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lunes, 31 de diciembre de 2018

Un cuento de Navidad


Lo escribió Antón Chéjov (1860-1904) y cuenta la historia de Vanka, que tiene nueve años, es huérfano y desde hace tres meses trabaja en Moscú como aprendiz en casa de un zapatero.
La noche de Navidad, mientras todos duermen, Vanka coge un frasco de tinta y una pluma y se dispone a escribir.
"Querido abuelo. Te deseo una feliz Navidad y le pido a Dios que te dé todo lo mejor...".
Mientras escribe, a la luz de una vela y arrodillado frente a un banco, se imagina la aldea con sus tejados blancos, el humo de las chimeneas, los árboles plateados por la escarcha y el cielo lleno de estrellas.
"Ayer me pegaron, y los otros aprendices, como son mayores que yo, se burlan de mí. Casi siempre tengo hambre. Por la mañana me dan un mendrugo de pan, a mediodía una papilla de avena y para cenar, otro mendrugo de pan. Duermo en el portal y paso mucho frío".
Vanka se frota los ojos con el puño para que las lágrimas no le mojen la carta.
"Yo me escaparía para irme a la aldea contigo, pero no tengo botas y hace demasiado frío para ir descalzo".
Suspira y se queda mirando a la ventana. Recuerda que todos los años, al llegar las fiestas, iba al bosque con su abuelo a buscar el árbol de Navidad. ¡Qué tiempos tan felices!
"¡Abuelito, ven pronto, y llévame de aquí, que si no me moriré".
Vanka dobla en cuatro partes la hoja escrita y la guarda en un sobre que ha comprado el día anterior. Después de pensar un poco, moja la pluma y escribe la dirección: "Al abuelo, que está en la aldea".
Contento por haber terminado, sale a la calle y echa la carta en el buzón.
Una hora después, ya dormido, sueña que su abuelo la está leyendo junto a la estufa.

                                                             (La Razón, 24 de diciembre de 2018)


domingo, 23 de diciembre de 2018

Diccionario de un leído de aldea


D
dantesco, ca. Un espectáculo dantesco: ver arder una biblioteca.
decir. "¿Qué se dice?", se les decía a los niños que se resistían o no se atrevían a dar las gracias.
dedal. 1 Los mismos dedos a los que defiendo de las acometidas de la aguja me confinan luego junto a ella sin ningún miramiento ni consideración en la caja de la costura. 2 Bebió muy poco, un dedal.
derecha. ~de derechas. El que no puede decir públicamente que lo es aunque quiera quedar bien (véase izquierda).
descanso. merecido ~. Todos lo son, si se le supone al que de él disfruta que antes se ha cansado.
descarado, da. Etimológicamente, y atendiendo al significado del prefijo que lleva delante (des-, que expresa carencia, negación: desvergonzado, desconfiado, desatendido…), debería significar ‘sin cara’, por lo mismo que desvergonzado es ‘sin vergüenza’, y sin embargo, paradójicamente, equivale a lo contrario: que tiene mucha cara.
descripción. Era muy risueño y colorado de semblante.
deshollinador. ¡Ser deshollinador, y descolgarse por las noches chimenea abajo para escuchar las conversaciones de la gente en las cocinas, a esa hora en que desvelan todos los secretos!
despedida. Así se despedía en su carta el señor alcalde del municipio: “Aprovecha gustoso esta ocasión para ofrecerle el testimonio de su consideración más distinguida.”
despertador. Nos devuelve al exilio cada mañana.
despreocupación. 1 La despreocupación de la abundancia. 2 La despreocupación del río cuando nieva y la del viento por lo que señale la veleta.  
destejer. Destejer un arco iris, leí en Borges que había escrito John Keats.
día. 1 Levantarse siempre al ser de día. 2 Algunos días son demasiado claros para lo oscuras que son nuestras vidas, y muchos demasiado largos para las pocas cosas que nos traen o lo escasamente que los aprovechamos. 3 ¿Adónde van, cuando pasan, los días que pasan?
diccionario. 1 El libro más entretenido del mundo, sin discusión. 2 Las cinco palabras que más espacio ocupan en el diccionario –y que deberían de ser, por consiguiente, en buena lógica, las más empleadas por los hablantes- son estas, y por este orden: mano, ojo, pie, cabeza y boca. ¡La eterna propensión a revestir de atributos humanos a las cosas, como si así nos fuera más fácil tenerlas siempre a nuestra disposición!
dibujar. Dibujar el mapa de las olas, el contorno de la noche (con sus precipicios), el perfil de las sombras, el plano completo de un solo sueño.
dieta. Lleva una vida arisca y solitaria, como si estuviera enfadado con el mundo y nada de lo que en él sucede le importara. Los que le conocen bien sugieren que la explicación de tan extraño comportamiento –antes, dicen, era sociable y risueño- está en la dieta que se ha impuesto, que le obliga a comer todos los días un rábano, un pepino y un pimiento.
dimitir. Por mí, dimitiría todos los días, pero no sé dónde hay que presentarse ni a quién dirigirse.
discusión. Si se mide por el volumen, es fuerte; si por el sabor, agria; si por la temperatura, acalorada; si por el germen que la infecta, virulenta.
dolor. ¿Dónde se recoge, cuando desaparece? ¿Desde qué lugar acecha?
duna. Ola terrestre inmovilizada.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Recortes de exigencia


