Seguidores

miércoles, 31 de mayo de 2017

Etimologías curiosas

agenda Del latín agenda 'lo que se ha de hacer'.
ambulatorio Del latín ambulatorium 'el lugar donde se ambula', esto es, donde se anda de un lugar a otro.
asesino Del árabe hassasin 'adictos al cáñamo indio', de cuyas hojas se extraía una bebida narcótica. El nombre se aplicó a los secuaces (la Secta de los Asesinos) del reformador musulmán del siglo XI Hasan ibn Sabbah, conocido como El Viejo de la Montaña, que recurrían a ella antes de emprender sus sangrientas correrías.
bárbaro Del latín barbarus, y este del griego bárbaros 'extranjero'; formado por onomatopeya, se aplicó en la antigua Grecia a los que, por no saber griego, solo decían 'bar-bar'.
bártulos De Bártolo, un famoso jurisconsulto italiano del siglo XIV cuyos libros, conocidos coloquialmente como los bártulos, eran utilizados en todas las universidades; los estudiantes los llevaban en hojas o pliegos sueltos que ataban con cintas o correas, y al recogerlos una vez terminada la clase se decía que liaban los bártulos.
calendario Del latín calendarium, derivado de calendae 'los primeros días de cada mes'.
cementerio Del latín coemeterium, y este del griego koimeterion, propiamente 'lugar en el que se duerme'.
clásico Del latín classicus 'de primera clase', que se aplicaba en la antigua Roma a los ciudadanos que no eran proletarios, y que Quintiliano trasladó a los escritores que servían de modelo o debían imitarse.
entusiasmo Del griego enthusiasmós 'arrobamiento, éxtasis', 'inspiración o posesión divina'.
hipócrita Del griego hypocrités 'actor teatral", y por extensión 'el que finge, el que aparenta'.
idiota Del latín idiota, y este del griego idiotés, que designaba al que no se ocupaba de los asuntos de la polis o ciudad sino únicamente de 'lo privado o particular'.
mayordomo Del latín maior 'mayor' y domus 'casa', etimológicamente 'el mayor de la casa'.
merienda Del latín merenda 'que se ha merecido', originalmente la comida extra que se podía  hacer a media tarde o entre horas como premio al buen comportamiento.
ministro Del latín minister -tri 'criado, servidor'.
mojigato De mojo, voz para llamar al gato, y gato. Se aplica a la persona que bajo una apariencia humilde y dócil esconde una naturaleza astuta y traicionera, como la que se le atribuye a dicho animal.
museo Del latín museum 'la casa de las musas', y este del griego mouseion
negocio Del latín negotium, derivado de nec otium 'lo que no es ocio', es decir 'ocupación, quehacer'.
obispo Del latín episcopus, que inicialmente equivalía a 'inspector de mercados', y este del griego epískopos 'inspector, supervisor'.
ojalá Del árabe hispano wa sha' Allah 'quiera Alá' 'quiera Dios'.
ostracismo Del griego óstrakon 'concha', por el tejuelo o trozo de caliza en forma de concha en que los atenienses escribían el nombre de los desterrados.
pagano Del latín paganus 'aldeano, campesino', derivado de pagus 'aldea'. La acepción 'gentil, no cristiano', propia del lenguaje eclesiástico, alude a la resistencia que el medio rural ofreció a la cristianización.
pedagogo Del latín paedagogus, y este del griego paidagogós 'acompañante de niños', aplicado al esclavo que llevaba al niño a educarse.
perro Palabra exclusiva del castellano (en latín, perro era canis, de donde proviene can) y de origen incierto; según algunos, sería una onomatopeya formada a partir del grito con que los pastores azuzaban a los perros para mover el ganado: perrr.
persona Del latín persona 'máscara de actor', 'personaje teatral'.
pordiosero De por Dios, derivado de pedir por Dios 'pedir por caridad' y en alusión a la expresión empleada por los mendigos al pedir limosna.
quizás De la expresión latina qui sapit 'quién sabe'.
semáforo Del griego sema y -foro, propiamente 'yo llevo señal'.
testigo Del antiguo testiguar, y este del latín testificare 'hacer de testigo'. El testigo juraba poniendo las manos sobre sus partes pudendas: "por mis testes" (el testiculus, de donde 'testículo', diminutivo de testis, equivalía propiamente a 'testigo de la virilidad').


