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viernes, 30 de septiembre de 2016

Etimologías curiosas

azorar. De azor. Sobresaltar, asustar, conturbar, aludiendo al efecto que tiene sobre las aves la persecución del azor. (De modo que una persona azorada se siente igual que, por ejemplo, una paloma cuando es perseguida por un azor.)

capilla. Del latín medieval capella, 'capa pequeña o capucha', diminutivo de cappa 'capa', por alusión al trozo de su capa que san Martín de Tours dio a un pobre y al oratorio que se construyó en el lugar donde guardaban esta reliquia; y en recuerdo del calor que esa capa le procuró al pobre se llama veranillo de san Martín al corto período de buen tiempo que suele dispensar la atmósfera en fechas cercanas a la festividad del santo, que se celebra el 11 de noviembre.

cónyuge. Es palabra de la familia de yugo, y proviene del latín coniux, -ugis, formado a partir de iugum; literalmente, 'el que lleva el mismo yugo'.

galimatías. Del francés galimatias, y este del griego katà Matthaîon, 'según Mateo', por la manera, intrincada y prolija, con que este evangelista describe la genealogía de Jesús al comienzo de su evangelio.

murciélago. Proviene, por metátesis (cambio de lugar de un sonido en una palabra), de murciégalo, compuesto a su vez por ampliación de mur ciego, 'ratón ciego'.

santiamén. De las palabras latinas [...Spiritus]Sancti, Amen '[...Espíritu] Santo, amén', con que terminan algunas oraciones de la Iglesia; en su origen, la expresión 'en un santiamén' quería dar idea de la extraordinaria rapidez con que eran pronunciadas tales palabras.

simposio. Del griego sympósion, 'festín, reunión en la que se bebe'.

tutía. Variante de atutía, ungüento empleado con fines medicinales. La expresión no hay tutía (o no hay tu tía, falsa separación de la original) equivale, pues, a 'no hay remedio' o 'no tiene solución'. 

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Efemérides literarias

Herman Melville nació en Nueva York el 1 de agosto de 1819 y murió en la misma ciudad el 28 de septiembre de 1891. Trabajó en los más variados oficios hasta enrolarse en un buque ballenero, en el que permaneció cinco años embarcado. Fruto de esta experiencia son algunas de sus mejores novelas, como Moby Dick (1851), que narra el azaroso viaje de un barco ballenero, el Pequod, y de su capitán Ahab en busca de la legendaria y feroz ballena blanca, Moby Dick. Sobre esta obra, que fue recibida en su tiempo con indiferencia, escribió Jorge Luis Borges:

En el invierno de 1851 Melville publicó Moby Dick, la novela infinita que ha determinado su gloria. Página por página, el relato se agranda hasta usurpar el tamaño del cosmos: al principio el lector puede suponer que su tema es la vida miserable de los arponeros de ballenas; luego, que el tema es la locura del capitán Ahab, ávido de acosar y destruir la Ballena Blanca; luego, que la Ballena y Ahab y la persecución que fatiga los océanos del planeta son símbolos y espejos del Universo. [...] Los críticos prefieren limitarse a una interpretación moral de la obra. Así, E. M. Forster: “Angustiado y concretado en palabras, el tema espiritual de Moby Dick es, más o menos, este: una batalla contra el Mal, prolongada excesivamente o de un modo erróneo".

De tema y escenario marineros son también Benito Cereno (1855) y Billy Budd, marinero, publicada póstumamente en 1924. Las dos se leen con sumo gusto, particularmente la primera, Benito Cereno, basada en hechos reales y construida a partir de las memorias de un capitán mercante americano de nombre Delano. De factura muy elaborada, no falta en ella ninguno de los ingredientes que caracterizan los relatos marineros: la aventura, la crueldad de la vida a bordo, el exotismo de los escenarios y, por encima de todo en este caso, el misterio... Un misterio que atrapa al lector desde el primer momento y mantiene la tensión narrativa hasta el final, para lo cual Melville recurre con maestría a los más sabios procedimientos. La novela está contada desde el punto de vista del capitán Delano, que con intenciones humanitarias aborda un día de 1799 en las costas chilenas un carguero español que transporta esclavos negros. El carguero presenta un lastimoso estado que Delano, ignorante de lo sucedido, achaca a algún terrible temporal sufrido en la travesía, pero un sinfín de detalles, en particular el extraño comportamiento del capitán español, Benito Cereno, y también de la tripulación, insinúan constantemente que detrás de las apariencias se esconde algún secreto.

