decir si no contribuye en algo a aliviar o entender o sobrellevar lo que está pasando?
Tenía aquí medio preparados unos cuantos asuntos, que considerados ahora parecen ya como de otra época, como si en el intervalo en que fueron esbozados y el presente en que se revisan hubiera habido algún socavón en el devenir de la historia, o el mundo hubiera padecido algún trastorno, o sin darnos cuenta estuviéramos todos siendo víctimas de algún mal sueño engañoso.
Este, por ejemplo, sobre diversos términos que se han apoderado del léxico actual (que se habían apoderado, me he apresurado mentalmente a corregir): reinventarse, ponerse las pilas, cambiar de chip, planes con niños, momentazo, hoja de ruta, empoderamiento, líneas rojas, calidad de vida (ganar en), desconectar (del mundo, del trabajo, de los problemas...), librar el partido más importante de la vida..., con una sección aparte para esa inexplicable afición por los diminutivos: veranito, fallito, puntito...
Y llevado por la querencia de las cosas de la lengua, un pequeño repertorio de expresiones con la fórmula estar que: está que trina, está que se sube por las paredes, está que muerde, está que rabia, está que bota, está que pega saltos, está que bufa, está que echa rayos, está que no vive...
Y otro, en pañales también, sobre construcciones con la fórmula no...ni...: no entender ni jota, no decir ni pío, no decir ni mu, no tener ni idea, no saber ni torta, no caber ni un alfiler...
También este, sobre el modo como aplicamos a veces los adjetivos a sustantivos con los que, en apariencia al menos, poco tienen que ver, y cómo de la unión de uno y otro salen expresiones bien curiosas. Por ejemplo: círculo vicioso, punto flaco, mentira piadosa, sana alegría, ciencias puras, de pura cepa, de rabiosa actualidad...
Y pariente del anterior, un apartado que, desatendido desde el primer día, luce título vistoso, Expresiones curiosas, pero tiene aún el escaparate casi vacío: presencia de ánimo, cargarse de razón, armarse de paciencia...
La paciencia que ahora necesitamos, y el ánimo y la razón de los que tendremos que armarnos cuando pasemos al otro lado de la pared que ahora se nos ha puesto delante.


miércoles, 1 de abril de 2020

Diccionario de un leído de aldea


I
ideal. Cultivar un huerto, y que los ángeles unzan la yunta y nos lo aren, como a san Isidro, mientras uno lee a la sombra.
idealista. “Un idealista es un hombre que, partiendo de que una rosa huele mejor que una col, deduce que una sopa de rosas tendrá también mejor sabor”. (E. Hemingway)
ilusión. 1 En nuestro tiempo, los niños la pierden cada vez más temprano; a los jóvenes, en cambio, apenas se les brinda esa oportunidad (no se pierde lo que no se tiene). 2 Y las ilusiones perdidas, ¿qué habrá sido de ellas?
imagen. Como la piedra desprendida de la cima de la montaña va al fondo del valle, donde encuentra reposo, así también…
improperio. Los que se lanzan como si fueran lanzas.
infancia. 1 En la infancia se es feliz por dos motivos: o porque se espera seguir siéndolo, o porque se sueña con serlo algún día. 2 Véase paraíso.
infusa. ciencia ~. Para la teología, el conocimiento recibido directamente de Dios; para los que no llegan tan alto, saber no adquirido mediante el estudio. Tengan razón la primera o los segundos, a todos nos habría gustado, en especial en la edad adolescente cuando teníamos que vérnoslas con los libros, que hubiera bajado del cielo como el maná de los israelitas en el desierto y se hubiera posado sobre nuestras cabezas y hubiera entrado siquiera un rato a alumbrar un poco nuestro entendimiento. 
intelectual. 1 Encargado de redimir a la clase obrera (véase clase). 2 Enemigo público de la televisión. 3 Personaje por lo general vanidoso, petulante, egocéntrico y alejado de la realidad (la cual, afortunadamente, suele ir siempre muy por delante de los rígidos esquemas mentales de todo aquel que pretende interpretarla).
invento. Alguien debería inventar una máquina que contara las palabras que uno ha dicho, y cuántas veces cada una. O un diccionario en el que, al abrirlo, apareciera, al lado de cada palabra, el número de veces que la hemos usado a lo largo de la vida. Así podríamos saber no solo cuáles han sido las más empleadas, sino también aquellas que, por las razones que sean, no hemos usado nunca. Periódicamente, una vez al mes por ejemplo, sería conveniente hacer una especie de estadística o recuento parcial, y repetir la misma operación al término de un año. Tendríamos ocasión así de verificar que son muchísimas más las que sistemáticamente relegamos que aquellas a las que, con mayor o menor asiduidad, recurrimos, y que son miles y miles las que se pasan meses y años sin que nadie se acuerde de su existencia. Y entonces a lo mejor, solo por compasión, nos proponemos hacer todo lo posible por sacarlas de esa vida tan aburrida que llevan en los diccionarios y airearlas un poco.    
ironía. Hay quien opina que a partir de los cincuenta años deja de cotizarse como un valor moral y literario.
isla. Nube de tierra (véase nube).
izquierda. ~de izquierdas. El que puede decir públicamente que lo es si quiere quedar bien (véase derecha).