Se les señala, a los recortes de estos últimos años, como la causa de los males y estragos que padece, la enseñanza, me refiero, y concretamente la secundaria. Y no es del todo verdad.
Cuando el cronista, que algo sabe de ello, empezó a dar clase, hace cuarenta años, la ratio habitual era de treinta y tantos alumnos por aula en los cursos de bachillerato, el BUP se llamaba, y llegaba con frecuencia a los cuarenta y pico, y hasta los cincuenta en el viejo COU tan añorado.
Los únicos materiales pedagógicos con que contaban los profesores eran el libro de texto, la tiza y la pizarra. Los exámenes y cualquier otro material complementario los imprimía laboriosamente el conserje en una multicopista que dejaba las manos manchadas de tinta. Apenas se hacían fotocopias, y como mucho había en cada instituto un par de aulas habilitadas con proyector de diapositivas. Los alumnos no disponían de más herramientas que el susodicho libro de texto, el cuaderno y el estuche, y las únicas fuentes de información a su alcance eran los libros y enciclopedias de papel. Con todo, los resultados eran más que aceptables.
¿Qué pasó después? Pues, resumiendo, que unos señores en sus despachos empezaron a urdir una serie de directrices y leyes tendentes a rebajar el nivel de exigencia y menoscabar la cultura del esfuerzo con vistas a atenuar o maquillar las alarmantes estadísticas de fracaso escolar que ni la introducción de las nuevas tecnologías ni la disminución de la ratio de alumnos eran capaces de contener.
A lo mejor ahí, y no solo en los recortes también, naturalmente, en los cambios sociales, tan complejos, y en la unificación de los estudios obligatorios hasta los 16 años, es donde habría que buscar la raíz de los males, que deberían ser atendidos con prontitud porque son graves y nos afectan a todos.

                                               (La Razón, 10 de diciembre de 2017)

lunes, 10 de diciembre de 2018

Lenguas de señas


O lenguas de signos, que es la denominación habitual en España. Esto es, lenguas que se expresan mediante gestos y son percibidas  visual y espacialmente. Como la de los sordos, que es la más conocida.
Entre los precursores de dichas lenguas se cita siempre a fray Pedro Ponce de León (1508-1584), monje benedictino leonés, y a Juan Pablo Bonet (1573-1633), pedagogo y logopeda aragonés, autor de Reducción de las letras y arte para enseñar a hablar a los mudos (1620), considerado como el primer tratado moderno de enseñanza mediante señas alfabéticas configuradas manualmente. La obra, que se tradujo a los principales idiomas, sentó las bases del alfabeto manual que se divulgó posteriormente por todo el mundo.
Al igual que las lenguas orales, también las lenguas de señas están sujetas a cambios y han evolucionado con el tiempo, dando lugar así a distintas variedades. De ahí que se clasifiquen en familias: hispano-francesa, británica, alemana, indo-pakistaní, árabe... De la primera, originada en la antigua lengua de señas francesa, se han derivado a su vez la americana, la mexicana, la moderna lengua de señas francesa, la italiana, la irlandesa y las lenguas de señas ibéricas. En plural estas últimas, porque tampoco en este caso el mapa lingüístico peninsular es uniforme y son tres las que conviven, además de la portuguesa: la lengua de signos española, catalana y valenciana.
Se calcula que hay en el mundo unas cincuenta lenguas de señas, con sus dialectos, y a los usuarios de unas y otras les resulta prácticamente imposible entenderse entre ellos.
Volviendo a fray Pedro Ponce de León y Juan Pablo Bonet, Barcelona honra su memoria con un monolito en la parte alta del Passeig de sant Joan, y la Casa de los Sordomudos, como celebración de sus 50 años de existencia, erigió en 1966 y en el mismo lugar una escultura en la que aparece fray Pedro enseñando a un niño sordomudo.


                                                                   (La Razón, 3 de diciembre de 2018)

lunes, 3 de diciembre de 2018

Maravillas de otoño


La lluvia, que este año ha sido particularmente generosa y aplicada. Aunque se haya excedido puntualmente en algunos sitios, no por eso deja la lluvia de ser civilizada. Da gusto ver cómo se queda después el campo, la cara de satisfacción que pone, y los árboles, cómo lucen, acabados de lavar. Y el contento de los pájaros, que oyen las gotas antes de que empiecen a caer y se avisan unos a otros para no perderse el espectáculo.
Esos claros, cuando el sol se afana por ser el amo del cielo y asoma un momento la cabeza entre las nubes, que son una bendición para la tierra y una delicia para los ojos. El aire se vuelve de color azul y pone en su sitio todas las cosas, dibujándolas y perfilando sus contornos como si estuvieran recién hechas: las calles y los edificios de las ciudades, y los contornos del paisaje hasta la raya del horizonte.
Los caminos, que dan ganas de quitarse los zapatos y andar descalzo sobre las hojas. Las hay amarillas, doradas, marrones, del color del oro viejo, del anaranjado del atardecer… Se amontonan igual que antiguas monedas sin valor y vagan por el aire como si fueran pensamientos sin dueño o pájaros asustados que estuvieran aprendiendo a volar. Un misterio parece que los árboles se desprendan de las hojas en vísperas del frío. Pero quién sabe, a lo mejor simplemente lo hacen para tener al viento entretenido, o porque les estorban para dormir el sueño del invierno que ya asoma.
El veranillo de san Martín (en recuerdo de san Martín de Tours, que partió su capa en dos para abrigar a un mendigo que tiritaba de frío; como recompensa, dice la leyenda, Dios le envió unos días de calor agradable), el rescate de las viejas costumbres interrumpidas por las vacaciones y el placer de volver a ponerse la ropa de abrigo.


                                                      (La Razón, 26/11/2018)

lunes, 26 de noviembre de 2018

Ortografía


Sucedió este verano, en las oposiciones a profesor de secundaria, FP y escuela de idiomas: el 9,6% de las 20.698 plazas convocadas quedó vacante. Por las faltas de ortografía en la mayoría de los casos, que rebajaron la calificación de un buen número de aspirantes.
Que se vuelva ahora a hablar de ello en determinados medios de comunicación da que pensar. Estaría bien si se hace con la intención de advertir sobre el problema y para que sirva de aviso a futuros opositores. Pero a uno le da por sospechar que pueden ser otras las intenciones. Las mismas con que se han aireado en los últimos tiempos las cifras y porcentajes de suspensos en la enseñanza: desdibujar el fracaso en vez de tratar de ponerle remedio, soslayar y disfrazar o solapar el problema en lugar de afrontarlo. ¿Que hay demasiados suspensos y es preciso mejorar las estadísticas? Se baja el nivel de exigencia y asunto concluido. 
Es de esperar que no ocurra lo mismo a la hora de evaluar a los futuros profesores. Porque estos han de ser los encargados de enseñar a sus alumnos a escribir (y hablar) con corrección. Algo que a lo mejor no hicieron con ellos, cuando las dichosas nuevas pedagogías empezaron a predicar la idea de que lo importante para el niño era que se expresara con libertad. La ortografía, que fue siempre motivo de orgullo (como la buena letra), se convirtió entonces en una traba, una cortapisa, una imposición. Y el día en que profesores y alumnos dejaron de considerar que era una obligación enseñarla y aprenderla comenzó el problema. De aquellas ideas, estos resultados.
Pero la cadena ha de cortarse por algún sitio, naturalmente el de los profesores, los cuales deben demostrar que conocen y aplican las normas ortográficas. Normas que no son un capricho sino una elemental convención asumida por todos los hablantes de una lengua.

