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lunes, 31 de octubre de 2016

Diferentes maneras de leer

Cuentan, según he leído en alguna parte, que san Agustín, siendo obispo de Hipona, visitó en cierta ocasión al futuro san Ambrosio y le encontró leyendo en soledad y absoluto silencio, de lo que se quedó muy asombrado. ¡Lo nunca visto, que alguien leyera únicamente con los ojos y sin mover siquiera los labios! Y tanto le llamó el hecho la atención que lo anotó en su libro más conocido, Confesiones: "Cuando leía sus ojos se desplazaban sobre las páginas y su corazón buscaba el sentido, pero su voz y su lengua no se movían".
Aún hoy se encuentra uno de vez en cuando con personas, de una cierta edad la mayoría, que, como era habitual en tiempos de san Agustín, leen silabeando en un murmullo, mueven los labios como si estuvieran rezando, desplazan los ojos despacio de un extremo a otro de la página siguiendo el renglón, respiran hondo al final de cada párrafo y mojan con delectación premiosa la yema del dedo índice en la boca antes de pasar la página.

Y hablando de leer, reproduzco a continuación la encuesta que propuso Nabokov a sus alumnos (y que aparece en su libro Curso de literatura europea) a propósito de las cualidades que debía uno reunir para ser un buen lector. De las diez definiciones, los estudiantes tenían que elegir cuatro, que, combinadas, conformarían ese hipotético buen lector.

1        Debe pertenecer a un club de lectores.
2        Debe identificarse con el héroe o la heroína.
3        Debe concentrarse en el aspecto socioeconómico.
4        Debe preferir un relato con acción y diálogo a uno sin ellos.
5        Debe haber visto la novela en película.
6        Debe ser un actor embrionario.
7        Debe tener imaginación.
8        Debe tener memoria.
9        Debe tener un diccionario.
10    Debe tener cierto sentido artístico.

"Los estudiantes –observa Nabokov– se inclinaron en su mayoría por la identificación emocional, la acción, y el aspecto socioeconómico o histórico. Naturalmente, como habréis adivinado, el buen lector es aquel que tiene imaginación, memoria, un diccionario, y cierto sentido artístico... sentido que yo trato de desarrollar en mí mismo y en los demás siempre que se me ofrece la ocasión".

Pueden también ahora los lectores de este blog responder a la misma encuesta planteada a los estudiantes, o añadir a lo mejor alguna otra cualidad a la lista del “buen lector”.     

jueves, 27 de octubre de 2016

Efemérides literarias

Tal día como mañana, 28 de octubre, pero del año 1999, murió en El Puerto de Santa María (Cádiz), donde había nacido en 1902, el poeta Rafael Alberti.
Con su familia, se trasladó a Madrid en 1917, ciudad en la que en un principio se dedicó a la pintura. En los años de la república participó activamente en la vida política, y lo mismo durante la guerra civil del 36. En 1939 se exilió, primero en Argentina hasta 1962, y luego en Roma hasta 1977, año en que regresó a España.
Suelen distinguirse dos etapas bien diferenciadas en su obra, cuya característica principal acaso sea la variedad de estilos y temas: una primera, popular y vanguardista; y una segunda, a partir de los años de la República (1931), de poesía civil y comprometida, al servicio de sus ideas políticas. A estas podría añadirse una tercera, la del exilio, de carácter más heterogéneo.
Como libros principales pueden destacarse los siguientes:
.Marinero en tierra (1924), cuyo tema central es la nostalgia del mar gaditano de su infancia. Predominan las estrofas breves de raíz popular, junto con algunos sonetos.

              Si mi voz muriera en tierra,
            llevadla al nivel del mar
            y dejadla en la ribera.
               Llevadla al nivel del mar
            y nombradla capitana
            de un blanco bajel de guerra.
               ¡Oh mi voz condecorada
            con la insignia marinera:
            sobre el corazón un ancla
            y sobre el ancla una estrella
            y sobre la estrella el viento
            y sobre el viento la vela!

.Sobre los ángeles (1929), expresión de una profunda crisis espiritual sufrida por el poeta en aquella época. Valiéndose de las técnicas surrealistas –las imágenes visionarias sobre todo–, se sirve de extraños ángeles para personificar sus sentimientos de desesperanza, dolor, tristeza...

