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martes, 19 de diciembre de 2017

Palabras y expresiones castellanas de origen bíblico (I)

Alguno dirá, y no sin razón, que la procedencia bíblica de algunas de estas palabras y expresiones es discutible en un sentido estricto, etimológica o históricamente hablando, pero así han sido percibidas por el sentir popular, que, de un modo más o menos intuitivo, les asignó desde un principio ese fundamento y esa consideración.
Lo que resulta indudable, en cualquier caso, es que todas ellas han pervivido a lo largo de los siglos aun entre las capas sociales menos instruidas, y también que forman parte, y no precisamente insustancial, todavía hoy, del acervo lingüístico y cultural de los hablantes del idioma castellano.

adán. Coloquialmente, hombre desaliñado, sucio o descuidado. Aunque no aparecen en el DRAE, son también de uso familiar estar hecho un adán, parecer un adán: ser desaliñado o muy descuidado en el vestir.

adefesio. De la expresión latina ad Ephesios, ‘a los habitantes de Éfeso’, título de una carta o epístola que forma parte del Nuevo Testamento y que fue dirigida por san Pablo a los habitantes de esa ciudad de Asia Menor (actual Turquía), en la que él había predicado y sufrido grandes penalidades. Empleada hasta el siglo XVI como locución adverbial con el significado de ‘en balde’ o ‘disparatadamente’, pasó a significar después ‘prenda de vestir o adorno ridículo’ y ‘persona de aspecto feo o ridículo’.

agareno, na. Descendiente de Agar, esclava de Abraham; musulmán.

aleluya. Del hebreo hallelu yah, 'alabad a Dios'. Exclamación bíblica de júbilo, usada en la liturgia cristiana con el mismo fin, particularmente en tiempo de Pascua.

alfa. alfa y omega: principio y fin (Hechos de los Apóstoles 1, 8: "Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios..."). Alfa y omega son, respectivamente, la primera y la última letra del alfabeto griego.
amén. Así sea, como fórmula para manifestar aceptación o conformidad; también, para expresar el deseo de que tenga efecto lo que se desea. Proviene del hebreo amen, equivalente a 'verdaderamente', 'en verdad, en verdad'.

apocalipsis. Fin del mundo. Catástrofe de grandes proporciones, destrucción total. Del griego apokálypsis, 'revelación', es el título del último libro de la Biblia, el Apocalipsis de san Juan, que contiene las revelaciones sobre el fin del mundo.

apóstol. Del griego apóstolos, 'enviado'. Cada uno de los doce principales discípulos de Jesús; también, persona dedicada a la difusión de la doctrina cristiana o de cualquier otra idea importante.

árbol. árbol de la ciencia del bien y del mal, árbol de la vida: árboles puestos por Dios en medio del paraíso que tenían la virtud de prolongar la existencia. Del segundo, el árbol del conocimiento, le prohibió al hombre expresamente que comiera sus frutos: "Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día en que comas, ciertamente morirás" (Génesis 2, 16-17).

arca. arca de la alianza: arca en que el pueblo hebreo guardaba las tablas de la ley, el maná y la vara de Aarón; arca de Noé, arca del diluvio: especie de embarcación en que se salvaron del diluvio universal Noé, su familia y los animales que encerraron en ella.

arena. edificar sobre arena: hacer algo sin fundamento, sin una base sólida y duradera (Mateo 7, 26: " Pero el que me escucha estas palabras y no las pone por obra, será semejante al necio, que edificó su casa sobre arena". Se contrapone esta actitud con la descrita dos versículos antes, en 7, 24: "Aquel, pues, que escucha mis palabras y las pone por obra, será como el varón prudente, que edifica su casa sobre roca.").
avemaría. Del latín ave, palabra que se empleaba como salutación, y María, nombre de la Virgen: oración cristiana compuesta de las palabras con que el arcángel san Gabriel saludó a la Virgen María, de las que dijo santa Isabel y de otras que añadió la Iglesia.

babel. Desorden y confusión. De Babel, nombre que se le da en la Biblia a la ciudad de Babilonia, y particularmente a la torre que los hombres pretendieron construir en ella con la intención de que llegase hasta el cielo (Génesis 11, 1-9: "...Por eso se la llamó Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de todos los habitantes de la tierra y los dispersó por toda la superficie."). 

