Como prolongación y complemento de la entrada
anterior, en que se hablaba de Clarín y de su novela más conocida, La Regenta,
reproduzco seguidamente un fragmento, perteneciente al capítulo V, muy
ilustrativo de la mentalidad española de la segunda mitad del XIX, particularmente
en lo que toca a la consideración social de la mujer con aficiones literarias:
[Ana, de madre italiana y huérfana desde
pequeña, vive en casa de unas tías solteronas, las Ozores, hermanas de su padre.
Asfixiada por el ambiente opresivo que la rodea, y consciente de que solo tiene
dos modos de salir de allí, el matrimonio o el convento, se ha dejado llevar
por sus inclinaciones místicas.]

Cuando doña Anuncia
topó en la mesilla de noche de Ana
con un cuaderno de versos, un tintero y una pluma, manifestó igual asombro que
si hubiera visto un revólver, una baraja o una botella de aguardiente. Aquello
era una cosa hombruna, un vicio de hombres vulgares, plebeyos. Si hubiera
fumado, no hubiera sido mayor la estupefacción de aquellas solteronas. «¡Una
Ozores literata!».
«Por allí, por allí
asomaba la oreja de la modista italiana que, en efecto, debía de haber sido
bailarina, como insinuaba doña Camila en su célebre carta».
El marqués de Vegallana,
a quien sus viajes daban fama de instruido, declaró que los versos eran libres.
-No, Anuncita, no te
alteres. Libres quiere decir blancos, que no tienen consonantes; cosas que tú
no entiendes. Por lo demás, los versos no son malos. Pero más vale que no los
escriba. No he conocido ninguna literata que fuese mujer de bien.
Lo mismo opinó el barón
tronado, que había vivido en Madrid mantenido por una poetisa traductora de
folletines.
El señor Ripamilán,
canónigo, dijo que los versos eran regulares, acaso buenos, pero de una escuela
romántico-religiosa que a él le empalagaba.
-Son imitaciones de
Lamartine en estilo pseudoclásico; no me gustan, aunque demuestran gran
habilidad en Anita. Además, las mujeres deben ocuparse en más dulces tareas;
las musas no escriben, inspiran.
La marquesa de
Vegallana, que leía libros escandalosos con singular deleite, condenó los
versos por mojigatos. «Que no se le mezclase a ella lo humano con lo divino. En
la iglesia como en la iglesia, y en literatura ancha Castilla». Además, no le
gustaba la poesía; prefería las novelas en que se pinta todo a lo vivo, y tal
como pasa. «¡Si sabría ella lo que era el mundo! En cuanto a la sobrinita,
era indudable que había que cortarle aquellos arranques de falsa piedad
novelesca. Para ser literata, además, se necesitaba mucho talento. Ella lo
hubiera sido a vivir en otra atmósfera. ¡Lo que habían visto aquellos ojos!». Y
recordaba unas Aventuras de una cortesana, que había ella
proyectado allá en sus verdores, ricos de experiencia.
Tan general y viva fue
la protesta del gran mundo de Vetusta contra los conatos
literarios de Ana, que ella misma se creyó en ridículo y engañada por la
vanidad.
A solas en su alcoba
algunas noches en que la tristeza la atormentaba, volvía a escribir versos,
pero los rasgaba en seguida y arrojaba el papel por el balcón para que sus tías
no tropezasen con el cuerpo del delito. La persecución en esta materia llegó a
tal extremo, tales disgustos le causó su afán de expresar por escrito sus ideas
y sus penas, que tuvo que renunciar en absoluto a la pluma; se juró a sí misma
no ser la «literata», aquel ente híbrido y abominable de que se hablaba en
Vetusta como de los monstruos asquerosos y horribles. [...]
Mucho tiempo después de haber abandonado toda pretensión de poetisa, aún se
hablaba delante de ella con maliciosa complacencia de las literatas. Ana se
turbaba, como si se tratase de algún crimen suyo que se hubiera descubierto.
-En una mujer hermosa es
imperdonable el vicio de escribir -decía el baroncito, clavando los ojos en Ana
y creyendo agradarla.
-¿Y quién se casa con
una literata? -decía Vegallana sin mala intención-. A mí no me gustaría que mi
mujer tuviese más talento que yo.
La Regenta dejó de ser novela por un momento y salió a la calle, en 1997 el escultor Mauro Álvarez Fernández la puso al lado de la catedral de Oviedo.
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