Una de las obras más conocidas y valoradas hoy de Herman Melville es Bartleby, el escribiente (1856), que, en palabras otra vez de Borges, que la tradujo al español, "define ya un género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Franz Kafka: el de las fantasías de la conducta y del sentimiento o, como ahora malamente se dice, psicológicas". Bartleby, el protagonista, escribiente en una oficina, es, al contrario de sus compañeros, el empleado modélico: puntual en el trabajo, metódico, servicial... Hasta que, extrañamente, un día en que su superior y patrón le ordena examinar un documento, responde: “Preferiría no hacerlo.” A partir de ese momento, a cada requerimiento para examinar su trabajo, Bartleby, sereno y sin inmutarse, contesta invariablemente con la misma frase. Sin embargo, continúa trabajando con la misma dedicación y eficiencia que siempre. Su superior descubre al cabo que no abandona nunca la oficina y que se queda en ella por la noche; que, en realidad, Bartleby vive en la oficina. Decide entonces actuar...:

            Al dirigirme a mi casa, iba pensando en lo que haría con Bartleby. Al fin me resolví: lo interrogaría con calma, la mañana siguiente, acerca de su vida, etc., y si rehusaba contestarme francamente y sin reticencias (y suponía que él preferiría no hacerlo), le daría un billete de veinte dólares, además de lo que le debía, diciéndole que ya no necesitaba sus servicios; pero que en cualquier otra forma en que necesitara mi ayuda, se la prestaría gustoso, especialmente le pagaría los gastos para trasladarse al lugar de su nacimiento dondequiera que fuera. Además, si al llegar a su destino necesitaba ayuda, una carta haciéndomelo saber no quedaría sin respuesta.
            La mañana siguiente llegó.
            Bartleby –dije, llamándolo comedidamente.
            Silencio.
            Bartleby –dije en tono aún más suave, venga, no le voy a pedir que haga nada que usted preferiría no hacer. Sólo quiero conversar con usted.
            Con esto, se me acercó silenciosamente.
            ¿Quiere decirme, Bartleby, dónde ha nacido?
            Preferiría no hacerlo.
            ¿Quiere contarme algo de usted?
            Preferiría no hacerlo.
       
Omito lo que ocurre a continuación y, claro está, preferiría no contar el desenlace.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Vocablos de no muy buena reputación

Basta con atenerse a las formadas por un verbo seguido de una o varias palabras para reunir, por ejemplo, un curioso repertorio de calificativos en el que, bajo una inofensiva apariencia de mera descripción más o menos ocurrente, asoma la punta afilada del escarnio o la desconsideración: cantamañanas, pintamonas, lameculos, soplagaitas, meapilas, tiralevitas, cascarrabias, tragaldabas, vendehúmos, perdonavidas, correveidile, mandamás, metomentodo...
Lo mismo sucede en determinados nombres de oficios que se van quedando en el diccionario, remisos los hablantes a recurrir a ellos por el tufillo denigratorio que desprenden: picapleitos (abogados), matasanos (médicos), chupatintas (oficinistas), sacamuelas (en origen, los antecesores de los dentistas), destripaterrones (gañanes o jornaleros de la tierra)..., y los más genéricos, como pelagatos o ganapanes.
Aunque sin ánimo ofensivo, están constituidos de la misma forma, con un verbo más un complemento directo, no pocos nombres de animales: quebrantahuesos, saltamontes, correcaminos, andarríos, aguzanieves, chotacabras, correlimos, picapinos...
Hay también alguno muy curioso de plantas formado del mismo modo, como tapaculo (el escaramujo, en el pueblo 'garamito', o sea, el fruto del rosal silvestre), arrancamoños (el cadillo), matalobos (el acónito), abrepuños, atrapamoscas, matacandiles, quitameriendas... 

