De
la vida cotidiana que llevábamos antes. La vida previsible que teníamos
aprendida de memoria porque nos parecía que iba a durar siempre. La vida que
dejamos atrás no hace ni siquiera tres meses y que ahora nos parece tan lejana.
La añoramos, y nos gustaría que lo que ha
pasado fuera solo un paréntesis y que las cosas volvieran a su sitio. Que se
recuperase el guion interrumpido y las imágenes discurrieran de nuevo ante
nuestros ojos. Las imágenes de aquellas viejas escenas que, de tan comunes y
repetidas, apenas nos llamaban la atención:
El café a media mañana en compañía del
periódico, sin duda uno de los ritos distintivos de nuestra civilización.
El grupo de turistas arremolinados en torno a un guía.
La doble fila de niños
cogidos de la mano que caminan por la acera con formalidad adulta escoltados
por sus maestras.
La pareja de jóvenes
que aborda con una sonrisa a los transeúntes pidiéndoles un minuto de tiempo
para contestar a unas preguntas, y qué pocos les dan esa limosna.
Los empleados que salen
a fumar a la calle con la mirada perdida y la expresión ausente.
Los
escolares cargados de móviles y mochilas que hacen cola desganados en la
entrada de un museo.
Los jubilados que se van turnando en la
ocupación de los bancos de la plaza... Aunque aparentemente entretenidos en
inspeccionar el cielo y observar a los viandantes, lo que más les gusta es
perderse por los caminos de la memoria.
La pequeña algarabía de las entradas y salidas
de los colegios.
La animación de las palomitas en los vestíbulos
de los cines.
La sobremesa de los restaurantes.
El paseo tranquilo, no este de la desescalada,
entre imperativo y protocolario, también reglamentado, y las filigranas que
hacen algunos para esquivar y no encontrarse de frente, y el recuento de los
que llevan o no mascarillas.
(La Razón, 7 de junio de 2020)
Había una vida cotidiana donde vivíamos las criaturas , ahora vivimos, pero con alteraciones. También hay otra vida, al pie de las montañas, entre los árboles, a la orilla de algún riachuelo que mueve el agua, esto no ha cambiado, y hasta el canto del ruinseñor sigue siendo el mismo, bueno, sin abusar, no caigamos en el pecado de la melancolía.
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