Mayo, el mes de nombre más escueto, cuatro letras solo,
pero acaso, junto con abril, el más bonito y poético, y, con junio, el más
luminoso.
No te cantan ya los poetas de ahora, que, en cuanto oyen
la palabra campo apagan el ordenador, pero sí los pájaros, que no se cansan de
celebrar tu llegada, y ahí los tienes desde que amanece parloteando con
algarabía entre ellos todo el día sin prestar cuidado a otras ocupaciones, y
los árboles, compitiendo sin miramientos a ver quién es el primero en ponerse antes
el vestido nuevo que cada uno se ha hecho, hebra a hebra, en los inacabables
meses silenciosos del invierno, y las fuentes, que manan a porfía por ver cuál
de ellas luce aguas más limpias, y las flores, resueltas a que no des un paso
sin pisar en alfombra.
Y la luz del aire, luz más transparente que el vuelo de
una mirada, aire más tenue y delicado que el filo de una idea que pasa por
delante de la frente.
Y los batallones de nubarrones negros que asoman por las
tardes en el horizonte y atraviesan el cielo como ejércitos en guerra con
estruendo de tambores y encolerizados destellos de espadas que vinieran a
fulminar el mundo.
Mayo que marceas y no nos dejas quitarnos el sayo, agua
de mayo que nos traes el pan de todo el año... no os vayáis.
Y en hora buena volváis, mayo, el mejor mes de todo el
año...
Aunque, cuando eso ocurra, habrán pasado ya doce meses, y
seremos un poco más viejos, y se nos habrán ido cayendo por el camino algunas
hojas, quién sabe si de las amarillas que caen a su debido tiempo o de las verdes
que se desprenden de las ramas cuando aún no les corresponde, pero, pase lo que
pase, te estaremos esperando con renovadas ilusiones y pondremos en tu llegada
las mismas esperanzas que ponen los pájaros y los árboles y las fuentes...
¡El mes de mayo nuestro de cada año, dánosle pronto!, se
oye rezar al campo todos estos días si uno pasea por él con el debido silencio.
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