viernes, 23 de septiembre de 2016

Otoño

Días de gloria del primer otoño, amarillos como un fulgor añejo.
Las tardes que recogen un tesoro envuelto en luz antes de despedirse.
Sonidos extinguidos del verano: sus ecos van y vienen por el aire.
Las nubes desfilando en escuadrones por un cielo que es de paso y es azul.
El sol que se pasea como un padre que repartiera su benevolencia.
Legiones de hojas desorientadas se ofrecen en limosna a los caminos.
Medio exhausta, la naturaleza se dispone a volver a casa pronto y vivir sosegada un largo tiempo.
Estampas de un clima civilizado, obsequio impagable de la lluvia, pregonan el carril de la costumbre.
Y el gusto por ponerse otra vez ropa y salir a la calle con paraguas, sentarse tranquilamente en un banco de la plaza y tratar de leer sin ira las últimas noticias del periódico.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Por ejemplo (II)

También podría hablar hoy, por ejemplo, de la ropa, la vieja naturalmente, esa que sabe ella sola cómo tiene que ponerse, a la que no hace falta recordarle la imagen que debemos dar, la que lleva años respirando por nuestros poros, la que ha sabido adaptarse con mansedumbre y sin rechistar a las vicisitudes no siempre felices que ha experimentado nuestro cuerpo, la que aun guardada en el armario por no estar de moda sigue aguardando con ilusión el día en que vuelva a salir al aire libre, la que conserva como una huella imborrable el calor y el tacto de nuestra piel.
Del fuego –y en particular el de la lumbre de las casas de los pueblos, que es el mejor interlocutor, el más paciente y comprensivo, el que escuchará siempre con la mejor intención todas nuestras confidencias.
De las estrellas, que para los antiguos babilonios eran "la escritura del cielo".
De las tardes, o mejor dicho, de algunas tardes, esas en que llega uno a casa cansado y satisfecho como si viniera de guardar un rebaño o de labrar una heredad o de segar la mies.
De este haiku del poeta Miguel d'Ors:           
           
            Para el aroma
            nocturno del jazmín
            no hay alambradas.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Cosecha hortense

Le llevan a uno al huerto y le puede allí pasar de todo: que se meta en un berenjenal, que le manden a freír espárragos, que se ponga colorado como un tomate, que le den calabazas o que, más fresco que una lechuga y considerando que en todas partes cuecen habas  –aunque estas sean contadas–, le importe todo un pimiento, o un rábano, o un pepino... Y por supuesto, la patata caliente para el que venga detrás.
En la huerta, más amena y prestigiada, solo de uvas a peras acontece algo digno de mención: dar con la manzana de la discordia por ejemplo –que según dicen es del año de la pera–, o que le ofrezcan a uno naranjas de la China, o caerse del guindo, o que se presente la ocasión de pedirle peras a ese olmo que asoma ahí mismo sus ramas en los límites de la propiedad, a la orilla del monte en que no todo es orégano.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Envidias