J
jaculatoria. Larga y estrecha como una jaculatoria, que dijera el tío Patricio de una su tierra de labranza que sembraba las más de las veces de trigo trechel (también llamado marzal).
jarabe. Los jarabes, si se revuelven, son rebajas.
jubilado, da. 1 Suena ya tan mal como cuñado o cuñada: mejor decir retirado o retirada. 2 Muchos, al adquirir esta condición, ven que se les acaba el tiempo y quieren vivir lo no vivido hasta entonces.
juicio. “Nadie en su sano juicio…”, decimos, pero, ¿a qué adjetivo podríamos acudir  para expresar justamente lo contrario de sano: enfermizo, dañado, decaído…? 
jurisconsulto, ta. Por otro nombre abogado, persona que estudia, interpreta y profesa la ciencia del derecho; jurisperito, jurisprudente.

lunes, 16 de marzo de 2020

Nuestros mayores


Los que van ya por allá arriba con los ochenta o noventa bien cumplidos, y los que irían si aún estuvieran aquí... Padecieron la guerra y sobrellevaron las penurias de aquellos años cuarenta tan oscuros en silencio y con nobleza y dignidad, la misma dignidad con que luego nos lo empezaron a contar.
Les quedaron las heridas, pero no las exhibieron, y aunque las llevaron toda su vida en la memoria prefirieron que el tiempo las fuera cerrando, con la esperanza de que las generaciones siguientes no tuvieran que pasar por lo que ellos pasaron.
La tierra daba poco, y a muchos no les quedó más remedio que renunciar a la tradición del arado para subirse con una maleta de madera al tren del jornal asegurado en los bloques a medio construir de la capital. Algunos hasta tuvieron que cruzar fronteras y acostumbrarse a hablar en una lengua distinta a la que oían ateridos de nostalgia por las noches en la radio.
Nadie les habló nunca de derechos, solo de obligaciones, y en la escuela de la vida aprendieron mucho antes los deberes y las responsabilidades que las libertades y reivindicaciones. Motivos no les faltaron para exigir y reclamar, pero las circunstancias les obligaron a conjugar otros verbos, como aguantar y conformarse y resistir.
No todos pudieron ir a la escuela, pero se desvivieron por que sus hijos tuvieran estudios, convencidos como estaban de que con ellos se les abrirían las puertas de un futuro mejor.
Su destino fue el trabajo. Y como el dinero que entraba en casa llegaba lo justo, había que buscar la manera de estirar el ahorro para atender las necesidades y pagar la letra del piso, lo que obligaba a obrar milagros cada día en la cocina y en la cesta de la compra.
Fue así como levantaron un país, y es la suya una lección que no deberíamos olvidar.
  (La Razón, 8 de marzo de 2020)