Ayer
cuando andaba por el monte me vino la idea (el aire del monte está siempre
lleno de ideas) de que a lo mejor convendría bautizar ya a este blog, que el
pasado día de san Miguel cumplió un año y medio. Y de entre todos los nombres
que desde entonces han ido llamando a la puerta, se me ha ocurrido que no
estaría del todo mal ponerle el que da título a esta entrada. De modo que a
partir de hoy se llamará El blog de los
días contados.
Contados
porque los días (azules, grises o negros) en que uno escribe en él es para eso
justamente, para contar algo, lo que sea... Se cuentan cosas, algunas acaso sin
que vengan a cuento; se cuentan cuentos, incluso cuentos chinos, y el cuento de
la lechera, y el cuento de nunca acabar (los hay que viven del cuento, abundan
los que le echan a todo mucho cuento y se sabe de algunos que tienen más cuento
que Calleja); se cuentan mentiras, que pueden ser de tres clases: gordas
(¡mentira y gorda!, protestábamos de niños), oficiosas y piadosas; se cuenta la
verdad, que o bien escasea o bien es difícil de encontrar (y ahí está la
gramática, que es sabia y vieja y tiene mucha experiencia, para corroborarlo: la frase
se suele decir siempre así, con el verbo y el sujeto en singular, al contrario
de lo que sucede con la mentira); se cuentan secretos; se cuentan chistes (y
chismes); se cuentan ovejas antes de dormir; se cuentan estrellas para
entretenerse y soñar un poco; se cuentan los años; se cuentan los días y las
horas cuando se espera con ilusión alguna cosa...
También
los días contados porque son pocos y se pueden contar como quien dice con los
dedos de la mano, y porque tienen, como todo lo que existe, un límite, una
linde, un término, una frontera, un confín...
El blog de los días contados desde su inicio sabía andar, y sus lectores le agradecemos que nos haya enseñado a caminar; vaya mi "cuelga leonesa" para el escritor en el aniversario de la criatura.
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