                                      (Publicado en La Razón el 19 de noviembre de 2018)



lunes, 19 de noviembre de 2018

Una vieja cuestión


Saltó el otro día a los periódicos un informe sobre el preocupante número de horas que dedican los niños a ver la televisión.
¿A quién hay que echarle la culpa? ¿A los propios niños, que prefieren eso antes que otra cosa? ¿A los padres, porque les resulta más cómodo tenerlos así entretenidos? ¿A la sociedad culpable, desde Rousseau para acá, de tantos males, que, disimuladamente, teledirige ya la infancia con vistas a integrarla, como se decía en jerga de progresía, en el sistema establecido?
La realidad ofrece alguna explicación: muchos niños vuelven del colegio y están solos en casa, y qué van a hacer entonces sino encender la televisión, que es mucho más fácil que ponerse a leer un libro la estampa del niño lector parece de otra época o buscar por sí mismos la manera de entretenerse. Más fácil y cómodo incluso que salir a la calle, porque no pueden hacerlo solos y han de ir acompañados por un adulto protector. Y a los niños lo que les gustaría es eso, salir solos y encontrarse allí con sus amigos para corretear y jugar libres con ellos en la plaza y volver a casa con el tiempo justo para revisar los conocimientos adquiridos en clase (antes, hacer los deberes) y cenar.
Los niños, quién lo duda, necesitarían jugar más y ver menos la televisión, pero es difícil poner remedio a la situación. Que es más compleja de lo que parece, porque andan por el medio otros factores, como los horarios laborales o el entorno familiar; y, en lo de jugar, las actividades extraescolares que les apretujan las tardes como anticipo del modelo competitivo que en el futuro les aguarda. Convendría acaso preguntar a los pedagogos, pero andan todos ocupadísimos poniéndoles nombres nuevos a las cosas del saber.
¡Tiempos aquellos en que se pensaba que podría ser la televisión una herramienta didáctica!

                   (La Razón, 12 de noviembre de 2018)


lunes, 12 de noviembre de 2018

Filosofía



El Congreso aprobó recientemente que la filosofía vuelva a ser asignatura obligatoria en el bachillerato. Es una buena noticia. Y lo hizo además por unanimidad. Otra buena noticia, casi un milagro. Se conoce que esta vez los señores diputados dejaron de lado las razones políticas, siempre endebles y acomodaticias, y se guiaron por las, digámoslo así, filosóficas, que son, por naturaleza, sólidas y duraderas.
En la primera adolescencia estaba uno deseando llegar a los cursos en que se impartía filosofía, convencido de que iba a encontrar en ella una especie de elixir mágico con que remediar males y carencias, algún maravilloso conocimiento que permitía entender cabalmente todas las cosas. Estudiar filosofía equivalía a entrar en un mundo superior y reservado a quienes poseían los secretos de una ciencia que para todo tenía una explicación.
Acaso los adolescentes conectados de ahora no compartan esa ingenua convicción, pero dicen que la filosofía está de moda fuera de las aulas, y que mucha gente acude a ella y la demanda para aliviar las dolencias del vivir alborotado. Es otra buena noticia, y un buen síntoma. Porque la filosofía no curará a lo mejor las heridas de la vida, pero sí servirá al menos para mitigar el sentimiento de intemperie y la general desorientación que nos aquejan.
También, eso seguro, para aprender el arte de razonar y poner en práctica lo que la palabra en su sentido etimológico significa: amante de la sabiduría. Dio ejemplo de esto último uno de los grandes filósofos, Sócrates, que, mientras le preparaban la cicuta, aprendía un solo para flauta. "¿De qué te va a servir?", le preguntaron. Y respondió: "Para saberla antes de morir". Fue esta su última enseñanza. Otra es la de su frase más conocida, "Solo sé que no sé nada", toda una lección de humildad, pues sin duda el primer paso en el camino del saber es el reconocimiento de la propia ignorancia.

                                                       (La Razón, 5 de noviembre de 2018)

                                      

lunes, 5 de noviembre de 2018

A vueltas con el nomenclátor


El de Barcelona, que lo quieren alterar otra vez. Por la Avenida de Borbó en esta ocasión. Les desazona al parecer, a los que mandan en el Ayuntamiento, ese rótulo, y lo van a cambiar por 'Els Quinze', en recuerdo de los quince céntimos que costaba el tranvía que llegaba hasta allí a principios del siglo XX. Antes fue un almirante y ahora es una dinastía ("con una huella particularmente infausta y desafortunada en España y Cataluña", Pisarello dixit). Pero quién sabe, a lo mejor el día menos pensado la toman con otros de menor rango en el escalafón. Los escritores, por ejemplo. Hay precedentes. En Sabadell, sin ir más lejos, y hace poco más de un año. El poeta Antonio Machado fue el señalado. Por "españolista", argumentaron desde el consistorio. Se armó un revuelo y los impulsores del desaguisado no tuvieron más remedio que recular. Hasta se organizó luego un acto de desagravio, y ellos medio se apuntaron.

