En
ese pueblo grande que es el diccionario conviven en paz y armonía especies,
grupos y familias de aves y pájaros de muy distinta procedencia y hábitos de conducta.
Eso sí, cada uno en el barrio que por su nombre le ha sido asignado, y dentro
de este, cada cual en su propia casa, la que por estricto orden alfabético le
haya correspondido.
Al
respecto, llama poderosamente la atención de los visitantes -que, en contra de
lo que pudiera pensarse, se cuentan por miles, y a todas horas, día y noche- que
las susodichas casas estén habitadas, en la gran mayoría de los casos, por un
inquilino nada más.
En
efecto, viven solos en sus respectivas casas el andarríos, el arrendajo, el búho,
el cernícalo, el chorlito, el colibrí, el cuervo, el gavilán, el halcón, el
herrerillo, el malvís, el petirrojo, el pinzón, el ruiseñor (¡qué pena, la ruiseñora!), el verderón, el
zorzal, etc.
Viven
solas y parece que tan felices la abubilla, el águila, la alondra, la avutarda,
la codorniz, la corneja, la curruca, la garza, la gaviota, la golondrina, la
grulla, la oropéndola, la perdiz, etc.
Y
viven en pareja únicamente, según el saber de los señores sabios académicos: el
canario y la canaria, la cigüeña y el cigüeño, el faisán y la faisana, el gallo
y la gallina, el ganso y la gansa, el gorrión y la gorriona, el grajo y la
graja, el jilguero y la jilguera, la paloma y el palomo, el papagayo y la
papagaya, el pato y la pata, el pavo y la pava, el tordo y la torda, la tórtola
y el tórtolo.
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