bandeja. servir en bandeja de plata: dar a alguien grandes facilidades para que consiga lo que se ha propuesto. Según narran los evangelistas Mateo y Marcos, el rey Herodes Antipas había encarcelado a Juan el Bautista por haberle reprobado su matrimonio con Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Salomé, la hija de Herodías, bailó para Herodes con motivo de su cumpleaños, y él, agradecido, le prometió bajo juramento que le daría cuanto le pidiera. Aconsejada por su madre, Salomé pidió que le trajeran la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja, y Herodes cumplió con su deseo.

barrabás. Persona mala, perversa. Proviene del nombre de Barrabás, preso que Pilato, a petición de los judíos, indultó con preferencia a Jesús. / barrabasada. Acción o travesura que produce gran daño o perjuicio.

becerro. becerro de oro: dinero o riquezas, por alusión al becerro de oro que el pueblo hebreo, cansado de peregrinar por el desierto y en ausencia de Moisés, formó con los pendientes que llevaban y al que ofrecieron sacrificios en un altar; adorar al becerro de oro: interesarse únicamente por las riquezas y bienes materiales.
belén. Representación del nacimiento de Jesús, por alusión a Belén, localidad de Palestina en que tuvo lugar. Por extensión, alboroto, desorden, situación confusa: armarse o montar un belén, meterse en belenes.

benjamín. Hijo menor de una familia, miembro más joven de un grupo, por alusión a Benjamín, hijo último de Jacob, y su predilecto.

busilis. Punto en que radica la dificultad o el interés de una cosa, intríngulis. Viene de la expresión latina in diebus illis, inicio frecuente de los textos latinos del evangelio que se leían en la misa; alguien que no entendía su significado (‘en aquellos días’) debió de suprimir las dos primeras sílabas –in die- y amalgamar las restantes –bus illis: busilis-, formando así la nueva palabra, ‘busilis’.

Caín. Del personaje bíblico, hijo de Adán y Eva, que mató a su hermano Abel por envidia; alma de Caín: persona malvada y cruel; las de Caín: intenciones aviesas; pasar las de Caín: sufrir granes apuros y contratiempos. / cainita. Referido a Caín, o que tiene que ver con su actitud de rechazo, odio o enemistad contra familiares y allegados: envidia cainita.

calle. calle de la amargura: situación angustiosa y prolongada; traer a alguien por la calle de la amargura: causarle numerosos y prolongados disgustos. Hace referencia a la vía dolorosa o calle de la amargura que recorrió Jesús camino del Calvario llevando la cruz a cuestas.

calvario. Representación, en un camino o en las paredes de una iglesia, de las principales escenas de la pasión de Jesucristo. El mismo lugar aparece designado con el nombre arameo de Gólgota, 'lugar de la calavera'. También, por extensión, sucesión de adversidades o desgracias que sufre una persona; con idéntico sentido se emplea la expresión pasar un calvario.

carta. carta de Urías: procedimiento falso y traidor que alguien emplea para hacer daño a otra persona, abusando de su confianza y buena fe. Proviene del episodio en que el rey David escribe una carta a Joab con las instrucciones para que Urías muera en la batalla, enviándole dicha carta por el propio Urías, con cuya mujer pretendía casarse.

cena. última cena: última cena de Jesucristo con sus discípulos.

cenáculo. Sala en que Jesucristo celebró la última cena con sus apóstoles; también, reunión poco numerosa de personas unidas por vínculos ideológicos o profesionales.

chivo. chivo expiatorio: macho cabrío que era sacrificado por el sumo sacerdote para expiar los pecados de los israelitas; persona a la que se hace pagar las culpas de otros, cabeza de turco.

cielo. clamar al cielo: ser algo manifiestamente escandaloso (Génesis 4, 10: "¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama de la tierra hasta mí", le dice Dios a Caín tras preguntarle por el paradero de Abel); ver el cielo abierto, o ver los cielos abiertos: encontrar la ocasión propicia para salir de un apuro o conseguir lo que se desea. Proviene del relato del martirio de san Esteban, que respondió así a sus agresores encolerizados : "Estoy viendo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre en pie, a la diestra de Dios" (Hechos de los apóstoles 7, 56).

