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domingo, 29 de mayo de 2016

¡Mayo, no te vayas!

Mayo, el mes de nombre más escueto, cuatro letras solo, pero acaso, junto con abril, el más bonito y poético, y, con junio, el más luminoso.

No te cantan ya los poetas de ahora, que, en cuanto oyen la palabra campo apagan el ordenador, pero sí los pájaros, que no se cansan de celebrar tu llegada, y ahí los tienes desde que amanece parloteando con algarabía entre ellos todo el día sin prestar cuidado a otras ocupaciones, y los árboles, compitiendo sin miramientos a ver quién es el primero en ponerse antes el vestido nuevo que cada uno se ha hecho, hebra a hebra, en los inacabables meses silenciosos del invierno, y las fuentes, que manan a porfía por ver cuál de ellas luce aguas más limpias, y las flores, resueltas a que no des un paso sin pisar en alfombra.

Y la luz del aire, luz más transparente que el vuelo de una mirada, aire más tenue y delicado que el filo de una idea que pasa por delante de la frente.

Y los batallones de nubarrones negros que asoman por las tardes en el horizonte y atraviesan el cielo como ejércitos en guerra con estruendo de tambores y encolerizados destellos de espadas que vinieran a fulminar el mundo.

Mayo que marceas y no nos dejas quitarnos el sayo, agua de mayo que nos traes el pan de todo el año... no os vayáis.

Y en hora buena volváis, mayo, el mejor mes de todo el año...
Aunque, cuando eso ocurra, habrán pasado ya doce meses, y seremos un poco más viejos, y se nos habrán ido cayendo por el camino algunas hojas, quién sabe si de las amarillas que caen a su debido tiempo o de las verdes que se desprenden de las ramas cuando aún no les corresponde, pero, pase lo que pase, te estaremos esperando con renovadas ilusiones y pondremos en tu llegada las mismas esperanzas que ponen los pájaros y los árboles y las fuentes...
¡El mes de mayo nuestro de cada año, dánosle pronto!, se oye rezar al campo todos estos días si uno pasea por él con el debido silencio.


viernes, 27 de mayo de 2016

Novelas

Por qué será que, siendo como es un género relativamente moderno, de hace cinco o seis siglos nada más (los clásicos no la conocieron, y únicamente en Roma despuntaron dos intentos: El asno de oro, de Apuleyo, y El Satiricón, de Petronio), hay ya tantas clases de novelas:
gótica, de caballerías, sentimental, morisca, picaresca, pastoril, bizantina, romántica, realista, naturalista, victoriana, modernista, social, socialrrealista, neorrealista, católica, decimonónica, existencialista, filosófica, experimental, objetivista (o del nouveau roman), estructural, psicológica, lírica, intelectual, histórica, cortesana, galante (o erótica), autobiográfica, epistolar, criolla, indigenista, rosa, negra, policiaca, detectivesca, fantástica, rural, urbana, corta, breve, larga, de aventuras, de viaje, del mar, de amor, de tesis, de costumbres, de humor, de intriga y suspense, de espionaje, de terror, de  posguerra, del boom, del realismo mágico, de lo real maravilloso, de la selva, de la revolución (rusa y mexicana), del realismo socialista, del realismo sucio, novela-río, novela-documento...
Por qué será que, sabiendo de antemano el lector que la novela es ficción, y que por consiguiente lo que en ella se cuenta no es real sino inventado, o dicho de otra manera, que no dice verdades sino mentiras –un engaño consentido–, y que es artificio lo que parece natural..., por qué será que a pesar de todo hay tantísima gente a la que todo eso le da igual, o incluso lo agradece...
Por qué será que a todos nos gustaría llevar una vida de novela...