Claro que en Barcelona lo van a tener, si es que les da por ahí, muy complicado. Porque son más de sesenta los escritores en lengua castellana a los que la capital catalana ha honrado dedicándoles una calle, una plaza, un paseo o un jardín. Repartidos por toda la ciudad, y en todos los distritos, excepto el Eixample. Se lleva la palma el de Horta-Guinardó, que no tiene barrio sin su calle con nombre de escritor: Alfons el Savi, Campoamor, Jorge Manrique, Juan Valera, Calderón de la Barca, en la que confluye Alcalde de Zalamea... Le sigue Nou Barris, donde abundan los poetas: Antonio Machado, García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández... Vienen luego Gràcia (Bécquer, Pérez Galdós, Quevedo...), Sant Andreu (Garcilaso, Rubén Darío...), Sant Martí (Espronceda, Lope de Vega...) y Ciutat Vella: Jovellanos, Cervantes... Que da nombre también a un parque y que trajo a su don Quijote a Barcelona, de la que dijo, entre otros elogios, que era "archivo de la cortesía".

                                              (La Razón, 29 de octubre de 2018)

lunes, 29 de octubre de 2018

Diccionario de un leído de aldea


concejo. Reunión abierta de todos los vecinos de un pueblo para tratar asuntos de interés público.
concierto. Vengan al campo al atardecer en primavera si quieren oír un buen concierto de música sinfónica, que toca allí todas las tardes la real orquesta filarmónica de los pajarines, con solos de ruiseñor y acompañamiento de mirlos, currucas, andarríos, verderones, petirrojos, reyezuelos, zorzales,  sietecolores, herrerillos, relinchones, carboneras, pinzones, estorninos, arrendajos, revolinguinas, pitos reales y gorriones. (Y los señores cuervos posados en lo alto de unos chopos observándolo todo desde lejos con displicencia y graznidos de desaprobación.)
concupiscencia. Arder en las brasas de la concupiscencia.
conductor. Para los niños de aldea cuando yo lo era, una profesión casi mágica, y teníamos al que la ejercía en grandísima consideración, como a alguien investido de algún poder misterioso; y por encima de todos, al conductor del coche de línea. 
conferencia. Una de dos: o se pronuncia o se dicta, no caben medias tintas.
conversación. De las más amenas, la que se traen en el hogar los pucheros y la lumbre, porque ni la una ni los otros están callados un momento.
coquetería. La de los árboles cuando se miran en el río.
corito, ta. Desnudo: “Andaban coritos por la casa”.
corneja. Se empeña en aparecer siempre en el lado izquierdo de los caminos y grazna como una corneta desafinada.
correveidile. Persona que lleva y trae cuentos y chismes. En el diccionario es tenida como ejemplo de familia bien avenida: son cinco (corre, ve, y, di, le), llevan juntas varios siglos (desde 1693, según el Diccionario etimológico de la lengua castellana, de Joan Corominas) y no tienen intención de separarse.
cosa. 1 La más servicial y obediente de todas las palabras, la que está siempre dispuesta a ocupar el lugar de las demás, la que encubre olvidos y se aviene a sacarnos de un apuro: cualquier cosa es una cosa. 2 Los nostálgicos hablan siempre de las de antes.
coser. ~y cantar. Dos nobles ocupaciones para entretener las tardes de invierno, robándole al sol los hilos de algún rayo en el balcón, o aprovechando el haz de luz que recoge la ventana, o dejándose acompañar por el bisbiseo de la lumbre en la chimenea.
costumbre. 1 Suave es su yugo. 2 La comodidad de ir por el carril de la costumbre.
costurero. En él guardaban mi madre y las mujeres de esta aldea las únicas joyas que solían engalanar sus manos: el dedal, los imperdibles, los broches y corchetes, las tijeras, la cinta de medir, los hilos y el acerico con los alfileres y las agujas de coser.
cresta. Del gallo, de la montaña y de la ola. De las tres, la más altiva y orgullosa es la del gallo, y la única propia y genuina; las otras dos, mera copia y aproximación, se conforman con tratar de imitarla.
cristiano, na. Ser cristiano en los tiempos que corren y en el mundo en que nos ha tocado vivir (véase mundo) lleva camino de convertirse en una estrafalaria y anacrónica herejía. Y qué gusto lo de ser hereje y estrafalario en un mundo uniforme.
cuco. También cuclillo, pero en la aldea es el pecu, así llamado porque fue a la escuela y solo aprendió esas dos letras, que repite incansable las mañana de primavera escondido por el monte: pe-cu, pe-cu…
crítico. ~literario. El que se afana y tiene por oficio encontrar en una obra todas aquellas cosas que el autor nunca pensó ni pretendió poner en ella.
crotorar. Es el sonido que hace la cigüeña cuando choca rápidamente la parte superior del pico contra la inferior: “Ya está la cigüeña machacando el ajo”, decimos en la aldea, porque el ruido del mazo al golpear el ajo en el mortero o el almirez es muy parecido. 
cuello. “¡Te voy a retorcer el cuello”: ¿se lo habrá dicho alguien alguna vez a una botella?
cuerpo. Huésped del alma, le llamaba santa Teresa.
cuervo. 1 El símbolo de la noche. 2 Antes que a la paloma, Noé soltó un cuervo, que no volvió al arca, sino que “estuvo volando, yendo y viniendo, hasta que se secaron las aguas sobre la tierra” (Génesis 8, 7-8). “Después –continúa el relato bíblico- soltó una paloma, para ver si se habían secado las aguas sobre la superficie de la tierra. La paloma, no encontrando dónde posarse, volvió de nuevo al arca, porque las aguas cubrían la superficie de toda la tierra. Noé sacó la mano, la agarró y la metió en el arca. Esperó siete días más y de nuevo soltó la paloma fuera del arca. Y por la tarde volvió, trayendo en su pico una rama de olivo. Así conoció Noé que las aguas no cubrían ya la superficie de la tierra. Esperó otros siete días, y de nuevo soltó la paloma, que ya no volvió más” (Génesis 8, 8-12). Lo que plantea una cuestión: si la paloma volvió porque no encontró dónde posarse, ¿por qué no hizo lo mismo el cuervo? Y otra más: ¿cómo fue capaz el cuervo de aguantar tanto tiempo –días y días enteros- sin posarse, “yendo y viniendo” en el aire? Y por último: ¿por qué Noé se despreocupó del cuervo y nada se nos dice en el libro sagrado sobre su paradero, si se salvó o pereció, si se ahogó en las aguas del diluvio o sobrevivió? A lo mejor de ahí le viene su carácter hosco y retraído y ese acostumbrado vagabundeo que aún practica. 3 Forma parte de su condición no mostrar interés alguno por el género humano, al que tiene estrictamente prohibido agasajar, como lo prueban sus hábitos huraños y lo desentonado de sus graznidos.
culo. Tenía un culo rotundo, enciclopédico.
cuñado, da. ¿Ofende al oído por el timbre de la palabra en sí o por lo que significa?
curioso, sa. Se aplica a la persona que hace las cosas bien, con esmero y cuidado.