cirineo. Persona que ayuda a otra en un trabajo penoso: hacer de cirineo. Alude a Simón Cirineo, que ayudó a Jesús a llevar la cruz en el camino del Calvario.

costilla. Coloquialmente, esposa; también, media costilla (Génesis 2, 22: "De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre").

coz. dar coces contra el aguijón: obstinarse en resistir a una fuerza o poder superior (Hechos de los apóstoles 9, 5:"Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón"; esta última parte de le frase de advertencia, pronunciada por la voz divina que derriba a Saulo en el camino de Damasco, no aparece, sin embargo, o se ha suprimido, en las versiones modernas).

cristo. Del latín Christus, y este del griego Christós, nombre bíblico del Hijo de Dios. Coloquialmente, se utiliza con frecuencia en las expresiones siguientes: un cristo, hecho un cristo: persona que presenta un estado lastimoso; armarse la de Dios es Cristo: producirse un jaleo o escándalo grandes; como a un cristo dos pistolas, con los verbos ir, sentar o equivalentes: muy mal; donde Cristo dio las tres voces: en un lugar muy apartado y solitario (aludiendo probablemente al desierto donde se retiró Jesucristo; allí fue tentado tres veces por el diablo, y las tres respondió con tres frases o voces de réplica contundente); ni Cristo que lo fundó: para negar rotundamente algo; todo cristo: todas las personas, todo el mundo./ anticristo. Ser maligno que aparecerá antes de la segunda venida de Cristo para apartar a los cristianos de la fe. Su descripción aparece en Apocalipsis 13 1-18: "Entonces vi surgir del mar una bestia que tenía diez cuernos y siete cabezas...").

davídico, ca. Referido a David, rey de Israel. Su nombre, como símbolo de la fragilidad, se contrapone al de Goliat, gigante filisteo que representa la fuerza, en la expresión David y Goliat, no recogida en el DRAE: el débil, pero astuto, frente al más fuerte y poderoso, en una lucha aparentemente desigual de la que sale vencedor, como en el episodio bíblico, el primero.

dedo. poner el dedo en la llaga: conocer y señalar la verdadera causa de un mal, el punto más conflictivo o delicado de una cuestión. Proviene muy probablemente del episodio bíblico en que el apóstol Tomás, descreído, al referirle los demás discípulos que Jesús se les ha aparecido recién resucitado, exclama: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos  y no meto mi mano en su costado, no creeré" (Juan 20, 25).

desierto. predicar en el desierto, clamar en el desierto: intentar, inútilmente, convencer a quienes no están dispuestos a admitir razones o ejemplos (Isaías 40, 3: "...la voz que clama en el desierto").

diablo. En la tradición judeocristiana, príncipe de los ángeles rebelados contra Dios , y también cada uno de ellos, arrojados al abismo y representantes del mal; se le identifica con Satán y Satanás.

diluvio. Inundación de la tierra provocada por lluvias muy copiosas. Por antonomasia, el diluvio universal con que, según la Biblia, Dios castigó a los hombres en tiempos de Noé. / antediluviano, na. Anterior al diluvio universal.