martes, 24 de mayo de 2016

La novela rural

Se cultivó en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado sin demasiados alardes y tuvo en Camilo J. Cela (La familia de Pascual Duarte), Miguel Delibes (El camino, Las ratas, Los santos inocentes...) y Jesús Fernández Santos (Los bravos) los más conspicuos representantes.
Luego la crítica, y acaso los lectores también arrastrados por ella, decretó por nadie sabe qué razones su defunción y empezó a renegar y echar pestes contra los que la escribían, y vino la novela urbana, con especial atención a los barrios y la periferia (Tiempo de silencio, de Luis Marín Santos, Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé, La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza, por citar las pioneras), y fue esta bendecida y hasta mitificada, y se quedó la rural a verlas venir.
A lo mejor es que en la posguerra la sociedad española era esencialmente rural, y de ahí que los señores críticos no vieran nada anómalo en que la novela lo fuera también, y que luego, con el trasvase masivo del campo a la ciudad, y preparándose ya el país para llamar a las puertas de Europa, escritores y lectores se sintieran de repente más finos y cosmopolitas, ufanos de su recién adquirida condición de urbanitas, y un poco avergonzados de la que por suerte acababan de dejar atrás. De suerte que el pueblo con todos sus atrasos, y la mentalidad y las costumbres campesinas desaparecieron poco a poco de las novelas españolas, y ni rastro quedó de todo ello al cabo del tiempo, lo mismo en la presentación que en el nudo que en el desenlace.
Y en las mismas se sigue ahora, que no se hace novela rural (el término mismo suena casi a antediluviano) porque los lectores son ya todos urbanos y los que quedan en el medio agrario viven y piensan y se expresan requiescat in pace el vocabulario campesino– como en las ciudades, lo rural y agropecuario ha desaparecido porque los pueblos o están vacíos (ya no hay escuelas rurales, ni párrocos rurales, ni médicos rurales) o se han convertido en ciudades pequeñas, que ese es el intríngulis de todo: en España ya solo quedan grandes ciudades o metrópolis, capitales de provincia que aspiran a serlo (para lo cual es imprescindible contar con los servicios básicos de aeropuerto, estación de AVE, museo de arte moderno y auditorio musical), ciudades pequeñas que se estiran para ser ciudades grandes y pueblos grandes que hacen todo lo posible por convertirse en ciudades pequeñas, pudiendo ser estos dos últimos núcleos de población de dos clases, a saber: ciudades pequeñas con semáforos, muchos bares y algunos tractores, y pueblos grandes con tractores, muchos bares y algunos semáforos (y rotondas, repartidas por doquier en el primer caso y un par de ellas por lo menos en el segundo, a la entrada y a la salida, para recibir y despedir al visitante).

lunes, 23 de mayo de 2016

Efemérides literarias

José de Espronceda
Prototipo del romántico rebelde y exaltado, nació en Almendralejo (Badajoz) en 1808. A los quince años ya había fundado con otros amigos una sociedad secreta, Los Numantinos, para conspirar contra el rey Fernando VII, por lo que fue encarcelado. A los dieciocho años huyó a Portugal para unirse a los exiliados liberales. Regresó a España en 1833, junto con Teresa Mancha, su gran amor, que le abandonaría tres años después. Murió en Madrid a los treinta y cuatro años, el 23 de mayo de 1842.
Entre sus obras poéticas destacan:
.El estudiante de Salamanca, extenso poema lírico y narrativo de cerca de dos mil versos que relata la leyenda del joven libertino y descreído don Félix de Montemar, que llega a presenciar su propio entierro. El tópico escenario romántico en que transcurre la historia se dibuja ya en los primeros versos: Era ya más de media noche, / antiguas historias cuentan, / cuando en sueño y en silencio / lóbrego envuelta la tierra, /los vivos muertos parecen, / los muertos la tumba dejan.
.El diablo mundo, poema lírico y filosófico de más de ocho mil versos que combinan diversas estrofas y ritmos; el canto II es el famoso Canto a Teresa, y en él recuerda la historia de su amor, de acuerdo con el típico proceso romántico: ilusión inicial, desengaño y desesperación final.
Del Canto a Teresa, ejemplo del romanticismo más retórico y efectista, son estos versos, en los que el poeta llora a su amada muerta:

Los años ¡ay! de ilusión pasaron;
las dulces esperanzas que trajeron,
con sus blancos ensueños se llevaron,
y el porvenir de oscuridad vistieron;
las rosas del amor se marchitaron,
las flores en abrojos convirtieron,
y de afán tanto y tan soñada gloria
sólo quedó una tumba, una memoria.

