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miércoles, 11 de mayo de 2016

Las cosas del nombrar

Los esquimales disponen de un elevado número de palabras (algunos lingüistas han calculado que incluso pueden llegar a las cien) para designar la nieve, pues distinguen en esta una gran cantidad de matices y singularidades de acuerdo con la temperatura, la consistencia, el espesor, el brillo, la duración o tiempo transcurrido desde su caída, y hasta el tono del color.
Otro tanto ocurre en árabe para caballo o camello, según sea la raza, el tamaño, la función a la que es destinado, etc.
Y en algún sitio he leído también que en Escocia se utilizan hasta dieciocho palabra diferentes para referirse a la lluvia.
Como no parece que haya en español ningún caso digno de ser resaltado (en la versión castellana de la Enciclopedia del lenguaje de la Universidad de Cambridge, de David Crystal, se menciona, pero no tiene uno la impresión de que sea muy ilustrativo, el de las distintas porciones de un alimento cortado con un cuchillo: loncha, rodaja, rebanada, tajada, raja, filete, lonja, rueda...), me contentaré, luego de descartar, por fácil y manida, la inevitable tentación de acogerse al campo de los festejos fiesta, juerga, jarana, jolgorio, farra, parranda, francachela, jácara, cachondeo... , con dejar constancia de algunos datos curiosos.
Por ejemplo, que la palabra más usada por los hablantes es la preposición de, seguida de los artículos el y la, y que el fonema o sonido predominante es /e/, por encima de /a/. También, que en el lenguaje publicitario –y en el de la política, que se está convirtiendo a pasos agigantados en un puro espectáculo publicitario– la más recurrente es el adjetivo nuevo, y que de las aproximadamente 93.000 palabras que recoge la última edición del Diccionario de la Real Academia Española, la de 2014, la gran mayoría de ellas con más de una acepción, un hablante medio apenas usa, en el mejor de los casos, un millar para comunicarse.

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