lunes, 22 de octubre de 2018

Sin Nobel de Literatura


Tocaba por estas fechas, pero este año nos vamos a quedar sin Nobel de Literatura. Por culpa, según parece, del marido de una de las señoras académicas del jurado, que se ha apuntado también a lo de los abusos y corruptelas. Con la imagen de circunspección y seriedad que transmitía la noble institución de la Academia Sueca. Pero se conoce que de puertas para dentro en todas partes cuecen habas. O a lo mejor es que el marido de marras, seguramente convencido de que la literatura es copia y espejo de la vida, lo único que quiso fue brindar un argumento a futuros candidatos: filtración de nombres, oscuras intrigas económicas, agresiones sexuales...
En fin, que este año no ha habido quinielas con el nombre del galardonado, y los eternos aspirantes (Murakami, por ejemplo, porque Philip Roth nos dejó en primavera) no pasarán el mal trago de la decepción, y las editoriales habrán de aguardar doce meses a que a una de ellas le caiga el maná, y hasta octubre que viene los señores académicos podrán seguir leyendo -es un suponer- a todos los candidatos.
No es la primera vez que esto sucede desde que en 1901 se otorgó el primer galardón, pero los huecos se debieron siempre, excepto el de 1935, a causas mayores: 1914 y 1918, por la Primera Guerra Mundial, y de 1940 a 1943, por la Segunda.
Pero quién sabe, acaso esta pausa les sirve para recapacitar y a partir de ahora se dejan de componendas y no vuelven a preocuparse por si contentan o no a un determinado país o régimen político y desechan las anteojeras ideológicas a la hora de votar. Que de todo ha habido. Por ejemplo, olvidarse de Galdós y premiar a Echegaray. Aunque, para olvidos, los de Tolstoi, Proust, Ibsen, Kafka, Nabokov... Y el de Borges, clamoroso. Claro que también hubo quien rechazó el premio: Pasternak, obligado por el gobierno soviético, en 1958, y Sartre, en 1964.
Nada, que como no va a haber un premio Nobel que comprar, este año toca volver a los clásicos.

                                      (La Razón, 15 de octubre de 2018)

lunes, 15 de octubre de 2018

Pensiones


Referiré un par de historias, verídicas y transcurridas en España: la primera oída en la niñez y la segunda leída en los periódicos.
1 Camina apoyado en dos muletas y a duras penas se puede valer por sí mismo. Va ya por los sesenta arriba y lleva tiempo, más de diez años, en ese estado. Sentado a la puerta de su casa ve pasar los días y las gentes que se afanan. Los conoce bien, los días y sus afanes, porque son los mismos que, hasta que le rindió la enfermedad, ocuparon toda su vida: arar y sembrar las tierras, segar la hierba de los prados, atender a los animales... Lo justo para ir tirando y guardar algún ahorro. De estos últimos tira ahora, qué remedio. Pero no se puede quejar, porque vive en su casa con una hermana, soltera como él, que cuida además un pequeño huerto y media docena de gallinas. Por eso respondió como respondió a la carta en que se le comunicaba que le había sido concedida una pensión: "que no podía aceptarla, que otros habría que la necesitaran más que él". Así con estas mismas palabras lo escribió sin titubear y muy convencido de que llevaba razón.
2 Su nombre es conocido más allá de los círculos en que se mueve, está acostumbrado a salir en los periódicos y en los últimos años se ha asomado alguna que otra vez a las pantallas de la televisión. A lo largo de su carrera profesional, dilatada en el tiempo y ligada inexorablemente a las finanzas, ha tenido siempre por horizonte las ventanas de un despacho. Le avalan su gestión y un sinfín de cargos. De algunos, muy a su pesar, se ha visto obligado a desprenderse. A otros, los más sustanciosos, se sigue aferrando. ¿Qué va a hacer él si no puede seguir ejerciendo? Pero la edad no perdona, y las intrigas, y los nombramientos que aguardan... En fin, que las circunstancias mandan, le ha llegado la hora de irse a casa y la empresa en pago a sus servicios le remunera con una generosa pensión dicen las malas lenguas que millonaria.

                                (Publicado en La Razón el 8 de octubre de 2018)