.Otras composiciones breves, expresión de su rebeldía, de su violenta protesta contra las normas sociales y de su aspiración a una libertad absoluta. Destacan las que tienen como protagonistas a una serie de figuras humanas socialmente marginadas: Canción del pirata, Canto del cosaco, El verdugo, El reo de muerte y El mendigo. A ellas se puede añadir A Jarifa en una orgía, en la que manifiesta su amargo desengaño ante la vida, y el Himno al sol, de carácter filosófico.
De la primera, Canción del pirata, la que más fama le ha dado, quién no recuerda los primeros versos, que sirvieron de aprendizaje memorístico en las escuelas hasta hace bien poco: Con diez cañones por banda, / viento en popa a toda vela, / no corta el mar, sino vuela, / un velero bergantín...
Y la estrofa que sirve de estribillo, y en la que el pirata, personificación simbólica del rebelde que se alza contra los convencionalismos sociales, proclama su ideario vital:

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.


viernes, 20 de mayo de 2016

Dos poemas

Puente
Si una tarde de repente
se quedara quieto el río,
en su sueño azul ausente.

Si manara alguna fuente
que no llevara sus aguas
a morir en la corriente.

Peregrino
-¿El camino?
-Lo he perdido.

-¿Sin cobijo?
-Ni atavío.

-¿Recorrido?
-Sigo el hilo.

-¿Tu destino?
-El del río.

            (De Cien lecciones de cosas)

miércoles, 18 de mayo de 2016

Puentes

Y aquel amigo de la escuela, Baldo se llamaba, que tenía estudiadas también las distintas maneras de pasar un puente: sin mirar al agua, que es la de los que van con prisa o andan peleados consigo mismos; aminorando el paso y mirando lo justo para esconder en el agua alguno de esos pensamientos ocultos que no caben ya en la cabeza; apresurando el paso, por miedo a que la sombra de uno se vaya río abajo enredada en la corriente; deteniéndose un instante a escuchar la conversación de las aguas, por si se puede de ella sacar algún provecho; asomándose un poco como hacen los enamorados de verdad, que se miran en el río queriendo que el espejo de las aguas les devuelva el reflejo y la lumbre de otros ojos...
En otra ocasión Baldo nos dijo muy serio que los puentes pasaban el tiempo intentando en vano descifrar el misterio de las aguas de los ríos, que se hacen pasar por distintas siendo siempre las mismas.
Pero nadie –añadió sabe lo que piensan los ríos: los puentes les dan sombra y los decoran, pero a la que pueden se los llevan por delante.
Y un día que el señor maestro explicaba la lección de hidrografía y nos mandó luego copiar en el cuaderno el resumen de las corrientes de agua, Baldo, en lugar de la definición de río que ponía en la enciclopedia, escribió esta otra:
“Un río es un camino que se mueve a la vez que se está quieto”.

lunes, 16 de mayo de 2016

Lo que puede pasar en el diccionario

Puede, cualquiera que entre en el diccionario, nadar entre dos aguas (también nadar y guardar la ropa), mear fuera del tiesto, echar pestes, poner pies en polvorosa, pedir peras al olmo, cambiar de chaqueta, poner el carro delante de las mulas o de los bueyes, coger el toro por los cuernos, bajarse los pantalones, tirar la toalla, cortar el bacalao, romper el hielo, tirar piedras contra el propio tejado, atar los perros con longaniza, ir por lana y volver trasquilado, tener siete vidas como los gatos...
Y le puede asimismo ocurrir que sin saberlo ni sentirlo esté en Babia, o en las Batuecas, o que ande de la Ceca a la Meca; que se vaya por los cerros de Úbeda y le salga el sol por Antequera; que tome las de Villadiego y esté entre Pinto y Valdemoro, que ancha es Castilla; que ponga una pica en Flandes; que se quede a la luna de Valencia o como el gallo de Morón, aunque tenga un tío en las Indias (o en América); que revuelva Roma con Santiago para que al final le digan que naranjas de la China o que más se perdió en Cuba...
Cosas todas, como se ha podido comprobar, significativas, y las más, provechosas también.

viernes, 13 de mayo de 2016

Aves y pájaros en la poesía española (y III)

Vienen luego el jilguero, y la alondra, y, llegando ya a mediados del siglo XIX, las golondrinas de Bécquer:

 Volverán las oscuras golondrinas
 en tu balcón sus nidos a colgar,
 y otra vez con el ala a sus cristales
             jugando llamarán […]

En los umbrales del XX se presenta el mirlo de Salvador Rueda:

 El mirlo se pone
 su levita negra,
 y por los faldones le asoman las patas
 de color de cera.

