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miércoles, 31 de agosto de 2016

Volver

Volver al lugar de donde se ha salido, y así una y otra vez, año tras año, toda la vida; marchar y llegar, quedarse y de nuevo partir, errantes de acá para allá siempre...
Y siempre al volver, la tristeza amarilla de las cosas que se van quedando atrás, desde las muy menudas hasta las de más arraigo: la algarabía de las golondrinas en la torre de la iglesia, la hierba mojada de rocío en los prados de la primera luz, el aroma antiguo del heno, la paz de las veredas que suben a las colladas altas, el pan amasado en la hornera por manos que ya se fueron,  el sabio calendario de las labores campesinas, la serena lentitud del tiempo en aquellos veranos de oro de la infancia...
Sobre el particular, y más en concreto sobre las razones del venir, que también es un volver, aunque se haga en otra dirección o sentido geográfico y lo muevan bien distintos sentimientos, escribió uno hace ya muchos años este poema que ahora no sin cierto sonrojo me atrevo a reproducir:

Un viaje
Vengo para ver la luz verde hilando las sombras y vistiendo el aire.
Vengo para escuchar las músicas que manan del silencio en los valles.
Vengo para anudar la memoria, rota por ahí en mil retales.

Vengo para sentarme ocioso a la puerta de la casa de mis padres,
pasear con ellos por el camino de los huertos al caer la tarde
y desandar los días del tiempo viejo que se guarda en los desvanes.

Vengo para ver pasar el río
          desde la barandilla del puente
          y olvidar que es el ojo el que cambia
          y ver que son las aguas de siempre.

1 comentario:

  1. Si no hubieses vuelto de donde saliste, el poema sería otro, y otro viaje.

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