               Los ángeles muertos

               Buscad, buscadlos:
            en el insomnio de las cañerías olvidadas,
            en los cauces interrumpidos por el silencio de las basuras.
            No lejos de los charcos incapaces de guardar una nube,
            unos ojos perdidos,
            una sortija rota
            o una estrella pisoteada.
               Porque yo los he visto:
            en esos escombros momentáneos que aparecen en las neblinas.
            Porque yo los he tocado:
            en el destierro de un ladrillo difunto,
            venido a la nada desde una torre o un carro.
            Nunca más allá de las chimeneas que se derrumban
            ni de esas hojas tenaces que se estampan en los zapatos [...]
             
.El poeta en la calle (1931-1936), De un momento a otro (1932-1938) y Entre el clavel y la espada (1939-1940) conforman la etapa de su "poesía civil" al servicio de la causa republicana, sobre temas sociales, a veces con un carácter meramente propagandístico de sus ideas políticas. Al primero de los tres libros pertenece el célebre (y extraño, casi enigmático) poema siguiente, que tiene como protagonista a una misteriosa paloma:

              Se equivocó la paloma.
            Se equivocaba.
              Por ir al norte, fue al sur.
            Creyó que el trigo era agua.
            Se equivocaba.
              Creyó que el mar era el cielo;
            que la noche, la mañana.
            Se equivocaba.
              Que las estrellas, rocío;
            que la calor, la nevada.
            Se equivocaba.
              Que tu falda era tu blusa;
            que tu corazón, su casa.
            Se equivocaba.
              (Ella se durmió en la orilla.
            Tú, en la cumbre de una rama.)

Ya en el exilio, escribió A la pintura (1945), sobre temas y obras de pintores famosos y Retornos de lo vivo lejano (1952), evocaciones nostálgicas del pasado y de la patria lejana.

lunes, 24 de octubre de 2016

Conversaciones infantiles

Hacia 1960, dos niños, en el campo, para distraerse mientras guardan las vacas.
–¿Quién vuela más alto, un águila o un quebrantahuesos?
–Un águila.
–Los dos igual.
–¿Y quién canta mejor, un jilguero o un ruiseñor?
–Un jilguero.
–Mentira, que canta mejor el ruiseñor.
–¿Quién es más guapo, un jilguero o un verderón?
–El jilguero, que tiene más colores, siete en total.
–¿Y quién pone más huevos en el nido, la codorniz o la perdiz?
–La perdiz.
–Trola, que es la codorniz, porque son más pequeños y caben más.
O por la noche, en verano, sentados junto a la lumbre que ellos mismos han encendido, una escoba seca debajo para prender el fuego y ramas y troncos de piorno encima, repasando sus conocimientos de botánica en particular y de la naturaleza y el mundo en general.
–¿Cuáles son las mejores varas y las más rectas, las de salguera o las de avellano?
–Las de avellano.
–Y también las de acebo.
–¿Y quién florece primero, el manzanal o el peral?
–El peral, que le sale la flor en cuanto echa la hoja.
–¿Qué madura antes, las cerezas o los arándanos?
–Los arándanos.
–Al revés, las cerezas, que ya las hay para san Pedro.
–¿Y qué espiga tiene más granos, la del trigo o la de la cebada?
–La del trigo.
–La de la cebada, y si no, pregúntalo.
–¿Quién está más lejos, el sol o las estrellas?
–Las estrellas, por eso se ven más pequeñas.
–¿Y qué es más grande, el mar o la luna?
–La luna.
–Sí, pero si fuera un océano, más grande el océano.
–¿Y qué hay más en el mundo, árboles o animales?
–Árboles.
–No, si se cuentan las hormigas.