miércoles, 6 de diciembre de 2017

Redacción

Libros los llamaban, y un libro era un objeto plano y rectangular formado por una pila de hojas de papel cosidas o pegadas por un lado, con una cubierta en la que figuraba el título y el nombre del autor del texto impreso que aparecía dentro.
Los había de todos los tamaños, desde los fácilmente transportables en la mano (incluso cabían en un bolsillo un poco holgado) hasta los que, por ser muy pesados y voluminosos, servían principalmente como adorno en los salones de las casas; estos últimos recibían el nombre de enciclopedias.
También los contenidos eran muy variados, según fuera la intención con que los autores los escribían: para entretener y pasar el tiempo (en aquella época de aquellos siglos viejos la gente aún disponía libremente de algunas horas), para exponer ideas o pensamientos, para explicar cosas o impartir conocimientos, para recoger lo que otros habían dicho, para servir de guía en alguna actividad...
Los libros se vendían en unos sitios que se llamaban librerías, y la gente acudía allí a curiosear y los hojeaba y los compraba, y luego los leía, o los regalaba, que durante mucho tiempo existió esa costumbre.
También se guardaban, alineados en largas filas con los lomos hacia fuera con una señal en la parte de abajo, en lugares especiales que se llamaban bibliotecas.
Allí había siempre personas que se encerraba horas y horas en salas silenciosas con las paredes abarrotadas de libros y unas mesas pobremente iluminadas donde podían apoyar los codos para leer y tomar notas. Otros, en cambio, menos vergonzosos, no tenían reparo en ponerse a leer en cualquier sitio y a cualquier hora: sentados en un banco de un parque público a la vista de todo el mundo, tumbados en la hierba a la sombra de los árboles o en la arena de la playa, repantigados en la butaca del salón de su casa, de pie mientras aguardaban con tranquilidad en las paradas de los vehículos en que se desplazaban de un lugar a otro… Algunos incluso se llevaban el libro con ellos a la cama para leer antes de dormirse.
Al contrario de lo que cabría pensar, los libros más leídos no eran los que enseñaban cosas útiles sino los que contaban historias que los autores se sacaban de la manga o de su imaginación, historias por eso mismo falsas o irreales, y no pocas veces inverosímiles y un punto absurdas.
De estos, según fuera de lo que hablaban, había tres clases: novelas (y cuentos si la historia era muy corta), poesía (si hablaba de sentimientos y cosas delicadas, para emocionar o hacer saltar las lágrimas) y teatro (si solo aparecían diálogos que después unos actores tenían que recitar en unos escenarios...). También se distinguían por la forma como estaba impreso el texto: las novelas, todo seguido, con guiones para indicar cuándo hablaba un personaje y cuándo otro; las poesías, sin que las líneas llegaran al final del renglón, ocupando solo la mitad o menos; el teatro, repitiendo siempre los nombres de los personajes y poniendo luego detrás de un guión lo que decían...
Estas tres clases de libros eran las que se leían asimismo en los sitios donde reunían a los niños para enseñarles todo lo que tenían que aprender: escuelas, o colegios, que era donde iban los más pequeños; institutos,  donde pasaban cuando se hacían adolescentes y cumplían doce o catorce años, según; y universidades, reservadas para los que querían prepararse para trabajos especiales y pasarse la vida haciendo ver que sabían mucho de una cosa, pero solo de una...
Los encargados de enseñar las cosas en las escuelas y colegios eran los maestros; a los que enseñaban en los institutos se les llamaba profesores; y a los de las universidades, catedráticos.
Para quedarnos con los del medio, que tienen siempre de todo y son por eso los más completos, hablaremos solo de los institutos y de los libros que allí se leían en aquellos siglos viejos.
Aparte de los que eran obligatorios en cada materia (o asignatura), y que los estudiantes rayaban y llenaban de garabatos o rompían o arrugaban y tiraban en cuanto llegaban las vacaciones, había los otros, los que se mandaba leer porque se habían leído siempre desde el principio del mundo y se consideraban por eso imprescindibles y al que no los leía se le consideraba un inculto. Estos eran libros que en lugar de enseñar algo útil o explicar cosas provechosas para la vida hablaban solo, como ya se ha dicho, de historias y sentimientos, todo inventado e imaginario, cuanto más irreal o sentimental o exagerado mejor.
Los profesores los mandaban leer y luego se comentaban en clase y se hacían resúmenes, y en los exámenes ponían preguntas sobre ellos, y los alumnos tenían que aprender a veces trozos de memoria, sobre todo en el caso de las poesías... Y lo que los profesores decían de esos libros era siempre lo mismo, pero como repetían lo que otros antes de ellos habían dicho, se aceptaba sin más.
La materia o asignatura en que todo esto se estudiaba en aquellos siglos viejos se llamaba literatura, y los profesores que la explicaban estaban convencidos de que era la más importante y presumían en clase por eso de estar en el secreto de lo que los libros decían; o habían querido decir, que esa era otra, muchas veces lo que una poesía, por ejemplo, decía a simple vista no era lo mismo que lo que el poeta había querido decir, y eso solo lo veían los profesores, no los alumnos, y estos abrían la boca asombrados cuando aquellos les revelaban el secreto último, lo que significaban aquellas líneas, que casi siempre era algo muy profundo o muy serio y trascendental...