Envidiábamos de niños al hijo del dueño del comercio porque tenía de todo a su alcance (caramelos, chocolatinas, cigarros...), y al hijo del cantinero porque podía beber gaseosas y kas cuando quisiera, y al hijo del panadero porque presumía de bollos y rosquillas a la hora de la merienda, y al hijo del señor maestro porque le haría él los deberes o le diría lo que iba a preguntar al día siguiente en la escuela, y al nieto del que decían que era rico porque vivía en la mejor casa, casi un chalé, y al sobrino de un boticario porque su tío tenía coche, y a los de las familias que habían marchado a trabajar a la capital y venían en verano a pasar las vacaciones porque se pasaban todo el día sin hacer nada...
Y creíamos que solo por eso debían estar todos contentos, pero luego, conforme fue pasando el tiempo, hablando un día con este y otro con aquel, resultó que no, que ninguno lo estaba, y que aquello que tanto les envidiábamos no tenía importancia, les daba igual, y que a ellos les pasaba lo mismo que a nosotros, que estaban deseosos de tener otras cosas, no sabían bien cuáles pero distintas a las que tenían, y los que estaban solo un mes o dos, o sea los veraneantes, y esto sí que nos llamó la atención, se aburrían como ostras y hubieran preferido ir al campo con las vacas, o a los prados a recoger la hierba, o a las eras a trillar el centeno, o al monte con el carro a por la leña...

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Efemérides literarias: Dante Alighieri

Dante Alighieri nació en Florencia en 1265 y murió en Rávena el 14 de septiembre de 1321.
Escribió sonetos y canciones dedicados a Beatrice (Beatriz), a la que conoció en 1274 y que se convirtió en el ideal espiritual y amoroso de su vida.
Su obra más importante es la Divina Comedia. Dante la tituló simplemente, siguiendo el sentido clásico del término, Comedia, por iniciarse con los horrores del Infierno y terminar felizmente en el Paraíso; pero a partir del siglo XVI se le añadió el adjetivo "divina", tanto por la religiosa grandiosidad del tema como por su belleza literaria.     
Fue escrita entre 1306 y 1320, en tercetos estrofa inventada por Dante, y consta de tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso. Cada una de estas tres partes está compuesta de 33 cantos y una introducción. El tema central es el destino de las almas después de la muerte.
En la primera parte, Dante recorre los nueve círculos concéntricos del Infierno guiado por Virgilio, que le va mostrando los horrores que allí sufren los condenados, personajes mitológicos o bien contemporáneos del mismo poeta, la mayoría enemigos suyos. En la segunda parte, también guiado por Virgilio, recorre las nueve gradas concéntricas del Purgatorio. Y en la tercera, guiado por Beatriz, recorre las nueve esferas celestiales del Paraíso.
La obra es en conjunto un poema alegórico que resume perfectamente los anhelos de la vida de Dante y de su época, con una singular fusión de cristianismo y clasicismo.

El Infierno de la Divina Comedia es un profundo abismo en forma cono invertido y hueco, situado en lo más hondo de la Tierra. El vértice de ese cono, en el que se halla Lucifer, coincide con el centro de la Tierra. La boca del Infierno se encuentra en una "selva oscura", tal como se especifica en los tres primeros versos: En mitad del camino de la vida / me hallé en el medio de una selva oscura / después de dar mi senda por perdida. En la entrada donde, pasada la puerta, puede leerse la terrible inscripción: "Dejad aquí toda esperanza los que entráis"  hay una especie de vestíbulo, que rodea al abismo, en el que se encuentran los indiferentes o pusilánimes, es decir, los que en vida no tomaron partido ni por el bien ni por el mal. A continuación, y tras haber atravesado un río subterráneo, el Aqueronte, se hallan los nueve círculos, que se van haciendo más estrechos cuanto más profundos. En cada uno de esos círculos penan los condenados, según haya sido la gravedad de su pecado: en el primero, el limbo, están los no bautizados; en el segundo, los lujuriosos; en el tercero, los glotones; en el cuarto, los avaros y derrochadores; en el quinto, los iracundos; en el sexto, los acusados de herejía; en el séptimo, los violentos; en el octavo, los fraudulentos (aduladores, seductores, estafadores, hipócritas, falsos profetas, ladrones...); en el noveno, los traidores... El círculo noveno, el de mayor suplicio, es un lago helado, y en él aparece Lucifer, representado como un monstruo con tres caras, cada una de un color: amarillo (la impotencia), negro (la ignorancia) y rojo (el odio).


