Todavía,
un servidor, de niño, oyó decir de algunas personas que habían muerto sin
conocer el tren. Y escuché de labios de otras el relato de la primera vez que
lo habían visto, que era siempre un relato emocionado, pues ver el tren, para
aquellos que vivían en los pueblos y que rara vez viajaban, constituía todo un
acontecimiento, acaso uno de los más importantes de la vida, o por lo menos de
los más novedosos y esperados. Otro tanto les ocurría a los niños, que
aguardaban con grandísima ilusión el día en que el padre los bajaba a la
estación de Puente Almuhey, veinte kilómetros río Cea abajo, por donde pasaba
el tren de la Hullera, un tren de vía estrecha, también llamado "El
hullero" o "El tren de La Robla", construido en 1894 para llevar
el carbón de las minas del norte de León y Palencia a los altos hornos de la
floreciente industria siderúrgica de Vizcaya.
Recuerdo
aún, envuelta en la neblina del tiempo, algunos pormenores de la escena, y me
veo allí, inmóvil y expectante al lado mismo de la vía, fijos los ojos en el
recodo por donde debía de aparecer el tren, hasta que se oye por fin el pitido
de la máquina invisible, y asoma enseguida la locomotora echando humo como una
chimenea, y detrás los vagones haciendo un ruido tan grande que tengo que
taparme los oídos con las manos, y las ruedas soltando chispas sobre las vías
cuando el tren empieza a frenar, y distingo entre la humareda algunas cabezas
asomadas a las ventanillas, y los pasajeros que se apean cargados con maletas,
y los que suben presurosos y desde la plataforma se vuelven un momento para
despedirse de los familiares, y así hasta que la locomotora vuelve a echar humo
otra vez y el tren coge velocidad y se aleja y se pierde de vista y poco a poco
se va apagando el ruido...
Y
por el camino arriba de vuelta a casa voy apuntando con cuidado en la memoria
todos los detalles para que no se me olvide ninguno cuando aquella misma tarde
a la hora del rosario en la portalada de la iglesia o a la mañana siguiente
antes de entrar en la escuela les cuente a mis amigos lo larguísimo que es el
tren, y cómo silba y resopla y echa humo la locomotora, y el ruido que hacen
las ruedas en la vía y las chispas que saltan cuando entra y sale de la
estación, que no lo hace hasta que un señor vestido con uniforme azul marino y
gorra con visera en la cabeza no le da permiso levantando una bandera de color
rojo, y lo alta que es la cabina donde va el maquinista conduciendo, y el foco
tan grande y redondo que lleva arriba del todo para alumbrar en los túneles y
cuando se hace de noche, y las filas de ventanillas que tiene cada vagón, y los
muchos que lleva el tren, más de veinte aunque no me diera tiempo a contarlos,
y en cada uno seguro que caben por lo menos cuarenta personas, y el color oscuro
y marrón de los vagones, que son de madera, y el más oscuro todavía y casi
negro de la locomotora, de hierro y reluciente, y lo derechas que están puestas
las vías, también de hierro y más relucientes aún que la locomotora...
Mayo se ha perdido de vista como el tren, y sería bueno que le pudiésemos esperar en el camino donde caen las hojas amarillas. Cuenta con mi asistencia virtual a la presentación de Futuro imperfecto.
ResponderEliminar