En
algún sitio leí no hace mucho que cierto grupo parlamentario pretendía dar
carta de legitimidad a sus desafueros verbales (y vulgares) con el falaz
argumento de que así era la lengua de la calle, o de la gente, como se dice
ahora.
¿De
dónde han sacado algunos eso de que el pueblo, el pueblo llano, como se decía
antes, habla así, arrastrando el vocabulario y soltando palabrotas a diestro y
siniestro?
Cualquier
hijo de vecino sabe que hablando en público hay que cuidar las formas, y es
capaz de distinguir y cambiar los registros, y hablar con el debido respeto y
corrección cuando las circunstancias lo requieren, y cuidar las palabras en
presencia de desconocidos, sobre todo si cree a estos superiores en saber o
posición, o si acude a ellos en busca de ayuda o consejo, o si entiende que lo
que él diga puede influir o tener alguna repercusión en quienes le escuchan... No,
no es verdad que la calle o el pueblo sea malhablado, y uno ha conocido y tratado
a muchísima gente humilde (otra expresión en desuso), agricultores y pastores y
obreros y empleados, que tenía que ser muy gorda para que soltaran un taco o
dijeran una palabrota, y siempre en el ámbito familiar, y guardándose mucho de
hacerlo si delante había niños...
Y
si estos mismos tuvieran ahora ocasión de hablar en público en el Congreso de
los Diputados o en cualquier otra institución, lo harían con respeto y
respetando las normas del buen decir y la buena educación, y expondrían sus
ideas con sencillez y modestia sin darse tono ni subirlo, y llamarían a las
cosas por su nombre sin irse por las ramas o andarse con rodeos, y se harían
entender fácilmente sin necesidad de recurrir a subterfugios, y lo harían con
educación y sin perder las formas ni los buenos modales, y no adoptarían ese
aire de autosuficiencia y altanería, y evitarían la grandilocuencia y la
fatuidad, y no caerían en la arrogancia y la presunción, y tratarían de
convencer y no de avasallar, de persuadir y no de desairar, de probar y no de
ofender, de argumentar y no de descalificar, de razonar y no de doblegar, de
justificar y no de injuriar, de analizar y no de confundir, de discernir y no
de insultar, de discutir y no de calumniar, de reflexionar y no de pontificar, de
aunar y no de dividir, de captar y atraer en vez de excluir y rechazar, de
tender la mano en vez de señalar con el dedo, de arrimar el hombro en vez de
dar la espalda, de buscar el consenso y el convenio y el acuerdo y el pacto y
el arreglo y el concierto y la conciliación y el apaciguamiento en lugar de la
discrepancia y la rivalidad y la desavenencia y el antagonismo y la animosidad
y el enfrentamiento y la hostilidad y la animadversión y la condena y el
ensañamiento y el encono y la inquina y el resentimiento y el rencor. Y desde
luego no parecerían tan engreídos, tan jactanciosos y encopetados.
Para
que luego venga no sé qué grupo de cuyo nombre prefiero no acordarme a decir
que va a introducir en el Congreso el lenguaje de la calle, como si en la calle
la gente hablase como a lo mejor hablan ellos -y los demás grupos lo mismo- en
sus reuniones o juntas o conciliábulos.
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