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miércoles, 10 de mayo de 2017

El Jarama, novela de la lengua

El Jarama, la famosa obra con la que su autor, Rafael Sánchez Ferlosio, ganó el entonces prestigioso premio Nadal en 1955, es para un servidor, dicho sea con todos los respetos y perdóneseme el atrevimiento, una de las mejores novelas en lengua castellana -si no la mejor- de la guerra civil para acá.
Y no tanto por lo que han dicho los críticos sagaces y repiten bienintencionados los manuales: el protagonista colectivo (un grupo de jóvenes madrileños que acude al río Jarama a pasar un día de fiesta), el tiempo reducido (unas doce horas), el argumento sin apenas interés, circunscrito a las peripecias habituales en ese tipo de excursiones domingueras... Y mucho menos por la monserga esa del tema de fondo o del mensaje en clave: el aburrimiento, la rutina y el vacío de la vida de un grupo de jóvenes y, por extensión, de la juventud española de los años cincuenta del pasado siglo. El propio autor se ha burlado jocosamente en más de una ocasión a propósito de lo que los susodichos críticos, en su afán por interpretar y encontrarle un sentido profundo a la obra, llegaron a escribir.
No, ni el retrato de la juventud española de la época, desencantada y sin horizontes, ni la abulia existencial de la sociedad oprimida por el Régimen. Lo principal de la novela, su mayor mérito y valor, lo que la hace aún hoy atractiva y la hará imperecedera (dentro de los límites que impone un término tan atrevido cuando se aplica a una obra literaria) es la lengua, la lengua de los diálogos, diálogos en su mayor parte triviales y anodinos, que ocupan el noventa por ciento de las páginas y que recogen de forma modélica y veraz el habla coloquial.
Lo cual nada tiene de extraño, pues lo que movió a Ferlosio a escribir El Jarama fue, según él mismo ha reconocido en un breve pero enjundioso texto autobiográfico (La forja de un plumífero, 1997), el deseo de dar cauce narrativo a la ingente recopilación de modismos y frases hechas que había recogido durante su servicio militar en África, donde tuvo la oportunidad de convivir con numerosos soldados de origen campesino que le deslumbraron con su riquísimo caudal de lengua popular. "Todo estaba, así pues escribe en La forja de un plumífero antes citada–, al servicio del habla, aunque algunos han querido ver una 'novela social', incluso llena de dobles intenciones antifranquistas, como no sé qué loco que en la palabra 'tableteo' usada para el ruido del tren (entonces todavía los trenes tableteaban, a causa de las juntas de dilatación de los carriles o de los vagones hechos de madera) descubrió una metáfora ¡de las ametralladoras en la Batalla del Jarama!"
No, no es por consiguiente El Jarama la gran novela realista del antifranquismo, como en su momento la saludara con entusiasmo la crítica más "comprometida". Su interés y trascendencia no están ahí, mal que les pese a algunos, sino en la infinita variedad de giros, modismos y expresiones que recoge, y con qué viveza y precisión. Una novela de la lengua, eso sí, y más que el retrato de una juventud abúlica, la recreación artística y cabal de la manera de hablar de la gente.
Por eso la lee uno con tanta frecuencia y provecho, y siempre con las mismas ganas y el mismo agradecimiento de la primera vez.
Por cierto que Ferlosio publicó también hace ya muchos años, en 1951, un libro que es una maravilla de invención, de fantasía bien contada, y en un castellano fresco y limpio como agua de manantial, Industrias y andanzas de Alfanhui. ¡Toda una delicia lectora!


1 comentario:

  1. Después de leer tu comentario de El Jarama, y unos dias después, el diario País-Babelia dedicaba unas páginas a Sánchez Ferlosio; es muy acertado que vayas teniendo participación en Babelia.

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