miércoles, 24 de mayo de 2017

La lengua de la calle

En algún sitio leí no hace mucho que cierto grupo parlamentario pretendía dar carta de legitimidad a sus desafueros verbales (y vulgares) con el falaz argumento de que así era la lengua de la calle, o de la gente, como se dice ahora.
¿De dónde han sacado algunos eso de que el pueblo, el pueblo llano, como se decía antes, habla así, arrastrando el vocabulario y soltando palabrotas a diestro y siniestro?
Cualquier hijo de vecino sabe que hablando en público hay que cuidar las formas, y es capaz de distinguir y cambiar los registros, y hablar con el debido respeto y corrección cuando las circunstancias lo requieren, y cuidar las palabras en presencia de desconocidos, sobre todo si cree a estos superiores en saber o posición, o si acude a ellos en busca de ayuda o consejo, o si entiende que lo que él diga puede influir o tener alguna repercusión en quienes le escuchan... No, no es verdad que la calle o el pueblo sea malhablado, y uno ha conocido y tratado a muchísima gente humilde (otra expresión en desuso), agricultores y pastores y obreros y empleados, que tenía que ser muy gorda para que soltaran un taco o dijeran una palabrota, y siempre en el ámbito familiar, y guardándose mucho de hacerlo si delante había niños...
Y si estos mismos tuvieran ahora ocasión de hablar en público en el Congreso de los Diputados o en cualquier otra institución, lo harían con respeto y respetando las normas del buen decir y la buena educación, y expondrían sus ideas con sencillez y modestia sin darse tono ni subirlo, y llamarían a las cosas por su nombre sin irse por las ramas o andarse con rodeos, y se harían entender fácilmente sin necesidad de recurrir a subterfugios, y lo harían con educación y sin perder las formas ni los buenos modales, y no adoptarían ese aire de autosuficiencia y altanería, y evitarían la grandilocuencia y la fatuidad, y no caerían en la arrogancia y la presunción, y tratarían de convencer y no de avasallar, de persuadir y no de desairar, de probar y no de ofender, de argumentar y no de descalificar, de razonar y no de doblegar, de justificar y no de injuriar, de analizar y no de confundir, de discernir y no de insultar, de discutir y no de calumniar, de reflexionar y no de pontificar, de aunar y no de dividir, de captar y atraer en vez de excluir y rechazar, de tender la mano en vez de señalar con el dedo, de arrimar el hombro en vez de dar la espalda, de buscar el consenso y el convenio y el acuerdo y el pacto y el arreglo y el concierto y la conciliación y el apaciguamiento en lugar de la discrepancia y la rivalidad y la desavenencia y el antagonismo y la animosidad y el enfrentamiento y la hostilidad y la animadversión y la condena y el ensañamiento y el encono y la inquina y el resentimiento y el rencor. Y desde luego no parecerían tan engreídos, tan jactanciosos y encopetados.
Para que luego venga no sé qué grupo de cuyo nombre prefiero no acordarme a decir que va a introducir en el Congreso el lenguaje de la calle, como si en la calle la gente hablase como a lo mejor hablan ellos -y los demás grupos lo mismo- en sus reuniones o juntas o conciliábulos.


miércoles, 17 de mayo de 2017

Avecindario

En ese pueblo grande que es el diccionario conviven en paz y armonía especies, grupos y familias de aves y pájaros de muy distinta procedencia y hábitos de conducta. Eso sí, cada uno en el barrio que por su nombre le ha sido asignado, y dentro de este, cada cual en su propia casa, la que por estricto orden alfabético le haya correspondido.
Al respecto, llama poderosamente la atención de los visitantes -que, en contra de lo que pudiera pensarse, se cuentan por miles, y a todas horas, día y noche- que las susodichas casas estén habitadas, en la gran mayoría de los casos, por un inquilino nada más.
En efecto, viven solos en sus respectivas casas el andarríos, el arrendajo, el búho, el cernícalo, el chorlito, el colibrí, el cuervo, el gavilán, el halcón, el herrerillo, el malvís, el petirrojo, el pinzón, el ruiseñor (¡qué pena, la ruiseñora!), el verderón, el zorzal, etc.
Viven solas y parece que tan felices la abubilla, el águila, la alondra, la avutarda, la codorniz, la corneja, la curruca, la garza, la gaviota, la golondrina, la grulla, la oropéndola, la perdiz, etc.
Y viven en pareja únicamente, según el saber de los señores sabios académicos: el canario y la canaria, la cigüeña y el cigüeño, el faisán y la faisana, el gallo y la gallina, el ganso y la gansa, el gorrión y la gorriona, el grajo y la graja, el jilguero y la jilguera, la paloma y el palomo, el papagayo y la papagaya, el pato y la pata, el pavo y la pava, el tordo y la torda, la tórtola y el tórtolo.

