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miércoles, 31 de agosto de 2016

Volver

Volver al lugar de donde se ha salido, y así una y otra vez, año tras año, toda la vida; marchar y llegar, quedarse y de nuevo partir, errantes de acá para allá siempre...
Y siempre al volver, la tristeza amarilla de las cosas que se van quedando atrás, desde las muy menudas hasta las de más arraigo: la algarabía de las golondrinas en la torre de la iglesia, la hierba mojada de rocío en los prados de la primera luz, el aroma antiguo del heno, la paz de las veredas que suben a las colladas altas, el pan amasado en la hornera por manos que ya se fueron,  el sabio calendario de las labores campesinas, la serena lentitud del tiempo en aquellos veranos de oro de la infancia...
Sobre el particular, y más en concreto sobre las razones del venir, que también es un volver, aunque se haga en otra dirección o sentido geográfico y lo muevan bien distintos sentimientos, escribió uno hace ya muchos años este poema que ahora no sin cierto sonrojo me atrevo a reproducir:

Un viaje
Vengo para ver la luz verde hilando las sombras y vistiendo el aire.
Vengo para escuchar las músicas que manan del silencio en los valles.
Vengo para anudar la memoria, rota por ahí en mil retales.

Vengo para sentarme ocioso a la puerta de la casa de mis padres,
pasear con ellos por el camino de los huertos al caer la tarde
y desandar los días del tiempo viejo que se guarda en los desvanes.

Vengo para ver pasar el río
          desde la barandilla del puente
          y olvidar que es el ojo el que cambia
          y ver que son las aguas de siempre.

lunes, 29 de agosto de 2016

Comparaciones expresivas

De entre las comparaciones, que son, por su llaneza y expresividad, uno de los recursos más característicos de la lengua, popular y literaria, estas cuatro:

una verdad como un templo;
una mentira como una catedral;
un artista como la copa de un pino;
verdades como puños.

Y esta otra, preciosa y muy elocuente, habitual entre las gentes del campo, pastores sobre todo:

libre como la burra del guarda.

viernes, 26 de agosto de 2016

Perderse en el Monte Perdido

En el circo o valle de Pineta, antaño un glaciar, a los pies del Monte Perdido, caminando por pacíficos senderos y veredas que discurren entre helechos, rosales silvestres, serbales, avellanos, hayas (a las que según dicen les gusta tener la cabeza mojada y los pies secos) y abetos o se atreven a desafiar a campo abierto al sol.
Arriba, donde hasta el aire es azul, se ofrece a los oídos del visitante el concierto más antiguo y armonioso, que es el del silencio de la naturaleza. 
Más arriba, unas nubes viajeras que vienen a curiosear un poco.







Enfrente, adivinada, la canción callada de esos hilos blancos que bajan desde los neveros.


















Luego, al acercarse uno, el himno del agua que entonan desde hace millones de años las fuentes del río Cinca.


















Así hasta que se despide la tarde con una luz mansa y dorada como la que envuelve la infancia.


















miércoles, 24 de agosto de 2016

Los adverbiales tristes

De entre las locuciones adverbiales, es decir, de entre esas combinaciones estables de palabras que equivalen a un adverbio y complementan por consiguiente al verbo, llaman particularmente la atención, por su forma misma, las constituidas por la preposición a más un nombre o un adjetivo en femenino plural. 'Adverbiales tristes' las denomina Rafael Sánchez Ferlosio (en Glosas castellanas, ensayo incluido en Altos estudios eclesiásticos), y he aquí, como muestra, una más que cumplida retahíla: a oscuras, a escondidas, a ciegas, a solas, a gatas, a gachas, a espuertas, a tientas, a medias, a rastras, a secas, a rachas (referida al viento), a hurtadillas, a horcajadas, a cuestas, a buenas, a malas, a sabiendas, a tontas y a locas, a trancas y barrancas, a banderas desplegadas, a duras penas, a pies juntillas, a deshoras, a buenas horas, a todas horas, a días, a manos llenas.

lunes, 22 de agosto de 2016

La veta popular

Esta redondilla anónima, muy recordada por Unamuno:

Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos,
que Dios ayuda a los malos
cuando son más que los buenos.