El Purgatorio es una alta montaña formada por las tierras que desplazó Lucifer al caer en la tierra. Está rodeada de agua y tiene aproximadamente la forma de un cono, en cuya cumbre aplanada se encuentra el maravilloso jardín del Paraíso Terrenal. La entrada está custodiada por un ángel. El Purgatorio consta también de nueve círculos, en el último de los cuales, el del Paraíso Terrenal, desaparece Virgilio (que no podía entrar en él por no haber sido cristiano) y aparece Beatriz.

El Paraíso o reino de los cielos está asimismo formado por nueve círculos que, movidos por los ángeles, giran sin cesar alrededor de la Tierra. Los siete primeros coinciden con las esferas astronómicas: de la Luna, de Mercurio, de Venus, del Sol, de Marte, de Júpiter y de Saturno. El octavo es el cielo de las estrellas fijas, y  el noveno, el cielo cristalino o primer móvil, donde se encuentran los coros angélicos; por último aparece el Empíreo, que tiene forma de "cándida rosa", y es donde está Dios iluminando a los bienaventurados.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Parejas literarias

Ahora que empieza un nuevo curso, no sería mala idea, se me ocurrió ayer por la tarde que se me podía haber ocurrido antes, cuando aún dedicaba las tardes de los domingos a preparar un poco las clases de la semana, proponer a los alumnos que buscaran y anotaran parejas de personajes literarios, bien porque aparecen ya anunciados como tales en el título de la obra (Rinconete y Cortadillo, Fortunata y Jacinta, Bouvard y Pécuchet...), bien porque, unidos por la amistad, comparten protagonismo y aventuras, como don Quijote y Sancho, Sherlock Holmes y el doctor Watson..., o bien porque son rivales y antagonistas, como Héctor y Aquiles. Naturalmente, podrían formar parte también de la lista los personajes bíblicos: Caín y Abel (y la quijada de asno), Esaú y Jacob (y el plato de lentejas), David y Goliat (y la honda)...
A los que podrían añadirse, y esa sería una segunda parte del ejercicio, parejas de amantes, siempre pertenecientes al ámbito literario, o sea de ficción: Sansón y Dalila, Orfeo y Eurídice, Helena y Paris, Penélope y Ulises u Odiseo, Dido y Eneas, Lancelot y Ginebra, Tristán e Isolda, Eloísa y Abelardo, Calisto y Melibea, Romeo y Julieta, Otelo y Desdémona, don Juan y doña Inés, Werther y Carlota, Lolita y Humbert Humbert... (y don Quijote y Dulcinea, claro).
Pero a buen seguro que cualquier alumno un poco aplicado será capaz de ampliar la relación y proporcionar unos cuantos ejemplos más.

viernes, 9 de septiembre de 2016

De las condiciones que han de tener los viejos honrados

Leo estos días las Epístolas familiares de Antonio de Guevara, escritas en la primera mitad del siglo XVI. Son todas muy amenas y curiosas, por los temas varios que tratan, la sabrosa información sobre la vida de aquella época que suministran y el buen tono y estilo con que están escritas.
En una de ellas, la XXXI, el eclesiástico, montañés de Treceño en Cantabria y obispo de Mondoñedo en sus últimos años de vida, autor del célebre Menosprecio de corte y alabanza de aldea, expone al gobernador don Luis Bravo –el mismo al que amonesta en la epístola anterior por haberse enamorado "siendo viejo"– "las condiciones que han de tener los viejos honrados". Reproduzco un fragmento, no sin antes aclarar que el interlocutor al que se dirige la carta está a dos meses de cumplir los sesenta y cuatro años.
"Los viejos de vuestra edad deben mucho procurar de comer buen pan y de beber buen vino, y el pan que esté bien cocido y el vino que sea añejo; que como la vejez esté rodeada de enfermedades y cargada de tristezas, el buen mantenimiento los tendrá sanos, y el buen vino los traerá alegres.
Los viejos de vuestra edad deben mirar mucho en que los manjares que comieren sean pocos, sean tiernos y sean bien sazonados; y si comen mucho y de muchos manjares, siempre andarán enfermos, cuanto más, que si tienen dineros para comprarlos, no tienen ya calor para digerirlos.
Los viejos de vuestra edad deben mucho procurar de tener una cama entoldada, una cámara entapizada, la lumbre que sea mansa, y la chimenea que no sea humosa; porque la vida de los viejos consiste en traerse limpios, andar abrigados, y en estar desenojados. [...]
Los viejos de vuestra edad, so pena de la vida, se deben templar en las comidas y irse a la mano en las cenas; porque los viejos, como tienen ya estómagos flacos y resfriados no pueden digerir al día dos pastos; y el viejo goloso y glotón que lo contrario hiciere, regoldará mucho y dormirá poco.
Los viejos de vuestra edad, para que no estén enfermos, no se hagan pesados ni se tornen gordos, deben aliviarse un poco, salir al campo, hacer algún ejercicio, ocuparse en algún oficio; porque de otra manera ya podría ser que les diese una asma y se mancasen de tal manera, que dejasen de resollar y los oyésemos soplar."