miércoles, 10 de mayo de 2017

El Jarama, novela de la lengua

El Jarama, la famosa obra con la que su autor, Rafael Sánchez Ferlosio, ganó el entonces prestigioso premio Nadal en 1955, es para un servidor, dicho sea con todos los respetos y perdóneseme el atrevimiento, una de las mejores novelas en lengua castellana -si no la mejor- de la guerra civil para acá.
Y no tanto por lo que han dicho los críticos sagaces y repiten bienintencionados los manuales: el protagonista colectivo (un grupo de jóvenes madrileños que acude al río Jarama a pasar un día de fiesta), el tiempo reducido (unas doce horas), el argumento sin apenas interés, circunscrito a las peripecias habituales en ese tipo de excursiones domingueras... Y mucho menos por la monserga esa del tema de fondo o del mensaje en clave: el aburrimiento, la rutina y el vacío de la vida de un grupo de jóvenes y, por extensión, de la juventud española de los años cincuenta del pasado siglo. El propio autor se ha burlado jocosamente en más de una ocasión a propósito de lo que los susodichos críticos, en su afán por interpretar y encontrarle un sentido profundo a la obra, llegaron a escribir.
No, ni el retrato de la juventud española de la época, desencantada y sin horizontes, ni la abulia existencial de la sociedad oprimida por el Régimen. Lo principal de la novela, su mayor mérito y valor, lo que la hace aún hoy atractiva y la hará imperecedera (dentro de los límites que impone un término tan atrevido cuando se aplica a una obra literaria) es la lengua, la lengua de los diálogos, diálogos en su mayor parte triviales y anodinos, que ocupan el noventa por ciento de las páginas y que recogen de forma modélica y veraz el habla coloquial.
Lo cual nada tiene de extraño, pues lo que movió a Ferlosio a escribir El Jarama fue, según él mismo ha reconocido en un breve pero enjundioso texto autobiográfico (La forja de un plumífero, 1997), el deseo de dar cauce narrativo a la ingente recopilación de modismos y frases hechas que había recogido durante su servicio militar en África, donde tuvo la oportunidad de convivir con numerosos soldados de origen campesino que le deslumbraron con su riquísimo caudal de lengua popular. "Todo estaba, así pues escribe en La forja de un plumífero antes citada–, al servicio del habla, aunque algunos han querido ver una 'novela social', incluso llena de dobles intenciones antifranquistas, como no sé qué loco que en la palabra 'tableteo' usada para el ruido del tren (entonces todavía los trenes tableteaban, a causa de las juntas de dilatación de los carriles o de los vagones hechos de madera) descubrió una metáfora ¡de las ametralladoras en la Batalla del Jarama!"
No, no es por consiguiente El Jarama la gran novela realista del antifranquismo, como en su momento la saludara con entusiasmo la crítica más "comprometida". Su interés y trascendencia no están ahí, mal que les pese a algunos, sino en la infinita variedad de giros, modismos y expresiones que recoge, y con qué viveza y precisión. Una novela de la lengua, eso sí, y más que el retrato de una juventud abúlica, la recreación artística y cabal de la manera de hablar de la gente.
Por eso la lee uno con tanta frecuencia y provecho, y siempre con las mismas ganas y el mismo agradecimiento de la primera vez.
Por cierto que Ferlosio publicó también hace ya muchos años, en 1951, un libro que es una maravilla de invención, de fantasía bien contada, y en un castellano fresco y limpio como agua de manantial, Industrias y andanzas de Alfanhui. ¡Toda una delicia lectora!


miércoles, 3 de mayo de 2017

Diccionario de un leído de aldea

arruga. La historia de la piel: por eso una que no las tenga, arrugas, es una piel sin historia; y una de dos, o es muy joven o carece de interés, que es lo mismo que decir de atractivo.
arte. ~moderno. Tenía un cuadro colgado en la pared que podría representar un mar en tempestad, o un cielo sucio, o unos sueños oscuros y premonitorios. Era un cuadro de pintura moderna, vanguardista. Un buen día descubrió uno de esos insectos que salen con la humedad recorriéndolo con toda parsimonia. Debía de haber entrado por alguna finísima rendija entre el marco y el cristal. Intentó hacerle salir ofuscándole con el dedo. Se escabulló al fin por una esquina y quedó oculto tras el lienzo. Observó entonces que otros dos congéneres le habían precedido en sus furtivas correrías. Pero se conoce que no habían encontrado el camino de salida, y yacían exánimes, igual que si hubiesen sido disecados, a no mucha distancia el uno del otro, como diminutas ballenas despanzurradas en medio del oleaje. Y lo más curioso del caso es que no desentonaban en absoluto, casi se diría que mejoraban la pintura. 
artista. 1 Profesión de los que no trabajan. 2 Intelectual (véase).
aspavientos. Garabatos desaforados, bravatas vanas que trazan aspas en el aire.
aspereza. En plural, se liman.
asta. El asta de la bandera está harta de la del toro, y hasta las narices de la preposición que ahora mismo acaba de aparecer.
autobiografía. Todas son incompletas, pues les falta la fecha más importante.
ave. Las aves no envejecen.
aventura. De todos los medios de transporte, solo los barcos –y particularmente los más pequeños– se asocian aún con el viaje de aventuras.
avío. 1 Entre pastores y campesinos, se entendía normalmente por las provisiones que se llevaban al campo para alimentarse el tiempo que se estuviera fuera. 2 ~de fumar, de afeitar, de aseo. El conjunto de utensilios necesarios para cada fin. 3 ~de escribir. Véase recado.
azafata. “Criada de la reina, a quien servía los vestidos y alhajas que se había de poner y los recogía cuando se los quitaba” (DRAE). Con la regularización del uso comercial de los aviones en el siglo pasado, se recurrió a esta palabra de origen árabe que llevaba ya mucho tiempo en desuso para designar a las que en América llaman aeromozas (véase azafate).
azafate. Cesta de hojas de palma, canastillo o bandeja de mimbre de diversos usos, o enser donde las mujeres ponen sus perfumes y otros objetos. Es voz árabe, y de ella proviene azafata (véase), por la bandeja que sostiene en las manos mientras sirve a la reina.