“El
pájaro enseña al poeta su mejor y rara lección: cantar y encantar porque sí,
sin triquiñuelas y sin falsificaciones”, dice José Manuel Blecua, maestro que
fue de estudiosos y críticos literarios, en el prólogo de su libro Los pájaros en la poesía española,
publicado en 1943. El
primer pájaro que aparece en la poesía en lengua castellana, recuerda el
profesor Blecua –pocos han enseñado la literatura con tanto convencimiento y
fervor como él–, es la corneja que ve el Cid cuando sale de Vivar camino del
destierro. Como signo de buen agüero, la encuentra primero al lado derecho, y
poco después, a la entrada de Burgos, al lado izquierdo, por lo que los
augurios son contradictorios (y así lo entiende el Cid, que se encoge de
hombros y mueve la cabeza, en un gesto de indiferencia y de rechazo: él no es
supersticioso, no cree que el vuelo de las aves se pueda interpretar como señal
de buena o mala suerte):
A la exida de Bivar ovieron la corneja diestra
e
entrando a Burgos oviéronla siniestra.
(Cuando salen de Vivar ven la corneja a la
diestra,
pero
al ir a entrar en Burgos la llevaban a su izquierda.)
En
el mismo Cantar de Mío Cid sale
también la primera ave que canta, el gallo:
Apriessa
cantan los gallos, e quieren quebrar
albores.
(Aprisa
cantan los gallos, y el día está para amanecer)
El
gallo es también protagonista de este breve poema anónimo perteneciente a la
lírica tradicional, en el que dos amantes que han pasado la noche juntos se
despiden al amanecer:
Ya cantan
los gallos,
amor mío,
y vete;
cata que
amanece.
Vete, alma
mía,
más tarde
no esperes,
no
descubra el día
los
nuestros placeres.
Cata que
los gallos,
según me
parece,
dicen que
amanece.
Dos
de los pájaros más nombrados en la poesía medieval son el ruiseñor y la
calandria, esta última de la familia de la alondra, que, con frecuencia,
comparten estrofa e intercambian gorjeos, como en la introducción a los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo
de Berceo:
El
roseñor que canta por fina maestría
siquiere
la calandria que faz grand melodía. (*siquiere:
o)
O
en el Libro de buen amor, del
Arcipreste de Hita:
Chica
es la calandria e chico el ruiseñor,
pero
más dulce cantan que otra ave mayor.
En
el Romancero, aparte de la avecilla del
Romance del prisionero, comentado ya en este blog (entrada número 40,
correspondiente al 25 de mayo de 2015), es particularmente conocida la
tortolilla que acude a beber a una fuente para calmar su pena:
Fontefrida,
fontefrida,
fontefrida
y con amor,
do
todas las avecicas
van
tomar consolación,
si
no es la tortolica
que
está viuda y con dolor. [...]
Y
a la lírica tradicional pertenece esta cancioncilla, protagonizada por una
garza:
Malherida
iba la garza
enamorada:
sola
va y gritos daba.
Donde
la garza hace su nido
ribericas
de aquel río,
sola
va y gritos daba.
Enrique Morente en la composición musical, "sueña la Alhambra", comienza una canción, "Generalife", con el inicio del poema anónimo, "ya cantan los gallos", el tema se completa con un poema de Maria Zambrano.
ResponderEliminarGracias, amigo Mariano, por tu información.
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