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Por ejemplo

De qué podría hablar en el blog de hoy, me preguntaba hace un momento al encender el cacharro este, y así enseguida, a vuelapluma, o a vuelatecla, se me ha ocurrido que de varias cosas. Por ejemplo:
Del nuevo curso a punto de empezar, que reaviva todavía algunas brasas, y eso que parecían apagadas después de tres años ya (y el recuerdo de aquel calendario en que había, sí, lunes de ceniza, pero también la promesa luminosa de los viernes).
De las golondrinas, que estarán ya reuniéndose en los cables del tendido eléctrico para repartirse los números y las consignas antes de marchar a África, aunque a lo mejor el calor las confunde y retrasan la salida o se equivocan de estación y vuelven en tu balcón sus nidos a colgar como las de Bécquer; y de los vencejos, que pasan desapercibidos porque apenas se distinguen de ellas, de las golondrinas, y que vuelan sin interrupción nueve meses al año, y en el aire se alimentan, y en el aire copulan.     
De esa estrella que aún vemos titilar en el cielo aunque se apagó hace ya miles de años.
Del campo, que está extenuado y que a este paso cuando llueva no va a saber llevar la cuenta de las gotas que caen en cada mota de polvo y en cada hierba, mucho más exacta que la de litros por metro cuadrado que dan en la televisión; y de los árboles, que llevan los pobres todo el verano de rogativas suplicándole al cielo un chaparrón.
De lo mal que va todo: el tiempo que compré por internet en las rebajas no me ha llegado; la comisión que me va a imponer el banco por tener allí guardado el dinero ya me la han cobrado, la de los próximos cuatro años, hasta 2020, por adelantado, y con efectos retroactivos además, otros cuatro años, hasta 2012, fecha en que el susodicho fue rescatado de un pozo sin fondos; el minuto de gloria que me tocó este verano en una rifa estaba caducado, hice una reclamación y me contestaron que se han agotado las existencias y ya no se fabrica; los planes que estuve rellenando la otra noche no sirven para nada porque me equivoqué al clicar y resulta que no marqué la casilla de futuro al enviar el formulario sino otra, como si se pudieran hacer planes para el pasado, hay que ser tonto; el plazo del beso que me tienes prometido terminó ayer...

lunes, 5 de septiembre de 2016

...Que lo paren, que me bajo (desapuntes de posverano)