miércoles, 1 de agosto de 2018

Latines


A don Emérito le traté por vez primera hace ya una buena alforja de años, cuando estaba yo aún saliendo de la edad rapaz. Fue por el verano, en el pueblo, y con ocasión de pasear algunas tardes por la carretera con un tío cura y dos monjas, primas lejanas de mi padre. No era raro en esos paseos que se hablara a ratos de cosas altas del espíritu y de cosas bajas mundanas. Las monjas, como no estaban acostumbradas a andar por el campo, veían a Dios en cualquier detalle, en un roble copudo, en unas flores a la orilla de un arroyuelo, en una puesta de sol…, y don Emérito, con la aquiescencia del tío cura, las amonestaba y les advertía que corrían peligro de caer en panteísmo. Recuerdo que una de las monjas nada más oírlo preguntó si eso era una herejía y don Emérito le contestó que sí, y de las que pasaban inadvertidas, que eran las peores.
Y mira por dónde el discurrir de la casualidad me lo hizo tropezar este mismo verano pasado una mañana azul del mes de julio en la plaza de las Palomas de León.
–¿Quo vadis? –me preguntó después de saludarme con inusitada afabilidad.
Le hice un gesto vago y él me señaló con el mentón un banco vacío.
–Se conserva usted muy bien, don Emérito.
–La mesa regalada y la sana holganza. Ah, y los buenos libros que dan provecho. ¡Mens sana in corpore sano!
Don Emérito se acomodó a sus anchas en el banco, espantó con un aspaviento un corro de palomas y se puso a hurgar en las profundidades de la sotana.
–¿No se la quita nunca?
–¡Quia! ¿Me ves a mí disfrazado con el clergyman ese del Corte Inglés, o en atuendo de jubilado menestral?
De algún bolso disimulado por allá dentro extrajo goloso un paquete de Ducados.
In diebus illis fumaba cuarterón, y mira con lo que me tengo que conformar ahora.    
Aspiraba con fruición el humo y en el rostro se le dibujaba el ademán solemne de las hondas cavilaciones del espíritu.
–Pero, a sus años, tiene que mirar por la salud…
–Ñoñeces de los médicos, que andan empañados en que vivamos siempre en cuaresma. Gracias al tabaco tengo la cabeza bien ventilada, los pulmones no lo sé. Y si te rige la de aquí arriba lo demás también.
Don Emérito refunfuñó por lo bajo y se revolvió con pesadumbre para aplastar la colilla en el suelo.
–Pasa lo mismo que con el peso –continuó con tono quejoso–. ¿A qué santo tanta aprensión con las redondeces de la cintura? Acuérdate de que el mismísimo Tomás de Aquino apoyaba en la ladera de su estómago los libros cuando leía, y hasta dicen que el papel en que escribió la Summa. No de la dieta sino de la abundancia brotan los frutos de la sabiduría. ¡Primum vivere, deinde philosofari! 
Se quedó callado un momento y exclamó luego con voz tronante:
–¡Veinte kilos dice el galeno del hospital de Regla que me sobran, habrase visto ignorancia tanta! Se consagra el patrón escuálido de lo que encoge y se condena la chicha sabrosa que desborda: o tempora!, o mores!  
–Es que, don Emérito…–le interrumpí con tiento, y muy oportunamente, porque él, como averiguándome el pensamiento, prosiguió de esta manera:
–Sí, ya sé que la doctrina predica la frugalidad, y que no se aviene esta con un estómago generoso como el mío… Y que si el decoro clerical, y que si patatín y que si patatán… ¡Pamplinas! Lo único que lamento es esta figura con geometría de tonel que el espejo me devuelve, y que es la que tiene la culpa de que se me haya estropeado la buena caída de la sotana.
Un grupo de jubilados apostados en torno a un banco próximo se estaba empeñando en abrir un foro de discusión que principió con la política municipal y amenazaba con encumbrarse a la nacional, y don Emérito se soliviantó. Algunos transeúntes se detenían un momento, calibraban el alcance y contenido del improvisado debate, posaban fugazmente la vista en la sotana de don Emérito y se alejaban calle Mayor arriba sin tenerlas todas consigo.
–¡Anda, vámonos de aquí! –me conminó agarrándome del codo.
Por quién sabe qué secreta querencia pusimos rumbo sin mediar palabra ni previo acuerdo en dirección a los aledaños del Húmedo, y por el camino se me vino a la mente preguntarle a don Emérito si al fin su reiterada porfía por formar parte del cabildo catedralicio con el cargo de canónigo sochantre había obtenido el resultado apetecido, pero me detuve ahí, en el mero pensamiento, por si acaso se alteraba su andar pacífico.
–¿Entramos? –le invité al pasar por delante de una concurrida taberna que lucía en el cristal una copiosa lista de ofrecimientos.
–Que me place.
Lo hicimos después de dejar que escurriera el tropel atropellado de una jarca algo atolondrada de mozuelos.
–Dos copinas de orujo –se adelantó don Emérito al ademán del camarero–. Pero del bueno, ¿eh?
Y a renglón seguido, para calmar el mohín de sorpresa que a lo mejor no había sabido yo disimular:
–El orujo arranca las telarañas del esófago y orea los rincones del cerebro, ¿lo sabías?
Bebió la suya de un trago luego de alzarla fugazmente al techo como si fuera un cáliz:
In vino veritas –proclamó-. Ya lo dijo el sabio.
El camarero se acercó solícito, pero don Emérito le disuadió con toda la autoridad de su mano extendida:
Festina lente, Eutiquiano, que no ha bajado todavía la del desayuno.
Se ensimismó a continuación mientras rebuscaba otra vez en la sotana con qué entretener los dedos.
–¿Se puede? –y sin esperar la respuesta de Eutiquiano el camarero encendió con estudiada parsimonia otro cigarrillo.
Las volutas del humo le entrecerraban los párpados y, apercibido del carraspeo de un parroquiano contiguo, se apresuró a cambiar de postura y retraer momentáneamente al culpable bajo la palma de la mano.
–¿Para cuándo la jubilación, don Emérito?
Se me quedó mirando con una pizca de suspicacia.
–Para ayer –y se acercó sin más a la puerta, apagó la colilla en el cenicero de la entrada y volvió sacudiendo con garboso meneo la sotana.
Me miraba ahora de soslayo, complacido sin duda por el presumible desconcierto de su lacónica respuesta.
–Me jubilaron –confesó al cabo pesaroso–. Va ya para dos años. Tuve ciertas  diferencias con el obispo y la camarilla episcopal. Peccata minuta, pero ahí me tienen confinado en un convento consolando a un puñado de monjitas. Apartado de la feligresía seglar, que era lo mío. Y también de las clases en el seminario, por incitación a la iconoclastia según el informe del chupatintas diocesano. Pero qué le vamos a hacer: Sic transit gloria mundi!, como dice el Kempis.  
–He oído que sus sermones…
–Sí, ya sé que corren voces por ahí sobre el particular. Cada uno es libre de predicar según sus alcances, y qué tiene de malo hacerlo sobre la vida perdurable de allá arriba, o séase la parcelita en el paraíso, pero sin renunciar a la vida saludable de aquí abajo. O sobre la forma y manera de acomodar el vivir y el razonar, que es en los humanos lo más difícil. Sigo en esto mi máxima favorita: “Iguala con la vida el pensamiento”. Es un verso de Nicolás Fernández de Andrada, un gran poeta. ¿No lo leéis en las aulas? ¿No? ¡Así os salen de lelos y desnortados esos pobres adolescentes, ayunos del latín y de la poesía clásica!         
Seguimos luego hablando un rato de esto y de lo de más allá, hasta que don Emérito consultó el reloj, se llevó acto seguido las manos a la cabeza, soltó un improperio y se despidió con un precipitado abrazo.
Salutem plurimam! –me dijo desde la puerta.
Se fue él y me quedé yo, entretenido en revolver las aguas quietas del tiempo ido. Y por el río de la memoria abajo volví  a aquellos años rapaces en que el calendario litúrgico, el novenario y las festividades religiosas marcaban el paso de las estaciones: los Reyes y el aguinaldo; las candelas; la cuaresma, con el calvario al mediodía nada más salir de la escuela, los santos de luto en los altares y los viernes de ayuno y abstinencia; san José y su correspondiente novena (“Patriarca José bondadoso…”, se cantaba al final); la semana santa de viacrucis, oficios y carracas, que las campanas se quedaban mudas hasta el sábado de gloria; el rosario del mes de mayo; la novena del Sagrado Corazón y las flores del Corpus…
Y el latín, la lengua de Dios, que se bastaba por sí solo para dar realce al ceremonial litúrgico. Un ceremonial que prendía en los ojos niños porque tenía el misterio de los ritos sagrados, la magia de lo desconocido, el hechizo de lo incomprendido. Por eso asistíamos con admirada atención a los oficios religiosos, que no eran como lo son ahora sosos, desangelados y asépticos (sirva como demostración y ejemplo el recuento apresurado de las tareas asignadas a los monaguillos: encender y apagar las velas, acercar y retirar las vinajeras, tocar la esquila, levantarle la punta de la casulla en la consagración al celebrante, sostener la bandeja por debajo de la barbilla de los comulgantes sin rozarles el cuello, cargar con el misal abierto en el atril y cambiarlo del lado de la epístola al del evangelio haciendo a medio camino una genuflexión, preparar el incensario, ayudar a vestir y desvestir al sacerdote en la sacristía…).
¡El latín! La de palabras y expresiones que sin esfuerzo y a fuerza solo de oírlas y repetirlas aprendimos de esa lengua: oremus, repetía el señor cura en la misa levantando los brazos al cielo; acababa el introito y entonaba el gloria in excelsis Deo; lectio epistolae beati Pauli apostoli…, solía principiar la epístola; in illo tempore era el comienzo habitual del evangelio. Y venían luego el credo, y el sanctus, y el dominus vobiscum (et cum spiritu tuo, respondían los fieles) y el sursum corda (habemus ad dominum, era la réplica) del prefacio, y el orate, fratres, y el pater noster, y el agnus Dei (…qui tollis peccata mundi, así continuaba), y el corpus Christi con que se acompañaba el acto de la comunión, y así hasta acabar con el ite, missa est. Lo mismo ocurría por la tarde en el rosario en llegando a la letanía: domus aurea, turris eburnea, ianua coeli, stella matutina…, iba murmurando el señor cura, y ora pro nobis contestábamos desde los bancos.
También los cantos los distinguíamos por el nombre latino: el Pange lingua, el Te Deum, el Libera me, Domine, el Miserere, el Dies irae , el Tantum ergo (…sacramentum: “Tanto negro sacramento”, según cantaba una devota de Pedrosa del Rey, pueblo hoy sepultado bajo las negras aguas de un pantano), el Veni, Creator, el Salve, Regina…, y algún otro que se me queda en el tintero.
Y así otros muchos ejemplos si algunos impostergables quehaceres no me hubieran impedido continuar un rato más en aquella taberna de los aledaños del Húmedo tirando de los hilos del recordar. Pero, ay,  tempus fugit, que diría el susodicho, cuyo reencuentro sirvió para darle un hilván a esos hilos y a este escrito.