Y esta cuarteta de Manuel Molina, cantaor flamenco:

De noche me salgo al campo
para hablar con las estrellas
y aprendo más en un rato
que en dos mil años de escuela.


miércoles, 17 de agosto de 2016

De ayer

Revivo con mucha frecuencia, cada vez más, los años últimos de la niñez y de la primera adolescencia… El pueblo era nuestro mundo, el único que conocíamos y en el que casi podría decirse que éramos felices. Pero había otro mundo, lejano y desconocido, del que
–estábamos seguros– algún día formaríamos parte. De dónde nos venía esa seguridad es algo que nunca he logrado explicar.
Nuestros abuelos y nuestros padres, y así hasta no sé cuántas generaciones atrás, habían nacido en el pueblo y nunca habían salido de él. Ni siquiera se lo habían planteado. Muchos, incluso, vivían toda su vida en la misma casa en la que habían nacido, y en ella morían. Atados todos de por vida a la tierra, permanecían en ella resignados para siempre a sus pequeños destinos. Lo porvenir se presentaba a sus ojos como un camino llano y acaso sinuoso pero uniforme, sin acontecimientos ni sorpresas previsibles.
Morir uno donde ha nacido: a qué pocos les es dado hoy este privilegio. (Si es que lo es, un privilegio, que no estoy muy seguro, pensándolo bien.)
Todos los habitantes de estos pueblos –y no solo de estos- llevaron siempre una vida sencilla, tal vez algo monótona, alterada únicamente por emociones pequeñas y sucesos menudos. Apenas había cambios en ella, y si los había eran muy lentos y no demasiado perceptibles. Acompasaban los trabajos y los días de su existencia al discurrir tranquilo y despacioso de las estaciones. El mundo estaba muy lejos y las cosas que pasaban en él y que escuchaban por la radio apenas tenían que ver con sus preocupaciones. Las modas y otras costumbres pasajeras rara vez llamaban a sus puertas. Viajaban poco, solo por necesidad; los hombres algo más, cuando los llamaban para cumplir el servicio militar; las mujeres, si acaso alguna vez a la cabeza de la comarca o a la capital de la provincia, para mirarse la vista o cualquier otro requerimiento de la salud.
Luego las cosas cambiaron, a partir de mi generación especialmente. Todos albergábamos la esperanza de salir. Estábamos seguros de que nos aguardaba otro destino que no fuera arar las tierras y guardar el ganado. Teníamos reservado un sitio en otro sitio, no sabíamos dónde, un sitio mejor… El mundo estaba abierto y nos esperaba, el mundo crecía y nos necesitaba; la tarea que se nos había asignado nos brindaría la oportunidad de prosperar, la ilusión de una vida distinta y ajustada a nuestras aspiraciones y cualidades no tardaría en hacerse realidad.
Los años de estudio no eran sino el primer tramo para llegar a la meta, un escalón inevitable en el ascenso; cada curso era un paso que acortaba la espera.
Dábamos por supuesto un porvenir mejor, confiábamos ciegamente en la benevolencia del destino.
Y sí, nos fuimos con la maleta al hombro y el propósito más o menos firme de ir preparando nuestro lugar en el mundo.
Aplícate bien en los estudios, nos decían en casa al despedirnos.
Sin estudios no llegarás nunca a nada.
Un hombre sin estudios tiene todas las puertas cerradas.
Los libros, agárrate a los libros y no los sueltes.
Estudia, si quieres ser alguien el día de mañana.
Ahora sabemos que tenían razón: los libros fueron el salvoconducto que nos facilitó la entrada, el pasaporte gracias al cual esquivamos algunos trámites y transitamos con menos trabas de un lugar a otro. 

miércoles, 10 de agosto de 2016

De lobos y otras cosas

Andando estos días por los montes del pueblo, en los que dicen que de vez en cuando se deja ver algún lobo, me he acordado de lo que decía Álvaro Cunqueiro, que el lobo, antes de establecerse en un monte, lo consulta siempre con el roble más viejo de la comarca, lo que hace suponer que existe o existía una lengua que conocían a la vez el lobo y el roble, lengua que bien podría ser la que permitió a Noé comunicarse con los animales en el arca, y a estos entre sí; por cierto que el único que al parecer no obedeció sus indicaciones fue el cuervo, y por eso le mandó a explorar la tierra, a ver si todavía la cubrían las aguas o había ya algún sitio escurrido, cuando el arca se posó en el monte Ararat. (Y recuerdo ahora también de lo que leí la semana pasada en los periódicos, que 'Lobo' será admitido como nombre en el registro civil, es decir, que podrá haber niños que se llamen Lobo; nada se decía en la noticia sobre el femenino, Loba).
Y ahora que están celebrándose los Juegos Olímpicos, esta nota del mismo Cunqueiro:
"A nadie le darían en la China imperial un premio por su rapidez en ascender una montaña, sino todo lo contrario, por la más tranquila ascensión, contemplando árboles, fuentes, nubes, el río que discurre allá abajo, y el milano que vuela de cumbre a cumbre. Pasear y echar cometas al aire fueron los dos únicos deportes de aquella sociedad, sin duda exquisita, que evitaba por encima de todo, por exigencias espirituales y morales, la fatiga".
('De Olímpicos hispánicos', SG, 18/2/1976, en "Los otros rostros")