Si el plan de cada día es irse por ahí de tapeo en peregrinación a beber cerveza y no parar hasta que todo el mundo haya pagado una ronda por lo menos más las que se añadan de propina, y si para celebrar cualquier cosa hay que organizar una comilona con exhibición de camaradería y vino a cántaros y sobremesas de canciones, y si para amenizar el reencuentro con las amistades es necesario en los prolegómenos derrochar simpatía por todos los poros, repartir abrazos a diestra y siniestra rematados con manotazos en la espalda y competir con los presentes a ver quién es más saludador y bromista y ocurrente y campechano.
Si no puede uno callejear a la buena de Dios por ciudades o poblados sin cruzarse de continuo con tíos y tías coritos o a medio vestir, oír voces destempladas a cualquier hora y escuchar conversaciones privadas a todo volumen, bien sea con interlocutor a la vista o sin él (léase vía móviles u otros artilugios).
Si no hay ayuntamiento o pueblo grande –con o sin rotondas y semáforos– que al programar sus fiestas no tenga otro interés que atraer al desprevenido turista forastero, a cuyo efecto se montan espectáculos de honda tradición y raigambre que además de solemnizar el glorioso pasado y reivindicar los rasgos distintivos de la comarca dan lustre a la alcaldía de turno y esplendor a la hostelería local.
Si la categoría y el interés de los viajes se miden por la distancia y la velocidad a que se efectúa el recorrido, si la única razón para visitar un lugar es hacerse una fotografía, si lo que se fotografía no es lo que uno ve sino lo que ya ha visto previamente antes en los folletos o en las webs, si los destinos se eligen porque son famosos y salen en la televisión, si para que un paraje o enclave o monumento sea atractivo es requisito imprescindible que acudan a él multitudes.
Si el que grita, alardea, ostenta, presume, se precia, empuja, ignora, mira por encima del hombro, etc., pasa por delante del que calla y es discreto y educado y paciente y respetuoso y no levanta la voz y guarda la cola...

viernes, 2 de septiembre de 2016

Una leyenda tradicional: El anillo misterioso

En el pueblo, muy cerca del Pico de las Palabras, está el pozo El Airón, que es un pozo muy hondo (en el diccionario de la RAE se define pozo Airón como "pozo o sima de gran profundidad"). De niños nos asomábamos a él y, para comprobar lo hondo que era, arrojábamos con muchísimo miedo y gran cuidado algún peñasco, que resonaba durante un buen rato allá dentro, cada vez más lejano, hasta caer, suponíamos, en un enorme charco de agua o río subterráneo.
Y el pozo El Airón es en parte el escenario de una leyenda de tradición oral que hunde sus raíces en la Edad Media y que resumo a continuación. Me he servido para ello de la versión que, junto con otros relatos tradicionales y una buena colección de entrañables poemas propios cargados de sentimientos y nostalgias, pusiera en su día por escrito en un modesto volumen  mecanografiado don Justiniano Díez Escanciano (Tejerina, 1898-Palencia, 1985), que ejerció como maestro nacional durante más de cuarenta años.