jueves, 20 de octubre de 2016

Interjecciones, la expresión de la afectividad

Las interjecciones, esas palabras y expresiones tan curiosas con las que el hablante expresa lo que siente: alegría, sorpresa, temor, extrañeza, incredulidad, pena, desagrado, ánimo, negación, etc. Marcadas siempre por los signos de exclamación, concentran una gran carga afectiva y condensan nuestra respuesta más espontánea ante lo que nos viene de fuera, la reacción inmediata y a menudo involuntaria con la que hacemos frente a las distintas situaciones del diario vivir. ¡Y cuántas de ellas medio olvidadas ya o arrumbadas en la memoria de los hablantes de más edad o durmiendo el sueño tranquilo de los libros y el más desvelado de los diccionarios! Valga como muestra este breve apresurado inventario: ¡caramba!, ¡cáspita!, ¡recórcholis!, ¡arrea!, ¡atiza!, ¡ca!, ¡quia!, ¡canastos!, ¡caray!, ¡mecachis!, ¡rediez!, ¡rediezla!, ¡recontra!, ¡ajá!, ¡tate!, ¡chitón!, ¡sus!, ¡sopla!, ¡concho!, ¡cataplum!, ¡qué porras!, ¡y un jamón!...
Y, en un rincón, aquellas con las que en determinadas circunstancias nos acordamos de los de allá arriba o de los de allá abajo y de forma más o menos inconsciente los invocamos:
¿Pero, Dios mío, qué es esto?
¡Santo Dios!
¡Dios santo, qué desastre!
¡Rediós, este trasto no funciona!
¡Ay, Señor, qué vamos a hacer ahora!
¡Dios me libre de semejante sujeto!
¡Por Dios y todos los santos, no diga usted eso!
¡Por amor de Dios!
¡Vaya sea por Dios, otra vez lo mismo!
¡A la paz de Dios!
¡Vaya usted con Dios!
¡Quédate con Dios!
¡Por los clavos de Cristo!
¡Jesús, Jesús!
¡Jesús, María y José, la que nos espera!
¡Virgen santa, pero si es ella!
¡Ave María Purísima, que alguien nos ampare!
¡Madre mía del amor hermoso!
¡Por las llaves de san Pedro!
¡Santa Rita me valga!
¡Bendita sea!
¡Cielos!
¡Pero qué demonios!
¡Diablos! ¡Demontre! ¡Diantre!
¡Por los cuernos de Satanás!


lunes, 17 de octubre de 2016

El cuatro

El número cuatro, que sugiere lo organizado, lo completo y acabado (el cuadrado).
El cuatro, que con solo cambiar de sitio una letra se convierte en cuarto.
Cuatro son los jinetes del Apocalipsis (guerra, hambre, peste, muerte); cuatro los elementos básicos: la tierra que absorbe el agua y resiste al aire, el agua que nutre la tierra y apaga el fuego, el aire que barre la tierra y borra el agua (palpándola de continuo, y acariciándola o agitándola, según le dé) y aviva el fuego, el fuego que amenaza a la tierra y huye del agua; y cuatro los evangelios canónicos, atribuidos a san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan.
Cuatro son las estaciones del año y cuatro los puntos cardinales y cuatro también nos decían en el catecismo que eran las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Las reglas aritméticas son asimismo cuatro (suma, resta, multiplicación y división), y cuatro las partes en que se divide el día: mañana, mediodía, tarde y noche. Cuatro son los palos de la baraja española (oros, copas, espadas y bastos) y cuatro los de la francesa (corazones, diamantes, tréboles y picas), los muebles se suelen asentar sobre cuatro patas y la mayoría de los vehículos se agarra al suelo sobre cuatro ruedas.
Eso en los libros y en la ciencia, que en la vida y en el hablar es otra cosa y no se le tiene al número cuatro en la misma consideración, ni se le trata con la misma deferencia: Lo ha comprado por cuatro cuartos (o por cuatro perras, o por cuatro duros); Creían que se iba a llenar la sala y solo han venido cuatro gatos; Mucho tronar y relampaguear, pero han caído cuatro gotas nada más; Escríbeme al menos cuatro letras; Dijo cuatro palabras y se fue...