viernes, 5 de agosto de 2016

Sin internet

Marcho mañana a pasar un par de semanas al pueblo, y allí no hay internet, o sea, que durante ese tiempo no podrá un servidor escribir en este blog (y aprovecho la circunstancia para expresar mi agradecimiento a todos los lectores que entran y se detienen en él).
Bueno, eso es lo que pienso ahora, pero quién sabe, a lo mejor en los meses que llevo sin ir han llegado también a aquellas montañas los adelantos y en la misma plaza del Medio Lugar se puede uno conectar a algún wifi, aunque no sea el de la iglesia que está allí presidiéndola.
El pueblo es pequeño, tendrá unas sesenta casas, que ahora en verano están todas abiertas, al revés de lo que ocurre en invierno, y no hay ni una sola tienda, ni de comestibles siquiera, ni bares, ni diversiones programadas, ni eso que hasta no hace mucho se llamaba lugares de ocio.
Pero están los caminos, los valles, los prados, los montes, las veredas, las camperas –praderías altas–, las montañas –el Pico de las Palabras, Pandurriondo, Piedralagua...–, que esperan siempre a los que vuelven, inmutables y serenos (no cambia el paisaje, sino los ojos o el sentimiento de quien lo contempla).
Y está también la infancia, que es, según aseguran los poetas, la única patria que tenemos.

Nota bene. El Pico de las Palabras... Ya lo tengo... Subiré, y, como está tan cerca de las nubes, a lo mejor allí tengo acceso a la otra, la de la informática, esa en la que por lo visto se almacenan y procesan los datos y archivos de la internet.

miércoles, 3 de agosto de 2016

De aquí y de allá

¿Cuántos aviones habrá volando en todo el mundo en este momento? Seguro que muchos nos hemos hecho esta pregunta alguna vez.
En una noticia aparecida en el periódico (La Vanguardia, 27/07/2016) bajo el bonito epígrafe de Radiografía del cielo, leo el siguiente titular, que da respuesta a la pregunta antes formulada:
"'Diez mil aviones en el aire en este momento'".
Y debajo, en los subtítulos:
'El sector aéreo no cesa de crecer: unos 100.000 vuelos al día y 2.790 millones de pasajeros en 2014'.
'En España, más de 6.000 aviones aterrizan, despegan o sobrevuelan su espacio aéreo cada día'.
En la noticia se dice también que en las dos próximas décadas se necesitarán 32.000 aviones nuevos, y que crecerán las megaciudades aeroportuarias o hubs que gestionan como mínimo más de 10.000 pasajeros diarios.
De todo lo cual se pueden extraer así a vuelapluma dos consideraciones: la primera, que, a este paso, será cada vez más difícil levantar la vista y ver el cielo azul libre de esas estelas blancas que lo surcan y enmarañan; la segunda, que no es extraño que a los ángeles les dé miedo andar por los espacios siderales con tanto tráfico y prefieran quedarse tranquilamente allá arriba en el paraíso contemplando el espectáculo, lo que explica que ya nadie les vea nunca por aquí.

Y hablando del paraíso, esta frase de Coleridge, citada por Borges: "Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano ¿entonces, qué?" ('La flor de Coleridge', en Otras inquisiciones)

lunes, 1 de agosto de 2016

Agosto

Los veranos, con la edad, son cada vez más cortos, y el tiempo, el de verdad, no el de los relojes, corre cada año más deprisa.
Fue ayer cuando despedimos a junio y entra ya agosto, el mes que la etimología consagra al emperador Octavio Augusto, y en el que algunos, que no suelen ser los agosteros, es decir, los jornaleros del campo que se contratan para las faenas de la recolección de los cereales, recogen buenas ganancias de sus negocios (hacen su agosto, dictamina el dicho). Pero, ya lo dice el refranero, 'Agosto y septiembre no duran siempre', y también: 'Agosto y vendimia no es cada día, y sí cada año; unos con ganancia y otros con daño'.
Conque a disfrutar de los días agostizos antes de que se acorten, y del aire libre agosteño antes de que se enturbie, y de la naturaleza antes de que se agoste (y no vendría mal que lo mismo que el campo se agostaran otras cosas, el gremio político por ejemplo, esa casta subvencionada que vive en la irrealidad). Y de la siesta (del latín sexta [hora], la hora sexta que venía a coincidir con el mediodía), una de las pocas palabras que hemos exportado a otras lenguas, y que tiene una curiosa variante, la siesta del carnero, también llamada la siesta del rey o la siesta del refresco, que es la que se duerme antes de la comida del mediodía. Tanto una como otra, la más común y la del carnero, donde mejor se echan es en el campo, amenizadas por la orquesta de las cigarras o los cencerros de algún rebaño.