Marcho
mañana a pasar un par de semanas al pueblo, y allí no hay internet, o sea, que
durante ese tiempo no podrá un servidor escribir en este blog (y aprovecho la
circunstancia para expresar mi agradecimiento a todos los lectores que entran y
se detienen en él).
Bueno,
eso es lo que pienso ahora, pero quién sabe, a lo mejor en los meses que llevo
sin ir han llegado también a aquellas montañas los adelantos y en la misma
plaza del Medio Lugar se puede uno conectar a algún wifi, aunque no sea el de
la iglesia que está allí presidiéndola.
El
pueblo es pequeño, tendrá unas sesenta casas, que ahora en verano están todas
abiertas, al revés de lo que ocurre en invierno, y no hay ni una sola tienda,
ni de comestibles siquiera, ni bares, ni diversiones programadas, ni eso que hasta
no hace mucho se llamaba lugares de ocio.
Pero
están los caminos, los valles, los prados, los montes, las veredas, las camperas –praderías altas–, las montañas –el Pico de las Palabras,
Pandurriondo, Piedralagua...–, que esperan siempre a los que vuelven,
inmutables y serenos (no cambia el paisaje, sino los ojos o el sentimiento de
quien lo contempla).
Y
está también la infancia, que es, según aseguran los poetas, la única patria
que tenemos.
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