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miércoles, 28 de septiembre de 2016

Efemérides literarias

Herman Melville nació en Nueva York el 1 de agosto de 1819 y murió en la misma ciudad el 28 de septiembre de 1891. Trabajó en los más variados oficios hasta enrolarse en un buque ballenero, en el que permaneció cinco años embarcado. Fruto de esta experiencia son algunas de sus mejores novelas, como Moby Dick (1851), que narra el azaroso viaje de un barco ballenero, el Pequod, y de su capitán Ahab en busca de la legendaria y feroz ballena blanca, Moby Dick. Sobre esta obra, que fue recibida en su tiempo con indiferencia, escribió Jorge Luis Borges:

En el invierno de 1851 Melville publicó Moby Dick, la novela infinita que ha determinado su gloria. Página por página, el relato se agranda hasta usurpar el tamaño del cosmos: al principio el lector puede suponer que su tema es la vida miserable de los arponeros de ballenas; luego, que el tema es la locura del capitán Ahab, ávido de acosar y destruir la Ballena Blanca; luego, que la Ballena y Ahab y la persecución que fatiga los océanos del planeta son símbolos y espejos del Universo. [...] Los críticos prefieren limitarse a una interpretación moral de la obra. Así, E. M. Forster: “Angustiado y concretado en palabras, el tema espiritual de Moby Dick es, más o menos, este: una batalla contra el Mal, prolongada excesivamente o de un modo erróneo".

De tema y escenario marineros son también Benito Cereno (1855) y Billy Budd, marinero, publicada póstumamente en 1924. Las dos se leen con sumo gusto, particularmente la primera, Benito Cereno, basada en hechos reales y construida a partir de las memorias de un capitán mercante americano de nombre Delano. De factura muy elaborada, no falta en ella ninguno de los ingredientes que caracterizan los relatos marineros: la aventura, la crueldad de la vida a bordo, el exotismo de los escenarios y, por encima de todo en este caso, el misterio... Un misterio que atrapa al lector desde el primer momento y mantiene la tensión narrativa hasta el final, para lo cual Melville recurre con maestría a los más sabios procedimientos. La novela está contada desde el punto de vista del capitán Delano, que con intenciones humanitarias aborda un día de 1799 en las costas chilenas un carguero español que transporta esclavos negros. El carguero presenta un lastimoso estado que Delano, ignorante de lo sucedido, achaca a algún terrible temporal sufrido en la travesía, pero un sinfín de detalles, en particular el extraño comportamiento del capitán español, Benito Cereno, y también de la tripulación, insinúan constantemente que detrás de las apariencias se esconde algún secreto.

Una de las obras más conocidas y valoradas hoy de Herman Melville es Bartleby, el escribiente (1856), que, en palabras otra vez de Borges, que la tradujo al español, "define ya un género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Franz Kafka: el de las fantasías de la conducta y del sentimiento o, como ahora malamente se dice, psicológicas". Bartleby, el protagonista, escribiente en una oficina, es, al contrario de sus compañeros, el empleado modélico: puntual en el trabajo, metódico, servicial... Hasta que, extrañamente, un día en que su superior y patrón le ordena examinar un documento, responde: “Preferiría no hacerlo.” A partir de ese momento, a cada requerimiento para examinar su trabajo, Bartleby, sereno y sin inmutarse, contesta invariablemente con la misma frase. Sin embargo, continúa trabajando con la misma dedicación y eficiencia que siempre. Su superior descubre al cabo que no abandona nunca la oficina y que se queda en ella por la noche; que, en realidad, Bartleby vive en la oficina. Decide entonces actuar...:

            Al dirigirme a mi casa, iba pensando en lo que haría con Bartleby. Al fin me resolví: lo interrogaría con calma, la mañana siguiente, acerca de su vida, etc., y si rehusaba contestarme francamente y sin reticencias (y suponía que él preferiría no hacerlo), le daría un billete de veinte dólares, además de lo que le debía, diciéndole que ya no necesitaba sus servicios; pero que en cualquier otra forma en que necesitara mi ayuda, se la prestaría gustoso, especialmente le pagaría los gastos para trasladarse al lugar de su nacimiento dondequiera que fuera. Además, si al llegar a su destino necesitaba ayuda, una carta haciéndomelo saber no quedaría sin respuesta.
            La mañana siguiente llegó.
            Bartleby –dije, llamándolo comedidamente.
            Silencio.
            Bartleby –dije en tono aún más suave, venga, no le voy a pedir que haga nada que usted preferiría no hacer. Sólo quiero conversar con usted.
            Con esto, se me acercó silenciosamente.
            ¿Quiere decirme, Bartleby, dónde ha nacido?
            Preferiría no hacerlo.
            ¿Quiere contarme algo de usted?
            Preferiría no hacerlo.
       
Omito lo que ocurre a continuación y, claro está, preferiría no contar el desenlace.

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