El Jarama, la
famosa obra con la que su autor, Rafael Sánchez Ferlosio, ganó el entonces
prestigioso premio Nadal en 1955, es para un servidor, dicho sea con todos los
respetos y perdóneseme el atrevimiento, una de las mejores novelas en lengua
castellana -si no la mejor- de la guerra civil para acá.

No,
ni el
retrato de la juventud española de la época, desencantada y sin horizontes, ni la
abulia existencial de la sociedad oprimida por el Régimen. Lo principal de la novela, su mayor mérito y
valor, lo que la hace aún hoy atractiva y la hará imperecedera (dentro de los
límites que impone un término tan atrevido cuando se aplica a una obra
literaria) es la lengua, la lengua de los diálogos, diálogos en su mayor parte
triviales y anodinos, que ocupan el noventa por ciento de las páginas y que
recogen de forma modélica y veraz el habla coloquial.
Lo
cual nada tiene de extraño, pues lo que movió a Ferlosio a escribir El Jarama fue, según él mismo ha
reconocido en un breve pero enjundioso texto autobiográfico (La forja de un plumífero, 1997), el
deseo de dar
cauce narrativo a la ingente recopilación de modismos y frases hechas que había
recogido durante su servicio militar en África, donde tuvo la oportunidad de
convivir con numerosos soldados de origen campesino que le deslumbraron con su
riquísimo caudal de lengua popular. "Todo estaba, así pues –escribe en La forja de un plumífero antes citada–, al servicio del habla, aunque algunos han querido ver una 'novela
social', incluso llena de dobles intenciones antifranquistas, como no sé qué
loco que en la palabra 'tableteo' usada para el ruido del tren (entonces
todavía los trenes tableteaban, a causa de las juntas de dilatación de los
carriles o de los vagones hechos de madera) descubrió una metáfora ¡de las
ametralladoras en la Batalla del Jarama!"
No,
no es por consiguiente El Jarama la
gran novela realista del antifranquismo, como en su momento la saludara con
entusiasmo la crítica más "comprometida". Su interés y trascendencia
no están ahí, mal que les pese a algunos, sino en la infinita variedad de
giros, modismos y expresiones que recoge, y con qué viveza y precisión. Una
novela de la lengua, eso sí, y más que el retrato de una juventud abúlica, la
recreación artística y cabal de la manera de hablar de la gente.
Por eso la lee uno con
tanta frecuencia y provecho, y siempre con las mismas ganas y el mismo
agradecimiento de la primera vez.
Por
cierto que Ferlosio publicó también hace ya muchos años, en 1951, un libro que
es una maravilla de invención, de fantasía bien contada, y en un castellano fresco
y limpio como agua de manantial, Industrias
y andanzas de Alfanhui. ¡Toda una delicia lectora!
Después de leer tu comentario de El Jarama, y unos dias después, el diario País-Babelia dedicaba unas páginas a Sánchez Ferlosio; es muy acertado que vayas teniendo participación en Babelia.
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