El anillo misterioso
Vivía en Tejerina una hermosísima doncella llamada Ermelinda de la que estaba locamente enamorado un apuesto galán que tenía por nombre Bermudo. Como ella le correspondía con el mismo amor apasionado, Bermudo, que era pastor trashumante, le prometió, antes de emprender en otoño el largo viaje a Extremadura, donde pasaría todo el invierno y parte de la primavera, que tan pronto como regresara, en los últimos días de mayo o los primeros de junio, se casarían. Y como prenda de su promesa, colocó en el dedo anular de Ermelinda un anillo de oro.
Pero en Tejerina vivía también Mencía, joven no menos hermosa que Ermelinda y que bebía los vientos por el apuesto Bermudo, al que por decoro no se atrevía a declararle su amor, aunque de mil maneras procuraba dárselo a conocer.
Cuando Mencía vio el anillo en el dedo de su rival y supo lo que significaba, se despertó en ella una terrible envidia, y, roída por el odio, pensaba noche y día en la manera de evitar el matrimonio de aquel a quien ella amaba con toda su alma.
Así pasó todo el invierno. Y la pasión, adormecida como la naturaleza pero no muerta, renació con redoblada fuerza al llegar la primavera, y la joven buscaba con ansia la ocasión de poner en práctica su meditada venganza.
Cuando menos lo esperaba, se le presentó la oportunidad. Un día de abril hubieron de ir las dos jóvenes a apacentar las ovejas al campo. Mencía se mostró amable y obsequiosa con su compañera, la cual nada sospechaba.
Mencía guió las ovejas por Peñallampa hasta las inmediaciones del Pico de las Palabras, y, una vez allí, instó a Ermelinda a llegarse hasta el pozo El Airón, del que decía la gente que no tenía fondo.
Le contemplaron un momento temerosas y en silencio y allí mismo cerca del borde se sentaron luego a descansar. Aprovechó entonces Mencía para confesarle a Ermelinda su amor por Bermudo, exigiéndole que renunciase al proyectado matrimonio y que, en prueba de ello, le entregase el anillo que aquel le había dado. Se negó en rotundo la muchacha y Mencía trató de quitárselo por la fuerza.
Viendo que no lo conseguía, ciega de ira sacó unas tijeras y de un tajo le cortó el dedo, que solo quedó adherido a la mano por un trozo de piel. Y como estaban al borde mismo del pozo, dándole un fuerte empujón la arrojó al abismo.
Se oyó el golpe del cuerpo al caer y durante unos minutos los ayes de la desgraciada Ermelinda; después, silencio absoluto.
Poseída de satánica alegría, la joven recogió las ovejas y con ellas llegó al pueblo a la hora de costumbre. Para explicar la desaparición de su compañera, dijo que de repente había aparecido una banda de forajidos, algo muy frecuente en aquella época, y se la habían llevado, y que ella se había salvado ocultándose entre unas peñas. La gente la creyó, y todo el pueblo lloró la pérdida de la muchacha, que era muy apreciada.
Cuando a primeros del mes de junio llegó Bermudo y supo la desaparición de su prometida, su dolor no tuvo límites. Lloró, buscó, indagó y, cuando se convenció de que nunca más vería a Ermelinda, prometió solemnemente que nunca más amaría a ninguna otra mujer, promesa que fielmente cumplió.
Pasó mucho tiempo, y el mismo día en que se cumplían cincuenta años de la desaparición de la joven, una luminosa mañana de abril, marchaban por el camino del Vallelavilla una mujer y sus dos hijos, de diecisiete años él y ella de quince. Y al llegar a la fuente de Navidiello, que está debajo del Pico de las Palabras pero a más de una hora andando cuesta arriba si se pudiera subir en línea recta, vieron que dentro del agua había un objeto que brillaba intensamente. Se acercaron y cuál no sería su sorpresa y estupor al ver que se trataba de un anillo colocado en un dedo humano. Paralizados por el terror, permanecieron así contemplándolo sin saber qué hacer hasta que el muchacho se atrevió a mover con un palito el dedo y este de deshizo como si fuese de ceniza. Por fin, la muchacha cogió el anillo, y vieron que era de oro y que tenía grabada la siguiente inscripción: ERMELINDA-BERMUDO.
Recordó entonces la madre la historia de los jóvenes que había contar muchas veces cando era niña. Volvieron al pueblo y relataron el extraño hallazgo a la vez que mostraban el hermoso anillo, con lo que todas las persona mayores recordaron también la misteriosa desaparición de Ermelinda; lo que nadie pudo explicarse fue la aparición del dedo con el anillo en la fuente de Navidiello.
En cuanto a Mencía, una vez consumado el crimen, esperó con ansia la llegada de Bermudo, pero cuando supo la reacción del joven y la solemne promesa de no amar a ninguna otra mujer, cayó en una extrema melancolía y desinterés por todo, y un tiempo después corrió por el pueblo el rumor de que había decidido emparedarse en el cercano monasterio de La Ribiella. Y en efecto, así lo hizo en una diminuta celda en la que se encerró de por vida, sin más comunicación con el exterior que un minúsculo ventanillo por el que se veía un trozo de cielo, le administraban la comunión y recibía los escasísimos alimentos que le bastaban para sostener el aliento. En esa celda pasó cuarenta y siete años, al cabo de los cuales, una mañana del mes de abril, momentos antes de morir, suplicó a su confesor que hiciese público el crimen que en su juventud había cometido.