De
los días contados se habló aquí el otro día, y hoy otra vez el tema del día vuelven
a ser los días, que pueden ser de muchas clases, según el cristal desde el que
se los mire: azules (los de la infancia), grises (los de los lunes), negros
(los que van por túneles), si es por el color; de diario (es decir, de entre
semana, de trabajo, de cutio) o de guardar (esto es, feriados, de precepto, del
Señor), si se atiende a las obligaciones; serenos, encapotados, borrascosos,
dependiendo del estado anímico; rectos o lineales, curvos o torcidos, redondos
o con esquinas, según el trayecto y la forma del verbo en que se conjuguen...
Eso sin contar con que algunos son demasiado claros para lo oscuras que suelen
ser las vidas, y muchos demasiado largos para las pocas cosas que nos traen o
lo escasamente que los aprovechamos.
No
pasan los días por ti, como cumplido y consuelo; mañana será otro día, en son
de promesa y esperanza; un día es un día, y se abre el paréntesis; ...que son
dos días, se cierra el paréntesis.
Pero
dicen los que todo lo ven negro que no, que es conveniente llevar las cosas al
día, pues que todo puede cambiar de un día para otro (y más teniendo en cuenta
que las cosas acostumbran a empeorar de día en día y que un día sí y otro no
ocurre en el mundo una desgracia), y que es verdad que lo más trabajoso es
llevar el día a día pero que no queda otra. Y así va pasando cada cual su
tiempo, día y noche afanándose para cuando se presente el día de mañana, todo
el santo día dándole vueltas a lo mismo, y un día sí y otro también hasta el
día del juicio por la tarde haciendo cábalas.
Aunque
quién sabe si el día menos pensado... Y ese es el gran misterio.
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