También el cisne de Rubén Darío, quien veía en la forma de su cuello el signo de interrogación que remite a las grandes preguntas de la existencia (¿de dónde venimos y adónde vamos?):

 ¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
 al paso de los tristes y errantes soñadores?

Un cisne que se convirtió en símbolo del modernismo y al que, por eso mismo, no veían con buenos ojos los poetas jóvenes que vinieron después, como el mexicano Enrique González Martínez, que escribió lo que sigue:

 Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje
 que da su nota blanca al azul de la fuente;
 él pasea su gracia no más, pero no siente
 el alma de las cosas ni la voz del paisaje.

Antonio Machado canta a la lechuza:

 Sobre el olivar,
 se vio a la lechuza
 volar y volar...

Y Juan Ramón Jiménez al verderol:

 Verde verderol,
 ¡endulza la puesta del sol!

García Lorca entroniza en su Romancero gitano a la zumaya:

 Cómo canta la zumaya,
 ¡ay, cómo canta en el árbol!

Adriano del Valle se acuerda del cuclillo:

 El cuclillo tartamudo
 su canción tartamudea
 y de un árbol de tres hojas
 hace un rabel de tres cuerdas…

Y algunos de los que ya han aparecido y otros menos laureados o de menor prestigio lírico son invitados a volar juntos en el conocido poema de Rafael Alberti:

 Leñador,
 no tales el pino,
 que un hogar
 hay dormido en su copa.

 –Señora abubilla,
 señor gorrión,
 hermana mía calandria,
 sobrina del ruiseñor
 Ave sin cola,
 martín pescador,
 parado y triste alcaraván:

 ¡a volar,
 pajaritos,
 al mar!

miércoles, 11 de mayo de 2016

Las cosas del nombrar

Los esquimales disponen de un elevado número de palabras (algunos lingüistas han calculado que incluso pueden llegar a las cien) para designar la nieve, pues distinguen en esta una gran cantidad de matices y singularidades de acuerdo con la temperatura, la consistencia, el espesor, el brillo, la duración o tiempo transcurrido desde su caída, y hasta el tono del color.
Otro tanto ocurre en árabe para caballo o camello, según sea la raza, el tamaño, la función a la que es destinado, etc.
Y en algún sitio he leído también que en Escocia se utilizan hasta dieciocho palabra diferentes para referirse a la lluvia.
Como no parece que haya en español ningún caso digno de ser resaltado (en la versión castellana de la Enciclopedia del lenguaje de la Universidad de Cambridge, de David Crystal, se menciona, pero no tiene uno la impresión de que sea muy ilustrativo, el de las distintas porciones de un alimento cortado con un cuchillo: loncha, rodaja, rebanada, tajada, raja, filete, lonja, rueda...), me contentaré, luego de descartar, por fácil y manida, la inevitable tentación de acogerse al campo de los festejos fiesta, juerga, jarana, jolgorio, farra, parranda, francachela, jácara, cachondeo... , con dejar constancia de algunos datos curiosos.
Por ejemplo, que la palabra más usada por los hablantes es la preposición de, seguida de los artículos el y la, y que el fonema o sonido predominante es /e/, por encima de /a/. También, que en el lenguaje publicitario –y en el de la política, que se está convirtiendo a pasos agigantados en un puro espectáculo publicitario– la más recurrente es el adjetivo nuevo, y que de las aproximadamente 93.000 palabras que recoge la última edición del Diccionario de la Real Academia Española, la de 2014, la gran mayoría de ellas con más de una acepción, un hablante medio apenas usa, en el mejor de los casos, un millar para comunicarse.

lunes, 9 de mayo de 2016

Aves y pájaros en la poesía española (II)

Como no podía ser menos, tratándose del pájaro de canto más apasionado y armonioso, el ruiseñor (que, según refiere Aristóteles, canta ininterrumpidamente durante quince días y quince noches "en el tiempo en que las montañas comienzan a sombrear") inspira a los mejores poetas del Siglo de Oro, como Garcilaso de la Vega:
           
 Cual suele el ruiseñor con triste canto
 quejarse, entre las hojas escondido [...]        

O a Gil Polo, que propone en este poemilla una buena forma de entretenimiento:

 ¿Qué pasatiempo mejor
 orilla el mar puede hallarse
 que escuchar el ruiseñor,
 coger la olorosa flor
 y en clara fuente lavarse?