miércoles, 25 de julio de 2018

Libreta de apuntes



1
Homero, Cervantes, Mozart, Van Gogh... Se han ido y no saben que en el mundo que dejaron se sigue hablando de ellos, y se leen sus libros y se escuchan sus composiciones y se admiran sus cuadros... Es uno de los mayores misterios, y sobre todo una grandísima injusticia: que no puedan ser ellos testigos de que su nombre sigue vivo, de que perdura su memoria, de que aún hoy al cabo de los siglos su vida y su obra son objeto de estudio y curiosidad en casi todos los rincones de la tierra... Por alguna rendija habrían de poder asomarse de vez en cuando para verlo, o alguien tendría que tenerles informados de lo que aquí sucede con la herencia que dejaron... Aunque solo fuera para compensarles de los sinsabores y los infortunios y el temor a caer en el olvido que en vida padecieron. 
2
La tristeza siempre va por dentro.
3
Se va la luz de la tarde, y se va así todo lo que hemos sido y lo que nos parece que tenemos.
4
¿Qué hacemos aquí que no estamos en otra parte?
5
Fue pasar la tormenta y salieron todos los pájaros a cantar.
6
Los montes y los valles, la luz, el cielo, los ríos, las estrellas... estaban ya aquí mucho antes de que llegaras, y seguirán aquí cuando te vayas.
7
Sesenta y seis años: sesenta y seis veces que has visto llegar la primavera...
8
Era una de esas tardes que hace Dios cuando se acuerda de que aquí abajo viven las criaturas que él creó de la nada.

miércoles, 18 de julio de 2018

Muletillas de ahora (y otras cantinelas)