jueves, 13 de octubre de 2016

Los días y su afán

De los días contados se habló aquí el otro día, y hoy otra vez el tema del día vuelven a ser los días, que pueden ser de muchas clases, según el cristal desde el que se los mire: azules (los de la infancia), grises (los de los lunes), negros (los que van por túneles), si es por el color; de diario (es decir, de entre semana, de trabajo, de cutio) o de guardar (esto es, feriados, de precepto, del Señor), si se atiende a las obligaciones; serenos, encapotados, borrascosos, dependiendo del estado anímico; rectos o lineales, curvos o torcidos, redondos o con esquinas, según el trayecto y la forma del verbo en que se conjuguen... Eso sin contar con que algunos son demasiado claros para lo oscuras que suelen ser las vidas, y muchos demasiado largos para las pocas cosas que nos traen o lo escasamente que los aprovechamos.
No pasan los días por ti, como cumplido y consuelo; mañana será otro día, en son de promesa y esperanza; un día es un día, y se abre el paréntesis; ...que son dos días, se cierra el paréntesis.
Pero dicen los que todo lo ven negro que no, que es conveniente llevar las cosas al día, pues que todo puede cambiar de un día para otro (y más teniendo en cuenta que las cosas acostumbran a empeorar de día en día y que un día sí y otro no ocurre en el mundo una desgracia), y que es verdad que lo más trabajoso es llevar el día a día pero que no queda otra. Y así va pasando cada cual su tiempo, día y noche afanándose para cuando se presente el día de mañana, todo el santo día dándole vueltas a lo mismo, y un día sí y otro también hasta el día del juicio por la tarde haciendo cábalas.
Aunque quién sabe si el día menos pensado... Y ese es el gran misterio.

lunes, 10 de octubre de 2016

Avecedario

La abubilla que luce altiva y bien peinada cresta, el búho que tanto sabe y piensa, el cuervo que a todas horas se queja.
El estornino que las palabras silabea y el faisán que de cola presume y se pavonea.
El gorrión que nos sigue hasta la puerta, el halcón que en el cielo reina, el ibis de lejanas tierras y el jilguero que en la jaula gorjea.
La lavandera que los ríos recuenta, el mirlo que con el caminante conversa.
El negrón de casta marinera y el ñandú que corre pero no vuela.
La oropéndola que con tesoros sueña, el petirrojo que se mira y se embelesa, el quebrantahuesos que el horizonte otea y el ruiseñor que a Dios por las mañanas despierta.
El somormujo que en las aguas bucea, la tórtola que de amores se lamenta, el urogallo que en los hayedos lleva vida secreta y el verderón que entona siempre una canción nueva.
El zorzal que antes de cantar se afina las cuerdas.
Y no hay aves, o escasean, que empiecen por las demás letras: d, k, w, x, y griega.
Queda así incompleto el avecedario del que pajarea, el que aprenderían los pájaros si fueran a la escuela.
                      (De Cien lecciones de cosas)

