Ocurrió
el otro día por la tarde. Salía yo de la biblioteca y apenas había andado unos metros
cuando lo oí:
–¡Yo quiero aprender!
Me
volví al instante. Era una niña, que acababa de pasar a mi lado, la que había
pronunciado esas palabras. Tendría no más de siete años y sonreía abiertamente.
Caminaba cogida del brazo de su madre y, en espera acaso de lo que esta le
pudiera contestar, o para reclamar su atención, se había puesto de puntillas, y
así continuó hasta que llegaron a la puerta. La madre, se conoce que
acostumbrada a lo mejor a los impulsos y al carácter espontáneo de la hija,
apenas desvió la mirada ni hizo el menor gesto. Tampoco la que presumiblemente
era su hermana, algo mayor, y que las seguía un poco rezagada, pareció darle
ninguna importancia.
Inmóvil
allí fuera como una estatua y sin apartar de ellas los ojos ni un instante, las
vi cruzar la cristalera de la puerta y me quedé observándolas hasta que
desparecieron por el fondo de la biblioteca.
Pero
tendría que haber vuelto y haberle dicho algo a la niña, cualquier cosa que sirviera
para animarla, que no cambiara nunca de parecer, que siguiera adelante, que se
mantuviera firme en su intención, que sí, que tenía razón, que es bueno
aprender, que nada le iba a ser de más provecho, que leyera todos los libros
que pudiera, que leyendo y aprendiendo no se aburriría nunca, que de mayor lo
agradecería, y que qué mejor manera de pasar el tiempo y ensanchar y enriquecer
la vida...
Y
ahora que lo pienso, tendría que haberme ofrecido para enseñarle, o haberle
preguntado en qué colegio estudiaba y haber ido a hablar con su maestra y
decirle lo que había oído, y que la cuidaran y la mimaran para que esas ganas
de aprender le duraran siempre...
No
sé y no sabré nunca nada de ella, es lo más probable, y seguramente tampoco la
volveré a ver, pero guardo sus palabras, y el tono tan convencido con que las
pronunció, y su gesto decidido, y la expresión alegre y confiada de su cara, y
todo lo que había de noble, ingenuo y hermoso en su aspiración como si hubiera
asistido a un pequeño milagro.
Siempre la estarás viendo Maestro, tus lectores han aprendido bien tu lección. ¡Yo quiero aprender!
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