Seguidores

viernes, 6 de mayo de 2016

Historias de andar, reales como la literatura misma. ¡Yo quiero aprender!

Ocurrió el otro día por la tarde. Salía yo de la biblioteca y apenas había andado unos metros cuando lo oí:
¡Yo quiero aprender!
Me volví al instante. Era una niña, que acababa de pasar a mi lado, la que había pronunciado esas palabras. Tendría no más de siete años y sonreía abiertamente. Caminaba cogida del brazo de su madre y, en espera acaso de lo que esta le pudiera contestar, o para reclamar su atención, se había puesto de puntillas, y así continuó hasta que llegaron a la puerta. La madre, se conoce que acostumbrada a lo mejor a los impulsos y al carácter espontáneo de la hija, apenas desvió la mirada ni hizo el menor gesto. Tampoco la que presumiblemente era su hermana, algo mayor, y que las seguía un poco rezagada, pareció darle ninguna importancia.
Inmóvil allí fuera como una estatua y sin apartar de ellas los ojos ni un instante, las vi cruzar la cristalera de la puerta y me quedé observándolas hasta que desparecieron por el fondo de la biblioteca.
Pero tendría que haber vuelto y haberle dicho algo a la niña, cualquier cosa que sirviera para animarla, que no cambiara nunca de parecer, que siguiera adelante, que se mantuviera firme en su intención, que sí, que tenía razón, que es bueno aprender, que nada le iba a ser de más provecho, que leyera todos los libros que pudiera, que leyendo y aprendiendo no se aburriría nunca, que de mayor lo agradecería, y que qué mejor manera de pasar el tiempo y ensanchar y enriquecer la vida...
Y ahora que lo pienso, tendría que haberme ofrecido para enseñarle, o haberle preguntado en qué colegio estudiaba y haber ido a hablar con su maestra y decirle lo que había oído, y que la cuidaran y la mimaran para que esas ganas de aprender le duraran siempre...
No sé y no sabré nunca nada de ella, es lo más probable, y seguramente tampoco la volveré a ver, pero guardo sus palabras, y el tono tan convencido con que las pronunció, y su gesto decidido, y la expresión alegre y confiada de su cara, y todo lo que había de noble, ingenuo y hermoso en su aspiración como si hubiera asistido a un pequeño milagro. 

1 comentario:

  1. Siempre la estarás viendo Maestro, tus lectores han aprendido bien tu lección. ¡Yo quiero aprender!

    ResponderEliminar