La tórtola es, después del ruiseñor (cuyo precio en la antigua Roma era superior al de los esclavos), el ave más celebrada por los poetas de los siglos XVI y XVII. Francisco de la Torre la cantó así:

 Tórtola solitaria, que llorando
 tu bien pasado y tu dolor presente
 ensordeces la selva con gemidos […]

También la paloma es objeto de la devoción poética, como en estos versos de san Juan de la Cruz:
                       
 La blanca palomica
 al arca con el ramo se ha tornado,
 y ya la tortolica
 al socio deseado
 en las riberas verdes ha hallado.

De Lope de Vega, acaso el mayor cantor de los pájaros (“En las mañanicas / del mes de mayo /cantan los ruiseñores, / retumba el campo”: ¿quién no ha oído alguna vez estos versos?), se queda uno con esta maravilla de delicadeza y sentimiento:

 Si os partiéredes al alba,
 quedito, pasito, amor,
 no espantéis al ruiseñor.

 Si os levantáis de mañana
 de los brazos que os desean,
 porque en los brazos no os vean
 de alguna envidia liviana,
 pisad con planta de lana,
 quedito, pasito, amor,
 no espantéis al ruiseñor.

Que ustedes los lean (los versos del poeta) y ustedes los oigan (los trinos del ruiseñor).

viernes, 6 de mayo de 2016

Historias de andar, reales como la literatura misma. ¡Yo quiero aprender!

Ocurrió el otro día por la tarde. Salía yo de la biblioteca y apenas había andado unos metros cuando lo oí:
¡Yo quiero aprender!
Me volví al instante. Era una niña, que acababa de pasar a mi lado, la que había pronunciado esas palabras. Tendría no más de siete años y sonreía abiertamente. Caminaba cogida del brazo de su madre y, en espera acaso de lo que esta le pudiera contestar, o para reclamar su atención, se había puesto de puntillas, y así continuó hasta que llegaron a la puerta. La madre, se conoce que acostumbrada a lo mejor a los impulsos y al carácter espontáneo de la hija, apenas desvió la mirada ni hizo el menor gesto. Tampoco la que presumiblemente era su hermana, algo mayor, y que las seguía un poco rezagada, pareció darle ninguna importancia.
Inmóvil allí fuera como una estatua y sin apartar de ellas los ojos ni un instante, las vi cruzar la cristalera de la puerta y me quedé observándolas hasta que desparecieron por el fondo de la biblioteca.
Pero tendría que haber vuelto y haberle dicho algo a la niña, cualquier cosa que sirviera para animarla, que no cambiara nunca de parecer, que siguiera adelante, que se mantuviera firme en su intención, que sí, que tenía razón, que es bueno aprender, que nada le iba a ser de más provecho, que leyera todos los libros que pudiera, que leyendo y aprendiendo no se aburriría nunca, que de mayor lo agradecería, y que qué mejor manera de pasar el tiempo y ensanchar y enriquecer la vida...
Y ahora que lo pienso, tendría que haberme ofrecido para enseñarle, o haberle preguntado en qué colegio estudiaba y haber ido a hablar con su maestra y decirle lo que había oído, y que la cuidaran y la mimaran para que esas ganas de aprender le duraran siempre...
No sé y no sabré nunca nada de ella, es lo más probable, y seguramente tampoco la volveré a ver, pero guardo sus palabras, y el tono tan convencido con que las pronunció, y su gesto decidido, y la expresión alegre y confiada de su cara, y todo lo que había de noble, ingenuo y hermoso en su aspiración como si hubiera asistido a un pequeño milagro. 

miércoles, 4 de mayo de 2016

Aves y pájaros en la poesía española (I)

“El pájaro enseña al poeta su mejor y rara lección: cantar y encantar porque sí, sin triquiñuelas y sin falsificaciones”, dice José Manuel Blecua, maestro que fue de estudiosos y críticos literarios, en el prólogo de su libro Los pájaros en la poesía española, publicado en 1943. El primer pájaro que aparece en la poesía en lengua castellana, recuerda el profesor Blecua –pocos han enseñado la literatura con tanto convencimiento y fervor como él–, es la corneja que ve el Cid cuando sale de Vivar camino del destierro. Como signo de buen agüero, la encuentra primero al lado derecho, y poco después, a la entrada de Burgos, al lado izquierdo, por lo que los augurios son contradictorios (y así lo entiende el Cid, que se encoge de hombros y mueve la cabeza, en un gesto de indiferencia y de rechazo: él no es supersticioso, no cree que el vuelo de las aves se pueda interpretar como señal de buena o mala suerte):

                   A la exida de Bivar   ovieron la corneja diestra
                    e entrando a Burgos   oviéronla siniestra.
                    (Cuando salen de Vivar ven la corneja a la diestra,
                          pero al ir a entrar en Burgos la llevaban a su izquierda.)