¿Vale?, alargando las sílabas y poniéndose gallito (¡qué distinto del clásico, en latín como saludo al principio de las cartas, 'que estés bien de salud', y para despedirse, '¡que sigas bien!'), y en castellano antiguo como equivalente de 'adiós' o 'salud, consérvate sano'.
¡Venga!, pronunciado así, con alarde de soltura y despreocupada simpatía, para despedirse.
¡Y punto pelota!: conclusivo, rotundo, tajante, incuestionable, radical...
De buen rollo, o buen rollito (¡no las digas nunca!).
Y estas otras, tan socorridas: dar la brasa; ponerse las pilas; cambiar de chip; ser un crack, o un friki, o un notas...
Y aún parece que siguen circulando otras: jo macho, jo tío (¡el parentesco universal: todo el mundo es tío o tía!), flipar (¡yo es que flipo, nene!), molar (¡cómo mola!)..., herederas de aquellas otras no tan lejanas, como, por ejemplo, cantidubi, guay (del Paraguay), demasié, rayar (no me rayes, ¿eh?), estar al loro, írsele a alguien la ollase me fue la olla, churri!), mogollón...
Por no hablar de ese diminutivo eufemístico (-ito/a) al que tantos bienintencionados acuden con la pueril intención de limar cualquier atisbo de ofensa o molestia, que todo lo desagradable hay que edulcorarlo: una faltita, un fallito, un puntito menos... (o sea, que los señores maestros han de corregir los acentitos, y los señores curas absolver los pecaditos).




miércoles, 11 de julio de 2018

Mañanas de domingo. Puente

      Mañanas de domingo

...Y mis únicos amigos
son la paz de los caminos
y el discurso de los mirlos
que distrae mi andar cansino.

        Puente

Si una tarde de repente
se quedara quieto el río,
en su sueño azul ausente.

Si manara alguna fuente
que no llevara sus aguas
a morir en la corriente.

      (De Cien lecciones de cosas)

miércoles, 4 de julio de 2018

Diccionario de un leído de aldea


celemín. Es palabra muy bonita que de niño me traía en confusión, pues el señor maestro nos enseñaba en la escuela que era una medida de capacidad para áridos, equivalente a 4,625 litros aproximadamente, y el señor cura en la iglesia se preguntaba de vez en cuando en el sermón si la lámpara no había sido hecha para ponerla sobre el candelero y no debajo del celemín... Y ahí se encendía aún más la confusión, porque cómo se iba a poner una lámpara debajo de un montón de grano o de legumbres... (Véase talentos.)
cerdo. El otro animal, junto con el burro (véase), que más veces ha sido bautizado en la pila del diccionario: marrano, puerco, guarro, cochino, gocho…
cerebro. Por la forma, a lo que más se parece es a una nuez.
cereza. 1 Las mejores, las más dulces, son, sin ninguna duda, aquellas que los pájaros han picado ligeramente. 2 Es difícil encontrar, en el árbol, una cereza que haya brotado ella sola del mismo tallo.
cerradura. Duerme siempre con un ojo abierto.
chimenea. Como no sabe escribir, se dedica a emborronar el aire de garabatos.
cicatriz. Las de la infancia no se cierran nunca, y cuando uno se va haciendo mayor vuelven a doler, y de qué manera.
cielo. 1 ~azul. Espejo en el que se miran las ilusiones y el humo. 2 ~con nubes. Redil inquieto, o desorden de remeros amotinados. 3 Estar con ella y ver desde allá arriba, asomados al corredor de las nubes, el huerto y el corredor con las flores que dejó aquí abajo.
ciudad. Población grande en extensión y número de habitantes, con iglesia catedral, rotondas y semáforos (véanse aldea y pueblo).
circunspecto, ta. Una de esas palabras cuya simple pronunciación sugiere o adelanta el significado, sin que haya necesidad las más de las veces de buscarlo en el diccionario. En este caso, por su etimología, “que mira alrededor”, y por su uso, que lo hace de manera reservada y sin permitir que nadie pueda ni siquiera sospechar lo que pasa en sus adentros.
cizaña. ¿Qué siente la cizaña cuando la separan del trigo?
clase. ~obrera. Usábase antiguamente en el gremio de los intelectuales para designar a los que empleaban buena parte de las horas de cada día en trabajar para ganarse la vida. Por ese trabajo les pagaban un jornal. Para liberarse de tal condición se necesitaban dos cosas: conciencia de clase y condiciones objetivas (véase intelectual).
clavo. Véase mano.
coche. 1 Nuestras madres y abuelas nos invitaban con insistencia siendo niños a que montáramos en el de san Fernando, que era el más popular. 2 ¡Cualquier cosa, con tal de evitarle la humillación (me refiero a B-4419 UG) de quedarse un mal día parado en medio de la carretera y que tuviese que venir la grúa y llevarlo a cuestas hasta un taller!
codo. hablar por los ~s: un poco exagerado, pero qué bonito.
codorniz. En verano, escondidas a la sombra entre los trigales, anunciaban con su triple nota silbada la buena cosecha: ¡Buen pan hay! ¡Buen pan hay! ¡Buen pan hay! El canto de la codorniz le devuelve a un servidor al tiempo de la infancia, cuando su padre le traducía esas notas de esta otra manera: ¡Pan panín! ¡Pan panín!
cola. ¡Qué culpa tendrá la cola del pavo real, o la de la ardilla, que a la del autobús o a la de la entrada en un museo les hayan puesto el mismo nombre!
coletilla. De coleta, y esta a su vez de cola… Coletilla: la segunda es su abuela.
color. Color arándano, color agua turbia, color de ala de mosca…
comentario. ~de texto. Receta pedagógica aplicada con saña y fervor en la enseñanza de la literatura, que ha conseguido erradicar el gusto y la afición por la lectura entre los jóvenes estudiantes.
comillas. Las golondrinas se pasan los días llenando de comillas el cielo para que ninguna frase pronunciada o escrita por los humanos se quede sin ellas. Nos recuerdan así que nada de lo que decimos o escribimos es original sino copia, eco o repetición, que todo fue dicho o escrito o pensado ya alguna vez antes de que a nosotros se nos ocurriera y que debe por ello marcarse con el correspondiente entrecomillado: nihil novum sub sole, parecen repetir con sus chillidos.
comparación. No todas las comparaciones son odiosas, y abundan más las que son ociosas.