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viernes, 5 de agosto de 2016

Sin internet

Marcho mañana a pasar un par de semanas al pueblo, y allí no hay internet, o sea, que durante ese tiempo no podrá un servidor escribir en este blog (y aprovecho la circunstancia para expresar mi agradecimiento a todos los lectores que entran y se detienen en él).
Bueno, eso es lo que pienso ahora, pero quién sabe, a lo mejor en los meses que llevo sin ir han llegado también a aquellas montañas los adelantos y en la misma plaza del Medio Lugar se puede uno conectar a algún wifi, aunque no sea el de la iglesia que está allí presidiéndola.
El pueblo es pequeño, tendrá unas sesenta casas, que ahora en verano están todas abiertas, al revés de lo que ocurre en invierno, y no hay ni una sola tienda, ni de comestibles siquiera, ni bares, ni diversiones programadas, ni eso que hasta no hace mucho se llamaba lugares de ocio.
Pero están los caminos, los valles, los prados, los montes, las veredas, las camperas –praderías altas–, las montañas –el Pico de las Palabras, Pandurriondo, Piedralagua...–, que esperan siempre a los que vuelven, inmutables y serenos (no cambia el paisaje, sino los ojos o el sentimiento de quien lo contempla).
Y está también la infancia, que es, según aseguran los poetas, la única patria que tenemos.

Nota bene. El Pico de las Palabras... Ya lo tengo... Subiré, y, como está tan cerca de las nubes, a lo mejor allí tengo acceso a la otra, la de la informática, esa en la que por lo visto se almacenan y procesan los datos y archivos de la internet.

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