En el mismo Cantar de Mío Cid sale también la primera ave que canta, el gallo:

Apriessa cantan los gallos,   e quieren quebrar albores.
(Aprisa cantan los gallos, y el día está para amanecer)

El gallo es también protagonista de este breve poema anónimo perteneciente a la lírica tradicional, en el que dos amantes que han pasado la noche juntos se despiden al amanecer:
                       
Ya cantan los gallos,
amor mío, y vete;
cata que amanece.                             
           
Vete, alma mía,
más tarde no esperes,
no descubra el día
los nuestros placeres.
Cata que los gallos,
según me parece,
dicen que amanece.

Dos de los pájaros más nombrados en la poesía medieval son el ruiseñor y la calandria, esta última de la familia de la alondra, que, con frecuencia, comparten estrofa e intercambian gorjeos, como en la introducción a los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo:

El roseñor que canta por fina maestría
siquiere la calandria que faz grand melodía.  (*siquiere: o)

O en el Libro de buen amor, del Arcipreste de Hita:

Chica es la calandria e chico el ruiseñor,
pero más dulce cantan que otra ave mayor.

En el Romancero, aparte de la avecilla del Romance del prisionero, comentado ya en este blog (entrada número 40, correspondiente al 25 de mayo de 2015), es particularmente conocida la tortolilla que acude a beber a una fuente para calmar su pena:

Fontefrida, fontefrida,
fontefrida y con amor,
do todas las avecicas
van tomar consolación,
si no es la tortolica
que está viuda y con dolor. [...]  

Y a la lírica tradicional pertenece esta cancioncilla, protagonizada por una garza:

Malherida iba la garza
enamorada:
sola va y gritos daba.

Donde la garza hace su nido
ribericas de aquel río,
sola va y gritos daba.

lunes, 2 de mayo de 2016

Lecturas de fin de semana

De las lecturas, o mejor dicho, relecturas (releer: regalarse un libro recordando su lectura) del fin de semana, un brevísimo relato de Kafka, extraído de La condena, publicado en la vieja colección de bolsillo de Alianza editorial, y un fragmento de Alicia a través del espejo, en la magnífica traducción de Jaime de Ojeda, perteneciente también a la misma colección:

Los árboles
Porque somos como troncos de árboles en la nieve. Aparentemente, solo están apoyados en la superficie, y con un pequeño empellón se los desplazaría. No, es imposible, porque están firmemente unidos a la tierra. Pero atención, también esto es pura apariencia.
            Franz Kafka

¡Viviendo marcha atrás! repitió Alicia con gran asombro. ¡Nunca he oído una cosa semejante!
...Pero tiene una gran ventaja, y es que así la memoria funciona en ambos sentidos.
Estoy segura de que la mía no funciona más que en uno observó Alicia. No puedo acordarme de nada que no haya sucedido antes.
Mala memoria, la que solo funciona hacia atrás censuró la Reina.
¿De qué clase de cosas se acuerda usted mejor?
¡Oh! De las cosas que sucedieron dentro de dos semanas replicó la Reina con la mayor naturalidad. Por ejemplo añadió, vendándose un dedo con un buen trozo de gasa, ahí tienes al mensajero del Rey. Está encerrado ahora en la cárcel, cumpliendo su condena; pero el juicio no empezará hasta el próximo miércoles y, por supuesto, el crimen se cometerá al final.
            Lewis Carroll

Pero con qué desgana y pesadumbre, después de haber estado abiertos a la luz nueva de la primavera y haberse acostumbrado a ir de un sitio a otro –la mesa del despacho, el sofá del salón, la silla de la terraza, el bolsillo de la cazadora, el banco al aire libre de la plaza... –, han vuelto los dos esta mañana arisca de lunes a su sitio de siempre, con qué tristeza y desconsuelo miran ahora asomando el lomo tras los cristales de la biblioteca.