Le
llevan a uno al huerto y le puede allí pasar de todo: que se meta en un
berenjenal, que le manden a freír espárragos, que se ponga colorado como un
tomate, que le den calabazas o que, más fresco que una lechuga y considerando
que en todas partes cuecen habas –aunque
estas sean contadas–, le importe todo un pimiento, o un rábano, o un pepino... Y
por supuesto, la patata caliente para el que venga detrás.
En
la huerta, más amena y prestigiada, solo de uvas a peras acontece algo digno de
mención: dar con la manzana de la discordia por ejemplo –que según dicen es del
año de la pera–, o que le ofrezcan a uno naranjas de la China, o caerse del guindo,
o que se presente la ocasión de pedirle peras a ese olmo que asoma ahí mismo
sus ramas en los límites de la propiedad, a la orilla del monte en que no todo
es orégano.
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