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miércoles, 1 de junio de 2016

La emoción del primer tren

Todavía, un servidor, de niño, oyó decir de algunas personas que habían muerto sin conocer el tren. Y escuché de labios de otras el relato de la primera vez que lo habían visto, que era siempre un relato emocionado, pues ver el tren, para aquellos que vivían en los pueblos y que rara vez viajaban, constituía todo un acontecimiento, acaso uno de los más importantes de la vida, o por lo menos de los más novedosos y esperados. Otro tanto les ocurría a los niños, que aguardaban con grandísima ilusión el día en que el padre los bajaba a la estación de Puente Almuhey, veinte kilómetros río Cea abajo, por donde pasaba el tren de la Hullera, un tren de vía estrecha, también llamado "El hullero" o "El tren de La Robla", construido en 1894 para llevar el carbón de las minas del norte de León y Palencia a los altos hornos de la floreciente industria siderúrgica de Vizcaya.
Recuerdo aún, envuelta en la neblina del tiempo, algunos pormenores de la escena, y me veo allí, inmóvil y expectante al lado mismo de la vía, fijos los ojos en el recodo por donde debía de aparecer el tren, hasta que se oye por fin el pitido de la máquina invisible, y asoma enseguida la locomotora echando humo como una chimenea, y detrás los vagones haciendo un ruido tan grande que tengo que taparme los oídos con las manos, y las ruedas soltando chispas sobre las vías cuando el tren empieza a frenar, y distingo entre la humareda algunas cabezas asomadas a las ventanillas, y los pasajeros que se apean cargados con maletas, y los que suben presurosos y desde la plataforma se vuelven un momento para despedirse de los familiares, y así hasta que la locomotora vuelve a echar humo otra vez y el tren coge velocidad y se aleja y se pierde de vista y poco a poco se va apagando el ruido...
Y por el camino arriba de vuelta a casa voy apuntando con cuidado en la memoria todos los detalles para que no se me olvide ninguno cuando aquella misma tarde a la hora del rosario en la portalada de la iglesia o a la mañana siguiente antes de entrar en la escuela les cuente a mis amigos lo larguísimo que es el tren, y cómo silba y resopla y echa humo la locomotora, y el ruido que hacen las ruedas en la vía y las chispas que saltan cuando entra y sale de la estación, que no lo hace hasta que un señor vestido con uniforme azul marino y gorra con visera en la cabeza no le da permiso levantando una bandera de color rojo, y lo alta que es la cabina donde va el maquinista conduciendo, y el foco tan grande y redondo que lleva arriba del todo para alumbrar en los túneles y cuando se hace de noche, y las filas de ventanillas que tiene cada vagón, y los muchos que lleva el tren, más de veinte aunque no me diera tiempo a contarlos, y en cada uno seguro que caben por lo menos cuarenta personas, y el color oscuro y marrón de los vagones, que son de madera, y el más oscuro todavía y casi negro de la locomotora, de hierro y reluciente, y lo derechas que están puestas las vías, también de hierro y más relucientes aún que la locomotora...  


NOTA: Todos los lectores de este blog están invitados a la presentación de mi novela Futuro imperfecto (Ediciones Oblicuas) que tendrá lugar esta tarde, 1 de junio, a las 19 h., en el Ateneo Barcelonés (Canuda, 6).

1 comentario:

  1. Mayo se ha perdido de vista como el tren, y sería bueno que le pudiésemos esperar en el camino donde caen las hojas amarillas. Cuenta con mi asistencia virtual a la presentación de Futuro imperfecto.

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