jueves, 6 de octubre de 2016

Historias de andar, reales como la literatura misma

Me lo explica, y aún hay en su expresión como una sombra de pesar y aletea en el tono de su voz una nota compungida:
Fue este verano, a principios. La primavera vino muy lluviosa y los pájaros se conoce que tardaron en anidar, estábamos en julio y aún se les veía merodear por los aleros de los tejados con comida en el pico para las crías. En casa teníamos uno, un nido de una pareja de carboneros. En la parra, justo a media pared, en lo más espeso y resguardado. Nos dimos cuenta enseguida, por la manera de piar, y a todas horas, en el tejado y en los árboles de enfrente o en los cables de la luz: los padres turnándose, uno a buscar la comida y el otro mientras tanto vigilando, y así todo el día, afanosos y solícitos, también nerviosos porque se sentían observados. ¡Pobres! Pero no les quedaba más remedio si querían alimentar a sus crías, tenían que llegar al nido aun sabiendo que al hacerlo ellos mismos se estaban delatando. ¡Con el cuidado que ponen para disimular y pasar desapercibidos y que nadie descubra su escondrijo, que es su casa! Nos costó muy poco adivinar el lugar exacto, pese a lo bien que lo habían camuflado, pegado al tronco de la parra, y del mismo color. Se lo enseñamos a las niñas, advirtiéndoles eso sí de que no dijeran nada a nadie, ni siquiera a sus amigas. Y les explicamos, claro, que para los pájaros el nido era igual que para nosotros la casa, y que allí dentro cuidaban de sus hijos hasta que estos eran capaces de volar... Lo entendieron perfectamente, no solo eso, se emocionaron... Nos entreteníamos todos y nos gustaba verlos revolotear y llamarse, y a los padres mover la cola de impaciencia y otear inquietos antes de decidirse a entrar en el nido. Les tomamos cariño, las niñas sobre todo. Y así pasó una semana y algo más. Hasta que un día estando allí sentados vino a saludarnos un vecino que es muy aficionado a la fotografía, y hablando con él nos descuidamos y una de las niñas sin reparar en que no estábamos solos señaló hacia el nido y dijo: Mira, mamá, los pajarines cómo pían. De hambre, añadió la mayor. El vecino fotógrafo preguntó y aunque tratamos de cambiar de conversación apareció entonces el padre piando en el manzanal con la comida en el pico y no nos quedó más remedio que contárselo. Él guardó silencio y no dijo nada, como si no le diera importancia, y hablamos de otras cosas y al rato se despidió. Esto fue al mediodía. Pero luego por la tarde, y ahora viene lo malo, cuando nosotros estábamos de paseo y no había nadie en casa, volvió, el fotógrafo me refiero, y no se le ocurrió otra cosa que coger una escalera, o a lo mejor ya la traía él, eso no lo sé, apoyarla contra la pared, subirse a ella, escudriñar entre la parra hasta descubrir el nido y ponerse a hacerles fotos a los pajarines. Allí, encima de ellos, apartando las hojas con una mano y apuntándoles con el objetivo, rozándoles casi me imagino, con la otra. Y hala, venga a disparar, para sacarles en su hábitat nos dijo luego, y que eran un documento de primera mano, y que seguro que se las publicaban en cualquier revista, las dichosas fotografías. Eso si nos les deslumbró también con el flash, que seguro. Total, que entre el alboroto de las hojas, el ruido de cada disparo, el resplandor del flash, los pajarines, asustados, saltaron todos del nido y cayeron al suelo. Y por el suelo, como no sabían volar, temblando de miedo, los encontraron luego las niñas al volver a casa. Dos nada más pudieron recoger, que nos los enseñaron llorando: los tenían todavía en la mano y los acariciaban para que no se murieran de frío y se tranquilizaran. Buscamos por todas partes y solo uno encontramos, los demás se perdieron por ahí, o sabe Dios qué sería de ellos. Y lo peor de todo fue consolar a las niñas, que no entendían nada, y que si no le íbamos a denunciar, al vecino, preguntaba la mayor, que había dejado sin casa a una familia por hacer una fotografía.

lunes, 3 de octubre de 2016

Los días contados

Ayer cuando andaba por el monte me vino la idea (el aire del monte está siempre lleno de ideas) de que a lo mejor convendría bautizar ya a este blog, que el pasado día de san Miguel cumplió un año y medio. Y de entre todos los nombres que desde entonces han ido llamando a la puerta, se me ha ocurrido que no estaría del todo mal ponerle el que da título a esta entrada. De modo que a partir de hoy se llamará El blog de los días contados.
Contados porque los días (azules, grises o negros) en que uno escribe en él es para eso justamente, para contar algo, lo que sea... Se cuentan cosas, algunas acaso sin que vengan a cuento; se cuentan cuentos, incluso cuentos chinos, y el cuento de la lechera, y el cuento de nunca acabar (los hay que viven del cuento, abundan los que le echan a todo mucho cuento y se sabe de algunos que tienen más cuento que Calleja); se cuentan mentiras, que pueden ser de tres clases: gordas (¡mentira y gorda!, protestábamos de niños), oficiosas y piadosas; se cuenta la verdad, que o bien escasea o bien es difícil de encontrar (y ahí está la gramática, que es sabia y vieja y tiene mucha experiencia, para corroborarlo: la frase se suele decir siempre así, con el verbo y el sujeto en singular, al contrario de lo que sucede con la mentira); se cuentan secretos; se cuentan chistes (y chismes); se cuentan ovejas antes de dormir; se cuentan estrellas para entretenerse y soñar un poco; se cuentan los años; se cuentan los días y las horas cuando se espera con ilusión alguna cosa...
También los días contados porque son pocos y se pueden contar como quien dice con los dedos de la mano, y porque tienen, como todo lo que existe, un límite, una linde, un término, una frontera, un confín...